Entrada: El tema es vasto, y crece, pero estas notas no
aspiran a tratarlo con hondura y exhaustividad. Apenas escarbarán con las yemas
de los dedos, a saltos, sobre la relación planteada en el título, que invierte a
propósito los términos del nombre de la Jornada.
1/ A
veces parece olvidarse, pero se sabe que la cultura no se reduce a lo
ceñidamente llamado arte y literatura, pleonasmo en sí, pues la
literatura es también arte. Más allá de gremios, mientras no se conozcan otros
sitios habitados por seres que se hagan llamar inteligentes, lo que importa es
entender la cultura como la obra con que la humanidad ha dado testimonio de su
existencia, obra que debe favorecer el desarrollo de la especie y las relaciones
entre sus integrantes. Por respeto a la convocatoria y a los organizadores de la
Jornada, me sustraigo a la tentación de centrarme en una grata experiencia
vivida hace poco: el buen trato que hasta por teléfono —fruto e instrumento de
la cultura, también digitalizado ya— cultivan en sus diversos puestos los
trabajadores del Cardiocentro William Soler. Ese es un hecho cultural, y merece
multiplicarse para que verdaderamente disfrutemos de educación y cultura. Duele
ver —recórrase La Habana a pie o en transporte público— la escasa
correspondencia entre lo invertido por la nación en aquellas esferas y lo
conseguido en un afán que debemos mantener con lucidez y tesón para conjurar la
barbarie.
2/
Los medios digitales se proclaman dueños del reino de lo virtual, pero en
cultura es virtual todo aquello —disco, partitura, coreografía, libro o
biblioteca, para no alargar más la relación— que permanezca en espera de
realizarse: de ser ejecutado, utilizado o disfrutado por alguien o por
un colectivo más o menos vasto o exiguo. Con gran utilidad y posible soberbia,
desde su nombre los recursos digitales honran lo directamente animal y humano
—manos y dedos—, y a uno de los más antiguos soportes de textos: en una
computadora suele leerse como en un papiro, no como en un libro. No venimos de
la nada.
3/
Entre nosotros la tecnología ha avanzado notablemente, pero con frecuencia se ha
satanizado. Ese asunto lo he tratado en varios artículos, como “¿Comprar a Cuba
con telefonitos?”, aparecido en el portal Cubarte al conocerse que en
el país se había abierto el camino para adquirir libremente teléfonos
portátiles, como podríamos llamar a los denominados celulares o
móviles. Ese detalle recuerda cuestiones del idioma, que no es un mero
código mecánico; pero a ello he dedicado varias páginas ya, y aquí es posible
que ni vuelva a rozarlo, por la presión del espacio, no porque carezca de
importancia.
4/
Para que el tratamiento de la cultura cubana en los medios digitales tenga el
peso y la efectividad que le corresponde, ellos deben alcanzar en la cultura
cubana la presencia pertinente. Pero tampoco hay que magnificarlos y suponer que
bastan por sí solos. Ni para seguir trabajando hemos de sentarnos a esperar que
los tengamos en la cifra y de la calidad deseables. De haber existido en el
siglo XVI, las máquinas dactilográficas no habrían producido un Miguel de
Cervantes. Pero el desarrollo del talento lo benefician los recursos materiales
con que se trabaje y se difunda lo hecho. Así y todo, la base de una verdadera
eficacia cultural —inseparable de la ética— se halla en el acierto de los
conceptos rectores. Cientificismo y tecnocracia han servido, en el mundo, al
colonialismo y a la opresión en general; pero las ciencias y la tecnología,
frutos del trabajo, han sido y son fundamentales para el conocimiento y la
acción, mientras que —máxime si se calza con el autoritarismo— la ignorancia
sigue sobresaliendo entre las causas de aberraciones.
5/
Saltando como liebre, o asomando como topo, el fantasma de la satanización de la
tecnología recuerda cierto caso, no remoto, en que —según testigos— un cuadro de
alto nivel dijo que los investigadores de un centro analizado estaban tan mal
ideológicamente, o eran tan sospechosos, que querían tener computadoras hasta en
sus casas. No por gusto se despertaron suspicacias cuando, en días en que se
hablaba de la instalación de un cable de fibra óptica para mejorar la
informática en el país, algunas voces se apresuraron a advertir que no debíamos
hacernos ilusiones, porque el cable no tendría capacidad suficiente para
garantizar los servicios de internet en las magnitudes deseadas. Hoy parece que
nadie se ilusiona, y no porque dichos servicios no sigan siendo necesarios, sino
porque ni siquiera se habla del cable. En eso, al parecer, no hay secretismo,
sino secreto, y las causas pueden ser las más atendibles, pero no lo sabemos.
Hasta donde alcanza a conocer quien escribe estas notas, nadie ha dado la
esperada información.
6/
Recientemente, en un órgano del país, al texto de una periodista cubana sobre la
Crisis de Octubre, que en otros lares llaman de los Cohetes,
se le quitaron líneas donde la autora no había hecho más que asumir
palabras de Fidel Castro para explicar la presencia en Cuba de los cohetes
—inseparables de tensiones geopolíticas— como fruto de la solidaridad soviética
ante un posible ataque de los Estados Unidos contra el país caribeño. Las líneas
las podó alguien encargado de cuidar estrategias editoriales, y que habrá
sentido que se movía la tierra al ver que, cuando todavía el artículo de la
periodista no se había impreso, el Comandante reiteró aquella idea. Sería
interesante saber cuánto y cómo ha cambiado, y qué caminos sigue ahora, el
pensamiento por el cual hace pocas décadas no faltarían los capaces de
reprocharle posiblemente a Violeta Parra que en una gran canción diera “gracias
a la vida”, sin más, y no “gracias a la vida, y especialmente a la Unión
Soviética”.
7/
Probablemente ciertas actitudes se relacionen, más de lo que sospechamos, con la
herencia de procedimientos y criterios que pudieran suponerse llegados a la
cultura y a la política, desde terrenos como la política
eclesial. En las tinieblas del Medioevo, y contra la luz que se abría por entre
ellas, ciertos monjes tenían la tarea de leer y filtrar los textos para decidir
cuáles debía conocer el resto del clero, y cuáles le estarían vedados, con el
santo propósito de impedir que el diablo se metiera en el magín y en el cuerpo
de los sacerdotes. Hoy es posible que un código de ética —de ética,
palabra que debería servir a otros fines— dé pie para inferir o establecer que
hay sitios digitales a los que un periodista puede acceder únicamente con
permiso del jefe, y jefes habrá que deban ejercer esa prerrogativa, y algunos
hasta se ufanarán de tenerla, aunque ella recuerde las bulas
pontificias.
8/ Lo
dicho es inseparable de eso que a lo largo de años ha recibido nombres como
síndrome del silencio o, en la actualidad, secretismo, y que
no debe confundirse con la prudencia y la responsabilidad informativas
necesarias para la salud ciudadana, no solo en el caso de un país asediado.
Aquel es, por el contrario, un mal que la dirección del Estado cubano y del
Partido Comunista de Cuba ha llamado a erradicar porque resulta dañino para la
nación. El llamamiento se vincula con otro: el reclamo de los necesarios cambios
de mentalidad, que, añádase, a veces requerirán cambiar mentes. Ambas
convocatorias se insertan en las transformaciones experimentadas por el país,
que no cuajarán en un día ni mostrarán en unas pocas semanas sus resultados,
cualesquiera que estos sean, y ojalá resulten óptimos. No se dice por
resignación, ni siquiera por desconfianza, sino por las tercas y desafiantes
complejidades de la realidad objetiva y del pensamiento.
9/
Con dificultades y riesgos inevitables, Cuba cambia, aunque lo nieguen sus
enemigos y no lo desearan algunos conscientes o inconscientes defensores del
quietismo, para quienes nada debería modificarse, empezando tal vez por
facultades y beneficios concretos que ellos disfrutan. No hay que augurarles
muchas satisfacciones a los fanáticos del silencio y del secreto, ni en general
a quienes confundan no dar el brazo a torcer con mantener el brazo rígido hasta
que se fracture y se torne inservible o, todavía peor, se gangrene. Contra esa
actitud se yerguen hechos como las recientes modificaciones —verdadera sacudida
en muchos órdenes— de las normas migratorias. Pero no se descarte que, ante la
igualmente esperada sacudida contra el secretismo, ocurra algo similar a lo que
a veces parece darse con respecto a los cambios en aquellas normas: vienen a
convencernos de su pertinencia algunas mentes que hace poco parecían no verlos
con buenos ojos, o los rechazaban.
10/
La cultura cubana, la vida del país, debe vencer obstáculos diversos, con o sin
medios digitales, aunque sería suicida renunciar a ellos. La erradicación de
males como el secretismo no debe propiciar lo que a veces parecería que ha
seguido a la sana rectificación del llamado quinquenio gris, cuyos errores no
cabe ver —al menos, no todos, ni los principales— como iniciativas de individuos
aislados, sino como criterios y métodos que duraron porque tenían el crédito de
estimarse revolucionarios. Ningún buen logro debe ni merece ser aval o pretexto
para el temor a ejercer los cuidados que se deban mantener en la protección de
valores y conceptos necesarios para la salud de la cultura y, en general, de la
ética ciudadana y el funcionamiento de la nación.
11/
Los medios digitales proporcionan para el trabajo facilidades que
geométricamente multiplican las debidas a la revolución que introdujo Gutenberg,
y no deben servir, ni dar pretexto, para impericia, irresponsabilidad o falta de
rigor, ni para imponer caprichos “técnicos”. El autor de estas notas bogó
durante años, y escribió el artículo “¿Frigidez republicana?”, para que en un
sitio de un importante organismo cubano se rectificase el texto que describía al
Escudo Nacional como coronado por un “gorro frígido”. Ahora, acaso por
ignorancia, duda ante sitios y páginas —incluida la Ley
No. 42 de 1983, De los símbolos
nacionales— donde se lee que está orlado por sendos ramos de
laurel y de encina. Esta es una planta que también tiene prestigio heráldico;
pero desde niños leímos y oímos que los ramos eran de laurel —símbolo de la
victoria desde los antiguos romanos—, y de olivo, que representa la paz.
¿Tendrán el mismo significado el olivo y la encina? Esta pertenece a la familia
de las fagáceas, y produce la bellota, valioso alimento para cerdos destinados a
la industria del jamón; y aquel es una oleácea que da la oliva o aceituna. Por
lo general, esta última es más pequeña que la bellota de la encina, y tras el
correspondiente proceso se torna degustable; pero su mayor importancia es que de
ella se extrae el conocido aceite, tan grato al paladar y beneficioso para la
salud. Habrá, pues, que indagar si, además del ramo de laurel, el otro que tiene
el Escudo es de encina o de olivo, que no son la misma cosa, aunque ambas
especies sean comunes en las cercanías del Mar Mediterráneo, no en las del
Caribe, donde también se agradecería que prosperasen.
12/
Los medios digitales —o así llamados, pues también el linotipo se operaba con
los dedos y no recibió ese calificativo— deben facilitar la producción
editorial, no afearla ni empobrecerla. Los libros, digamos, tienen su historia,
y habría que ver si, para manejar más fácilmente dichos medios y simplificar el
trabajo, es ineludible alterar la foliación y que la página numerada 1 aparezca
donde iría la 5, la 7 o a la que fuere: ya se usen números romanos o arábigos,
la primera página de un volumen es la primera, no la que más cómodo resulte para
diseñadores, operadores de máquinas y editores. Cabría preguntarse, además, si
debe Cuba adoptar —lo que podría ser un tributo más al canon anglosajón: el de
la OTAN y el idioma y la moneda imperantes hoy— la práctica de poner los índices
al inicio de los libros, y no al final, donde estamos acostumbrados a verlos
bien hasta para la belleza del diseño, y para que no se atraviesen como
talanquera al inicio del texto.
13/
Tenga el nombre que tenga, ningún medio debe gozar de mayores prerrogativas que
la buena educación, ni de espacio mejor atendido que ella. La tecnología no
autoriza a imponer ni obliga a sufrir la impertinencia de ruidos que entorpezcan
encuentros varios. En foros como este, organizado por una institución que
trabaja al servicio de la cultura, los teléfonos portátiles deberían apagarse, o
ponerse en modo de silencio, o de vibración, para personas que por sus funciones
—quizás vitales con miras al destino incierto de la humanidad y las urgencias
del país—, o por su pasión comunicativa, se vean impedidas de renunciar al
teléfono mientras dure una cita profesional a la que, se supone, han acudido
para saber qué se dice en ella, y participar como proceda, sin molestar a otros
participantes. No hay que castigar con voces ni con alarmas sonoras, es decir,
con ruidos, a quienes intentan apoyar, hacer realidad o aprovechar un coloquio o
una representación artística.
Salida: El tema que nos reúne es de gran
importancia, y hace pocos años era impensable en el país. Pero el tiempo es más
que oro, y el programa de la Jornada debe respetarse. Estas notas se interrumpen
aquí, a riesgo de quedar marcadas por un dígito aciago. No hay que estropear con
los dedos lo que deba hacerse bien con la cabeza. ¡Ah, si fuéramos
perfectos!
* Leído el 12 de noviembre de 2012 en la III Jornada de la Cultura Cubana en Medios Digitales
Publicado en el Foro digital del encuentro, y en su Blog "Luis Toledo Sande: artesa en este tiempo"
Ponenecia de Luis Toledo Sande.
Tomado de La Polilla Cubana
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