Foto: EPA
Dos
años después de la llamada revolución libia la situación en el país no
puede ser denominada más que crítica. Las actuales autoridades nominales
y los líderes de la nueva ola de protesta bloquean las elementales
relaciones económicas de Libia con el mundo exterior, de las que
dependen si no todo, al menos muchas cosas. Unos no pueden pagar la
importación de alimentos, porque los otros bloquean la exportación de
petróleo, tan necesaria para el ingreso de medios al presupuesto.
Además, la propia extracción de crudo es diez veces inferior en
comparación con los tiempos “prerrevolucionarios”. Y todo esto porque en
el país cobraron nueva fuerza las intervenciones armadas de diferentes
grupos, que prácticamente bloquearon lo que quedaba de complejo
petrolero. Las autoridades intentan controlar a la gente armada, hacer
que sean parte de las fuerzas de seguridad, pero los esfuerzos resultan
infructuosos. No hay dinero.
En
tal situación la pregunta ¿qué hacer? se vuelve de una pregunta en una
bien concreta. Es que corre riesgo el destino de todo un pueblo. La Voz de Rusia
preguntó al orientalista Anatoli Yegorin si los países occidentales
deben asumir la responsabilidad, incluida la financiera, ante el pueblo
de Libia. He aquí la respuesta:
—Sí,
deben. Ellos forzaron la aprobación de la resolución, según la cual
intervendrían como defensores del pueblo, que presuntamente era oprimido
por Gadafi. Ellos lanzaron treinta mil ataques aéreos contra Libia y
once ciudades quedaron en ruinas. Occidente prometió diez mil millones
de dólares para reconstruir esas urbes, pero siguen estando en ruinas.
Los países occidentales, dado que se preocupan tanto por la paz en
Libia, deben tomar medidas urgentes, celebrar una conferencia o hacer
alguna otra cosa, para que Libia sea por lo menos un Estado Federal y no
se desintegre.
Pero
Occidente, como siempre, no se apresura a corregir sus dramáticos
errores. Como consecuencia el Gobierno totalmente debilitado no tiene
posibilidades de financiar incluso las necesidades primordiales como ser
la importación de cereales. Para el país con sus seis millones de
habitantes, que no tiene un complejo agroindustrial normal, eso implica
una catástrofe humanitaria de envergadura. Dejan de regir incluso los
contratos de importación de cereales sellados con anterioridad. Al
parecer, los proveedores extranjeros con toda razón, desde el punto de
vista del negocio, piden la cancelación del endeudamiento. Pero
semejante inflexibilidad no promete a los libios nada bueno. Actualmente
corre riesgo la importación de cincuenta mil toneladas de trigo,
suficientes para alimentar durante varios meses tan solo a la capital y
nada más.
El
copresidente del Comité ruso de Solidaridad con los Pueblos de Libia y
Siria, Oleg Fomín, sostiene que la comunidad internacional podría
intervenir activamente en la situación.
Si
la ONU respondiera a su predestinación, no por casualidad fue criticada
por Gadafi en su célebre discurso en Nueva York, debería hacer
responsables a aquellos que sumieron el país en la crisis y obligarles a
pagar por la reconstitución de la economía nacional, su educación,
medicina y otros sectores vitales. Aquellos que arruinaron el país deben
responder. Es que, en su tiempo, tal responsabilidad fue depositada
sobre Alemania.
Entre
tanto, este viernes, en Trípoli se protagonizaron enfrentamientos entre
diferentes grupos armados, que se saldaron con decenas de muertos y
heridos. Y en la situación de “todos contra todos”, de momento no se ve
ningún rayo de esperanza.
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