Hasta hace unos años, para los
políticos norteamericanos, hacer política en la comunidad cubanoamericana era
un ejercicio bastante sencillo, bastaba con presentarse en la ciudad y, rodeado
de “cubanazos” en guayabera, prometer el fin de “la dictadura de Fidel Castro”.
Aunque la fórmula no ha sido completamente abandonada y aún funciona para
ciertos sectores, la situación actual es mucho más compleja, por lo que más de
un avezado especialista en campañas electorales anda sacando otras cuentas
Si analizamos las estadísticas e
investigaciones recientes, el cuadro que nos presenta la comunidad
cubanoamericana es el de un conjunto poblacional muy segmentado desde el punto
de vista clasista, con un relativo deterioro de sus indicadores económicos y
sociales básicos en los últimos diez años, así como con profundas diferencias
culturales entre los diversos grupos de inmigrantes y de estos con los
descendientes. A lo que habría que agregar la existencia de prioridades y
objetivos disímiles en sus relaciones con Cuba, todo lo cual ha influido en la
dinámica política de esa población, transformando muchos de sus patrones
tradicionales.
El 73 % de la comunidad
cubanoamericana tiene la ciudadanía norteamericana. En el caso de los
inmigrantes, son ciudadanos el 90 % de los que llegaron antes de 1980 y el 60 %
de los arribaron entre esa fecha y 1990, aunque
solo el 18 % de los que llegaron con posterioridad. Esto explica que el
peso del llamado exilio histórico en el padrón electoral resulte
desproporcionado en relación con su real importancia demográfica, que los
nuevos inmigrantes tengan aún un escaso impacto en los procesos electorales y
que los descendientes nacidos en Estados Unidos adquieran cada día más
importancia en este contexto.
Más del 90 % de los cubanoamericanos
elegibles para votar estaban inscritos, lo que indica un alto grado de
participación política. De ellos, más de un 70 % son republicanos, mientras que
la media latina no sobrepasaba el 38 %. Sin embargo, los nacidos en Estados
Unidos, casi un 60 % demócratas, establecen la diferencia respecto a la
afiliación partidista hasta ahora predominante. Tal evolución, unida al
incremento proporcional de otros latinos en la Florida, ha determinado que
desde 2008 los republicanos no cuenten con la mayoría hispana que llegaron a
ostentar en el estado.
Todavía la conservan en el
condado de Miami, gracias a que el 58,6 % de los cubanoamericanos son
republicanos y estos continúan siendo la fuerza política latina predominante en
el área. No obstante, es de notar que precisamente en Miami, donde el
electorado cubanoamericano es más compacto, la proporción de republicanos es
menor que la media de esta población, lo que debe estar relacionado con el
desplazamiento hacia otras zonas de aquellos con mayores recursos económicos.
Si bien los cubanoamericanos
tienden a apoyar a los candidatos de su propio grupo nacional y estos por lo
general son conservadores republicanos, en los últimos años se aprecia la
tendencia a votar por candidatos más liberales. Al parecer, tal conducta no es
ajena a las transformaciones ideológicas que se aprecian en esta comunidad.
Según encuestas realizadas a pie de urna en 2010 por el grupo de estudio Cuba
Facts, el 20 % de los cubanoamericanos se definió como liberal, un 38 % como
moderado y solo el 42 % prefirió
considerarse conservador.
Así lo confirma, además, la
evolución que ha tenido el voto cubanoamericano en las últimas elecciones
presidenciales, las más importantes porque generalmente convocan a una mayor
cantidad de electores y definen mejor las inclinaciones políticas. Mientras que
Bush obtuvo el 75 % y 78 % de la votación en 2000 y 2004, respectivamente;
McCain apenas consiguió el 64 % en 2008. Incluso en las pasadas elecciones de
2012, la preferencia por el candidato demócrata Barack Obama aumentó del 38 %
que obtuvo en 2008, a una cifra que ronda el 50 % de los electores, según
diversas encuestas.
Aunque falta por estudiar sus
causas y determinar si se trata de una tendencia que persistirá en el futuro,
la significación del voto cubanoamericano en las últimas elecciones consiste en
que a diferencia de alrededor del 40 % obtenido por Bill Clinton en 1996 –
hasta entonces el más alto de un demócrata –, el cual se logró gracias a su
alianza con la extrema derecha, Obama basó su campaña en propuestas respecto a
Cuba que entraban en franca contradicción con la plataforma de estos grupos,
los cuales trabajaron activamente en su contra.
La mayor parte de los analistas
achacan este resultado al impacto de los nuevos inmigrantes y la emergencia de
jóvenes nacidos o formados en Estados Unidos dentro del conjunto de votantes y
aunque algunos opinan que esto debe conducir a un mayor desinterés por el tema cubano, no parece que
fue lo acontecido en las elecciones, donde las relaciones con Cuba, especialmente
el asunto de los viajes, acaparó buena parte de la atención de este electorado.
Dos hechos, de cierta forma
relacionados, saltan a la vista como posibles causas del resultado electoral:
el temor de muchos a que la política hacia Cuba regresara a sus fundamentos más
hostiles y el rechazo ideológico de las nuevas generaciones al extremo
conservadurismo de los republicanos, quedando otra vez establecida la
diferencia entre el llamado “exilio histórico” y la mayoría del resto de la
sociedad cubanoamericana. De cualquier manera, sea cual fuese la posición de
estas personas respecto al régimen cubano, lo evidente es que responderá a
motivaciones distintas a las que inspiran a sus mayores y será el resultado de
una mirada mucho más compleja de la situación, lo que obliga a aumentar la
“calidad” de la política encaminada a movilizarlos.
Este proceso también puede
afectar el impacto de los cubanoamericanos a escala nacional, aunque no existe
una correspondencia absoluta entre una cosa y la otra. Las afiliaciones a nivel
local han estado influidas por la política hacia Cuba debido a las ventajas
resultantes de esta vinculación, pero pueden evolucionar en función de otros
intereses, en la medida en que las actitudes prevalecientes no compensen los
beneficios políticos que dieron origen a la excepcionalidad del trato otorgado
a los cubanoamericanos, lo cual parece ser la tendencia.
Por otra parte, la influencia
alcanzada por los grupos políticos cubanoamericanos en ciertos aspectos de la
política norteamericana nunca ha dependido del peso específico de su
electorado, sino en ser funcionales a determinados grupos de poder dentro del
sistema político estadounidense, particularmente el propio gobierno, así como
su capacidad para interactuar con éste, en lo cual ha incidido la existencia de
una cultura política que tiene antecedentes en Cuba y se extendió a su quehacer
en Estados Unidos.
Teniendo en cuenta la
polarización y el equilibrio existente entre las fuerzas que dominan el
escenario político estadounidense, lo cual torna difícil la posibilidad de un
predominio conservador como el observado en décadas pasadas; el agotamiento de
una agenda política que durante medio siglo ha demostrado ser incapaz de
satisfacer sus objetivos básicos; la desaparición física de su base política
natural y el impacto adverso de las transformaciones sociales que están
ocurriendo en la comunidad
cubanoamericana, es posible afirmar que el futuro del lobby cubanoamericano es
cuando menos incierto, con tendencia a disminuir su influencia en la política
de Estados Unidos hacia Cuba.
Se trata de un proceso por demás
irreversible, dado que está determinado por la incapacidad estructural de
Estados Unidos para reproducir la función política que cumplía la emigración
cubana en la política contra Cuba. No obstante, la velocidad con que esto
ocurra dependerá de múltiples factores, en particular de la propia dinámica
política norteamericana, así como de las estrategias que adopte la parte cubana
para encarar un fenómeno que continuará siendo de extrema importancia para el
futuro de la nación.
Por Jesús Arboleya Cervera
Fuente: Progreso Semanal
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