Las noticias nos llegan como una ofensa, lastimándonos, sumiéndonos en ira e impotencia. La muerte ronda en Gaza sin miramientos, disfrazada de enormes explosiones, levándose en su regazo oscuro a 22 personas, entre ellas a 5 niños y a 2 mujeres. El barrio Naser se ha convertido en muestra de un revivido holocausto, sobre todo para una familia palestina, cuyos miembros vivían en un edificio de cuatro plantas.
Poco a poco se fueron sacando los cadáveres bajo los escombros, sobre todo los integrantes del grupo familiar Al Idalu, en la que varios de sus miembros fueron salvajemente asesinados por las bombas lanzadas por varios F-16.
Ya los muertos provocados por los ataques israelíes contra Gaza ascendieron a 67 personas, una parte de ellos indefensas mujeres y niños, sin contar el alto número de heridos y lesionados, asi como los numerosos daños materiales. Estas víctimas se suman a los 400 civiles y 1200 heridos que han causado los ataques sionistas desde hace algún tiempo.
Causa realmente estupor la masacre. Muchas veces las imágenes describen la cruel carnicería mejor que las palabras y, al verlas, uno se siente devastado en su propia dignidad humana.
¿Para qué nos sirve la ONU? ¿Para qué sive la Unión Europea? ¿Para qué sirve la Liga Árabe? ¿Para qué servimos nosotros?
Miren ustedes lo que hace el hombre. Llénense de ira ante tanto demoniaco salvajismo y no dejen que corra una sola lágrima por sus mejillas. No se vale llorar. No se vale compadecer. Tampoco es útil el lamento. Es el tiempo de la denuncia, de desenmascar a aquellos que ofenden a sus dioses y a sus propias familias; a los nos hacen cuestionar a la bondad humana. al regalerles premios y distinciones inmerecidas a favor de la Paz.
Mire usted, señor Obama. Mire usted, señor Nethanyahu. Miren todos ustedes, señores de la OTAN, su obra y, luego, pregúntense si vale la pena el fruto de su puerca e indigna política.
Todos somos realmente cómplices de estos hechos. El sionista, por perpetrarlos. El norteamericano y el israelí por permitirlo con cómplice indiferencia. El árabe, por no hacer más por los palestinos y, muchas veces, realizar cuestionables alianzas con los genocidas. Y cada uno de nosotros, aunque nos duela reconocerlo, por no haber usado aún más el poder de la protesta y la indignación; la fuerza de nuestro reclamo, para hacer cesar este detestable genocidio. Dios también es culpable, por ausentarse de Palestina.
En la medida que veamos en cada niño como nuestro, como carne de nuestra propia carne, como hijos nuestros, finalmente podremos detener esta barbarie.
Percy Francisco Alvarado Godoy
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