miércoles, 25 de junio de 2014

El Código Navajo

El Código Navajo.
El Código Navajo. (Apache Pirata)

Durante la Segunda Guerra Mundial los ejércitos desarrollaron códigos secretos para que el enemigo no se enterara de sus proyectos ni de sus maniobras inmediatas. El ejército de Estados Unidos, por ejemplo, comenzó utilizando metáforas facilonas y pronto se dio cuenta, en cuanto trataron de descifrar el código que utilizaban los alemanes, que cierta sofisticación era necesaria y, sobre todo, que sus metáforas eran de una lastimosa obviedad. Como muestra pondré tres ejemplos: el avión era sustituido por la palabra “pájaro”; el bombardero volaba enmascarado por la imagen “pájaro preñado”; y cuando se pretendía atacar con los tanques de guerra se hablaba de las “tortugas”. Eso del “pájaro preñado” era una nomenclatura infantil frente a los mensajes que producía una máquina, inventada por los nazis, que se llamaba Enigma y consistía en una suerte de vieja máquina Olivetti (un clásico entre las máquinas de escribir del siglo XX) que traducía los mensajes, que el soldado escribía con las teclas, a un código inexpugnable de signos, dibujos y, digámoslo así, eructos gráficos. El código de la máquina Enigma fue inexpugnable durante casi toda la guerra pero, al final, un grupo de técnicos ingleses logró descifrarlo y esto supuso un grave contratiempo para el ejército alemán. Hace unos meses la casa de subastas Bonhams, en Londres, vendió una máquina Enigma auténtica, cuya foto exhibieron en su catálogo y, ahí pudimos comprobar que esa máquina mitológica era, efectivamente, muy parecida a la Olivetti, con la salvedad del estuche, que en la alemana era una elegante y bien pulida caja de madera. De manera que la inteligencia militar de Estados Unidos tuvo que sentarse, durante algún remanso de la Segunda Guerra, a pensar con qué iban a sustituir ese código simplón que llamaba al bombardero “pájaro preñado”, y entre whisky y whisky (esa bendita iluminación que proveen las bebidas de generosa graduación alcohólica) se les ocurrió que podían aprovechar a los indios navajos que combatían en las islas del Pacífico, en el pelotón 328, para que diseñaran, con la lengua de su pueblo, un código tan inexpugnable como el de la máquina Enigma. ¿Qué hacían 29 indios navajos, en el pelotón 328, combatiendo en Iwo Jima y Guadalcanal, en el ejército de ese país que los tenía encerrados en una reserva miserable y polvorienta? La respuesta a esta pregunta nos llevaría otro artículo completo y nos desviaría del apasionante tema de los códigos secretos.

La de los navajos es una lengua exclusivamente hablada, no tiene representación escrita, como la de los Cherokees, por eso, porque no había fuente a la que pudiera acudir el enemigo, era el vehículo perfecto para transmitir un código secreto. Por ejemplo, Estados Unidos en lengua Navaja se dice “Ne-he-mah”, que quiere decir “nuestra madre”. Llamar “nuestra madre” al país que te tiene encerrado en una reserva ruinosa y pestilente, mientras un montón de niños descendientes de holandeses o escoceses corretean por una verde e interminable y aromática pradera indica, a todas luces, que los navajos tienen a sus madres en un concepto muy bajo. Freud aparte, el ejército quitó las armas a los 29 navajos que luchaban en el Pacífico del sur y los recolocó en una palapa frente al mar, para que echaran a andar el famoso Código Navajo, un código tan competente que nunca pudo ser descifrado por el Ejército Imperial Japonés. El éxito fue de tal magnitud que el ejército de Estados Unidos fue a buscar a la reserva navaja otros cuatrocientos individuos para que apoyaran, con su lengua inexpugnable, a los 29 que ya trabajaban de sol a sol en el Pacífico del Sur.

Cuando acabó la guerra, el ejército victorioso, y severamente diezmado, regresó a su país, y los navajos regresaron a su reserva, sin ninguno de los privilegios que se daban a los soldados que no eran indios. El gobierno de Estados Unidos (de Ne-he-mah o nuestra madre) les escatimó el mérito y el reconocimiento hasta el año de 1968, cuando la historia de los navajos del Pacífico del sur comenzó a salir a la luz y se supo que a los integrantes de aquel curioso contingente militar se les llamaba windtalkers, los que hablan con el viento o, mejor, como el viento. En el año 2001 se colgó a los cinco windtalkers sobrevivientes que pudieron encontrar la medalla de oro del Congreso de Estados Unidos y, un año más tarde, el cineasta cantonés John Woo hizo una película sobre estos navajos heróicos (Windtalkers, 2002) estelarizada por el siempre sobreactuado Nicholas Cage. De todo esto me he venido a enterar porque hace unos días leí el obituario de Chester Nez, el último de aquellos navajos, que llegó a la vejez aquejado de diabetes, como todos los hombres de su tribu que sufren esta desgracia endémica, y sin los dos pies que tuvieron que amputarle por una complicación de la enfermedad. El último de los windtalkers murió hace unos días, a los 93 años, en Alburquerque, Nuevo México. Digamos, como homenaje, una frase sentida al viento.

Jordi Soler

Tomado de  http://www.milenio.com/blogs

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