El último libro del Nuevo Testamento es el de
las revelaciones o del Apocalipsis. Se considera un texto profético, poblado de
multitud de símbolos que permiten diversas interpretaciones. Su contenido alude
a la existencia de cuatro jinetes que representan la victoria, la guerra, el
hambre y la muerte.
Se supone que el Apocalipsis fue escrito a
comienzos de la segunda centuria después de Cristo, cuando el territorio de lo
que hoy se llama Medio Oriente vivía persecuciones, angustias, destrucción y
muerte por parte de los poderosos. En ese sentido, una visión moderna del
asunto nos llevaría a pensar que veinte siglos después y en ese mismo
territorio nuevamente han manifestado su presencia los cuatro jinetes: la
"victoria" de la política de Estados Unidos en la región, está
significando similares situaciones de guerra, hambre y muerte que traen los
nuevos equinos que han llegado cabalgando bajo la fusta y el látigo de la
potencia norteamericana: Israel, Turquía y Arabia Saudita.
Un quinto jinete ha conmocionado a Occidente. Las gigantescas masas de
migrantes, consecuencia de la guerra, la exclusión, la persecución y la muerte
"amenazan" con vulnerar la tan cacareada estabilidad europea,
construida a partir de la riqueza expoliada durante siglos de vandalismo
colonial. Por otro lado, el factor "energía" y en particular la
producción petrolera se han transformado en un elemento omnipresente en esta
maraña de variables que han inaugurado un nuevo año para el planeta.
A diferencia de la guerra fría, en la cual el elemento ideológico era el
único ordenador de las relaciones internacionales, las constantes mutaciones
del sistema internacional en los últimos 25 años han complejizado el análisis
que ha dejado de ser dicotómico para complicarse por su carácter
multifactorial. De ahí las dificultades para construir una opinión objetiva,
liberada de sesgos emocionales. En años recientes, los poderosos medios de
comunicación contribuyen a crear una imagen que magnifica y
"embellece" el papel de las potencias imperiales en el proceso
permanente de destrucción del planeta mediante el avasallamiento y la barbarie.
En esa medida, lo que es incorrecto y repudiado en algunos países, es bendecido
y aceptado en otros. En ningún lugar del planeta, eso es tan evidente como en
el Medio Oriente.
Estados Unidos, actuando como jinete portador de la victoria, agita su
látigo para regular el galope de los países de la región, pasando por encima de
la antigua contradicción entre "árabes e israelitas" que
caracterizaba el mundo de la guerra fría. Así ha logrado articular, -superando
contradicciones aparentes- a viejos contrincantes como Israel, Turquía, Arabia
Saudita y las monarquías sunitas del Golfo Pérsico.
El devenir de los acontecimientos en el transcurso de este siglo ha
trastocado la realidad del pasado en la que los países árabes permanecían
unidos en su apoyo a la lucha del pueblo palestino en contra del sionismo. Hoy,
la configuración que Estados Unidos ha dado al sistema internacional a partir
de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 indujo a la
construcción de un enemigo etéreo como el terrorismo, toda vez, que la potencia
norteamericana es la que define, delimita y establece quién es ese enemigo,
cómo y dónde combatirlo a partir de sus propios intereses y los de sus aliados
de la OTAN.
Eso lo llevó a apoyar el golpe de Estado en Ucrania, detrás del cual se
esconde su pretendido afán de extender los límites de la alianza atlántica
hacia el este o de hacer exigencias inauditas a Irán respecto de su programa
nuclear, mientras calla y oculta la existencia del arsenal atómico de Israel.
Persigue supuestas violaciones de derechos humanos en Siria, pretendiendo con
ello el derrocamiento de su presidente, pero obvia las múltiples aberraciones
que se cometen en Turquía, donde su presidente incluso se permitió venerar
públicamente a Adolfo Hitler. Se suponen adalides de la democracia en América
Latina, pero soslayan su existencia en Arabia Saudita donde no hay parlamento,
partidos políticos, sindicatos, ni prensa libre y donde las ejecuciones
sumarias en las que se violentan las normas más elementales del derecho son
cosa de todos los días. En este ámbito, Arabia Saudita, compite con el Estado
Islámico en la aplicación de una visión extremista y fundamentalista del islam.
Si viviéramos en un mundo de justicia, la monarquía saudita debería ser
execrada del sistema internacional como en su momento lo fue el apartheid de
Sudáfrica, pero tal como con aquel, hoy Estados Unidos protege y soporta las
peores satrapías de las que se tiene conocimiento en el siglo XXI, que son las
cometidas por sus aliados del Medio Oriente.
En la implementación de esta calamidad del siglo XXI, turcos y saudíes,
-olvidando las diferencias generadas tras el derrocamiento en Egipto de Mohamed
Morsi en 2013, aliado de Turquía y enemigo de la monarquía gobernante en Riad,
wahabitas saudíes y Hermanos Musulmanes turcos (suníes y fundamentalistas
ambos)- han acordado una posición común respecto del conflicto sirio, después
de la visita del presidente Erdogan a la nación árabe el pasado 29 de
diciembre. Es conocida la posición de apoyo de ambos países a las fuerzas
terroristas (también sunitas) que asolan Siria e Irak, violando con esto las
decisiones del Consejo de Seguridad de la ONU que han llamado a establecer
negociaciones pacíficas entre las partes en conflicto.
En este ámbito, también se inscribe el reciente acercamiento entre
Israel y Turquía quienes han logrado un acuerdo de reconciliación a fin de
restablecer sus relaciones congeladas tras el asalto del ejército sionista a
una flotilla humanitaria que pretendía llevar ayuda a la asediada Gaza y en la
que fueron asesinados 10 activistas turcos. Curiosamente, el acuerdo por parte
de Israel no fue firmado por una autoridad diplomática sino por el nuevo jefe
del Servicio Secreto (Mossad) Yosi Cohen. Es elemental preguntarse qué
objetivos pudiera perseguir un acuerdo internacional firmado por la más alta
autoridad de los servicios de inteligencia de un país.
En el trasfondo, Turquía está buscando alternativas al cese de los
abastecimientos de petróleo y gas que le proveía Rusia, -que alcanzan el 55% de
sus necesidades- después del derribo del avión ruso en Siria, y al parecer ha
pensado que Israel puede solucionar esa demanda a partir del gas que explota
ilegalmente en Palestina. Erdogan ha sido enfático en afirmar que ambos países
se necesitan mutuamente, "Israel necesita a un país como Turquía en la
región. Nosotros también debemos admitir que necesitamos a Israel".
Resulta también particular que estas declaraciones se produjeran después que el
gobernante de Ankara regresara de su viaje a Arabia Saudita.
Cerrando el círculo, es menester recordar que Israel y Arabia Saudita,
enemigos durante el siglo pasado, vienen negociando en secreto un acuerdo de
cooperación militar desde hace casi 3 años. Esta colaboración se ha
materializado durante la intervención saudita en Yemen donde los pilotos de la
fuerza aérea sionista realizan bombardeos como parte de la coalición liderada
por Arabia Saudita.
Así, estos modernos jinetes apocalípticos se preparan, conjeturan,
conversan, superan sus diferencias y buscan senderos comunes para plagar la
región nuevamente de muerte, hambre y guerra, no importa que sean musulmanes o
sionistas.
Sergio Rodriguez Gelfenstein AVN
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