“El 15 de septiembre, el Presidente Nixon informó al director de
la CIA, Richard Helms, que un gobierno allendista no era aceptable para
los Estados Unidos e instruyó a la CIA para que jugara un rol directo
en organizar un golpe de Estado en Chile para evitar que Allende
accediera a la presidencia”.
El relato corresponde al Informe Church del Senado estadounidense y
fue citado por la periodista Patricia Verdugo en el libro “Allende: Cómo
la Casa Blanca provocó su muerte”, que relata la directa intervención
de Estados Unidos en el proceso que generó el quiebre institucional de
1973.
EE.UU. seguía con atención a Allende desde antes que ganara las
elecciones del 4 de septiembre de 1970, pero intensificó sus acciones
luego que se concretara su triunfo en las urnas.
De acuerdo al historiador de la Universidad de Chile, Sergio Grez,
EE.UU. “comenzó a mover sus piezas en concomitancia con la extrema
derecha chilena”, esfuerzos a los que más tarde se sumarían los partidos
de derecha y sectores de la Democracia Cristiana que se oponían al
gobierno de la Unidad Popular.
De acuerdo a Eduardo Contreras, diputado comunista en 1973 y actual
abogado de DD.HH., el golpe se fraguó con activa participación de
sectores civiles, como el gremio de camioneros; medios de comunicación,
como El Mercurio, cuyo dueño Agustín Edwards se había reunido con el
mismísimo presidente Richard Nixon; y de grupos “ultra, fascistoides,
como Patria y Libertad, cuyo jefe es nada menos que decano de una
universidad ahora, don Pablo Rodríguez Grez, que fue una persona que
huyó del país y tiene una enorme responsabilidad en la preparación del
golpe”.
“Pero junto a ellos, están los partidos políticos de derecha y
centro. Nadie puede olvidar que en esta conjura también participó la
oposición al gobierno de la UP, y en esa oposición están los partidos de
derecha y la DC”, subraya.
De acuerdo al historiador Sergio Grez, Allende intentó un diálogo con
la DC cuando percibió “la gravedad de la situación”. En particular, se
reunió con Patricio Aylwin y el Cardenal Raúl Silva Henríquez. Pero las
conversaciones no fructificaron: “Se entrevistó en un par de
oportunidades personalmente con Aylwin, pero ante la intransigencia de
la DC, y de Aylwin particularmente, que tiene una responsabilidad muy
grande, se rindió a la evidencia de la inminencia del golpe de Estado.
Como una maniobra desesperada para evitar este desenlace trágico, se
decidió a llamar a un plebiscito, cuestión que ocurriría el mismo 11 de
septiembre o al día siguiente, como una manera para dirimir el conflicto
institucional”, dice.
No obstante, el tiempo se había acabado. Sectores de las Fuerzas
Armadas, principalmente de la Armada, ya habían puesto en marcha la
operación que acabó con el gobierno socialista.
Según Grez, Augusto Pinochet solo se unió a los golpistas cuando tuvo
seguridad sobre la maniobra: “Mientras no estuvo claro que el grueso
del Ejército se inclinaría por el golpe de Estado, Pinochet ocultó sus
intenciones, se mantuvo en una posición a la expectativa, simuló lealtad
al presidente Allende y al general Prats. Recordemos que el mismo día
11 de septiembre, Allende estaba preocupado por la suerte que le podría
estar ocurriendo al pobre Augusto. Finalmente, cuando percibió que el
viento soplaba a favor del golpe, sobre todo a instancias de las
presiones ejercidas por Merino, decidió ponerse a la cabeza de este
movimiento”, explica.
Según el periodista Manuel Salazar, coautor del libro “La historia
oculta del régimen militar”, Salvador Allende y sus asesores sabían
desde la noche del 10 de septiembre que las Fuerzas Armadas se
aprestaban a derrocar al gobierno. Aun así, creían que encontrarían
lealtad en Pinochet, Carabineros y algunos generales.
“La noche del 10 y la madrugada del 11, Allende está en su casa de
Tomás Moro con algunos de sus asesores principales: Augusto Olivares, el
periodista; Orlando Letelier, ministro de Defensa; Joan Garcés, asesor
español privado, entre otras personas. Mientras comían con Hortensia
Bussi e Isabel Allende, empiezan a recibir llamadas de distintas partes
del territorio nacional y de algunos dirigentes de partidos de la UP,
quienes indican que han recibido información de que se están movilizando
tropas. Más o menos desesperadamente, los ministros tratan de chequear
esta información. Allende, hasta ese instante, confiaba casi ciegamente
en la lealtad del general Pinochet, de Carabineros y de algunos
generales. Así lo había manifestado a algunos colaboradores. Consideraba
que parte importante del Ejército, si no todo, y al menos Carabineros,
respaldarían al gobierno de la UP. Solo tenía desconfianza y temor de la
Armada y la FACH”, narra.
El Golpe
Advertido que en la madrugada del 11 de septiembre, las Fuerzas
Armadas se habían tomado Valparaíso, el Presidente Allende se dirige
hacia La Moneda a las 7:20 am desde su residencia en Tomás Moro,
acompañado del Grupo de Amigos del Presidente (GAP), su servicio de
guardia personal.
Veinte minutos después el mandatario ya se encontraba en la Casa de
Gobierno y emite su primer mensaje a la nación, a través de Radio
Corporación, informando sobre un “levantamiento de la marinería”.
Sin embargo, al poco rato, el teniente coronel Roberto Guillard,
lanza la primera proclama militar, por medio de la denominada “Cadena
Democrática” formada por Radio Minería y Agricultura, donde emplaza a
Allende a dejar su cargo en manos de las Fuerzas Armadas y Carabineros,
quienes iniciarán “la histórica y responsable misión de luchar por la
liberación de la Patria del yugo marxista, y la restauración del orden y
de la institucionalidad (…)”.
La declaración, sostiene el coronel, es firmada por Augusto Pinochet
Ugarte, por el Ejército; Toribio Merino Castro, por la Armada; Gustavo
Leigh Guzmán, por la FACH, y César Mendoza Durán, de Carabineros.
Según Manuel Salazar, hasta ese momento el Presidente y los
dirigentes de la UP creían que podían contar con acciones de respaldo de
parte de las FF.AA. y los partidarios del gobierno: “Creían que frente a
un golpe iba a reaccionar el general Prats, muchas unidades se iban a
levantar en apoyo y que el pueblo, las bases de los partidos, los
obreros, empleados, las poblaciones, el aparato público, iban a salir a
las calles a defender al gobierno. Ninguna de esas cosas ocurre, salvo
contadas excepciones. Cuando escuchan el primer bando, se empiezan a dar
cuenta de que las Fuerzas Armadas están unidas a lo largo del país”,
indica.
El mensaje del coronel Guillard también daba un ultimátum para
quienes se encontraban a esa hora en La Moneda: si no desalojaban antes
de las 11, el palacio sería atacado “por aire y por tierra”.
Una vez que el personal abandona el lugar, en su mayoría mujeres y
las dos hijas del mandatario –Beatriz e Isabel-, Salvador Allende dirige
sus últimas palabras al país por Radio Magallanes – la única emisora
pro UP no silenciada a esas alturas-, asegurando, tal como ya se lo
había indicado a los golpistas, “que no se rendiría”.
“….mucho más temprano que tarde, se abrirán de nuevo las grandes
alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad
mejor. ¡Viva Chile!, ¡Viva el pueblo!, ¡Vivan los trabajadores! Éstas
son mis últimas palabras, teniendo la certeza de que mi sacrificio no
será en vano. Tengo la certeza de que, por lo menos, habrá una sanción
moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición”, declara
Allende, quizás avizorando lo que sucedería en las próximas horas.
Mientras los tanques abren fuego contra el palacio de Gobierno,
enfrentándose a miembros del GAP, el vicealmirante Patricio Carvajal
comunica a Augusto Pinochet la voluntad de Allende a “parlamentar”.
Aunque Pinochet confirma que sigue en pie la oferta de sacarlo del
país, “el avión se cae, viejo, cuando vaya volando”, agrega.
Alrededor del mediodía, la amenaza se cumple. Los Hawker Hunter de la
FACH, comandados por Mario López Tobar, disparan cuatro cohetes sobre
La Moneda, mientras otro grupo hace lo suyo en la casa de Allende.
Por años la identidad de los pilotos se mantuvo en secreto, hasta que
el periodista Eduardo Labarca reveló sus nombres en 2011. Junto a
Tobar, dispararon sobre el inmueble Ernesto González Yarra (Pekín) y
Fernando Rojas Vender (Rufián), quien llegó a ser comandante en jefe de
la FACH. Coordinando en tierra, estuvo el comandante Enrique Fernández
Cortéz (Gato).
En tanto, Tomás Moro fue atacada por el capitán Eitel von von
Mühlenbrock y el teniente Gustavo Leigh Yañez – hijo del comandante
Leigh-, quien “erró el blanco y bombardeó el hospital de la FACH, por lo
cual hasta su muerte era objeto de bromas en la institución”, relató
Labarca.
El resultado en La Moneda es devastador, aunque siendo las 2:30 de la
tarde los que quedan en el segundo piso del palacio insisten en no
rendirse, pese a que el primer piso está tomado por los militares.
Allende insta a su círculo cercano a bajar, afirmando que él lo hará al
final.
Mientras los bomberos intentan apagar el fuego sobre la Casa de
Gobierno, Carvajal le informa Pinochet sobre la muerte del mandatario.
En inglés, “por la posibilidad de interferencia”, le asegura que se ha
suicidado. Aunque la versión ha sido cuestionada a lo largo de los años,
el doctor Patricio Guijón dice haber presenciado cuando el presidente
se disparó en la barbilla, gritando “Allende no se rinde, milicos de
mierda”.
A las 3 se declara toque de queda en todo el territorio nacional,
mientras a las 6 de la tarde los comandantes de la Junta se reúnen en
la Escuela Militar, celebrando la toma del poder del país.
Según el periodista Manuel Salazar, Chile vivió esas horas
completamente polarizado y pocos sabían lo que realmente sucedería en
los próximos años: “Una mitad del país estaba sufriendo y la otra mitad
estaba celebrando lo que ocurría. Hay revistas y diarios donde se
sacaron botellas de champagne, mientras en otros medios llegaban los
militares, allanaban, detenían y llevaban a la gente a torturar. Fueron
muy pocas las personas que siendo opositoras a la UP, comprendieron lo
que estaba ocurriendo y qué iba a pasar en los años y meses
posteriores”, relata.
En lo siguiente, se declararon proscritos el Partido Comunista y
Socialista, mientras los restantes conglomerados fueron suspendidos con
la disolución del Congreso.
En zonas rurales se detuvo a varios de los dirigentes de la Reforma
Agraria, quienes en muchos casos fueron ejecutados en el mismo lugar de
su detención. Se llamó a delatar a los adherentes del Gobierno por
“traición a la Patria” y a aquellos que tuvieran cargos en
organizaciones sociales a entregarse a las comisarías “para regularizar
su situación”.
Se allanaron fábricas, reparticiones públicas y poblaciones como La
Legua, La Victoria y La Bandera, donde sus pobladores fueron detenidos
en masa. Al interior de la ex Universidad Técnica del Estado –actual
Usach-, hubo enfrentamientos con académicos y estudiantes y fue allí
donde se detuvo al cantautor Víctor Jara.
Se iniciaban así 16 años y medio de dictadura militar lideradas por
el general Augusto Pinochet, con las consabidas violaciones a los
derechos humanos, el establecimiento de un modelo económico neoliberal y
el quiebre de 50 años de institucionalidad democrática en Chile.
Por Radio U. de Chile
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