Nunca es fácil para un imperio
administrar la declinación de su
presencia global. No lo fue para
el Reino Unido ni para Francia
tras la Segunda Guerra Mundial;
tampoco para Rusia al
desaparecer la Unión Soviética.
La nueva estrategia militar de
Washington refleja una sombría
situación interna y externa en
Estados Unidos.
Eso piensa Michael Klare,
profesor del New Hampshire
College, en Amherst
(Massachusetts) y así lo
manifiesta en su ensayo titulado
“Nueva estrategia militar
norteamericana” publicado en
marzo de 2014 por Le Monde
Diplomatique.
Hace dos años, Barack Obama
anunció una nueva estrategia de
defensa para Estados Unidos que
incluía una reducción de las
dimensiones de su ejército, el
incremento de los preparativos
para la ciberguerra, las
operaciones especiales y el
control de los mares; la
reducción de las misiones de
mecanizados terrestres de
combate en Europa y las
operaciones contrainsurgentes en
Afganistán y en Pakistán, así
como concentrar la atención de
su defensa en Asia y el
Pacífico, con la vista puesta en
China.
El secretario de Defensa, Leon
Panetta, anunció entonces que la
fuerza interaliada
estadounidense sería aligerada y
perfeccionada tecnológicamente
para hacerse más ágil, flexible,
innovadora y capaz de
desplegarse rápidamente.
Dice Michael Klare, que en
verdad esto demuestra que la
crisis económica y la deuda
pública han debilitado hasta tal
punto a Estados Unidos que le
han hecho explotar.
En virtud del Acta de Control
Presupuestario de 2011, el
presupuesto del Departamento de
Defensa será recortado en
487.000 millones de dólares en
el transcurso de los próximos
diez años. Y es posible que haya
recortes más importantes aun, si
no se ponen de acuerdo
republicanos y demócratas sobre
otras medidas económicas. Esta
política, que apunta a
constituir una fuerza militar
más restringida pero mejor
adaptada a futuros peligros
potenciales, puede percibirse
como respuesta pragmática al
contexto económico y geopolítico
en transformación.
Klare estima que Estados Unidos,
ante el surgimiento de rivales
ambiciosos y con el inevitable
desgaste de su estatus de
superpotencia única, quiere
perpetuar su supremacía mundial
manteniendo superioridad en los
conflictos decisivos y en las
zonas clave del planeta; según
su criterio, en la periferia
marítima de Asia, según un arco
que se extiende desde el Golfo
Pérsico hasta el Océano Índico,
el Mar de China y el noroeste
del Pacífico.
Para ello, el Pentágono se
dedicará a conservar su
superioridad en aire y mar así
como en el dominio de la
ciberguerra y de la tecnología
espacial.
El contraterrorismo, que es un
aspecto central de la política
de defensa estadounidense, será
delegado en gran parte a fuerzas
de elite, equipadas con drones
de combate y material
ultramoderno.
Pero no por ello tiene el
Pentágono la intención de
abandonar todos sus
“compromisos” militares en el
extranjero. Su nueva política de
defensa elige, según Klare, la
vía de reducir su implicación en
algunas regiones, en particular
Europa, y reforzar su presencia
en otras.
Durante un discurso en
Washington en noviembre de 2011
el secretario de Estado adjunto
William J. Burns señalaba que
“En el transcurso de las
próximas décadas, el Pacífico se
convertirá en la parte más
dinámica e importante para los
intereses de Washington. Para
responder a los hondos cambios
en Asia, debemos desarrollar una
arquitectura diplomática,
económica y de seguridad que
pueda estar a la altura de estos
cambios”.
Como parte de esta estrategia,
que tiene implícito el objetivo
de contrarrestar el ascenso de
China y su influencia en el
Sudeste Asiático, la Casa Blanca
intensifica la promoción del
comercio con Asia y milita
fervientemente a favor de un
Acuerdo Estratégico
Trans-Pacífico de Asociación
Económica (TPP) que excluya a
China.
Según Estados Unidos, la
prosperidad de sus aliados en
Asia depende de la libertad de
acceso que Washington tenga al
Pacífico y al Océano Índico,
condición indispensable para
importar de ellos materias
primas (en especial petróleo) y
exportarles sus productos
manufacturados.
El Pentágono espera, con este
vasto proyecto geopolítico, una
transformación del ejército
estadounidense que aumentará su
peso institucional y concentrará
su presencia, la proyección de
su poder y su fuerza de
“disuasión” en Asia-Pacífico.
Estados Unidos prevé además
invertir sumas considerables en
armas destinadas a contrarrestar
estrategias irregulares de
enemigos potenciales que
utilicen “medios asimétricos”
para vencer o inmovilizar a las
tropas estadounidenses.
Peculiar accionar de un imperio
en decadencia que, en cruel
esfuerzo por mantener su
vigencia como superpotencia
única en el mundo que llegó a
ser, no se resigna a acudir a
soluciones distintas a la
violencia que sean compatibles
con las normas del derecho
internacional que garantizan la
igualdad soberana de los
Estados.
Manuel E. Yepe
Cubaperiodistas.cu
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