El domingo 24 de noviembre de 2013 representantes de los
Estados Unidos, otras cuatro potencias nucleares (Rusia; Inglaterra,
Francia y China) y Alemania, llegaron a un acuerdo junto a la diplomacia
iraní, alcanzando un nuevo nivel en el Sistema Internacional. Por
primera vez en 35 años hubo una posibilidad real de distensión entre la
superpotencia global y la potencia regional persa. Al aceptar plenas
condiciones para que la Agencia Internacional de Energía Atomica (IAEA)
tenga libre tránsito en su territorio, la cancillería de Hassan Rouhani
garante el mantenimiento de las investigaciones científicas y aleja el
riesgo del inminente conflicto bélico.
Después del fiasco del bombardeo no realizado contra las bases del
gobierno de Assad en Siria, el Departamento de Estado bajo el mando de
John Kerry consigue una relevante victoria puntual. Un Irán fuerte y con
condiciones de resurgimiento económico luego de la suspensión parcial
del bloqueo es fundamental para la política de pesos y contrapesos en la
región.
El primer contrapeso es estratégico. No es del interés de los Estados
Unidos que la Rusia de Vladimir Putin tenga –de forma permanente– al
Irán (chíita y teocrático) como socio preferencial en la región. Tal
alianza subordinaría Teherán a Moscú y reforzaría la posición rusa de
reconstrucción de la Comunidad Euroasiática (incluyendo estados
musulmanes ex miembros de la Unión Soviética). Un Irán con política
exterior independiente es un freno para el expansionismo de Putin. Por
más distante que sea del ideal liberal-democrático, el Estado persa es
un pívot geopolítico relevante y opera como factor de cohesión y
estabilidad para el mundo islámico.
Ya el segundo y tercer contrapesos son más delicados. Estados árabes
despóticos aliados de los EE.UU. como Arabia Saudita y Qatar transfieren
recursos millonarios en apoyo a los integristas sunitas en Siria e
Irak. Tales facciones de Al-Qaeda están en conflicto directo con la
Guardia Revolucionaria iraní y Hezbollah (chíita libanés), los dos
últimos soportes del gobierno del clan Assad. Un Irán fortalecido
implica en la reducción del doble juego de estas monarquías, que al
mismo tiempo que son aliadas comerciales de los EE.UU. también apoyan
–como financiadoras– las redes terroristas que estos combaten en su
“guerra contra el terror”. Por fin, el
tercer contrapeso ya fue manifestado por el gabinete de Netanyahu,
clasificandoel acuerdo como “error histórico”. Tel Aviv teme que la
política exterior de los Estados Unidos no tenga más –paulatinamente–
una alineación automática de la superpotencia con Israel.
Bruno Lima Rocha, es politólogo (phd), profesor de relaciones internacionales y periodista profesional.
www.estrategiaeanalise.com.br
blimarocha@gmail.com
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