En menos de un año volverá a las sombras, corriendo la suerte de todos
los presidentes de Estados Unidos que, como lo observara con clarividencia Juan
Bosch en El Pentagonismo, una vez que dejan la Casa Blanca su voz se desdibuja
por completo hasta tornarse inaudible en medio de la engañosa vocinglería que
fomenta la dictadura mediática. Como salvo escasísimas excepciones no son
estadistas sino apenas funcionarios surgidos de una tramposa maquinaria electoral,
una vez que salen del locus del poder formal rápidamente se convierten en
oscuros “don nadies.” Sus promesas y opiniones sólo cuentan mientras habiten en
la Casa Blanca. Una vez salidos de ella nada pueden hacer.
A Obama le queda menos de un año para hacer lo que dijo que quería hacer: normalizar las relaciones con Cuba –digo: normalizarlas en serio, sin bloqueos ni agresiones financieras- e iniciar una nueva etapa en las relaciones bilaterales. A ello se le opone una importante parte del Congreso, que en su decadencia se convirtió en el refugio de una turba impresentable de ignorantes y reaccionarios de diversos pelajes (salvo unas pocas excepciones, por supuesto) y no pocos sectores de su administración. Pero la mayoría del pueblo norteamericano quiere acabar con esa escandalosa rémora de la Guerra Fría y poder viajar y conocer a Cuba y sus gentes; disfrutar de la maravilla de su cultura, su música, sus bailes, sus playas y el sabor de sus rones y sus puros. De la misma opinión es buena parte del mundo empresarial, que ve como algunos jugosos negocios se le escurren entre los dedos por el intransigente veto de algunas agencias del gobierno federal. En suma, si Obama quisiera debilitar significativamente al bloqueo está en él poder hacerlo. Pero no lo hace.
En otras palabras: ¿cuál es el verdadero Obama? ¿El que habla bonito o el
que sigue actuando como un frío cancerbero imperial? Su dualidad desvirtúa el
valor de sus palabras. Si quiere pasar a la historia como el presidente que
puso fin a una injusticia tan enorme como el bloqueo impuesto contra la Cuba
revolucionaria tiene que comenzar a actuar ya, sin más demoras. Si lo hace
habrá probado que tiene pasta de estadista, poseedor de una visión que se eleva
por encima de las presiones y los aprietes de la mafia anticastrista y sus
poderosos lobistas. Si cede ante ellos su suerte estará echada. No sé si será
consciente que su único mérito real al concluir su presidencia sería el haber
sentado las bases para acabar con el bloqueo. De la lectura de su reciente, y
final, discurso sobre “El Estado de la Unión” del 13 de Enero del corriente año
se desprende que su política migratoria fracasó, la reforma financiera fue un
fiasco, y casi otro tanto puede decirse de la que intentó en el sector salud.
El desempeño económico es apenas mediocre y en la arena internacional cosechó
un traspié tras otro. Por una de esas raras paradojas de la historia sólo le
queda Cuba para anotarse un éxito duradero y aprobar el examen. Pero tiene que
apurarse. Le queda muy poco tiempo.
Atilio Borón
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