Desde
que el presidente Ricardo Martinelli llegó al poder en Panamá en 2009
su política exterior ha sido consistente con la búsqueda de alianzas
internacionales que le permitan promover sus negocios en la región e,
incluso, más allá. Recién llegado a la Presidencia, Martinelli pretendió
establecer un pacto entre los gobiernos derechistas de la región
(Calderón en México, Piñera en Chile y Uribe en Colombia). En su momento
trató de sumar a Lobo de Honduras y Cartes de Paraguay. La falta de
seriedad de sus propuestas despertó sospechas y fueron rechazadas por
los gobernantes conservadores.
La
reciente votación en la OEA provocada por el gobierno panameño fue una
oportunidad para que los gobernantes conservadores y progresistas de la
región se pusieran de acuerdo para apoyar a Venezuela. Los cuatro
gobiernos de la Alianza del Pacífico, cercanos a Washington, se
alinearon con los 5 países de ALBA, organización impulsada por Chávez.
Los 11 gobiernos intermedios – desde Guatemala, pasando por Brasil y
llegando a Paraguay – también rechazaron la ofensiva contra Venezuela.
Los 12 votos restantes del Caribe – Jamaica, Surinam y St. Kitts, entre
otros, – reiteraron su solidaridad con Venezuela.
En
el pasado hemos dicho que “la política exterior de Panamá está a la
deriva”. En esta oportunidad hay que señalar que quedó varada. Es
importante señalar que desde fines de la década de 1960 Panamá tuvo una
política exterior que reflejaba su política interna: Rescatar la
soberanía del país frente al neocolonialismo norteamericano y la
ocupación militar.
Después
de la invasión militar norteamericana de 1989 esta política ha cambiado
poco a poco. Con el presidente Martinelli dio un salto, pero con un
ingrediente aún mas preocupante. Al igual que en su política interior,
que ha sido marcada por la corrupción, todo indica que la política
exterior es dictada por intereses pecuniarios. La ‘seguridad nacional’
ha sido subordinada a la compra de equipo militar a empresas que son en
estos momentos sujetos de juicios en Italia. En el caso de las
relaciones comerciales con Venezuela, los personeros de Martinelli
condicionaron sus favores a cambio de comisiones para destrabar el pago
de deudas que quieren cobrar comerciantes de la Zona Libre de Colón.
En
Panamá sectores de la clase empresarial han apoyado a Martinelli con la
lógica que es un ‘mal menor’ comparado a los gobernantes bolivarianos
en Venezuela. Otros, con problemas de visas, quieren congraciarse con la
embajada de EEUU. Como país, Martinelli nos ha hecho retroceder
peligrosamente, poniendo en peligro la soberanía nacional.
En
política exterior hay una diferencia muy grande entre los que se
autodenominan conservadores, reaccionarios o de derecha y los otros
llamados progresistas o de izquierda. Mientras que los derechistas
justifican el derrocamiento de gobiernos democráticos para reemplazarlos
con dictaduras, los movimientos progresistas luchan contra los
regímenes dictatoriales para sustituirlos con gobiernos elegidos
democráticamente.
Los
ejemplos están a la orden del día en la historia reciente de América
latina. Con el apoyo de EEUU, la derecha política en la región abanicó
los golpes militares de Castillo Armas (Guatemala), Pérez Jiménez
(Venezuela), Stroessner (Paraguay), Pinochet (Chile) y muchos más. Todos
tienen en común que pusieron fin a gobiernos elegidos democráticamente.
En cambio los izquierdistas se han destacado por sus intentos de
desplazar del poder a dictadores de derecha que desprecian las reglas de
la democracia. Los ejemplos son muchos y mencionaremos unos pocos: El
FMLN (El Salvador), el MST (Brasil), los Tupamaros (en Uruguay).
En
el caso actual de Venezuela, la derecha logró unirse políticamente
después que triunfara el presidente Hugo Chávez en las urnas en 1998. La
coalición conservadora ha sido derrotada 11 veces en consultas
democráticas entre 2000 y 2013. En la última experiencia electoral de
2013, con motivo de la muerte de Chávez, Nicolás Maduro recibió el apoyo
de los venezolanos. Sin embargo, desde 2002, la meta de la derecha
venezolana no es ganar elecciones. Su objetivo es derrocar por la vía de
la violencia al gobierno democráticamente elegido para lo cual recibe
apoyo de EEUU. En los corredores diplomáticos, los líderes
latinoamericanos le han manifestado a Washington la conveniencia de que
Venezuela defina su futuro en las urnas y no por medio de la violencia.
EEUU ha hecho caso omiso de estas recomendaciones.
Para
sorpresa de la región latinoamericana y, particularmente, para los
panameños, el gobierno del presidente Martinelli rompió filas y se
convirtió en vocero de EEUU en la Organización de Estados Americanos
(OEA). La OEA rechazó la solicitud panameña de convocar una reunión de
cancilleres y optó por una reunión de embajadores. EEUU aparentemente
pretendía que la OEA se convirtiera en su portavoz internacional para
socavar los cimientos populares de la revolución bolivariana. En vez de
presentar su posición (gastada y desprestigiada), Washington le pidió a
Panamá que lo hiciera.
La
reunión se efectuó y con una votación de 29 a favor y tres en contra,
la OEA decidió darle su apoyo al gobierno democrático de la revolución
bolivariana. La iniciativa panameña tuvo dos grandes perdedores: En
primer lugar, EEUU que quedó aislada diplomática y políticamente en el
hemisferio occidental. En segundo lugar, el gobierno panameño que hizo
el papel de bufón.
Marco A. Gandásegui
- Marco A. Gandásegui,
hijo, profesor de Sociología de la Universidad de Panamá e
investigador asociado del Centro de Estudios Latinoamericanos Justo
Arosemena (CELA)
www.marcoagandasegui14.blogspot.com
www.salacela.net
Tomado de http://www.alainet.org
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