Objetivos de la Operación Salto de Longitud |
Los
máximos dirigentes nazis tenían entre sus planes acabar con la cúpula
dirigente Aliada. Para ello existían dos planes, el proyectado por el RSHA (ReichsSicherheitsHauptAmt, Oficina central de la seguridad del Reich) y el diseñado por el Abwehr; estaban denominados, respectivamente, con los nombres en clave “Operación Salto de Longitud” y “Operación tres por tres”.
Para concertar una acción común, la mañana del 14 de agosto de 1943 hubo en Berlín una reunión cumbre entre los máximos responsables de las dos centrales de espionaje. Participaron el jefe de la RSHA, Kaltenbrunner; el jefe de la VI sección, Schellenberg; el almirante Canaris, jefe de la Abwehr, y Georg Hans, jefe de la primera sección de la Abwer.
En esta reunión fueron concretadas las líneas de desarrollo de la operación:
1.- La organización del atentado, en cuya ejecución participarían tanto el RSHA como la Abwehr, debía tener prioridad absoluta.
2.- Su nombre convencional era “Operación Salto de Longitud”.
3.- Desde aquel momento, todos los agentes debían multiplicar sus esfuerzos para saber dónde tendría lugar el encuentro de los tres máximos dirigentes aliados.
4.- Los planes debían tener en cuenta que en la conferencia podría participar también De Gaulle.
5.- Las cuatro escuadras de acción del RSHA y de la Abwehr, que hasta entonces habían sido adiestradas separadamente, debían ser unificadas.
6.- Los departamentos técnicos de las dos organizaciones deberían cooperar en el proyecto de nuevas armas especiales.
7.- El más riguroso secreto debía rodear los preparativos de la operación; ni los comandos deberían saber con certeza para qué operación estaban siendo adiestrados.
8.- Los responsables de la operación serían Schellenberg, por el RSHA, y Freytag Loringoven , por la Abwehr; pero Kaltenbrunner y Canaris debían ser informados diariamente y a su vez enviarían informes a Hitler a través de Himmler y Keitel.
Mientras tanto, Stalin se había dejado convencer y había aceptado encontrarse con los dos jefes Aliados. Pero, ¿dónde? Desconfiado por naturaleza y por comprensibles motivaciones políticas, Stalin no tenía ningún deseo de moverse de Moscú. Por otra parte, por razones de protocolo y de base, Churchill y Roosevelt no consideraban oportuno marchar en peregrinación a Moscú. Se tenía, pues, que escoger un país neutral. Sucesivamente fueron indicadas desde Londres y Washington las localidades más diversas, y finalmente fue escogida Teherán porque, dada la vecindad de Irán con la URSS, los servicios de seguridad soviéticos pensaban que era la sede más oportuna y más fácilmente controlable.
Para concertar una acción común, la mañana del 14 de agosto de 1943 hubo en Berlín una reunión cumbre entre los máximos responsables de las dos centrales de espionaje. Participaron el jefe de la RSHA, Kaltenbrunner; el jefe de la VI sección, Schellenberg; el almirante Canaris, jefe de la Abwehr, y Georg Hans, jefe de la primera sección de la Abwer.
En esta reunión fueron concretadas las líneas de desarrollo de la operación:
1.- La organización del atentado, en cuya ejecución participarían tanto el RSHA como la Abwehr, debía tener prioridad absoluta.
2.- Su nombre convencional era “Operación Salto de Longitud”.
3.- Desde aquel momento, todos los agentes debían multiplicar sus esfuerzos para saber dónde tendría lugar el encuentro de los tres máximos dirigentes aliados.
4.- Los planes debían tener en cuenta que en la conferencia podría participar también De Gaulle.
5.- Las cuatro escuadras de acción del RSHA y de la Abwehr, que hasta entonces habían sido adiestradas separadamente, debían ser unificadas.
6.- Los departamentos técnicos de las dos organizaciones deberían cooperar en el proyecto de nuevas armas especiales.
7.- El más riguroso secreto debía rodear los preparativos de la operación; ni los comandos deberían saber con certeza para qué operación estaban siendo adiestrados.
8.- Los responsables de la operación serían Schellenberg, por el RSHA, y Freytag Loringoven , por la Abwehr; pero Kaltenbrunner y Canaris debían ser informados diariamente y a su vez enviarían informes a Hitler a través de Himmler y Keitel.
Mientras tanto, Stalin se había dejado convencer y había aceptado encontrarse con los dos jefes Aliados. Pero, ¿dónde? Desconfiado por naturaleza y por comprensibles motivaciones políticas, Stalin no tenía ningún deseo de moverse de Moscú. Por otra parte, por razones de protocolo y de base, Churchill y Roosevelt no consideraban oportuno marchar en peregrinación a Moscú. Se tenía, pues, que escoger un país neutral. Sucesivamente fueron indicadas desde Londres y Washington las localidades más diversas, y finalmente fue escogida Teherán porque, dada la vecindad de Irán con la URSS, los servicios de seguridad soviéticos pensaban que era la sede más oportuna y más fácilmente controlable.
Desde aquel momento, Teherán fue “Cairo tres” en los mensajes cifrados que las tres grandes potencias aliadas se cambiaban (la conferencia estaba indicada por la palabra “Eureka”). El secreto fue mantenido tan bien que los alemanes, aunque al corriente de los preparativos de la conferencia, no lograron descubrir dónde tendría lugar.
La situación era tal que Himmler, no sabiendo a quién acudir, pensó incluso pedir ayuda a adivinos (había hecho lo mismo para descubrir el lugar en el que tenían prisionero a Mussolini). Así, en la segunda mitad de Agosto, todos los comandantes de campos de concentración recibieron este telegrama:
“El Reichsführer de las SS y el jefe de la policía alemana buscan expertos en ocultismo, quiromancia y radiestesia para una misión secreta de la máxima importancia para la seguridad del Reich”
Durante algunos días pasaron por su despacho docenas de magos a los que dirigía siempre la misma pregunta:
“Algunas personalidades van a reunirse. Dígame cuándo y dónde tendrá lugar este encuentro. Si colabora y es útil, le prometo hacerle emigrar a un país neutral”.
Otto Skorzeny |
Los resultados, naturalmente, fueron decepcionantes para los alemanes, pero en compensación los internados lograron recibir por unos días un trato humano, y uno de ellos, el hipnotizador francés Jean-Jacques Beguin, logró incluso fugarse.
Finalmente fueron los agentes de la Abwehr los que descubrieron que el misterioso “Cairo tres” correspondía a la capital iraniana, y desde aquel momento la “Operación Salto de Longitud” entró en su fase más delicada.
Todos los hombres seleccionados para la misión fueron reunidos en el más prestigioso campo de entrenamiento de la Abwehr, Quenzgut, y comenzaron a prepararse escrupulosamente. Ninguno de ellos sabía cuál era el verdadero objetivo de la operación; sólo sabían que con toda probabilidad operarían en Teherán.
A la hora de escoger al jefe de la arriesgada empresa, Hitler no tuvo dudas: Otto Skorzeny. Pero este puso alguna excusa y rehusó el encargo.
Walter Schultz |
El agente de Canaris era ciudadano soviético
Obligados a buscar un nuevo jefe de la operación, los alemanes hicieron al final una elección que se revelará desastrosa: El comandante de las SS Walter Schultz.
Sobrino de un viejo amigo del almirante Canaris, Walter Schultz era un agente del servicio secreto alemán muy experto en problemas orientales y perfecto conocedor de muchas lenguas, incluido el persa. En suma, el hombre tenía todas las cualidades requeridas para llevar a término una empresa tan difícil, pero tenía un “defecto” que sus superiores ignoraban: Schultz era en realidad un ciudadano soviético infiltrado desde hacía años en los servicios secretos nazis.
La historia de Walter Schultz parece inverosímil que se cuenta en el libro: “Complot contra Eureka”, en el que se cuenta la fantástica historia de Walter Schultz, alias Ilya Svetlov, agente secreto soviético. Según los detalles revelados en el libro, la aventura increíble de Svetlov-Schultz tuvo comienzo en una granja de Azerbaiyán, donde trabajaba su familia. El más querido amigo de su padre era un inmigrante alemán, Otto Schultz, un comunista que al estallar la revolución soviética había abandonado su Munich natal para trasladarse a la URSS.
Después se había asentado con su familia en Azerbaiyán, donde había entablado amistad con los Svetlov. Ilya, que en aquel entonces era un niño, se hizo así amigo del hijo de Otto, Friedrich Schultz, de su misma edad. En aquellos años, Rusia estaba inmersa todavía en la guerra civil, y también en Azerbaiyán se realizaban continuos encuentros con entre “guardias rojos” y “guardias blancos”. En uno de estos encuentros perdió la vida Otto Schultz, y desde aquel momento Friedrich fue a vivir a casa de los Svetlov.
Los años pasaron rápidamente, e Ilya, terminados los estudios, fue elegido para seguir un curso de doctrina política en la liga juvenil comunista de Bakú. Los cursos estaban organizados por la OGPU, una sección especial de la policía secreta. Ilya no era particularmente brillante, pero tenía una inteligencia sólida y reflexiva, y sobre todo tenía la ventaja de conocer muchas lenguas extranjeras, algunas de las cuales, como el alemán, tan perfectamente que podía ser tomado por un verdadero alemán.
La ocasión de hacerse agente secreto se presentó de modo absolutamente casual. Apenas había vuelto a casa para un breve permiso cuando su amigo Friedrich le confió haber recibido el día anterior una carta de su tío Hans Schultz, el hermano de su padre que vivía en Munich. El tío contaba al sobrino que se había hecho rico y que tenía importantes amistades políticas, pero anunciaba también que había perdido a su mujer y a su única hija, de modo que si Friedrich quería, lo acogería en su casa y lo trataría como a un hijo.
Pero Friedrich no estaba animado con la propuesta. Se sentía ruso, era novio de una muchacha rusa y quería vivir en Rusia. Ilya Svetlov, cuando supo esta historia, husmeó un posible golpe. Se precipitó a Bakú para informar a sus instructores, y unos días después recibió respuesta: a Alemania iría él asumiendo el nombre de Friedrich Schultz. La sustitución de personas era fácil: Tío y sobrino nunca se habían visto, ni antes de ahora habían tenido intercambio epistolar. Solo era necesario eliminar todas las huellas comprometedoras, hacer desaparecer todas las fotografías del verdadero Friedrich y convencer a éste de alejarse de Azerbaiyán. Al cabo de pocas semanas estaba todo preparado. A Friedrich le ofrecieron un ventajoso trabajo en una república asiática de la URSS, y el joven se casó, tomó el apellido de la mujer y se trasladó a su nueva casa. Ilya se apresuró a responder a Hans Schultz, y fingiéndose su sobrino, acepto la invitación.
Para no levantar sospechas, las autoridades soviéticas fingieron crear muchos obstáculos a la entrega del pasaporte, pero al cabo de año y medio (durante cuyo tiempo Svetlov fue adiestrado en una escuela de espionaje). Ilya se trasladó a Alemania. El agente secreto llegó a Munich en febrero de 1930 y una vez más la fortuna vino en su ayuda. Su tío, temiendo que el muchacho pudiera tener problemas como emigrado ruso, le hizo pasar por hijo de un pariente suyo de Hamburgo. Y desde ese momento Ilya Svetlov, después de haber sido por un poco de tiempo Friedrich Schultz, se convirtió en Walter Schultz.
Luego se trasladó a Berlín, donde, siguiendo las ordenes de sus jefes, se matriculó en la universidad, en la facultad de lenguas de Oriente Medio, y se hizo ferviente nazi. En 1933, con la subida de Hitler al poder, fue uno de los primeros en alistarse en las tropas de asalto, se hizo novio de la hija de un alto funcionario del Ministerio del Exterior y, a través de su tío, viejo amigo de Canaris, entró en la Abwehr.
Su primera misión de relieve fue en 1941, cuando Canaris le encargó preparar una serie de actos de sabotaje en Persia para retrasar el avance de las tropas soviéticas. Según las ordenes recibidas, asumió la identidad de un comerciante suizo, Samuel Sulzer, que iba a Persia para un viaje de negocios.
Obligados a buscar un nuevo jefe de la operación, los alemanes hicieron al final una elección que se revelará desastrosa: El comandante de las SS Walter Schultz.
Sobrino de un viejo amigo del almirante Canaris, Walter Schultz era un agente del servicio secreto alemán muy experto en problemas orientales y perfecto conocedor de muchas lenguas, incluido el persa. En suma, el hombre tenía todas las cualidades requeridas para llevar a término una empresa tan difícil, pero tenía un “defecto” que sus superiores ignoraban: Schultz era en realidad un ciudadano soviético infiltrado desde hacía años en los servicios secretos nazis.
La historia de Walter Schultz parece inverosímil que se cuenta en el libro: “Complot contra Eureka”, en el que se cuenta la fantástica historia de Walter Schultz, alias Ilya Svetlov, agente secreto soviético. Según los detalles revelados en el libro, la aventura increíble de Svetlov-Schultz tuvo comienzo en una granja de Azerbaiyán, donde trabajaba su familia. El más querido amigo de su padre era un inmigrante alemán, Otto Schultz, un comunista que al estallar la revolución soviética había abandonado su Munich natal para trasladarse a la URSS.
Después se había asentado con su familia en Azerbaiyán, donde había entablado amistad con los Svetlov. Ilya, que en aquel entonces era un niño, se hizo así amigo del hijo de Otto, Friedrich Schultz, de su misma edad. En aquellos años, Rusia estaba inmersa todavía en la guerra civil, y también en Azerbaiyán se realizaban continuos encuentros con entre “guardias rojos” y “guardias blancos”. En uno de estos encuentros perdió la vida Otto Schultz, y desde aquel momento Friedrich fue a vivir a casa de los Svetlov.
Los años pasaron rápidamente, e Ilya, terminados los estudios, fue elegido para seguir un curso de doctrina política en la liga juvenil comunista de Bakú. Los cursos estaban organizados por la OGPU, una sección especial de la policía secreta. Ilya no era particularmente brillante, pero tenía una inteligencia sólida y reflexiva, y sobre todo tenía la ventaja de conocer muchas lenguas extranjeras, algunas de las cuales, como el alemán, tan perfectamente que podía ser tomado por un verdadero alemán.
La ocasión de hacerse agente secreto se presentó de modo absolutamente casual. Apenas había vuelto a casa para un breve permiso cuando su amigo Friedrich le confió haber recibido el día anterior una carta de su tío Hans Schultz, el hermano de su padre que vivía en Munich. El tío contaba al sobrino que se había hecho rico y que tenía importantes amistades políticas, pero anunciaba también que había perdido a su mujer y a su única hija, de modo que si Friedrich quería, lo acogería en su casa y lo trataría como a un hijo.
Pero Friedrich no estaba animado con la propuesta. Se sentía ruso, era novio de una muchacha rusa y quería vivir en Rusia. Ilya Svetlov, cuando supo esta historia, husmeó un posible golpe. Se precipitó a Bakú para informar a sus instructores, y unos días después recibió respuesta: a Alemania iría él asumiendo el nombre de Friedrich Schultz. La sustitución de personas era fácil: Tío y sobrino nunca se habían visto, ni antes de ahora habían tenido intercambio epistolar. Solo era necesario eliminar todas las huellas comprometedoras, hacer desaparecer todas las fotografías del verdadero Friedrich y convencer a éste de alejarse de Azerbaiyán. Al cabo de pocas semanas estaba todo preparado. A Friedrich le ofrecieron un ventajoso trabajo en una república asiática de la URSS, y el joven se casó, tomó el apellido de la mujer y se trasladó a su nueva casa. Ilya se apresuró a responder a Hans Schultz, y fingiéndose su sobrino, acepto la invitación.
Para no levantar sospechas, las autoridades soviéticas fingieron crear muchos obstáculos a la entrega del pasaporte, pero al cabo de año y medio (durante cuyo tiempo Svetlov fue adiestrado en una escuela de espionaje). Ilya se trasladó a Alemania. El agente secreto llegó a Munich en febrero de 1930 y una vez más la fortuna vino en su ayuda. Su tío, temiendo que el muchacho pudiera tener problemas como emigrado ruso, le hizo pasar por hijo de un pariente suyo de Hamburgo. Y desde ese momento Ilya Svetlov, después de haber sido por un poco de tiempo Friedrich Schultz, se convirtió en Walter Schultz.
Luego se trasladó a Berlín, donde, siguiendo las ordenes de sus jefes, se matriculó en la universidad, en la facultad de lenguas de Oriente Medio, y se hizo ferviente nazi. En 1933, con la subida de Hitler al poder, fue uno de los primeros en alistarse en las tropas de asalto, se hizo novio de la hija de un alto funcionario del Ministerio del Exterior y, a través de su tío, viejo amigo de Canaris, entró en la Abwehr.
Su primera misión de relieve fue en 1941, cuando Canaris le encargó preparar una serie de actos de sabotaje en Persia para retrasar el avance de las tropas soviéticas. Según las ordenes recibidas, asumió la identidad de un comerciante suizo, Samuel Sulzer, que iba a Persia para un viaje de negocios.
Atravesó en tren Polonia y la Unión Soviética, y el último
trozo del trayecto mató el tiempo jugando al ajedrez con un casual
compañero de departamento, un jovial armenio, con el que conversó larga y
calurosamente, comentando las diversas partidas. El armenio era en
realidad un agente soviético al que Schultz reveló el secreto de su
misión. En Persia trabajó con mucha habilidad y logró hacer fracasar
casi todos los actos de sabotaje sin levantar sospechas.
Por todo esto, algún tiempo después, Walter Schultz fue considerado como el hombre adecuado para dirigir la “Operación Salto de Longitud”
Por todo esto, algún tiempo después, Walter Schultz fue considerado como el hombre adecuado para dirigir la “Operación Salto de Longitud”
Teherán era una cueva de espías
Shultz se enteró de haber sido elegido para tal empresa en la primera quincena de octubre de 1943. Se lo comunicó personalmente Canaris en presencia de Schellenberg: “Comandante Shultz –le dijo–, le toca a usted llevar a su fin una misión crucial que ha ideado el mismo Himmler y que el Führer ha aprobado incondicionalmente”. Luego le esplicó cúal era su objetivo: preparar los puntos de aterrizaje de los aviones que transportarían los comandos, escoger los refugios en que debían ser escondidos los hombres y las armas, y descubrir el recorrido que seguirían los Tres Grandes a su llegada a Teherán. Era el golpe más grande que un agente secreto podía soñar realizar, Pero también el más arriesgado. Y Schultz se dio pronto cuenta cuando al momento de la partida hacia Persia supo que sería acompañado por una agente de Schellenberg, una bella rubia que debía figurar como su mujer, Anna Sulzer, esposa del comerciante suizo Samuel Sulzer. En Teherán, el comandante advirtió en seguida al servicio secreto ruso del diabólico plan nazi. En aquellos años, Teherán era una cueva de espías. Codo con codo trabajaban espías ingleses, americanos, soviéticos y alemanes. Los iraníes hacían de fondo vendiendo sus servicios tanto a unos como a otros, siempre dispuestos a cambiar de bandera ante una oferta mejor. Trabajar a salvo era casi imposible, y Schultz probablemente dio un paso en falso.
Cual fuera su error, todavía no se sabe hoy.* Pero lo hubo, de modo que la esposa-espía de Schellenberg empezó a tener fuertes sospechas contra el hombre que oficialmente era su marido. Pero también Anna Sulzer se encontraba en una situación difícil ¿Cómo comunicar sus sospechas a Berlín cuando la emisora de radio estaba en manos de Schultz? Y, sobre todo, ¿cómo actuar para no alarmar al interesado? Anna comunicó sus sospechas a otro agente alemán, y luego decidió marcharse de Teherán y huir a Turquía, donde sería fácil ponerse en contacto con el mando del RSHA.
Pero Schultz olfateó el peligro, y antes de que la mujer tuviera la oportunidad de abandonar la ciudad, los agentes rusos habían sido ya informados de que había que detener a toda costa a la enviada de Schellenberg. Al día siguiente, su coche fue encontrado en el fondo de un barranco. La policía persa determinó que Anna había muerto en un accidente automovilístico y archivó el caso. En aquellos días nadie tenía tiempo en Teherán para hacer averiguaciones sobre un caso aparentemente claro.
El otro agente nazi fue liquidado por Schultz después de una furiosa lucha en la que había intentado matar al traidor. El comandante quedó así dueño absoluto del campo. Aún antes de empezar, la “Operación Salto de Longitud” estaba destinada al fracaso. La noche del 25 de noviembre, pocas horas antes de la llegada de Stalin, los agentes soviéticos peinaron Teherán y detuvieron a cerca de sesenta comandos alemanes en pleno sueño. Al día siguiente, dos Junkers 52 de la Luftwaffe, cargados con otras unidades de comandos enviadas desde Berlín, fueron atacados por Mig soviéticos apenas se asomaron al espacio aéreo persa. Uno fue derribado, y el otro, obligado a volver atrás.
En Teherán sólo había escapado a la captura una patrulla alemana: seis hombres mandados por el coronel Loten-Pflug. Gracias al apoyo de un influyente político local, estaban tratando de reunir sicarios para intentar por su cuenta la desesperada empresa. Pero tampoco tuvieron suerte, y fueron capturados por los servicios secretos británicos. Los comandos fueron detenidos el 2 de diciembre, o sea, la víspera de la partida de Teherán de Stalin, de Roosevelt y de Churchill. En el momento de su captura estaban poniendo a punto el atentado que debía tener lugar al día siguiente en el aeropuerto.
Al final no sucedió nada, y no sucedió porque Walter Schultz había hecho un buen trabajo y la “Operación Salto de Longitud” había sido un fracaso completo.
Fuente: VV.AA. “Crónica militar y política de la Segunda Guerra Mundial”. Editorial SARPE, tomo 4
Shultz se enteró de haber sido elegido para tal empresa en la primera quincena de octubre de 1943. Se lo comunicó personalmente Canaris en presencia de Schellenberg: “Comandante Shultz –le dijo–, le toca a usted llevar a su fin una misión crucial que ha ideado el mismo Himmler y que el Führer ha aprobado incondicionalmente”. Luego le esplicó cúal era su objetivo: preparar los puntos de aterrizaje de los aviones que transportarían los comandos, escoger los refugios en que debían ser escondidos los hombres y las armas, y descubrir el recorrido que seguirían los Tres Grandes a su llegada a Teherán. Era el golpe más grande que un agente secreto podía soñar realizar, Pero también el más arriesgado. Y Schultz se dio pronto cuenta cuando al momento de la partida hacia Persia supo que sería acompañado por una agente de Schellenberg, una bella rubia que debía figurar como su mujer, Anna Sulzer, esposa del comerciante suizo Samuel Sulzer. En Teherán, el comandante advirtió en seguida al servicio secreto ruso del diabólico plan nazi. En aquellos años, Teherán era una cueva de espías. Codo con codo trabajaban espías ingleses, americanos, soviéticos y alemanes. Los iraníes hacían de fondo vendiendo sus servicios tanto a unos como a otros, siempre dispuestos a cambiar de bandera ante una oferta mejor. Trabajar a salvo era casi imposible, y Schultz probablemente dio un paso en falso.
Cual fuera su error, todavía no se sabe hoy.* Pero lo hubo, de modo que la esposa-espía de Schellenberg empezó a tener fuertes sospechas contra el hombre que oficialmente era su marido. Pero también Anna Sulzer se encontraba en una situación difícil ¿Cómo comunicar sus sospechas a Berlín cuando la emisora de radio estaba en manos de Schultz? Y, sobre todo, ¿cómo actuar para no alarmar al interesado? Anna comunicó sus sospechas a otro agente alemán, y luego decidió marcharse de Teherán y huir a Turquía, donde sería fácil ponerse en contacto con el mando del RSHA.
Pero Schultz olfateó el peligro, y antes de que la mujer tuviera la oportunidad de abandonar la ciudad, los agentes rusos habían sido ya informados de que había que detener a toda costa a la enviada de Schellenberg. Al día siguiente, su coche fue encontrado en el fondo de un barranco. La policía persa determinó que Anna había muerto en un accidente automovilístico y archivó el caso. En aquellos días nadie tenía tiempo en Teherán para hacer averiguaciones sobre un caso aparentemente claro.
El otro agente nazi fue liquidado por Schultz después de una furiosa lucha en la que había intentado matar al traidor. El comandante quedó así dueño absoluto del campo. Aún antes de empezar, la “Operación Salto de Longitud” estaba destinada al fracaso. La noche del 25 de noviembre, pocas horas antes de la llegada de Stalin, los agentes soviéticos peinaron Teherán y detuvieron a cerca de sesenta comandos alemanes en pleno sueño. Al día siguiente, dos Junkers 52 de la Luftwaffe, cargados con otras unidades de comandos enviadas desde Berlín, fueron atacados por Mig soviéticos apenas se asomaron al espacio aéreo persa. Uno fue derribado, y el otro, obligado a volver atrás.
En Teherán sólo había escapado a la captura una patrulla alemana: seis hombres mandados por el coronel Loten-Pflug. Gracias al apoyo de un influyente político local, estaban tratando de reunir sicarios para intentar por su cuenta la desesperada empresa. Pero tampoco tuvieron suerte, y fueron capturados por los servicios secretos británicos. Los comandos fueron detenidos el 2 de diciembre, o sea, la víspera de la partida de Teherán de Stalin, de Roosevelt y de Churchill. En el momento de su captura estaban poniendo a punto el atentado que debía tener lugar al día siguiente en el aeropuerto.
Al final no sucedió nada, y no sucedió porque Walter Schultz había hecho un buen trabajo y la “Operación Salto de Longitud” había sido un fracaso completo.
Fuente: VV.AA. “Crónica militar y política de la Segunda Guerra Mundial”. Editorial SARPE, tomo 4
Tomado de: http://www.forosegundaguerra.com/
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