Un reciente premio
concedido por la Universidad de Columbia, Nueva York, me ha traído el recuerdo
de un sonado escándalo ocurrido en 1955, cuando esa casa de estudios concedió un
Doctorado Honoris Causa al dictador guatemalteco coronel Carlos Castillo
Armas.
El asunto resultó grotesco,
pues el personaje carecía de todo mérito intelectual, salvo el de haberse
entrenado en la base militar de Fort Leavenworth, en Kansas, EE.UU. Pero lo que
le faltaba de intelecto le sobraba de contactos con la CIA, a cuyas órdenes
intentó derrocar al presidente Juan José Arévalo, quien había dictado un código
de trabajo y emprendido una campaña de alfabetización. Luego, tras fracasar en
su intento golpista, Castillo fugó en 1951 hacia Honduras.
Desde allí comandó en 1954
la invasión militar contra Guatemala montada por la United Fruit y la CIA, para
derrocar al nacionalista gobierno del presidente Jacobo Árbenz, sucesor de
Arévalo, al que acusaban de “comunista”, ya que había puesto en marcha un
programa de reformas moderadas, que incluía una reforma agraria beneficiosa para
los campesinos y perjudicial para la empresa bananera.
La invasión fue brutal. Los
aviones mercenarios bombardearon a la población civil, buscando sembrar el
terror. Al fin, Árbenz renunció y salió al exilio, mientras Castillo Armas era
consagrado dictador y desataba una salvaje persecución contra todo lo que oliera
a democracia. Encarceló a 10 mil opositores y torturó o asesinó a otros miles, a
la vez que suprimía la reforma agraria y la alfabetización, disolvía los
sindicatos y cooperativas agrarias y disponía la quema de millones de
libros.
Poco antes de la invasión,
y para prepararla, el secretario de Estado John Foster Dulles, que era también
abogado de la United Fruit, había pedido en la X Conferencia de Cancilleres de
la OEA una sanción política contra Guatemala. Ante la resistencia de algunos
países, Dulles se prodigó en amenazas y chantajes. Según Guillermo Toriello,
canciller de Árbenz, “al canciller de Bolivia lo amenazaron con cancelar un
crédito de 14 millones de dólares. Al canciller del Ecuador lo chantajearon
también, amenazándolo con no darle a su país el crédito pendiente de 8 millones
de dólares para la construcción de carreteras”.
En ese marco, la
Universidad de Columbia premió con su doctorado a Castillo Armas, nuevo “campeón
de la democracia”. Entonces, justamente indignado, alzó su voz de protesta el
notable escritor y ex presidente de Venezuela doctor Rómulo Gallegos. En una
memorable carta al presidente de esa universidad, expresó: “Me niego a compartir
honores con Castillo Armas” y devolvió el doctorado de igual tipo que le había
sido otorgado por Columbia en 1948.
Castillo Armas moriría en
su ley en 1957, asesinado por uno de sus guardias, mientras crecían la buena
fama y el mérito intelectual de Rómulo Gallegos. Su nombre sería dado al más
prestigioso Premio Internacional de Novela de nuestra América, en 1965, así como
a un afamado Centro de Estudios Latinoamericanos creado en
1972.
Por Jorge
Núñez Sánchez
Primer Dirio Público, Guataquil, Ecuador
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