La
oposición venezolana se queda definitivamente sin táctica ni estrategia
para vencer al chavismo en una contienda electoral. Se intentó con la
clásica estructura de partidos tradicionales y no pudo ser. Se creó un
todos contra Chávez mediante una Mesa de Unidad Democrática y
fracasaron. Se corrieron hipócritamente hacia un nuevo eje político,
aparentemente al nuevo centro socioliberal, con un trastrocado Capriles
que defendía las Misiones y la Constitución como si fueran obra suya.
Pero tampoco les funcionó. En el siguiente intento, en el pasado 14 de
abril, eligieron el nombre de Simón Bolívar para su comando de campaña y
regalaron piropos a Chávez para granjear votos en un momento de duelo
con máxima emotividad política. De nuevo, medalla de plata en una
carrera en la que solamente competían dos modelos de país. Sin embargo,
el manual de la derecha latinoamericana es bien extenso. Si por la vía
electoral no fue posible, entonces la arremetida debía venir por el
flanco económico. Desde ese momento, la oposición política usó su
músculo económico para de-sestabilizar mediante técnicas –de golpe a
cámara lenta– de una burguesía importadora, rentista y especuladora. La
guerra económica había sido diseñada con precisión milimétrica en una
estrategia presumiblemente infalible: desabastecimiento, inflación
inducida, fuga de capitales y mercado ilegal de dólares. Todo ello
presentado en una planificada campaña de comunicación, nacional e
internacional, que azuzaba leña al fuego para crear las condiciones
objetivas y subjetivas para golpear al chavismo en una nueva disputa
electoral. En una operación cada vez más común desde la oposición, las
elecciones que realmente elegían alcaldes eran (mal)utilizadas para un
nuevo juicio final del chavismo. Esta vez, el presidente Maduro era el
objetivo de este propagado plebiscito. Según sus planes, la idea era
hacer la suma de votos municipales en el plano nacional para comenzar la
siguiente etapa: un revocatorio anticipado.
No obstante, ese libreto derrocador no contempla algunos aspectos
del nuevo cambio de época que vive América latina y, muy
particularmente, la Venezuela de Chávez. La guerra económica –en este
año– no pudo vencer a la democratización económica real llevada a cabo
por el chavismo durante su década ganada. El pueblo politizado tiene
memoria y no olvida a la ligera ese tránsito chavista a favor de la
erradicación de la deuda social, de redistribución de riqueza social, de
mejoras sociales, de soberanía en sectores estratégicos, de creación de
empleo, de un crecimiento distribuidor, de cambio del patrón de
acumulación. Es cierto que el chavismo tiene todavía grandes desafíos
estructurales en materia económica, pero esto no debe –ni puede–
eclipsar los logros alcanzados que permiten preocuparse por el largo
plazo gracias a haber resuelto muy satisfactoriamente las urgencias
sociales y económicas del corto plazo. Además, el intento de traer paz
económica siempre es más grato que aquellos que ejercen la guerra
económica. Las acciones tomadas por el chavismo desde la ley habilitante
han convencido de nuevo a la mayoría. Esta vez, Maduro hizo como
Chávez, dar un paso al frente, apropiarse de la agenda, sin miedos, y
sin negar la evidencia en materia de incremento de precios y falta de
algunos bienes. Frente a ello pasó a la ofensiva económica con una nueva
propuesta de orden económico interno apostando a caminar de la
estructura posneoliberal a otra de índole poscapitalista. Las prácticas
de un sector privado oligopólico, que se aprovecha de las mejoras
adquisitivas gracias a la política económica bolivariana y de cierto
desa-juste entre el crecimiento exponencial de la demanda y la
insuficiente oferta nacional fueron rechazadas por la mayoría en estas
elecciones. Visto de otra forma, el chavismo, con este apoyo electoral,
recibe un nuevo respaldo para seguir marchando por la senda de una nueva
política económica real que concilie acciones concretas para solventar
problemas coyunturales con estrategias que asienten las bases vigorosas
de un socialismo bolivariano.La derecha venezolana, y latinoamericana, no acaba de (re)conocer a su pueblo. Capriles, en su discurso ante la derrota, volvió a caer en un lugar común, que actualmente ya no engaña a nadie: “Venezuela es un país dividido”. Es ahora, cuando pierden elecciones, que se retoman este manido lema. Sin embargo, nunca hablaron de división cuando el modelo económico excluía a las mayorías para privilegiar a una minoría. No sabemos cuál será el próximo intento en Venezuela para tumbar al chavismo si éste sigue haciendo política para la mayoría. Pero algo sí es seguro, esta vez, la estrategia del plebiscito tuvo su efecto boomerang. ¿Habrá, tal vez, revocatorio para Capriles?
Por Alfredo Serrano Mancilla *
* Doctor en Economía, Centro Estratégico Latinoamericano Geopolítica (Celag).
http://www.pagina12.com.ar
No hay comentarios:
Publicar un comentario