Uno los casos de espionaje más enigmáticos de los ocurridos durante la
Segunda Guerra Mundial es el protagonizado por la francesa Mathilde
Carré, conocida con el sobrenombre de La Gata.
La singularidad del caso es que esta espía prestó grandes servicios a
su país, pero tras una sola noche cambió de bando y sirvió con el mismo
entusiasmo a la causa alemana. Gracias a las confesiones personales que
volcaba en su diario personal y las actas del juicio al que sería
sometida en 1949, es posible reconstruir su historia.
La joven Mathilde, aunque era de origen francés, vivía en un pequeño
pueblo del sur de Argelia. Allí llevaba una vida monótona y aburrida
junto a su marido, un oficial del ejército francés, con el que se había
casado recientemente.
Al estallar la guerra, Mathilde vio la oportunidad de irse a vivir a
París, aprovechando que en ese momento se requerían enfermeras en la
capital.
Se despidió de su marido, que moriría más tarde en el campo de
batalla, y abandonó Argelia. Cuando llegó a la Ciudad de la Luz se quedó
maravillada por los monumentos, las gentes, los cafés... Todo era muy
diferente de lo que había visto en su humilde aldea norteÁfricana.
Durante la imparable ofensiva alemana sobre territorio francés,
Mathilde fue un ejemplo de abnegación y sacrificio en el cuidado de los
soldados heridos. Al ser derrotado su país, pasó a la zona no ocupada y
siguió atendiendo a los que necesitaban de su ayuda.
Uno de estos pacientes era un polaco llamado Roman Czerniawski, un
apellido que ella no podía pronunciar, por lo que optó por llamarle
simplemente Armand. El polaco había sido capturado por los alemanes pero
había conseguido evadirse. Ella le ayudó a recuperarse de sus heridas y
nació entre ellos una gran amistad; él la bautizó como «mi gata», por
su mirada felina y quién sabe si por su astucia, apodo con el que a
partir de entonces sería conocida.
Armand se sinceró con ella y le expuso su proyecto de crear una red
de espionaje para combatir a los alemanes, que unos meses antes habían
aplastado su país. Mathilde aceptó entusiasmada colaborar en ese plan.
Su labor consistía en poner en contacto a todos los que pasaban a formar
parte de ese grupo de la Resistencia, de un lado y otro de la línea de
ocupación en la que Francia estaba dividida.
Teniendo en cuenta que casi todos los miembros eran simples
aficionados, la incorporación más importante fue la del teniente coronel
Marcel Achard, un auténtico experto en el mundo del espionaje y que
tenía como principal cometido permanecer en contacto con los británicos.
Esa red, al principio, alcanzó unos éxitos extraordinarios y pasó a
tener un nombre oficial: Interallié. Se recibieron envíos de material
porcedente de Gran Bretaña lanzados en paracaídas, se proporcionó ayuda a
prisioneros evadidos o se consiguió información muy valiosa procedente
de locuaces soldados alemanes, entre otras acciones de enorme mérito.
Mathilde jugó un papel importantísimo en esta red. Su especialidad
era obtener información de los oficiales alemanes. En esos momentos, a
finales de 1940, la principal preocupación de los Aliados era saber si
los alemanes estaban dispuestos a entrar en España, amenazando así a
Gibraltar, la «llave del Mediterráneo».
La Gata fue enviada al sur de Francia para averiguar si la entrada
de la Werhmacht en la península Ibérica era inminente. El método que
empleaba era siempre el mismo; se solía sentar sola en alguno de los
cafés frecuentados por los oficiales alemanes y esperaba que alguno de
ellos iniciase una conversación.
La charla intrascendente continuaba después en un restaurante,
regada con abundante champán. A partir de ahí, para Mathilde era un
juego de niños extraer toda la información que deseaba.
Sus misiones en Biarritz y Bayona confirmaron a los Aliados que
había un buen número de oficiales de intendencia destacados en la
región, lo que hacía temer una invasión. Pero la ejecución del plan fue
aplazada en varias ocasiones, lo que era confirmado por las
observaciones de Mathilde, que advertía cómo sus amigos alemanes
pertenecientes al cuerpo de Intendencia eran enviados a otros puntos de
Europa.
Por su parte, los centros de inteligencia británicos a donde
llegaban estas valiosas informaciones conocían a la perfección la
estructura de la red, así como todos sus miembros. Durante este período
el grupo continuó coordinando lanzamientos en paracaídas de armas para
la Resistencia y entregas de suministros mediante desembarcos en ciertos
puntos de la costa vasca. Interallié ayudó a pasar clandestinamente a
muchas personas a España y Suiza, sobre todo a pilotos aliados
derribados en territorio europeo, y ocultó prisioneros evadidos de los
campos alemanes.
Pero aquella arriesgada actividad iba a acabar pronto.
Los alemanes estaban dispuestos a desarticular ese grupo que le
estaba provocando tantos quebraderos de cabeza. Los agentes nazis
siguieron a una de las integrantes de la red sin que ella se diese
cuenta. Se trataba de Violette, el nombre en clave de una joven que
había sido reclutada por Mathilde y Armand para que les ayudara a
realizar labores secundarias.
La Gata tuvo el presentimiento de que Violette podía causarles algún
problema, y así se lo confesó a Armand, pero el polaco atribuyó la
advertencia de su amante a una cuestión de celos, puesto que la joven
novata era bastante atractiva.
Sin tomar en consideración el aviso de Mathilde, a Violette se le
encargó conseguir algunas informaciones poco relevantes, como eran el
destino y la composición de un regimiento alemán concreto.
Para ello empleó la misma táctica que su compañera; deambuló por los
alrededores de la Gare du Nord parisina hasta que un oficial germano se
dirigió a ella para mantener una conversación agradable. Tras un
intercambio de saludos y unos minutos de charla se dirigieron a un café.
Violette no se dio cuenta de que un hombre les seguía en todo momento
ni de que continuó siguiéndola cuando se separaron.
Al día siguiente la joven volvió a verse con el oficial alemán y, en
esta ocasión, era otro hombre el encargado de seguirla sin perderle el
rastro.
Los agentes fueron relevándose mientras que Violette era vista en
días sucesivos con Armand y La Gata. La red estaba quedando al
descubierto.
Fue gracias a este seguimiento realizado a Violette que el servicio
de contraespionaje alemán descubrió el cuartel general de Interallié;
estaba a punto de amanecer el día 18 de noviembre de 1941 cuando Armand y
Violette fueron detenidos en el apartamento que hacía las funciones de
centro neurálgico de la organización clandestina. Unas horas más tarde,
La Gata era también capturada.
Trasladada a una prisión militar, Mathilde no se hacía ilusiones
sobre su futuro; estaba convencida de que iba a ser torturada hasta
morir. Por eso le sorprendió que en su celda entrase un sargento alemán
correcto y educado, hablándole en francés. De fondo se oía música de
Mozart. Estuvo un rato conversando relajadamente con ella, hablándole de
los encantos de París y de Argel, una ciudad que había visitado antes
de la guerra, hasta que le dijo: «Este lugar es poco confortable, ¿no
prefiere que vayamos a otro lugar? ».
Antes de que Mathilde respondiese a la insólita propuesta, el alemán
se había marchado. Pasados unos minutos, unos soldados vinieron a
buscarla.
Fue pasando por pasillos y puertas hasta que llegaron al exterior
del edificio. La joven se temía lo peor, pensaba que iba a ser fusilada,
pero allí estaba aquel atento oficial, dentro de un coche. Con la misma
cortesía que había exhibido antes, la invitó a sentarse en el asiento
trasero y le indicó que no debía correr las cortinilllas.
Una vez dentro del automóvil, el alemán lo puso en marcha y tomaron
el camino de París. Atravesaron la ciudad y continuaron hacia las
afueras, hasta llegar a una refinada mansión que hacía las veces de
cuartel general de los servicios de contraespionaje. No se sabe bien lo
que allí ocurrió, aunque quizás se pueda intuir, pero la realidad es que
el sargento, que se llamaba Hugo Bleicher, consiguió mediante la
persuasión lo que seguramente ningún torturador hubiera arrancado a La
Gata: los nombres y el paradero de todos los miembros de la red de
espionaje que ella había ayudado a formar.
Lo que sucedió aquella noche es un misterio, puesto que Mathilde no
lo deja reflejado en su diario. El juez que la interrogó durante el
juicio intentó averiguarlo, pero se encontró siempre con la negativa de
la espía.
Mathilde se limitaba a preguntar al juez «si se podía poner su
lugar» y cuando éste insistía, ella permanecía en silencio. Tan sólo
reveló que el sargento le dijo: «Si es usted razonable, mañana por la
mañana será libre».
Así pues, Mathilde decidió ser «razonable» y se puso a las órdenes
de Bleicher. A partir de ahí, los miembros de Interallié fueron cayendo
en cascada gracias a la colaboración de Mathilde. El sistema para
detenerlos era repetido una y otra vez; Mathilde aparecía en las casas
en las que se ocultaban sus compañeros, acompañada de Bleicher vestido
de paisano.
Ella tranquilizaba a sus amigos, asegurándoles que la persona que
iba con él también pertenecía al grupo. Al cabo de un rato, cuando los
agentes germanos llamaban a la puerta, La Gata iba a abrir,
permitiéndoles la entrada y desapareciendo de la escena. Inmediatamente
eran detenidos todos los que se encontraban en la casa.
Este procedimiento se realizó con tal perfección que, en menos de
ocho horas, la práctica totalidad de los miembros de la red se
encontraba en poder de los alemanes. Esta rapidez fue la causante de que
no trascendiese el sorprendente cambio de bando de La Gata, así que
pudo seguir en contacto con otros miembros de la Resistencia sin
despertar sospechas.
Pero en esta historia de traición hay un punto oscuro. El único que
escapó a esta redada generalizada fue el gran experto del grupo, el
coronel Achard.
Inexplicablemente, La Gata no reveló el lugar en donde se ocultaba
este miembro, pese a que el coronel aseguró durante el juicio que ella
conocía perfectamente su escondite. Los alemanes la presionaron para que
facilitase su detención, pero Mathilde no movió un dedo para que los
nazis capturasen a Achard.
Este es un misterio más a añadir a la azarosa vida de esta agente.
La Gata desarrolló durante los dos meses siguientes una inquietante
doble vida. Por el día organizaba los grupos de resistentes y animaba a
sus miembros a combatir a los alemanes, convirtiéndose en una valerosa
camarada. Pero por la noche se dirigía a la residencia de Bleicher y le
relataba con todo detalle los planes que el grupo había tramado. Un día
explicó al oficial alemán que la gran preocupación de la Resistencia era
reestablecer las líneas de comunicación con Gran Bretaña.
El astuto Bleicher vio en este dato una gran oportunidad, así que
decidió exprimir aún más las habilidades de La Gata. Aprovechando esa
necesidad de la Resistencia, Mathilde propondría a sus compañeros volver
a crear una red estable de comunicación con los británicos,
ofreciéndose ella misma para ir a Londres y coordinar desde allí las
acciones de los grupos de la Resistencia en territorio francés.
Viajar por mar a Gran Bretaña era en ese momento muy arriesgado, ya
que los alemanes tenían vigilados todos los puntos de la costa desde los
que era posible embarcar. Pero naturalmente para La Gata eso no suponía
ningún problema, gracias a la colaboración de Bleicher. Éste dio las
facilidades oportunas para que la joven se embarcase y consiguiera
llegar a Inglaterra.
Una vez allí, se ofreció para ser la agente encargada de organizar la red de comunicación desde Londres.
Los ingleses aceptaron y la instalaron en la capital británica.
Mathilde realizó su labor en el Ministerio de la Guerra durante nueve
meses, enviando puntualmente toda la información a Bleicher.
Pero los equipos de contraespionaje ingleses fueron atando cabos y
llegaron a la conclusión de que aquella atractiva joven francesa era una
doble agente. La detuvieron en julio de 1942. Hasta el final de la
guerra permanecería encarcelada.
En la celda de su prisión inglesa, La Gata escribió en su diario una página dirigida a sus antiguos camaradas de la Resistencia:
«¿Cómo explicar todo lo que he tenido que soportar? Jamás podría
hallar las palabras para expresar mi tristeza profunda, infinita, o para
describir mis temores.
Pero no estoy sola. Tampoco vosotros, aquellos que todavía seguís
con vida, dormiréis esta noche; estaréis conmigo, Y en cuanto a
vosotros, los que estáis muertos, viviréis conmigo, según nuestras
propias leyes, en un mundo que yo he creado para mí».
Realmente no se comprende muy bien cómo podía mantener esa lealtad
de espíritu a unos compañeros a los que había traicionado de un modo tan
indigno. Pero, tal como vemos, no es este el mayor de los misterios que
jalona la vida de La Gata.
Una vez finalizada la contienda, Mathilde tuvo que enfrentarse a la realidad.
Las nuevas autoridades francesas reclamaron a los británicos la
entrega de la espía que permanecía allí encarcelada. Sería juzgada en
territorio francés, en donde debería rendir cuentas por su colaboración
con los alemanes.
En enero de 1949 un tribunal galo juzgó a Mathilde Carré, acusándola
de alta traición. Aunque ya no era una mujer joven, su singular belleza
impresionó a los presentes. Tenía el cabello castaño, los dientes muy
blancos y su mirada era profunda y serena.
El fiscal tomó la palabra para denostar sin piedad la actitud de la acusada durante la guerra:
«Durante dos meses practicó la más vil de las traiciones. Su
malevolencia, su doblez, su perseverancia en el mal, su diario del que
acabo de leer algunos extractos y que la describe tal como es –un
cerebro sin corazón– son hechos que ustedes podrán juzgar en su
totalidad. Y reconocerán que, en este asunto, hay una sola sanción
posible: la muerte».
Por tanto, el fiscal exigió para ella la pena capital, mientras que
su abogado argumentaba en su defensa que Mathilde no tuvo opción, desde
el momento en que fue detenida por los alemanes, si quería salvar su
vida:
«Admito su culpabilidad –declaró el abogado defensor–, pero es
preciso tener en cuenta que esta mujer fue colocada en una situación en
la que sólo le cabía elegir entre la vida y la muerte».
Además, había que tener en cuenta que aquella joven había sido de
las primeras en formar parte de las filas de la Resistencia, mientras
que la mayoría de los franceses aceptaban la dominación alemana
instalados en una resignación que se confundía en no pocas ocasiones con
una cierta comodidad.
El abogado insistió en este punto, buscando la comprensión del Tribunal y del público presente en la sala:
«Nadie puede olvidar que fue una heroína desde los primeros momentos
de la Resistencia. ¿Condenaríais a muerte a aquellos que fueron los
primeros en esparcir las semillas de la fe y que, más tarde, sobre
valoraron sus propias fuerzas?»
El propio Achard acudió a declarar en su favor. El militar aseguró
ante el jurado: «Madame Carré prestó servicios notables al Ejército
francés. Durante los años en los que trabajó para nosotros, descubrió
varios planes de campaña del ejército alemán».
Antes de que el juez se pronunciase sobre su inocencia o su
culpabilidad, Mathilde perdió por un momento la compostura que había
demostrado durante todo el proceso: «Espero el veredicto sin temor –dijo
dirigiéndose al Tribunal–. Pero lo que no puedo olvidar es que,
mientras a mí se me pide la pena de muerte, ¡Hugo Bleicher vive en
libertad en Hamburgo!».
Los atenuantes expuestos por el abogado y por Achard no consiguieron
ablandar la determinación del juez, y Mathilde fue condenada a muerte.
La población de París, que siguió el juicio con enorme interés, pudo
ver el 8 de enero de 1949, en los tablones de anuncios oficiales, el
aviso de que Mathilde Carré había sido condenada a muerte por el XIV
Tribunal de lo Criminal, siendo recibida esta sentencia con sentimientos
encontrados; pese a que ella había colaborado con los alemanes, no
olvidaban que también había estado luchando contra ellos mientras la
mayoría de los franceses aceptaba la ocupación.
Sin embargo, y afortunadamente para ella, el entonces presidente de
la República Vincent Auriol sí se apiadó de La Gata y le conmutó la pena
de muerte por la de cadena perpetua. Pero ni esta condena se cumpliría,
ya que sería puesta en libertad en 1954, una decisión refrendada por el
nuevo presidente, René Coty. Ese mismo año publicó sus memorias con el
título: Yo fui La Gata1.
¿Cuál es la razón de que la justicia francesa se mostrase finalmente
tan condescendiente con ella? La mayoría de los que colaboraron con los
alemanes, especialmente las mujeres, fueron víctimas del escarnio
público y de la dureza de los jueces. Sin embargo, el caso de La Gata
fue una excepción.
Nunca sabremos los motivos que llevaron a aquella admirable
luchadora por la libertad a cambiar de un modo tan radical sus
lealtades, ni la razón por la que recibió el indulto de manos del
presidente francés.
Sin duda, aquella joven argelina, que soñaba con vivir una vida
intensa lejos de aquella aldea en el desierto, alcanzó plenamente sus
deseos de aventura, dejando para la posteridad una tupida trama de
incógnitas y misterios que difícilmente el tiempo conseguirá
desentrañar.
Extracto del libro Enigmas y misterios
de la II Guerra Mundial
JESÚS HERNÁNDEZ
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