Se ha hablado mucho
del origen nazi de VW (Seat también fue una criatura del régimen franquista),
pero mucho menos del papel que Volkswagen desempeñó, por ejemplo, durante la
dictadura de los generales brasileños (1964-1985) confeccionando listas negras
para los militares entre sus empleados, cuando su jefe de seguridad en Sao
Paolo (desde 1959 hasta 1967) era Franz Stang, ex comandante de los campos de
exterminio nazis de Sobibor y Treblinka, como ha recordado oportunamente el
portal German Foreign Policy.
El escándalo de Volkswagen con el fraude de las emisiones es la última
metida de pata de una empresa de aquel país que prodiga lecciones de moralidad
en Europa. Un dato más en la larga serie de los últimos años, una especie de
versión teutona en el siglo XXI de aquel cutre Celtiberia show de Luis
Carandell.
Credit Suisse estima
en hasta 78.000 millones de euros el perjuicio que el dieselgate puede
ocasionar a la primera empresa automovilística alemana. Una bonita suma. Por sí
sola ya supera en un 60% el costo del mayor vertido petrolero de la historia,
la catástrofe Deepwater Horizon de la compañía BP, en el Golfo de México, de
hace cinco años. En París, Axa Investment Managers cree que el asunto le
costará a Alemania alrededor del 1,1% de su PIB.
Según el economista
Andrew Rose, un gurú de la ciencia de la exportación y el comercio de la
Universidad de California, cada punto de caída en el índice de simpatía que un
país suscita, resta un 0,5% a las compras procedentes de ese país. Sin contar
siquiera el efecto que el siniestro factor Wolfgang Schäuble ha tenido sobre
las maltrechas germanofilias en el Sur de Europa, es evidente que el caso VW va
a tener consecuencias devastadoras, pronostica el avispado economista alemán
Thomas Fricke. El sector automovilístico representa más del 17% de la
exportación alemana. Pocas cosas podían hacer más daño. Con todo esto en la mollera,
la pregunta que se impone es bien simple: ¿qué ha pasado entre Estados Unidos y
Alemania para que una agencia del gobierno lance tamaño torpedo contra Berlín?
Ignorar esta pregunta
sería mucho peor que pensar cándidamente que los parámetros de emisiones de los
automóviles los deciden los burócratas de Bruselas, o que el sin límite de
velocidad de las autopistas alemanas lo decide el cuerpo de diputados del
Bundestag.
La industria del
automóvil pesa mucho en la política. Tiene centenares de lobbystas en Bruselas
(oficialmente 240 declarados, 43 de ellos de VW), que son los que preparan las
normas y envían los proyectos de ley a los políticos como platos precocinados.
Se vio claro en 2013, cuando Merkel vetó y pospuso hasta 2022 normas en materia
de emisión, de acuerdo con un guión conjunto de Daimler-Benz y BMW. La conexión
entre políticos y grandes empresas es estrecha y conocida.
Antaño propiedad
pública, Volkswagen aún es hoy propiedad del Land de Baja Sajonia (en un 20%) y
todos los políticos de ese Land (por ejemplo, el ex canciller Gerhard Schröder
o el actual vicecanciller Sigmar Gabriel) mantienen estrechos vínculos con la
casa. El gobierno alemán conocía perfectamente el fraude que ahora ha
estallado, como sabían los tecnócratas de Bruselas que los procedimientos para
medir emisiones son un timo capaz de competir con el de la estampita. Lo mismo
vale para la proyección mundial y mediática de estas gigantescas y poderosas
empresas.
Se ha hablado mucho
del origen nazi de VW (Seat también fue una criatura del régimen franquista),
pero mucho menos del papel que Volkswagen desempeñó, por ejemplo, durante la
dictadura de los generales brasileños (1964-1985) confeccionando listas negras
para los militares entre sus empleados, cuando su jefe de seguridad en Sao
Paolo (desde 1959 hasta 1967) era Franz Stang, ex comandante de los campos de
exterminio nazis de Sobibor y Treblinka, como ha recordado oportunamente el
portal German Foreign Policy.
En París, Le Canard
Enchaîné ha denunciado el chantaje al que la agencia encargada de comprar los
espacios publicitarios de VW en la prensa francesa sometió a una veintena de
diarios regionales: si querían seguir recibiendo publicidad y a fin de no
perturbar la campaña de anuncios, debían renunciar a publicar informaciones
sobre el dieselgate durante los días en que se publicaran los anuncios. Sólo
tres diarios, sobre una veintena, protestaron… Por desgracia éste es el mundo
real, y en este mundo hay que ir con el escepticismo y las preguntas por
delante.
Quien crea que asuntos
de tanta trascendencia como un puñetazo en el bajo vientre de Alemania los
decide un plomero de la agencia ambiental de Estados Unidos, se equivoca.
Cuando se trata de lanzar un torpedo de tal calibre contra un país amigo, es
que ocurre algo en la relación y se quiere lanzar una advertencia, por lo
menos. Las negociaciones del Ttip, el acuerdo de “libre comercio” diseñado para
ponerle la guinda a la gran involución actualmente en curso, no van bien. En el
mundo en general, cada vez más cosas escapan al control de Estados Unidos, que
por ejemplo en Oriente Medio parece carecer de toda estrategia coherente. Más
que nunca hay que mantener bien amarrados a los vasallos europeos. No sé por
donde vienen los motivos de esta fenomenal colleja que ha recibido Merkel, pero
no duden que la ha recibido con toda la bendición del poder imperial.
Rafael Poch
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