Mañana se cumplen,
exactamente, 16 años de que fuera revelada, por primera vez, mi identidad como
colaborador secreto de los Órganos de la Seguridad del Estado, por decisión
expresa de la más alta dirección del gobierno cubano.
Había yo, hasta ese momento,
22 largos años de trabajo anónimo, infiltrando no solo a diversos servicios de
inteligencia –lo que aún permanece en secreto-, sino a varios grupos
terroristas radicados en Miami, tales como el ala militar secreta de la FNCA,
Comandos L y el CID.
El afortunado periodista que
recibió esta valiosa información fue Timothy Golden, entonces reportero
estrella de The New York Times.
Saco a la luz este artículo
de mi autoría, publicado entonces en Granma Internacional, en que reflexiono
sobre este hecho, su importancia y cómo cambió mi vida.
A todos los que han
manipulado mi retorno a Cuba les recomiendo leerlo y variar su discurso falaz. Nunca
fui detectado por el enemigo, tampoco escapé, y muchos de ellos aún no se recuperan de la
sorpresa.
26 de marzo de 1999: 40 Aniversario de Los Órganos de la Seguridad del Estado. Junto a Raúl Castro, el Ministro del Interior, los agentes Julito, Félix y Berta. Villa Marista (Foto Inédita) |
Les dejo aquí el artículo de
marras, esperando una respuesta que nunca llegó, pues los grandes medios de
comunicación sirven, en última instancia, a los intereses de EE UU:
El mea culpa que aún le
falta reconocer al New York Times
El
escritor guatemalteco Percy Francisco Alvarado Godoy hubiera preferido
mantenerse combatiendo, de forma anónima, como siempre lo hizo, a favor de la
Revolución cubana, pero disciplinadamente acató la orden de brindar toda la
información que poseía al periodista de The New York Times, Timothy Golden, al
cual le relató "hombres y hechos que constituían un sagrado secreto para
mí hasta ese momento". Alvarado Godoy fue "testigo y participante de
planes de atentados contra instalaciones turísticas en Cuba", orientados
por la Fundación Nacional Cubano-Americana.
PERCY FRANCISCO ALVARADO
GODOY
Todo el mundo se sintió
conmocionado cuando el poderoso The New York Times reconoció, hace apenas unos
días, haber mantenido una cobertura distanciada de la realidad con respecto a
la existencia de armas biológicas y de destrucción masiva en Iraq, pretexto
esgrimido por la Administración de George W. Bush para invadir esa nación.
La amplia cobertura con la
que este importante medio abordó el tema iraquí en los meses antes de la
invasión, contribuyó en gran medida a que el pueblo norteamericano tuviera una
percepción errónea sobre las causas que provocaron el conflicto, a la par que
favoreció a la impunidad de la Casa Blanca en su campaña bélica internacional.
Con independencia del
reconocimiento de los errores por parte de la dirección del diario y de su
Defensor del Lector, el mea culpa no elimina las dudas sobre un posible
comprometimiento del periódico con los dictados de la Administración de Bush e,
incluso, su subordinación a los intereses gubernamentales, cosa que no es
totalmente nueva en los últimos tiempos. Muchos no olvidan el sometimiento de
las principales cadenas de televisión con respecto a las noticias a divulgar
bajo los requerimientos gobelinos de la Ley USA Patriot, impuestos por la Casa
Blanca a los medios de información norteamericanos.
El mea culpa, por tanto,
deja serias dudas, más si se tiene en cuenta que, salvo excepciones, la
cobertura del rotativo sobre distintos aspectos de la situación internacional
ha dejado mucho que desear por su parcialidad y su comprometimiento con la
extrema derecha norteamericana. Aún se recuerda cómo este periódico fue vocero
de los guerreristas de la Casa Blanca durante el conflicto en Viet Nam y su
postura incondicional hacia el aumento de la escalada militar en Indochina.
También, y no puede ocultarse, este rotativo santificó las criminales
agresiones a Panamá y Granada, de la misma manera que justificó los genocidas
bombardeos a Yugoslavia.
Otro hecho reprobable que lo
vincula a sórdidos manejos de la realidad y a hacer gala del veneno mediático,
fue la publicación el 5 de enero del 2003 de un artículo sobre Cuba. Bajo la
firma de Timothy Golden, The New York Times lanzó serias acusaciones contra la
Isla que no difieren en nada de los mismos perversos argumentos que siempre han
empleado los personeros del Gobierno norteamericano.
Si infames fueron la
excrecencias vertidas en el artículo de Golden al escribir sobre Cuba, todavía
más deleznables fueron sus calumnias al referirse a los Cinco Héroes Cubanos
que guardan injusta prisión en Estados Unidos. Con argumentos retorcidos trató
de presentar a estos luchadores antiterroristas como vulgares criminales y
espías, desvirtuando las verdaderas motivaciones que los llevaron a enfrentar
el más cruel terrorismo ejercido contra su Patria. En aquella ocasión, el
diario neoyorkino cometía uno de sus más atroces errores al comprometerse con
la mentira y dejar a un lado a la justicia y la razón.
THE NEW YORK TIMES, POSADA
CARRILES Y LA FNCA
Uno de los pocos momentos en
que el Times de New York abordó con seriedad el tema Cuba, fue la publicación
de dos reportajes en julio de 1998, en los cuales sus autores, Ann Louise
Bardach y Larry Rother, dan a conocer declaraciones del conocido terrorista
Luis Posada Carriles, en las que él acusó a la Fundación Nacional
Cubano-Americana de financiar los atentados cometidos contra hoteles en Cuba.
No omitió un solo detalle de
su fuga en Venezuela cuando purgaba una condena por su participación en la
voladura de un avión comercial cubano, hecho criminal que provocó la muerte a
73 personas inocentes. Fue un escape garantizado por la propia FNCA y así lo
declaró sin ambages.
Los articulistas también
destacaron el tácito reconocimiento de Posada Carriles sobre su involucramiento
en los atentados terroristas contra hoteles, discotecas y restaurantes de
Ciudad de La Habana y Varadero, hechos que provocaron la muerte al turista
italiano Fabio di Celmo, varios heridos y cuantiosos daños materiales. El
reclutamiento de mercenarios centroamericanos por parte de Posada Carriles para
ejecutar tales acciones, respondió, según él, a un plan organizado y financiado
desde Miami por parte de la Fundación Nacional Cubano-Americana (FNCA).
Luego de recibir la primera
estocada y rebasar la sorpresa, la FNCA intentó pasar a la contraofensiva,
anunciando que demandaría a The New York Times por difamación. Para ellos,
según su apreciación, no había un solo cabo suelto que pudiera colocarlos en una
situación desventajosa frente al rotativo neoyorkino. Se olvidaban, por
supuesto, de que yo había sido testigo y participante de estos planes de
atentado contra instalaciones turísticas cubanas y había recibido de parte de
altos directivos de la FNCA el dinero y las orientaciones para ejecutarlos. Se
olvidaban también que Pepe Hernández, su presidente, y dos de sus directores,
Arnaldo Monzón Plasencia y Horacio Salvador García Cordero, estaban
involucrados directamente en la planificación, financiamiento y organización de
los mismos. Se olvidaban, por último, que fueron ellos los que me pusieron en
contacto con Luis Posada Carriles para que este me entrenara y abasteciera con
los explosivos a detonar en el famoso cabaret Tropicana.
DE LO QUE NUNCA HUBO UN MEA
CULPA
The New York Times,
aparentemente interesado en esos momentos en profundizar en el tema del
terrorismo, así como protegiéndose de la amenaza de la FNCA de entablarle
pleito por difamación, envió a Cuba a uno de sus más sobresalientes reporteros,
Timothy Golden. Durante dos semanas, con la total cooperación de las
autoridades cubanas, este periodista recibió amplia información sobre la
participación de la FNCA y otros grupos terroristas en las agresiones contra la
Isla. Pudo entrevistarse con cinco centroamericanos detenidos en La Habana y
con varios oficiales de la Seguridad del Estado de Cuba, los que le impusieron
de minuciosa información al respecto.
El 12 de agosto de 1998 fue
recibido por el Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, Fidel
Castro, con quien mantuvo una larga conversación. De la misma manera, fue
atendido por Ricardo Alarcón de Quesada, presidente de la Asamblea Nacional del
Poder Popular. No existían dudas, pues, de que el periódico contaba con pruebas
suficientes para enfrentarse a la FNCA en un posible litigio legal, a la par
que con abundante información para realizar un serio y profundo trabajo en
relación con el tema en cuestión.
En mi caso particular,
manteniéndome yo todavía en mi condición de colaborador secreto de la Seguridad
cubana y encontrándome en Miami, infiltrado aún dentro del ala terrorista de la
FNCA y de otro grupo de similar condición, Cuba Independiente y Democrática
(CID), fui convocado a La Habana el 5 de agosto de 1998. Ya se había tomado la
decisión de "quemarme" en aras de denunciar el permanente terrorismo
contra nuestra Patria.
El 13 de agosto de 1998 me
entrevisté con Timothy Golden en una casa del reparto Siboney. Había recibido
instrucciones de la jefatura de que fuera franco y abierto con mi interlocutor,
y que debía atenerme a relatarle lo que había sido mi vida como luchador
antiterrorista. En sus ojos y en el resto de su gestualidad, no lo niego,
percibí el profundo interés por conocer al detalle mis vínculos con la FNCA y
Luis Posada Carriles. Me pareció, a qué negarlo, un periodista serio y
diligente.
Reconozco, sin embargo, que
fue difícil para mí ser sincero y abierto ante un periodista norteamericano
totalmente desconocido y ser precisamente yo, quien había guardado celosamente,
durante años, mi participación en este anónimo batallar, el llamado a relatarle
nombres y hechos que constituían un sagrado secreto para mí hasta ese momento.
Como me fue orientado, me apegué a la verdad y le narré todo, sin ocultar
detalles.
Fueron más de tres largas
horas de entrevista en las que Golden grabó y apuntó cada pormenor. Fumamos
ambos, hasta terminarnos una caja de mis cigarrillos. Él revisó todos mis
documentos de identificación con precisión y argucia. Luego nos despedimos con
un apretón de manos. Golden, mis compañeros y yo, lo sabíamos: Cuba había dado
a conocer a The New York Times a uno de sus más antiguos colaboradores en la
lucha contra el terrorismo, lo que constituía un importante sacrificio en
nombre de la verdad.
En un sospechoso silencio,
los meses transcurrieron y el diario no se dignaba a publicar noticia o
referencia alguna sobre las múltiples pruebas aportadas por Cuba. Para sorpresa
nuestra, treinta días después de mi entrevista con Golden fueron apresados
nuestros hermanos en Miami y recibieron el escarnio y el odio del grupo
intolerante de la extrema derecha miamense. La prensa y otros medios de
comunicación se pusieron al servicio de esos espurios intereses.
En reiteradas ocasiones me
pregunto: ¿Se hubiera podido desarrollar ese amañado juicio contra nuestros
Cinco Héroes en Miami, si Timothy Golden y The New York Times hubieran
publicado toda la verdad sobre el terrorismo contra Cuba? ¿Hubiera sido la
misma la suerte corrida por ellos e igual la percepción del público norteamericano?
¿Hubieran triunfado, acaso, con la misma facilidad como sucedió, la
intolerancia y el odio contra Cuba? ¿No se hubieran evitado tal vez, otros
hechos terroristas ocurridos con posterioridad a estos sucesos, como lo fue el
intento de asesinato a Fidel en Panamá o la infiltración de terroristas en
abril del 2001 con la finalidad de explotar bombas en Tropicana?
No cabe la menor duda de que
The New York Times tiene una gran deuda con Cuba y conmigo en particular. Una
gran deuda también con la verdad a la que traicionó por descarada omisión o por
cuestionable compromiso con la ultraderecha de Miami y con la Administración
norteamericana. Pero lo más objetable para un periódico son las deudas que
contrajo con sus propios lectores, a los que traicionó también y les despojó de
una importante verdad.
Si el diario se precia de
ser capaz de reparar errores, creo que ha llegado el momento de esgrimir un
sincero mea culpa por haber escondido la verdad en este capítulo del terrorismo
contra Cuba. Entonces, no lo niego, tendría razón Juan María Alponte, profesor
de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, cuando comentó en
un artículo aparecido el lunes 31 de mayo del 2004, en El Universal de México,
que "The New York Times, que rectifica y esclarece, con gran valor ético,
muchas de sus informaciones sobre Iraq, seguramente, desde esa admirable
autocrítica, el diario podrá observar los problemas mundiales, cubanos y
latinoamericanos, desde una perspectiva histórica que no da la razón a George
W. Bush".
Percy
Francisco Alvarado Godoy
Tomado de:
http://www.granma.cubasi.cu/secciones/comentarios/internac-24.htm
Mi agradecimiento de cubana por haber contribuido a salvar vidas. ¿Hablan estupideces y te ofenden? Ladran, compañero, ladran y es de impotencia. Tú, junto a nuestro pueblo cubano como un internacionalista inclaudicable querido y respetado, ellos revueltos de bilis porque cargan con la derrota onerosa que merece su vileza. Un fuerte y emocionado abrazo
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