Conocí a Ricardo
Durán por breves horas y la noticia de su muerte me ha conmocionado por lo
inconcebible de este crimen atroz e innecesario. Detrás de su muerte están
quienes temieron a su voz, a su oficio a favor de la verdad y a su empeño por
desnudar campañas y planes contra la Revolución Bolivariana que tanto defendió.
Los pocos momentos
juntos, acompañados de Mario Silva, sirvieron para aquilatar la inmensa valía
de este hombre sereno, callado, pero lleno de vitalidad. Hoy, Ricardo, tu
pueblo te abraza en el martirologio fecundo de sus muertos, los que lejos de
dejar sombras detrás de ellos sirven para dar luz fecunda y esperanzadora.
Sirva tu muerte,
Ricardo, como advertencia al pusilánime, para el incauto, para el traidor, para
el que se cansó demasiado temprano, para el que usó al chavismo como catapulta
para sus propias ambiciones y, sobre todo, para el que aún confía en una
derecha –intrínsecamente fascista– llena de odios e impotencia, que arrasará
salvajemente con todo aquel que se enfrentó a ella.
Tu cuerpo joven ha de
ser semilla para la intransigencia, para despertar conciencia, para sacar a las
gentes del conformismo y el cansancio, para honrar tu ejemplo como humilde
soldado de Hugo Chávez, de los verdaderos, por supuesto.
Percy Francisco Alvarado
Godoy
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