Estadunidenses efectuaron ayer una protesta frente a la Casa Blanca, en demanda de que se ponga fin a los bombardeos de Israel Foto Reuters |
Hace casi un siglo que
existe un gran cúmulo de violencia en la zona geográfica que hoy
llamamos Israel-Palestina. Esta zona ha sido el espacio de una lucha más
o menos continua entre los árabes palestinos y los colonos judíos,
respecto de los derechos a ocupar la tierra. Ambos grupos han buscado la
afirmación jurídica de sus derechos. Ambos han buscado legitimación en
narrativas históricas contrapuestas. Ambos han buscado solidificar el
respaldo de sus pueblos en toda la comunidad mundial. Ambos han buscado poner de su lado a la opinión pública internacional.
El modo en que se ha jugado el juego evolucionó debido a las
cambiantes realidades geopolíticas. En 1917 los militares británicos
ocuparon el área, expulsando al Imperio Otomano, viraje que desde
entonces se consagró al obtener el Mandato de la Liga de Naciones para
un país llamado Palestina. También en 1917 el gobierno británico de
ocupación publicó lo que se conoce como la Declaración de Balfour, la
cual afirmaba el objetivo de establecer el Hogar Nacional Judío en
Palestina. El término hogar es poco claro y su significado ha
sido objeto de controversia desde entonces. En la década de 1920 una
serie de decisiones separaron el Mandato en dos partes. Una era
Transjordania (lo que hoy es Jordania), definida como Estado árabe que
eventualmente se volvería independiente. La otra era Palestina, al oeste
del Jordán, que se gobernaría de forma diferente.
En 1947 la Organización de Naciones Unidas (ONU) sancionó la
partición del área al oeste del río Jordán en dos Estados separados: uno
judío y otro árabe. Sobre la base de esa resolución el liderazgo
sionista proclamó el Estado de Israel el 14 de mayo de 1948. Siguió una
guerra –es decir, una violencia más intensa que involucró las fuerzas
armadas de algunos Estados– entre el nuevo Estado judío y casi todos los
Estados árabes, que culminó con una tregua y diferentes líneas
fronterizas de las que había proclamado la ONU. Habrían de ocurrir otras
dos importantes guerras ulteriores. En 1967 y 1973. La de 1973 culminó
de nuevo con líneas fronterizas diferentes e Israel consiguió poseer, de facto, lo que había sido el área completa al oeste del Jordán.
Las múltiples guerras cambiaron el carácter y el nivel de respaldo
que recibieron ambos grupos. Pese a que en 1947 el apoyo del sionismo
representaba todavía una posición minoritaria dentro del judaísmo
mundial, la guerra de 1967 y, en particular, la de 1973 parecieron
transformar las actitudes y magnificar el nivel de respaldo, que
virtualmente se volvió ilimitado.
Y aunque las tres guerras las pelearon los Estados árabes, después de
la de 1967 los árabes palestinos intentaron asumir el control político
de su lucha. Su nueva instancia fue la Organización para la Liberación
de Palestina (OLP), confederación de un amplio rango de movimientos
palestinos. El grupo integrante más grande era Al Fatah y su líder,
Yasser Arafat, asumió la presidencia de la OLP.
La OLP estableció su sede en Beirut. En 1982 las fuerzas armadas
israelíes entraron en Líbano e intentaron liquidar a la OLP. Trabajaron
con algunas organizaciones maronitas de Líbano, que masacraron cerca de 2
mil palestinos y libaneses chiítas en Sabra y Shatila, mientras el
ejército israelí contemplaba los sucesos. Aun una comisión israelí
condenó más tarde la responsabilidad moral del comandante israelí Ariel
Sharon, quien fue forzado a renunciar. Bajo la protección de las fuerzas
de la ONU, el liderazgo de la OLP dejó Beirut y se fue a Túnez. La
guerra condujo a la creación de un movimiento chiíta libanés conocido
como Hezbollah, que creció en fuerza y obligó a los israelíes a
retirarse de Líbano en la segunda guerra de Líbano en 2006.
En la misma Palestina ocupada ocurrieron tres insurrecciones
palestinas (las llamadas intifadas), que Israel fue hallando más
difíciles de suprimir.
Todo esto es el contexto de fondo de la guerra actual entre Hamas e
Israel, que prosigue ahora y es probable que continúe por largo tiempo.
Militarmente, Hamas no es un peligro serio para Israel. Económicamente
Israel tiene buena condición, por lo que el bloqueo israelí ha
ocasionado que Gaza sufra severas carencias de todo. Pero es en la
esfera diplomática donde primordialmente está ocurriendo la lucha y aquí
ambos lados están más parejos.
La posición de Israel parece bastante clara. Quiere utilizar su fuerza militar para
destruir Hamas, según las palabras utilizadas en los titulares de un artículo de Amos Yadlin, antes jefe de la inteligencia militar israelí, aparecido en el New York Times. El artículo publicado en el Washington Post por Michael Oren, hasta hace poco embajador de Israel en Estados Unidos, es más terminante. Oren, dice a los amigos occidentales de Israel, por que no se metan, pero sobre todo por que no intenten conseguir una tregua hasta que Israel haya completado su trabajo.
La posición de Hamas es igualmente clara. Su líder, Khaled Meshal, ha
dicho que es posible una tregua sólo si se levanta el bloqueo de ocho
año, porque los habitantes de Gaza están viviendo
una lenta muerte en la prisión más grande del mundo. La creciente pérdida de vidas palestinos en gran desproporción y la masiva destrucción de Gaza han conducido a llamados mundiales en favor de una
tregua humanitaria, incluida una moción unánime en el Consejo de Seguridad de la ONU.
El juego diplomático es: quién negocia con quién. Inicialmente,
Egipto (hostil sin cesar hacia Hamas) proclamó los términos de una
tregua, después de consultar con Israel sin siquiera informar a Hamas.
Después las fuerzas mundiales buscaron incluir a Hamas excluyendo a
Egipto y negociando con Hamas vía Qatar y Turquía. El respaldo a esta
iniciativa por el secretario de Estado estadunidense, John Kerry, ha
conducido a que los israelíes denuncien su traición.
Ambos lado juegan a conseguir la opinión pública mundial. Los israelíes confían en la aceptación de facto
de su continuada ocupación de Palestina. El primer ministro Benjamin
Netanyahu ha reafirmado la intención israelí de mantener para siempre
sus tropas en la frontera con Jordania y Siria e insistir en la desmilitarización de Hamas.
Hamas confía en el lento colapso del respaldo mundial a Israel.
Analíticamente parece claro que Hamas, en el mediano plazo, ganará este
juego diplomático.
También parece claro que los israelíes simplemente se atrincherarán.
En vez de gustarle el nuevo acuerdo entre Hamas y la Autoridad
Palestina, con la aceptación implícita de Hamas de una solución con dos
Estados, Israel logrará su solución con un solo Estado mediante una
venganza.
Israel puede aniquilar a Hamas como organización. Lo que conseguirá
entonces no será un grupo de aquiescentes palestinos, sino los
militantes de un califato islamita, un grupo que aún no cuenta con una
presencia real en Palestina.
Traducción: Ramón Vera Herrera
© Immanuel Wallerstein
Immanuel Wallerstein
Traducción: Ramón Vera Herrera
La Jornada
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