martes, 12 de agosto de 2014

Fidel, mil gracias por haber existido para Cuba y para el mundo



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¡Felicidades, Fidel! Esa es la frase que ronda hoy, con emotividad sin límites, en cada uno de nuestras mentes y corazones.

Mil gracias por haber existido para Cuba y para todos los pueblos del mundo.

Especialmente para los que de alguna manera te cuidamos y evitamos que la mano asesina del Imperio cegara tu vida –lo que equivale a decir todo nuestro pueblo y, particularmente, nuestros abnegados compañeros del MININT y el MINFAR-, el tenerte presente nos honra y aumenta el compromiso hacia ti.

Seguimos con orgullo y dedicación aquella frase del inolvidable Carlos Rafael Rodríguez, expresada en el acto por el XX aniversario de la Revolución: “Cuidar a Fidel es cuidar a la Revolución en su conjunto. Fidel es el tesoro de nuestra patria, es el punto coagulante del proceso revolucionario”

Hoy, anciano pero con una mente prodigiosa, nos sirves de ejemplo diario para seguir conquistando el porvenir.

El 18 de mayo del 2004 te escribí una carta titulada “Carta de un gladiador a Fidel Castro”, la cual tiene total vigencia en cuanto retrata mis más profundos sentimientos hacia tu persona. La retomo de nuevo, junto a un poema que escribí, en donde se mantiene mi compromiso contigo, con Raúl, mi Partido y mi Revolución.

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Querido Fidel:

Cuando le vi Fidel, y también le escuché, aquel inolvidable 14 de mayo, al frente de su pueblo en el Malecón habanero, supe que estaba viviendo un momento histórico de sin par trascendencia. Nunca antes ni David, ni Meñique, habían alcanzado tan inigualable estatura al desafiar al poderoso Goliat. Nunca antes una voz se había levantado en nombre de la razón, para oponerse al desenfreno y a la impunidad, como lo hizo la suya en esta ocasión.

Para mí estaba claro. Usted no hablaba sólo por los cubanos, capaces de desafiar con heroísmo durante más de cuatro décadas al vecino todopoderoso, diestro en pisotear a los demás y dispuesto a endilgarle por la fuerza su voluntad. Hablaba por todos los que hemos sido excluidos y marginados durante siglos; hablaba por quienes albergamos en cualquier lugar del planeta la sana convicción de que un mundo mejor es posible. Hablaba por los que ya no están junto a nosotros y se nos fueron en el justo desafío por la vida y hablaba, por supuesto, por los que vendrán mañana y recibirán de nosotros nuestro optimismo y nuestra fe en la justicia.

Mientras usted leía su “Proclama de un adversario al gobierno de Estados Unidos”, muchos, como yo, experimentamos inenarrables emociones. Pero de todas ellas, tal vez la más significativa, fue el sentirnos más dignos que nunca, más capaces de estar prestos al sacrificio si el enemigo nos impone la contienda.

Más de una vez, cuando lejos de Cuba me enfrentaba, en su propio terreno, a aquellos que han fraguado crímenes horrendos contra este hermoso y valiente pueblo, me preguntaba sobre qué me podía motivar a permanecer allí, apegado al sacrificio de estar lejos de los míos y conviviendo con mafiosos y criminales. No me fue difícil encontrar la respuesta precisa: estaba allí para ser digno con los míos y, especial, para ser digno con usted.

Por eso ese viernes de marcha combativa, de puños levantados y de justos reclamos, supe una vez más dónde estaba mi preciso lugar. Supe que para mí, como para todos aquellos que lo acompañamos por el Malecón y por los que faltaron (pero estaban presentes en nosotros), no habría privilegio más grande que acompañarlo, como los hicieron con Espartaco una vez miles de gladiadores, en la gran marcha hacia la libertad. Sepa pues que allí estaremos, junto a usted, en el sagrado oficio de defender a la Patria, y de hacerla digna y grande para los que vendrán mañana.

Al escucharlo pensé en mis padres, no lo niego, anónimos soldados en la defensa de Cuba. Mi propia madre, que en su lecho de muerte proclamó: ¡Gracias, Fidel, por dejarme morir en tu tierra!, estaría aún más orgullosa de usted, como lo estuve yo ese día.

Por último, permítame sacar a la luz un poema que escribí en medio del mayor secreto, cuando Fraile llegaba a Cuba desde Miami en busca de su verdadera identidad, por breve que fuera el momento, y en el que expongo que ser soldado suyo ha sido, en mi vida, la más alta satisfacción que he experimentado. Son unas cuartillas de magro verso, pero escritas con el corazón, y así se las ofrezco, a usted y a Cuba, con el sólido compromiso de no fallarles jamás.

Yo me voy con Fidel,
para abrirle senderos de luz a la larga noche americana,
para llenar de fuegos al surco herido
y a contagiarlo de genuina esperanza.
Me voy con él, a devolverle el pan al marginado,
a poner una estrella sobre la frente
de todo aquel excluido y olvidado,
azotado y herido,
hecho girón amargo por el terco abandono.

Yo me voy con Fidel,
a reparar el desvelo de tanta madrugada;
a restañar heridas y a enmendar injusticias;
a tejer con las manos un mundo nuevo y promisorio
en el que habiten sueños satisfechos,
y a ofrecerle voz ronca a las campanas.

Yo me voy con Fidel,
a ponerle a las gentes alternativas de luz
en su cansancio;
a darle su estatura a la mañana,
a ofrecerle justo precio al sacrificio,
y a hacer que esta hora se prolongue
en un parto de tangible optimismo.

Yo me voy con Fidel.
para darle al pobre su bandera, su adarga y una espada de luz.
Me voy sin sobresaltos ni temores,
convencido,
para que viva eterna nuestra lucha y la sana ambición
que nos motiva,
más allá de los siglos,
más allá del recuerdo que dejemos
a los que nos prolongarán alguna vez.

Yo me voy con Fidel,
para inundar de verde olivo cada rincón del mundo
y para hacer del puño firme un arma poderosa,
y a la razón una verdad imbatible.

Me voy con él,
definitivamente,
a resolver conflictos y a repartir por todos lados
un poco de esperanza.
Me voy con él, como uno más
de los que apuestan por el futuro,
a hacerme eterno y necesario
en su trinchera.


Tanto yo, como todo nuestro pueblo, hemos realizado una jornada de puro y entrañable amor, alegría infinita y siembra de ideas, para honrar en sus fechas natales tanto a ti como a tu entrañable hermano: Hugo Rafael Chávez Frías. Ese ha sido el mejor regalo de tu pueblo, para ti y en su memoria.


Si tengo un hermano, tomando prestado el título de la canción de nuestro querido Silvio, servirá como motivo de recordación y respeto hacia ustedes dos, en ocasión de conmemorarse tu cumpleaños 88 y el 60 que cumpliría el entrañable, eterno y siempre presente Eterno Comandante de Venezuela Bolivariana, el 28 de julio pasado.

No hubo amistad más hermosa que la de ustedes. No hubo más lealtad que la que existió entre ambos. No ha habido en esta época seres más dignos para Nuestra América, la Patria Grande, que ustedes dos. Ambos son y serán dignos de imitar más allá de su muerte física.

Con profundo dolor, compartido por todos, escribiste al conocer la muerte del entrañable camarada: "El 5 de marzo, en horas de la tarde, falleció el mejor amigo que tuvo el pueblo cubano a lo largo de su historia".

Al despedirse de ti, Chávez te envió vía Twitter su penúltimo mensaje público, el 18 de febrero de 2013: 



 

Hugo Chávez y Fidel Castro

Luego Chávez escribiría su último tweet, sin perder un ápice del optimismo que lo caracterizó:




Como ve, Comandante, me privilegio de ser su compañero de trinchera hoy y en la circunstancia de ser agredidos. Allí estaré, humildemente, como un gladiador más, pero tal vez no diciéndole al nuevo emperador: “¡Salve, César”! Los que van a morir, te saludan. Nosotros, los hermanos de esta Isla ejemplar y digna, le diremos a ella, que es quien mejor merece nuestro saludo al partir al combate: ¡Salve, Cuba! Los que te defenderemos, te saludan.

¡Hasta la Victoria siempre!

Percy Francisco Alvarado Godoy (Fraile)

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