martes, 14 de febrero de 2012

Descubriendo mis secretos: Cinco poemas de amor

Percy Francisco Alvarado Godoy

Hoy es el Día de los enamorados y ello me obliga a ofrecer a mis lectores cinco de mis poemas, parte de un poemario que verá la luz muy pronto. Es mi regalo para ustedes y, con él, les presento una nueva faceta de mi vida íntima. Vaya en ellos mi amor a la vida, a mis camaradas de combate, a nuestro optimismo terco y permanente.

Si yo pudiera, te daría lo mejor de mí:                                            
lo  que guardo, en secreto, en un lugar empolvado del alma,
sin importarme que  las telarañas me siembren premoniciones
y un terco optimismo.
Repartiría contigo la duda y la confianza cuando la tarde anuncia
que un pájaro pasó por mi balcón sin anunciarse,
ni pedirle permiso a mi nostalgia.
Todos mis sueños serían tuyos
y los compartiría contigo cada noche como un buen samaritano.
No me importaría, entonces, la ausencia ni el silencio,
Ni este  obligado papel
ni tampoco  pedirle clemencia al abandono.

Si yo pudiera, te llevaría a cada rincón del mundo,
a cada historia y a cada anécdota,
a todos los lugares que uno hace distantes e infinitos
cuando viaja indefenso y desarmado en busca de un destino,
de un fin  cualquiera y predecible.
Si yo pudiera,  juntaría todo lo que hay de sencillo
en la tierra,
lo que no necesita de máquinas para existir,
ni de discursos trasnochados o soportes magnéticos,
y lo colocaría  en tus ojos,
para que desde ellos me miren las cosas que más amo.

Si yo pudiera, no habría escollos para buscarte,
ni muros ni obstáculos;
ni fronteras impuestas por el odio;
ni tardes grises para consolarte de angustias pasajeras.
La esperanza nos habitaría a los dos
y  nos poblaría las entrañas en cada íntimo recodo,
en cada hálito de vida;
y haría de cada parte propia  de nosotros:
su morada.

Si yo pudiera, dormiría en tus labios,
desnudo como Adan,
 y los habitaría diariamente para beber sus jugos matutinos.
Tu boca sería entonces mi palacio,
mi mundo y mis esquinas,
mi país y mi rumbo;
la dimensión donde respire y sobreviva después de la  tormenta.

Si yo pudiera, me estaría desnudo,
pegado a ti noche tras noche,
alimentando mi sueño insatisfecho
y mi sed insaciable.
No haría falta una estrella para imaginarte.
No haría falta un poema para describirte.
No haría falta una canción para decir de ti
lo que no cabe en la palabra.
No haría falta un conflicto, ni la propia muerte,
para separarnos.

Si yo pudiera, no me haría falta la ternura,
ni el pan, ni el aire limpio y mañanero,
ni la noche estrellada,
ni el frágil disfrute de un momento.
Todo sería eterno.
Ni tan siquiera me haría falta el agua cristalina
donde imagino tu rostro.
Ni un futuro, ni una certeza.
Todo sería predecible cuando me arrope  en tu cabello.

Si yo pudiera,
todo sería fácil para los dos,
incluso, amarnos.
No habría necesidad de espejos,
ni de las madrugadas,
ni de siquiatras trasnochados
para poder hallar lo que nos falta y lo que sobra.
Con sólo verte, con sólo imaginarte,
estaría viendo lo mejor de mí.

Si yo pudiera, si realmente pudiera,
Te mantendría junto a mí,
eterna,
omnipresente como el suspiro con que vivo;
clara e invaluable como la mañana
en que despierto,
junto a ti,
de tanta muerte cotidiana.
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Tu piel es como un ciervo que corre entre mis dientes,                                       
un rumbo que desando nervioso y sin remedio
cuando no hay laberinto, ni paradoja,
ni nada que me separe de cada célula tuya hecha volcán
o fuego,
o llama lenta que nunca se consume.
Puedo encontrar en ella la dirección precisa
donde marcha mi hombría,
puedo hacerla alacena de toda mi ternura,
puedo atrapar su instinto de frágil pasajera
y redimirlo siempre a mis antojos.

Tu piel son los océanos que recorro mil veces,
que navego y descubro cuando cae la noche
y sólo por brújula al deseo.
Puedo tejer en ella mis sueños de un inicio,
puedo dejar en ella las huellas de mis besos,
puedo dormirme en ella para no levantarme,
para hacerme un castigo eterno y permanente.

Tu piel es todo el tiempo que cabe en un suspiro,
toda la vida misma que uno construye, a veces,
moldeada a su medida.
Tu piel es como un río que navego y navego
sin miedo a la tormenta.
Tu piel es infinito, es espacio sin límites.

Tu piel es un gran mundo que nos traga a pedazos,
para dejarnos solos cuando amanece a diario.
Es la razón que tengo para no despertarme,
para querer morirme sin llantos ni discursos,
para hallar una tumba sin mármoles ni cruces.
Es el lugar preciso en que uno se suicida,
y renace,
y renace.
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Si me preguntaran que por qué te amo tanto:                                      
les diría que te amo por ser tierna y sencilla,
como todas las cosas de mi tierra.

Les diría que te amo, sobre todo,
por ser brújula y guía,
razón de andar viajando por todos los lugares;
razón de andar buscando  sin que me importe el tiempo,
ni mi rumbo extraviado,
ni desangrar  los pasos por la tierra y el viento.

Y les diría también,
que te amo tanto por ser mi compañera;
la que viaja conmigo por todos los instantes,
la que alegra el suspiro que robo a la nostalgia;
la que teje en mis manos todo un collar de sueños,
la que hace grande siempre mi pequeñez sin frutos.

Y no vacilaría en decirles que te amo tanto,
sobre todo cuando llegas a diario
y haces tibia mi almohada,
y deshojas el árbol que guardo aquí en el alma
para cubrir de otoño tu alegre primavera.

                                               -----------------------------
A veces, cuando cae la noche,
te secuestro de mi memoria y te reparto en las sombras
para juntarte luego,
para hacerte tangible y cercana,
casi adherida a mí y a mi tristeza.

A veces, cuando un lucero canta su lejanía,
tan solo como yo cuando cae la noche,
me arrogo el privilegio de tenerte en mi sueño
y amarte así, hecha nube  y recuerdo.

A veces, cuando la noche canta su procesión de grillos,
cuando gime el silencio su angustia y su abandono,
te retomo en el tiempo,
te reconstruyo y te amo momento tras momento,
te hago mía en las sombras
para quedarme luego despoblado y sediento.

A veces, cuando cae la noche
y la luna te entrega plateada y temblorosa,
yo te espero mil veces,
te retengo mil veces,
como a una simple gota
de rocío
en mi boca.
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Pequeña Caperucita Roja,                                                           
¿por qué te empeñas que corra detrás de ti,
por los bosques,
si soy un lobo cansado y solitario
con sus garras llenas de telarañas?

¿Por qué te empeñas que te persiga,
que te eternice con mi canto,
que te guarde en el tiempo de todas mis canciones,
si mi guitarra vieja y gastada gime sólo un murmullo
cargado de cansancio?

¿Por qué te empeñas que te ame,
que te busque y rebusque por todos los rincones,
que alimente mis manos con toda tu ternura,
si ya mis tristes ojos anochecen tan lejos de la luz?

¿Por qué te empeñas,
Pequeña Caperuza,
si le temo al amor,
que despierte a ese terrible monstruo
que vive en mi corazón?



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