El malo será malo siempre y el bueno será siempre bueno (Eurípides, 485 a.C-406 a.c.)
El ambiente político internacional en esta primera década del Siglo XXI está lleno de controversias.
El veterano estadista norteamericano, Henry Alfred Kissinger, llamado
en el siglo pasado “criminal de guerra” pero laureado al mismo tiempo
con un controvertido Premio Nobel de la Paz en 1973, ha sido declarado
por la revista Forbes como el primero en la lista de los 100 más
prestigiosos intelectuales del planeta.
El hombre, que durante ocho años de 1969 a 1977 ejerció como asesor
de seguridad nacional y secretario de Estado norteamericano durante los
mandatos presidenciales de Richard Nixon y Gerald Ford, tenía la
obsesión de contener a la Unión Soviética a toda costa y hacer todo lo
posible para borrar el socialismo de la faz de la tierra.
Sin embargo, Kissinger ahora es recibido frecuentemente por el
presidente de Rusia, Vladimir Putin para disfrutar de opiniones y
reflexiones de este “hombre sabio”.
Hace poco la Academia Diplomática de Rusia reconociendo sus méritos
como un intelectual con gran influencia en el mundo, le otorgó el título
de Doctor Honoris Causa en una ceremonia solemne.
Mientras tanto a unos 1.600 kilómetros de Moscú, en Berlín, el Comité
General de Estudiantes y el Parlamento de los Estudiantes rechazaron la
idea de la creación de un profesorado en homenaje de Henry Kissinger.
Ellos consideran como un “chiste macabro” la creación de la catedra
dotada para “Relaciones Exteriores y Derecho Internacional”. Los
estudiantes dudan que “Kissinger, quien nació en Alemania, es una
persona adecuada como ejemplo para la ciencia y la enseñanza del Derecho
Internacional” por ser “responsable de crímenes de guerra y graves
violaciones de derechos humanos durante la década de 1970 en el sureste
de Asia y en América del Sur”.
El prestigioso intelectual norteamericano, autor del libro “Making
the Future” Noam Chomsky afirmó que en Vietnam, Laos y Cambodia los
soldados norteamericanos seguían las indicaciones de Kissinger para
“destruir todo lo que vuela y todo lo que se mueve”. Aquel que sería
Premio Nobel de la Paz fue arquitecto y supervisor de los bombardeos
secretos contra Laos y Cambodia en 1969, según el libro del periodista
norteamericano Christopher Hitchens, “The Trials of Henry Kissinger”.
Como resultado de estos bombardeos, 350.000 personas fueron asesinadas
en Laos y 600.000 en Cambodia. En aquel año fueron lanzados sobre tres
millones de habitantes de Laos 3 millones toneladas del Agente Naranja,
es decir, una tonelada por persona.
En su libro, Hitchens presentó pruebas contra Kissinger por ser el
autor de la prolongación de guerra en Vietnam tras descalificar las
conversaciones de Paz en Paris en 1968; por haber estado involucrado en
el asesinato de 500.000 personas en Bangladesh en 1971 tras el golpe de
Estado del general Yahya Khan, armado y bendecido por los Estados
Unidos y por sancionar la intervención del ejército de Indonesia en
Timor Oriental que resultó en la masacre de más de 200.000 personas.
Teniendo en cuenta todo este historial es difícil de imaginar las
razones de los norteamericanos que consideraron a Henry Kissinger como
la persona más admirada en Norteamérica en 1973, según la encuesta
Gallup.
Pero allí no terminan las acusaciones. Llamado por el periódico
británico The Guardian, “el coloso de la diplomacia” había sido
considerado en América Latina como ideólogo del sangriento Plan Cóndor y
el autor del golpe de Estado en Chile contra el presidente
legítimamente elegido Salvador Allende en 1973.
Fue precisamente Kissinger quien supervisaba el Plan Track I para que
los partidos de oposición lograsen la mayoría en el congreso chileno y
el Track II que consistía en el golpe de Estado contra el presidente
Allende. El escritor estadounidense Walter Isaacson en su libro
“Kissinger” cuenta la razón de porqué el secretario de Estado quería
sacar al doctor Allende del poder: “no veo por qué tenemos que esperar y
permitir que un país se vuelva comunista debido a la irresponsabilidad
de su propio pueblo”.
Sin embargo, el doctor Kissinger en 1971 dio su palabra de honor al
embajador chileno en Washington, Orlando Letelier, a quien consideraba
su amigo, que Washington no participaría en la campaña contra Salvador
Allende o intervendría en Chile.
Posteriormente en 1976 dio su palabra personal al primer ministro de
Jamaica, Michael Manley que Estados Unidos no estaría involucrada en una
campaña desestabilizadora contra Jamaica por sus contactos con Cuba y
Angola aunque Norteamérica no estuviera de acuerdo con tal acercamiento.
Mintió en ambos casos y además de promover el golpe de Estado en
Chile, su “amigo” Letelier fue asesinado en 1976 en Washington. En
Jamaica, como declaró Michael Manley dos semanas después de la promesa
de Kissinger, “toda la ayuda al país cesó abruptamente, el petróleo dejó
de llegar y la cooperación económica se redujo drásticamente mientras
la embajada norteamericana aumentó su tamaño dramáticamente”. Aún vive
en los recuerdos, la puesta en marcha por la CIA la operación Werewolf
que dejó muertos a miles de jamaiquinos como resultado de desórdenes.
Como declaró alguna vez uno de los famosos intelectuales de Estados
Unidos y exembajador ante las Naciones Unidas, Daniel Patrick Moynihan:
“Henry no miente siguiendo sus intereses. El miente porque la mentira
está en su naturaleza”.
El poder es otra debilidad de este “hombre sabio” al que considera
“el último afrodisíaco”. El poder en la percepción de Kissinger ofrece
la estabilidad sin la cual la democracia no puede funcionar. El sistema
democrático que el exsecretario de Estado quiso imponer en América
Latina y en el resto del mundo en los años 1970 estaba basado en una
frase de Goethe que rezaba: “si yo tengo que elegir entre la justicia y
el desorden, en un lado y la injusticia y el orden, en el otro lado, yo
elegiría lo último”. La democracia por si sola, en la percepción de este
estadista, siempre está relacionada con la inestabilidad.
Para el autor de la biografía de Kissinger, Walter Isaakson, esta
permanente búsqueda del poder tiene sus raíces en la infancia del niño
judío Heinz Alfred Kissinger nacido en Alemania en 1923. El sintió la
discriminación y el antisemitismo basado en la combinación de prejuicios
de tipo religioso, cultural, racial y étnico. Recién al emigrar a los
Estados Unidos en 1938 se sintió más aliviado al “poder caminar con la
cabeza en alto por las calles de Nueva York. Entró en la Universidad de
Harvard donde aprendió los mecanismos del poder político y se acercó al
FBI que lo consideró como “como una fuente confidencial de su división
en Boston”, según el libro de Isaakson (page 71).
En 1943 sus estudios en Harvard fueron interrumpidos cuando fue
reclutado al ejército y donde fue nacionalizado estadounidense. Allí
cambió su primer nombre Heinz por Henry. Sirvió en la Inteligencia
Militar de la 84 División de Infantería. Uno de sus mentores, Fritz
Kraemer le dio la siguiente característica: “Henry estaba desesperado
por ser aceptado por sus colegas, inclusive tratando de complacer a las
personas que él consideraba sus inferiores”. Estas ansias de aceptación y
al mismo tiempo desconfianza de sus colegas, su carácter conspirativo y
aversión a todo lo que considera revolucionario le habían guiado a los
círculos del poder donde adoptó la estrategia de manipulación del
antagonismo de las fuerzas rivales , tanto a nivel interno del gobierno
como a nivel internacional.
Después de su retiro del gobierno esperó cinco años para crear su
compañía, Kissinger Associates,Inc. que asesora a clientes en relación
con gobiernos en el mundo entero. Carlos Menem, Augusto Pinochet,
Alberto Fujimori, Boris Yeltsin fueron asesorados por este “hombre
sabio” a cambio de una buena remuneración, que en los años 1990 se
traducía en unos 120.000 dólares la hora. Algunos expertos consideran
sus méritos en la política internacional durante su estadía en el poder
entre 1968 a 1977 como “extraordinarios”.
Impulsó el reconocimiento de la Unión Soviética como partícipe de la
hegemonía mundial y acercó a los EE.UU. a China. Lo que no dicen estos
expertos es que aquella “inclusión” de la URSS en el “poder mundial”
había creado falsas expectativas entre los dirigentes soviéticos y había
facilitado las condiciones para la desintegración del país en 1991.
Por supuesto que las condiciones internacionales en el mundo están en
permanente evolución y Estados Unidos en este momento está atravesando
una difícil situación económica sin ser afectado su poder global
militar. En estas condiciones necesita cierta ayuda de Rusia y China a
nivel internacional para tener un respiro en su política de expansión de
su hegemonía. Por eso no es de extrañar su afán de utilizar a los
“hombres sabios” de tipo Kissinger, aunque es el único de esta especie
superando en su habilidad de proveer información “confidencial”
inclusive al otro “wise man”, Zbigniew Brzezinski. Ambos al unísono
están declarando que el “Nuevo Orden Mundial está en manos de Rusia,
China y Estados Unidos”.
En los años 1980 se proclamaba que el Nuevo Orden Mundial estaría
compartido por Japón y Estados Unidos. Sin embargo, Japón colapsó
financieramente y hasta ahora no puede recuperarse. Ahora llegó la hora
de tratar de seducir a China y Rusia creando falsas expectativas sobre
su participación en la hegemonía mundial. Por algo “hombres sabios”
comparan a Estados Unidos con un experto francotirador que provoca a los
principiantes a elegir el arma y después disparar cuando el
principiante está listo para actuar.
Columna semanal por Vicky Peláez
Ria Novosti
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