La actriz Greta Garbo, genial y clásica ante todo, fue parte de una
conspiración política que nunca imaginó cuando en 1939 filmó Ninotchka,
comedia dirigida por Ernst Lubitsch, con guión de Billy Wilder, dos
verdaderos maestros del cine de todos los tiempos
Lo cuenta William Blum en su libro Asesinando la esperanza donde se
expone cómo, durante la férrea campaña llevada a cabo por el gobierno de
Estados Unidos para impedir que Italia cayera en “manos de los
comunistas”, una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial.
A esto se debía a que todo hacía prever que el Partido Comunista
Italiano, uno de los mayores del mundo por aquel entonces, unido al
Partido Socialista Italiano, barrerían en las elecciones convocadas para
el 18 de abril de 1948.
Blum, quien en 1967 renunciara a su puesto en el Departamento de
Estado de los Estados Unidos por oponerse a la guerra de Vietnam, dice
en su obra que “En este momento, Estados Unidos comenzó a probar sus
grandes cañones políticos y económicos sobre el pueblo italiano”.
“Toda la buena experiencia yanqui, todas las mañas conocidas en
Madison Avenue para influir en la opinión pública, toda la parafernalia
hollywoodense se pondría en acción en el mercado seleccionado”, agrega.
Según Blum, el Servicio de Información de Estados Unidos, empeñado en
vender a una población que recién salía de la guerra y la miseria “el
modo de vida americano”, presentó en barrios obreros un buen número de
documentales y filmes de ese corte.
Y expone que “se estima que en el periodo inmediatamente anterior a
las elecciones, más de cinco millones de italianos veían cada semana
documentales norteamericanos”.
Pero el tiro de gracia propagandístico, en materia cinematográfica,
correspondería a aquella comedia de la Metro-Goldwyn-Mayer dirigida por
Ernst Lubitsch, con guión de Billy Wilder, donde Greta Garbo
interpretaba a una comisaria política soviética.
El personaje que caracterizó Garbo era el de Ninotchka, una mujer
dura y sin sonrisas, que viajaba a París a supervisar la venta de unas
joyas arrebatadas a la nobleza, y allí descubría las maravillas de
occidente y el suave amor de un aristócrata debidamente perfumado,
interpretado por Melvyn Douglas.
La sátira se salía de los marcos culturales para jugar una perfecta
acción desestabilizadora en un momento de saturación propagandística y
de muchas confusiones.
Blue dice que un obrero comunista se lamentaba porque: “Lo que nos
liquidó fue Ninotchka”. (Redacción Central-Voz del Sandinismo-Agencias
de Noticias)
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