En los últimos años,
Francia se ha reafirmado a sí misma en el escenario internacional de
forma muy activa –primero con el presidente Nicolás Sarkozy y aún más
con el presidente François Hollande. Como nación, encabezó a las
potencias occidentales para intervenir en Libia con tal de derrocar a
Muammar Kadafi. Impulsó la línea más dura de todas las potencias
occidentales en la Siria de Bashar al-Assad. Ha intervenido
unilateralmente en Malí para frenar el avance hacia el sur de los
movimientos armados islámicos. Hace poco, Hollande fue recibido
virtualmente como héroe en Israel por la línea dura que asumió en las
negociaciones con Siria e Irán. Y acaba de enviar tropas para intentar
restaurar el orden en la República Centroafricana.
Esta es la misma Francia que hace 10 años fue ridiculizada por el
Congreso estadunidense por su negativa a seguir la intervención
estadunidense en Irak, al punto de que el término
papas a la francesafue repudiado públicamente en Estados Unidos. Es ésta la misma Francia que no hace tanto renunció públicamente al concepto de Françafrique –el supuesto deber de Francia de mantener el orden de sus ex colonias– por no ser un comportamiento apropiado. ¿Qué fue lo que ocurrió que pueda explicar este vuelco?
Hay, por supuesto, algunos factores internos a Francia que
contribuyen con estos desarrollos. Debido a su historia colonial,
Francia tiene ahora un gran número de residentes y ciudadanos musulmanes
que en gran medida son desposeídos económicamente. Muchos de los
musulmanes más jóvenes se han vuelto más y más militantes y algunos de
ellos se ven atraídos a las versiones más radicales de la política
islamita. Aunque este viraje ha ocurrido por todo el mundo pan-europeo,
parece particularmente fuerte en Francia. Por tanto, evoca una reacción
política no sólo desde los grupos xenófobos de la extrema derecha, como
el Frente Nacional, sino de personas que mantienen versiones
irrenunciables de laicismo en la izquierda política. Hoy el ministro
socialista más popular parece ser el del Interior, Manuel Valls, cuya
actividad principal es tomar medidas extra fuertes contra los migrantes
ilegales, en su mayoría musulmanes, en Francia.
Es más, en un momento en que las ideas neoconservadoras parecen haber
pasado de moda en la política estadunidense, el equivalente francés que
se centra en el lema de la
responsabilidad de protegerRdP) se está volviendo más fuerte en Francia. Una de sus figuras principales, Bernard Kouchner, fundador de Médicos sin Fronteras, fue primer ministro en el gobierno de Sarkozy. Otra figura principal, Bernard-Henri Lévy, jugó un formidable papel de presión en las políticas gubernamentales de Sarkozy y lo sigue haciendo con Hollande.
Sin embargo, la explicación más grande puede ser externa –el papel
que Francia piensa que puede todavía jugar en el escenario mundial.
Desde 1945, Francia ha luchado por mantenerse como figura importante en
dicho escenario. Y en este esfuerzo siempre vio a Estados Unidos como la
fuerza central que intentaba disminuir su papel. La reafirmación del
papel mundial de Francia fue una preocupación primordial de Charles de
Gaulle. Fue éste un objetivo que persiguió de muchas maneras, desde su
temprano acercamiento con la Unión Soviética a la retirada de las tropas
francesas de la OTAN. Tejió una fuerte relación con Israel durante la
guerra de Argel, en un momento en que Naciones Unidas impulsaba una
política muy diferente. Fue Francia la que armó el ataque
israelí-franco-británico en Egipto en 1956. Lo cierto es que, una vez
que Argelia obtuvo su independencia en 1962, Francia terminó su especial
vínculo con Israel, más preocupado por renovar sus buenas relaciones
con sus ex-colonias del norte de África.
Esta política no ha sido meramente una política gaulista. Figuras no
gaulistas o anti gaulistas, como François Miterrand y Sarkozy, adoptaron
posturas gaulistas en múltiples ocasiones. De Churchill en la Segunda
Guerra Mundial a Obama hoy día, Estados Unidos y Gran Bretaña han
encontrado que, para su gusto, los líderes franceses son demasiado
pendencieros, demasiado difíciles de controlar.
Lo que permite esta vuelta actual a la agresividad es precisamente la
decadencia del poder efectivo de Estados Unidos en el escenario
mundial. Francia puede parecer de línea más dura contra el enemigo,
definido ahora como el enemigo islamita, que Estados Unidos. De nuevo,
después de una larga demora desde 1962, Israel puede ver en Francia a su
mejor amigo, aunque sea menos poderoso que Estados Unidos.
El problema para Francia es que, a pesar de que la decadencia
estadunidense le permita una posición retórica más fuerte, el nuevo
escenario geopolítico, algo caótico, no es uno donde Francia realmente
pueda remplazar a Estados Unidos como la línea dura. Hay otras naciones
poderosas involucradas en Medio Oriente como para que Francia juegue el
papel primordial ahí. Todavía menos puede tener Francia un papel
importante en Asia oriental, pese al hecho de que ha sido una potencia
central ahí.
El lugar donde Francia puede reasumir un papel central es África,
porque por el momento ni Gran Bretaña ni Estados Unidos están tan
preparados, por varias razones, para actuar como fuerza militar. Francia
está aprovechando la oportunidad. Y Hollande, pese a que en lo interno
crece su impopularidad, encuentra respaldo de la opinión pública para
este papel.
No obstante, esta clase de política agresiva tiene una vuelta
negativa importante, como Estados Unidos ya lo descubrió en Medio
Oriente. Puede ser muy difícil retirar las tropas propias una vez que
están ahí. Y la opinión pública en casa comienza a amargarse con las
intervenciones, y las comienza a ver como inútiles y fallidas.
Traducción: Ramón Vera Herrera
© Immanuel Wallerstein
http://www.jornada.unam.mx/2013/12/08/opinion/022a1mun
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