Desde hace casi dos décadas, un destacamento de
soldados bolivianos se turna, cada seis meses, para integrar la Fuerza de Paz de Naciones
Unidas en la República Democrática
del Congo. En el curso de ese tiempo, han ocurrido enfrentamientos armados
entre bandos rivales, en 2001 asesinaron al presidente Laurent Kabila, padre
del actual mandatario, y los Cascos Azules de la ONU no intervinieron para nada.
En el Congo, como en otros lugares, la fuerza
militar de Naciones Unidas no cumple funciones de paz; se ha convertido en una
fuerza de ocupación. Esto puede constatarse con absoluta claridad precisamente
en aquel país tan castigado por su riqueza. Tan castigado, que alrededor de 4
mil niños son usados en tareas militares, desde porteadores hasta
francotiradores.
Mientras tanto, la Fuerza Especial de Naciones
Unidas en el Congo no está en el centro de este conflicto que se eterniza desde
hace medio siglo. Está en el este, en los alrededores de Goma, donde hay otra
guerra, en la que intervienen esta vez tropas de los países vecinos,
esclavizando a los congoleños para que exploten coltán. ¿Escuchó o leyó antes
esa palabra? Posiblemente no, como le ocurre a millones de personas que, sin
embargo, usan equipos fabricados con este mineral. Coltán es la combinación de
dos términos: colombio y tantalio. Es un mineral muy raro y más del 80% se
concentra precisamente en la parte oriental de esta república. La capital,
Kinshasa, se halla en el extremo occidental, de modo que su principal riqueza
está al otro lado de una selva casi impenetrable. Dos millones 300 mil
kilómetros cuadrados, más del doble de Bolivia, están habitados por 70 millones
de personas que, viviendo en la extrema pobreza, tienen una esperanza de vida
apenas de 47 años.
El coltán se extrae con los mismos métodos
rudimentarios que usan los buscadores de oro: con un plato ancho y plano, en
que se hace girar el líquido hasta dejar los cuerpos más pesados; el resto es
una selección de ojo experto. El experto es el mismo buscador, pero lo que
encuentre no será para él, sino para los guardias de Ruanda, Uganda y Burundi
o, mejor dicho, para los jefes de las bandas en que se han convertido los
ejércitos de aquellos países.
La ocupación de área potencialmente rica en
coltán es mantenida con un permanente apronte bélico de los ocupantes. En
ocasiones, hay presiones de una u otra parte que derivan en cruentos
enfrentamientos armados. Sin embargo, la mayor área está en manos del ejército
ruandés. Desde Kinshasa, poco a nada puede hacerse, aunque se mantienen
relaciones diplomáticas con esos tres países y no parece haber malos entendidos.
No pareciera tampoco que le estuvieran robando una de sus mayores riquezas.
Pero ni siquiera son aquellos vecinos salteadores,
los verdaderos beneficiarios de ese ilegal comercio que se expresa en tan raro
mineral. El coltán se usa en la fabricación de teléfonos móviles, GPS,
satélites artificiales, armas teledirigidas, televisores de plasma,
videoconsolas, ordenadores portátiles, PDAs, MP3, MP4, cohetes espaciales,
misiles y otras cosas por el estilo. De modo que, los beneficiarios de esa
explotación son las conocidas empresas Nokia, Samsung, Motorola, Sony Ericsson,
LG, Blackberry, Mac Intosh, Dell, hp, Nintendo y otras muchas dedicadas a este
ramo.
Volvamos a la tarea de las Fuerzas Especiales
de la ONU en el
Congo, donde se hallan desde los ’90 del siglo pasado. Entre 200 y 300 soldados
y oficiales bolivianos integran esa unidad que, como ya dijimos, se ha
convertido en fuerza de ocupación. Se hallan allí y no intervienen en la
abierta invasión de los ejércitos vecinos. Se limitan a controlar que la
violencia no pase de ciertos límites. Aunque, claro está, nadie conoce esos
límites y posiblemente sean flexibles, conforme a las circunstancias. Esa es la
misión que cumplen nuestras fuerzas, junto a los destacamentos de otros países.
Los jefes militares, en Bolivia, sostienen que
tal misión, como la que realizan en Haití, les reporta beneficios tanto en
fondos como en entrenamiento de los efectivos. Ese tipo de entrenamiento sólo
puede disminuir la capacidad de movilización de cualquier ejército. Si fuera un
buen entrenamiento, con toda seguridad serían norteamericanos sus integrantes.
Recientemente, ha habido incidentes en la
capital y, de hecho, hay una fuerza opositora armada que pretende derrocar al
presidente Joseph Kabila. Al parecer, no es de incumbencia de Naciones Unidas.
Según los datos que tenemos aquí, la responsabilidad de la desprestigiada ONU
es para con las grandes empresas transnacionales. Nuestros soldados cumplen la
tarea sucia de ese compromiso.
Antonio Peredo Leigue
Abril 8, 2012
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