sábado, 9 de noviembre de 2013

Libia al borde de una catástrofe humanitaria de envergadura

Libia se encuentra al borde de una catástrofe humanitaria de envergadura

Amenaza de hambre, incesante guerra intestina, colapso económico y probabilidad de desintegración del país. Tal es el cuadro que presenta hoy Libia, país que recibió una “lección de democracia” de la coalición occidental. ¿Existe la posibilidad de devolver a este país al cauce pacífico y quién debe responder por las gravísimas consecuencias de la revolución apoyada desde el exterior?

Dos años después de la llamada revolución libia la situación en el país no puede ser denominada más que crítica. Las actuales autoridades nominales y los líderes de la nueva ola de protesta bloquean las elementales relaciones económicas de Libia con el mundo exterior, de las que dependen si no todo, al menos muchas cosas. Unos no pueden pagar la importación de alimentos, porque los otros bloquean la exportación de petróleo, tan necesaria para el ingreso de medios al presupuesto. Además, la propia extracción de crudo es diez veces inferior en comparación con los tiempos “prerrevolucionarios”. Y todo esto porque en el país cobraron nueva fuerza las intervenciones armadas de diferentes grupos, que prácticamente bloquearon lo que quedaba de complejo petrolero. Las autoridades intentan controlar a la gente armada, hacer que sean parte de las fuerzas de seguridad, pero los esfuerzos resultan infructuosos. No hay dinero.

En tal situación la pregunta ¿qué hacer? se vuelve de una pregunta en una bien concreta. Es que corre riesgo el destino de todo un pueblo. La Voz de Rusia preguntó al orientalista Anatoli Yegorin si los países occidentales deben asumir la responsabilidad, incluida la financiera, ante el pueblo de Libia. He aquí la respuesta:

—Sí, deben. Ellos forzaron la aprobación de la resolución, según la cual intervendrían como defensores del pueblo, que presuntamente era oprimido por Gadafi. Ellos lanzaron treinta mil ataques aéreos contra Libia y once ciudades quedaron en ruinas. Occidente prometió diez mil millones de dólares para reconstruir esas urbes, pero siguen estando en ruinas. Los países occidentales, dado que se preocupan tanto por la paz en Libia, deben tomar medidas urgentes, celebrar una conferencia o hacer alguna otra cosa, para que Libia sea por lo menos un Estado Federal y no se desintegre.

Pero Occidente, como siempre, no se apresura a corregir sus dramáticos errores. Como consecuencia el Gobierno totalmente debilitado no tiene posibilidades de financiar incluso las necesidades primordiales como ser la importación de cereales. Para el país con sus seis millones de habitantes, que no tiene un complejo agroindustrial normal, eso implica una catástrofe humanitaria de envergadura. Dejan de regir incluso los contratos de importación de cereales sellados con anterioridad. Al parecer, los proveedores extranjeros con toda razón, desde el punto de vista del negocio, piden la cancelación del endeudamiento. Pero semejante inflexibilidad no promete a los libios nada bueno. Actualmente corre riesgo la importación de cincuenta mil toneladas de trigo, suficientes para alimentar durante varios meses tan solo a la capital y nada más.

El copresidente del Comité ruso de Solidaridad con los Pueblos de Libia y Siria, Oleg Fomín, sostiene que la comunidad internacional podría intervenir activamente en la situación.

Si la ONU respondiera a su predestinación, no por casualidad fue criticada por Gadafi en su célebre discurso en Nueva York, debería hacer responsables a aquellos que sumieron el país en la crisis y obligarles a pagar por la reconstitución de la economía nacional, su educación, medicina y otros sectores vitales. Aquellos que arruinaron el país deben responder. Es que, en su tiempo, tal responsabilidad fue depositada sobre Alemania.

Entre tanto, este viernes, en Trípoli se protagonizaron enfrentamientos entre diferentes grupos armados, que se saldaron con decenas de muertos y heridos. Y en la situación de “todos contra todos”, de momento no se ve ningún rayo de esperanza.
Iliá Jarlámov

La Voz de Rusia

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