El brutal crimen de
Estado y lesa humanidad perpetrado contra los jóvenes normalistas de
Ayotzinapa, Guerrero, que ha horrorizado a la sociedad mexicana y
provocado la indignación de millones de personas en el mundo, no ha sido
una acción aislada y excepcional, una falla esporádica del sistema,
sino una constante y sistemática política de Estado durante décadas.
Desde ese 2 de octubre de 1968 en que el Ejército y los cuerpos de
seguridad asesinaron a mansalva a un número indeterminado de estudiantes
en la Plaza de Tlatelolco.
Desde ese 10 de junio de 1971 en que el
grupo paramilitar los halcones, entrenado y al servicio del
Estado, disparó a discreción contra una manifestación estudiantil
pacífica en las calles de la ciudad de México. Desde la guerra sucia de
los años 70 y 80, cuando el territorio nacional, como hoy, se llenó de
cárceles y fosas clandestinas y los militares mexicanos tuvieron el
macabro privilegio de inaugurar los vuelos de la muerte,
técnicade desaparición forzada exportada por los asesores franceses en contrainsurgencia, que lanzaban al mar desde aviones a revolucionarios argelinos durante la lucha por la independencia.
De ahí la importancia y pertinencia de la Audiencia Temática sobre la
Destrucción de la Juventud y las Generaciones Futuras del Tribunal
Permanente de los Pueblos, capítulo México, que tendrá lugar del 8 al 10
de noviembre en el Museo de la Ciudad de México, y en cuyo proceso de
preparación de la acusación y de la audiencia, que duró más de un año,
han participado cientos de jóvenes de más de 20 estados del país. Cabe
señalar que el capítulo México del Tribunal Permanente de los Pueblos, a
partir del eje central de sus trabajos, El libre comercio, la violencia
estructural y la impunidad, llevará a cabo su audiencia final durante
los días 12, 13 y 15 de noviembre en el Centro Cultural Universitario.
La acusación en torno a la juventud parte de una autodefinición de
este sector, no sólo como un rango demográfico, el 32 por ciento del
total de la población del país, sino también como una relación social de
la actual mundialización del capital:
Somos la parte más agraviada de la nación destruida, del suelo ocupado. Somos la generación que nació con el libre comercio, la última generación joven del país. Somos las secuelas y vestigios de lo que el neoliberalismo aún no ha barrido. Somos el presente al que se le niega el pasado y se le cierra toda posibilidad de futuro. Somos las generaciones pasadas de un futuro que amenaza con no existir, las generaciones de un pasado liquidado. Somos las y los jóvenes de México, las y los condenados de la patria.
El documento base denuncia al Estado mexicano por entregar y destruir
a la juventud como parte del desmantelamiento y entrega del país.
Acusan al Estado mexicano en su conjunto, a los tres poderes de la
Unión: Ejecutivo, Legislativo y Judicial; a los gobiernos de todos los
presidentes desde Gustavo Díaz Ordaz a Enrique Peña Nieto; a quienes
firmaron el Tratado de Libre Comercio de América del Norte; al gobierno
de Estados Unidos y sus organismos de seguridad e inteligencia; a los
organismos internacionales como el Banco Mundial, el Fondo Monetario
Internacional, a la OEA y a los organismos de la ONU cómplices de los
crímenes que denuncian; a las empresas trasnacionales que saquean y
devastan el país; a los medios de comunicación que ocultan y tergiversan
la realidad de la nación ocupada; a los intelectuales, organizaciones
no gubernamentales e institutos al servicio de la injerencia extranjera;
a las universidades y centros de investigación impulsoras del proyecto
neoliberal; a las instancias y grupos criminales extraestatales, los
narcotraficantes, paramilitares y otros que resulten responsables.
Los jóvenes consideran que la modificación y creación de leyes para
reconfigurar el Estado al servicio del capital transnacional y del
imperialismo estadunidense ha significado en los hechos la declaración
de una guerra social asimétrica, general y permanente contra nuestros
pueblos, nuestra madre tierra, nuestra nación. “Una guerra que para
sostenerse requiere de aniquilar a la juventud y cerrarle el paso a las
generaciones futuras… Denunciamos que esta guerra es una guerra juvenicida. El juvenicidio en
este sentido es más que un homicidio de un joven; es cuando tratan de
arrebatarnos nuestra fuerza vital, nuestra humanidad y nuestra
potencialidad para trasformar la realidad, es decir, nuestra juventud”.
El Estado mexicano está enjuiciado por desvío de poder y por ser un
Estado criminal y deberá responder ante el Tribunal de los Pueblos y
ante los propios ciudadanos.
Gilberto López y Rivas/ La Jornada
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