Foto: EPA
Acababan
de anunciarse los resultados de las elecciones, el primer presidente
norteamericano de color había ganado con 4 % de ventaja. Para EEUU es
mucho, aunque el contrincante de Obama no era de los más fuertes: el
senador John McCain, de edad avanzada, ya desde entonces a menudo decía
disparates, aunque toda la fantasiosidad de su mundo interior, donde los
rusos todavía obedecían a las instrucciones contenidas en los artículos
del diario Pravda, se revelaría ante el mundo un poco más tarde.
Obama
inició su primer período presidencial con un gran voto de confianza,
por parte de ambos partidos. En plena crisis de 2008, veinticuatro días
después (de asumir el cargo) Obama consiguió que el Congreso aprobara
ochocientos mil millones de dólares para subsidios anticrisis. Entonces,
los congresistas aplicaron el sentido común juzgando que negárselo al
joven presidente les hubiera salido más caro, y no opusieron
resistencia. El nuevo jefe de estado entonces personificaba los
anhelados cambios; Obama le echaba la culpa de todas las desgracias de
los EEUU a Bush, de quien sólo un flojo no se burlaba en aquella época.
En esas condiciones los legisladores preferían ayudarle a Obama, para no
pasar por "bushistas".
No
obstante, el Congreso pronto se volvió más valiente y empezó a oponerse
a Obama. La popularidad del cuadragésimo cuarto presidente
(estadounidense) disminuyó. ¿Por qué? Porque muy pronto fue evidente que
los problemas de EEUU no se relacionaban solamente con la odiosa figura
de Bush. Están como encajados en el sistema, que demanda ora pequeñas
guerras victoriosas para el complejo militar industrial, ora dinero de
los pacientes para el sistema de salud orientado sólo a obtener
ganancias. Como resultado, la reforma de seguros médicos iniciada por
Obama con mejores intenciones, provocó que parte de la clase media
perdiera sus viejos seguros, sin recibir los nuevos. Donna Smith, jefa
del Fondo Salud para todos, del Estado de Colorado, opina que
la falla del presidente consiste en que decidiera mejorar el sistema sin
modificar su orientación general a la monetización de las enfermedades:
–Cualquier
aspecto de nuestra salud pública que tomemos, todos están orientados
sólo a obtener beneficios: las aseguradoras, las empresas farmacéuticas,
los proveedores del equipo médico. Todos ellos están preocupados por
recibir el dinero del paciente, y no por restablecer su salud.
Para
ser justos con Obama, hay que decir que hace poco él se disculpó ante
varios millones de estadounidenses que habían perdido sus seguros como
resultado de la reforma que él impusiera. Mucho menos se disculpa Obama
ante las víctimas de sus fallas diplomáticas en el extranjero.
Entretanto, hace cinco años Obama daba grandes esperanzas a su auditorio
en el mundo islámico y en Rusia. A Moscú le prometió "reiniciar" las
relaciones, a los defensores de derechos humanos, cerrar la prisión en
Guantánamo. Concluyó el retiro de tropas de Iraq y se dirigió a los
musulmanes con su famoso discurso en El Cairo, donde Obama prometía
suspender la llamada guerra de Bush contra el terror, en la que veían la
principal causa de las invasiones norteamericanas en otros países. Sin
embargo, los conflictos en Libia y Siria pronto mostraron que el
complejo militar industrial norteamericano ya no podía vivir sin
guerras. Peor aún, tampoco pueden hacerlo los medios masivos de
comunicación de los EEUU, que necesitan permanentemente demonizar algo:
ya sea a los dirigentes libios, ya sea sirios, iraquíes, y hasta rusos. Y
lo más peligroso es que los medios de comunicación al demonizar a los
líderes que no les gustan, suelen idealizar a sus enemigos. Son las
reglas de Hollywood: si existe un chico malo, debe haber también el
bueno, que lucha contra él. Lamentablemente, en Libia y en Siria, en
algún momento se encontraron entre "los chicos buenos" los militantes
islamistas. Obama se convirtió en rehén de ese primitivo cuadro
hollywoodense del mundo, obligado a responder a las demandas de los
sectores chasqueados de la sociedad norteamericana, reclamos que
consistían en armar inmediatamente a los rebeldes, y si eso no ayudaba,
empezar con los bombardeos, primero en Libia, y después en Siria.
Aunque, en el caso sirio, acabó por prevalecer el criterio de los
pacifistas: en los últimos quince años Norteamérica peleó tanto que
simplemente está cansada de las guerras. Además, como indicó el
congresista Ted Cruz, la costumbre de armar a los islamistas ya sea en
Afganistán, o en Siria, se vuelve peligrosa para los propios EEUU:
–De
los nueve grandes grupos insurgentes en Siria, siete son controlados
por los islamistas, vinculados con Al Qaeda. Mientras tanto, existe un
principio muy simple: no entregue armas a quienes le odian.
Así
que el Medio Oriente se convirtió en otro cementerio para el prestigio
de Barack Obama. Las guerras civiles en Libia y Siria, asesinatos
despiadados desde aviones drones en Yemen, historias feas relacionadas
con estancia de prisioneros árabes en Guantánamo, de donde a menudo
salen terroristas más crueles con la experiencia de tortura otorgada por
norteamericanos, que ellos odian, todo ello en absoluto corresponde a
las promesas contenidas en el discurso de El Cairo.
Tras
vencer en las urnas a los herederos de Bush, Obama no logró ganarles en
el sistema general estadounidense. En menor medida consiguió Obama
vencer en sí mismo "al bushismo", con su división del mundo en "chicos
buenos" y "malos", a los que es mejor matar desde una distancia segura.
Como resultado, Obama está llegando al final de su segundo período
presidencial con una excepcional oposición al interior del país. Se
unieron contra él tanto la izquierda decepcionada que ve en él una
reedición, un poco retocada, de George Bush, como la derecha, ansiosa de
venganza, que anhela desquitarse por fin con ese defensor de
matrimonios homosexuales, de nombre como que islámico Barack Hussein.
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