En EEUU el día de la capitulación de la Alemania Nazi en 1945 se celebra
un día antes que el Día de la Victoria en Rusia y se designa con la
sigla VE (la Victoria en Europa).
A diferencia de los rusos los estadounidenses conmemoran esta fecha sin desfiles ni fuegos artificiales: para Estados Unidos la Segunda Guerra Mundial empezó y terminó medio año más tarde que para la entonces URSS.
Este año el día VE pasó prácticamente desapercibido, los medios hicieron caso omiso del 67º aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial en Europa limitándose a publicar una nota sobre los veteranos de la misma en Texas: los ciudadanos de este estado reunieron dinero para pagarles los billetes de avión hasta Washington, donde se había erigido un memorial en su honor.
“Qué pena”, mi amigo Jim se encoge de hombros. Le apasiona la historia militar y pasa todas las noches viendo el canal especializado en el tema. Jim, que nació y creció en Manhattan, recuerda de manera nítida los cinco años de la guerra, que comenzó cuando tenía diez años. Me encanta escuchar sus historias.
Sartenes para hacer balas
La capital de EEUU, un país que se había declarado neutral frente al conflicto bélico en Europa, vivía unos días confusos en víspera del ingreso del país en la Segunda Guerra Mundial. Por la plaza neoyorquina de Madison desfilaban miles de estadounidenses de origen alemán. Iban vestidos con uniformes nazis exigiendo que Estados Unidos se uniera a la coalición hitleriana y criticando a Roosevelt por una política “projudía”.
Los alemanes antifascistas de EEUU salían a la calle bajo otras consignas. La diáspora italiana también se vio dividida en los “rojos” y los “marrones”. No obstante, la Federación Germano-Americana (German American Bund), la mayor organización nacionalsocialista estadounidense, fue prohibida justo después del ataque japonés a Pearl Harbour. “Este día cambió por completo la vida de Nueva York. Miles de voluntarios empezaron a acudir al centro de reclutamiento situado en Times Square. Iban acompañados por vecinos y familiares y todo el mundo cantaba ‘God bless America”, recuerda Jim.
En el mismo 1941 el compositor Don Reid escribió la canción ‘Let's remember Pearl Harbour, as we did the Alamo’ (Recordemos Pearl Harbour como recordamos El Alamo), un eco patriótico de la batalla crucial de la Revolución de Texas en 1836, que llegó a convertirse en el himno de la guerra para los estadounidenses.
El gobierno de EEUU no tomó represalias contra los alemanes residentes en el país, aunque fue entonces cuando los neoyorquinos apodaron las salchichas de Frankfurt como ‘hot-dogs’ (perrito caliente) para no mencionar la ciudad alemana.
Sin embargo, en Inwood, el vecindario más norteño de la isla de Manhattan y poblado mayoritariamente por los irlandeses, donde vivía Jim por aquella época, la tienda alemana seguía abierta al lado de una tienda rusa, mientras el japonés Edi Yano se enroló voluntario para luchar contra los fascistas. En 1945 volvió a casa sin condecoraciones pero sano y salvo.
En las ventanas de las casas del barrio iban apareciendo las estrellas azules: las pegaban a los cristales las familias que habían despedido rumbo a la guerra a sus hijos y hermanos. Luego muchas de ellas fueron sustituidas por las estrellas doradas que significaban que el familiar había muerto en el combate. Al terminar la guerra en muchas ventanas de Inwood se veían hasta cuatro de estos trágicos signos.
“Los niños y adolescentes de Nueva York también cumplían una misión para aproximar la victoria. Con unas gigantescas banderas desplegadas de EEUU pasaban por las calles de la ciudad mientras los habitantes tiraban dinero desde los balcones en esta especie de bandeja a rayas y estrellas: para la victoria”, cuenta Jim.
Por las calles de la capital de EEUU circulaban unos camiones especiales que recogían los enseres de cocina hechos de metal. “Hagamos balas contra el enemigo”, llamaban las pancartas y las amas de casa estadounidenses en un arrebato patriótico lanzaban a las cajas abiertas cacerolas y sartenes.
Los hombres de Nueva York formaban colas para alistarse en el ejército. Las mujeres, para trabajar en las fábricas militares. El padre de Jim lloró de rabia al saber que habían rechazado su solicitud para ingresar en el servicio militar activo. Su madre fundió casquillos en una fábrica de Nueva Jersey.
En los portales y escaparates aparecieron carteles con la imagen de Tío Sam, la personificación nacional de Estados Unidos, con el dedo pegado a los labios en señal de silencio: "Loose lips - sank ships" (La boca abierta hunde los barcos).
“Ayudemos a los rusos”
En la orilla derecha del East River, frente a Manhattan, se ve hasta ahora el edificio de ladrillo oscuro con un faro en el tejado. El faro lleva años sin funcionar y hace poco en la fachada colgaron un cartel gigantesco de “se vende”.
Durante la guerra en él se alojaba la fábrica de Hormel que producía carne en lata bajo la marca Spam, que fue suministrada a la URSS en virtud del programa “de préstamo y arriendo”. Estas conservas baratas también formaba la dieta de muchos estadounidenses. Jim recuerda que la comían cada mañana ya que en Nueva York era difícil conseguir alimentos, funcionaba el sistema de las cartillas de racionamiento, aunque el pan nunca faltó.
Jim aprendió a conseguir también tabaco. Para eso iba al muelle de Manhattan, de donde zarpaban los buques de guerra. Los generosos marineros con gorros blancos regalaban cigarros a decenas. El chico no fumaba, vendía el tabaco para comprar sellos “patrióticos”, por 25 céntimos la pieza, destinados a financiar el presupuesto de defensa.
Con el cuarto de dólar, en vez del sello, se podía comprar dos paquetes de cigarrillos Lucky Strike o cinco helados, pero Jim gastaba el dinero solo en sellos y los pegaba en un álbum que estuvo lleno antes de terminar la guerra.
Cuando Alemania atacó a la URSS en Times Square los comunistas empezaron a hacer propaganda para que Estados Unidos ingresara en la guerra en Europa. “Así ayudaremos a los rusos, que están desangrándose”, explicaba a Jim un tipo bigotudo autorizándole, a pesar de su corta edad, a firmar la petición.
A partir de entonces el chico siempre que podía se colaba en el cine para ver la crónica de guerra desde los frentes soviéticos antes de la película. Cuando las crónicas dieron a conocer las imágenes de los niños, víctimas del asedio de Leningrado, la madre de Jim hizo una maleta con la ropa infantil y la llevó a la tienda rusa de Sherman Avenue, que había empezado la campaña de ayuda a Rusia.
Cuando Jim se negaba a comer lo que tocaba, la madre le ordenaba: “Acábalo. Los niños de Rusia están pasando hambre”. Durante la guerra nadie tiraba la comida incluso en los barrios ricos de Manhattan.
En la Rusia actual pocos recordarán los modestos paquetes enviados por los vecinos de Istwood. Tal vez recuerden aviones y automóviles suministrados por EEUU en la URSS durante la guerra. La generación estadounidense a la que le tocó vivir en aquella época no espera ningún agradecimiento. Son ya muy mayores y viven ayudando a los que les rodean sin pedir nada a cambio. Les llaman la generación ‘Nosotros’, una generación de los vencedores en una guerra cruel, reemplazada luego por la generación ‘Yo’.
A diferencia de los rusos los estadounidenses conmemoran esta fecha sin desfiles ni fuegos artificiales: para Estados Unidos la Segunda Guerra Mundial empezó y terminó medio año más tarde que para la entonces URSS.
Este año el día VE pasó prácticamente desapercibido, los medios hicieron caso omiso del 67º aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial en Europa limitándose a publicar una nota sobre los veteranos de la misma en Texas: los ciudadanos de este estado reunieron dinero para pagarles los billetes de avión hasta Washington, donde se había erigido un memorial en su honor.
“Qué pena”, mi amigo Jim se encoge de hombros. Le apasiona la historia militar y pasa todas las noches viendo el canal especializado en el tema. Jim, que nació y creció en Manhattan, recuerda de manera nítida los cinco años de la guerra, que comenzó cuando tenía diez años. Me encanta escuchar sus historias.
Sartenes para hacer balas
La capital de EEUU, un país que se había declarado neutral frente al conflicto bélico en Europa, vivía unos días confusos en víspera del ingreso del país en la Segunda Guerra Mundial. Por la plaza neoyorquina de Madison desfilaban miles de estadounidenses de origen alemán. Iban vestidos con uniformes nazis exigiendo que Estados Unidos se uniera a la coalición hitleriana y criticando a Roosevelt por una política “projudía”.
Los alemanes antifascistas de EEUU salían a la calle bajo otras consignas. La diáspora italiana también se vio dividida en los “rojos” y los “marrones”. No obstante, la Federación Germano-Americana (German American Bund), la mayor organización nacionalsocialista estadounidense, fue prohibida justo después del ataque japonés a Pearl Harbour. “Este día cambió por completo la vida de Nueva York. Miles de voluntarios empezaron a acudir al centro de reclutamiento situado en Times Square. Iban acompañados por vecinos y familiares y todo el mundo cantaba ‘God bless America”, recuerda Jim.
En el mismo 1941 el compositor Don Reid escribió la canción ‘Let's remember Pearl Harbour, as we did the Alamo’ (Recordemos Pearl Harbour como recordamos El Alamo), un eco patriótico de la batalla crucial de la Revolución de Texas en 1836, que llegó a convertirse en el himno de la guerra para los estadounidenses.
El gobierno de EEUU no tomó represalias contra los alemanes residentes en el país, aunque fue entonces cuando los neoyorquinos apodaron las salchichas de Frankfurt como ‘hot-dogs’ (perrito caliente) para no mencionar la ciudad alemana.
Sin embargo, en Inwood, el vecindario más norteño de la isla de Manhattan y poblado mayoritariamente por los irlandeses, donde vivía Jim por aquella época, la tienda alemana seguía abierta al lado de una tienda rusa, mientras el japonés Edi Yano se enroló voluntario para luchar contra los fascistas. En 1945 volvió a casa sin condecoraciones pero sano y salvo.
En las ventanas de las casas del barrio iban apareciendo las estrellas azules: las pegaban a los cristales las familias que habían despedido rumbo a la guerra a sus hijos y hermanos. Luego muchas de ellas fueron sustituidas por las estrellas doradas que significaban que el familiar había muerto en el combate. Al terminar la guerra en muchas ventanas de Inwood se veían hasta cuatro de estos trágicos signos.
“Los niños y adolescentes de Nueva York también cumplían una misión para aproximar la victoria. Con unas gigantescas banderas desplegadas de EEUU pasaban por las calles de la ciudad mientras los habitantes tiraban dinero desde los balcones en esta especie de bandeja a rayas y estrellas: para la victoria”, cuenta Jim.
Por las calles de la capital de EEUU circulaban unos camiones especiales que recogían los enseres de cocina hechos de metal. “Hagamos balas contra el enemigo”, llamaban las pancartas y las amas de casa estadounidenses en un arrebato patriótico lanzaban a las cajas abiertas cacerolas y sartenes.
Los hombres de Nueva York formaban colas para alistarse en el ejército. Las mujeres, para trabajar en las fábricas militares. El padre de Jim lloró de rabia al saber que habían rechazado su solicitud para ingresar en el servicio militar activo. Su madre fundió casquillos en una fábrica de Nueva Jersey.
En los portales y escaparates aparecieron carteles con la imagen de Tío Sam, la personificación nacional de Estados Unidos, con el dedo pegado a los labios en señal de silencio: "Loose lips - sank ships" (La boca abierta hunde los barcos).
“Ayudemos a los rusos”
En la orilla derecha del East River, frente a Manhattan, se ve hasta ahora el edificio de ladrillo oscuro con un faro en el tejado. El faro lleva años sin funcionar y hace poco en la fachada colgaron un cartel gigantesco de “se vende”.
Durante la guerra en él se alojaba la fábrica de Hormel que producía carne en lata bajo la marca Spam, que fue suministrada a la URSS en virtud del programa “de préstamo y arriendo”. Estas conservas baratas también formaba la dieta de muchos estadounidenses. Jim recuerda que la comían cada mañana ya que en Nueva York era difícil conseguir alimentos, funcionaba el sistema de las cartillas de racionamiento, aunque el pan nunca faltó.
Jim aprendió a conseguir también tabaco. Para eso iba al muelle de Manhattan, de donde zarpaban los buques de guerra. Los generosos marineros con gorros blancos regalaban cigarros a decenas. El chico no fumaba, vendía el tabaco para comprar sellos “patrióticos”, por 25 céntimos la pieza, destinados a financiar el presupuesto de defensa.
Con el cuarto de dólar, en vez del sello, se podía comprar dos paquetes de cigarrillos Lucky Strike o cinco helados, pero Jim gastaba el dinero solo en sellos y los pegaba en un álbum que estuvo lleno antes de terminar la guerra.
Cuando Alemania atacó a la URSS en Times Square los comunistas empezaron a hacer propaganda para que Estados Unidos ingresara en la guerra en Europa. “Así ayudaremos a los rusos, que están desangrándose”, explicaba a Jim un tipo bigotudo autorizándole, a pesar de su corta edad, a firmar la petición.
A partir de entonces el chico siempre que podía se colaba en el cine para ver la crónica de guerra desde los frentes soviéticos antes de la película. Cuando las crónicas dieron a conocer las imágenes de los niños, víctimas del asedio de Leningrado, la madre de Jim hizo una maleta con la ropa infantil y la llevó a la tienda rusa de Sherman Avenue, que había empezado la campaña de ayuda a Rusia.
Cuando Jim se negaba a comer lo que tocaba, la madre le ordenaba: “Acábalo. Los niños de Rusia están pasando hambre”. Durante la guerra nadie tiraba la comida incluso en los barrios ricos de Manhattan.
En la Rusia actual pocos recordarán los modestos paquetes enviados por los vecinos de Istwood. Tal vez recuerden aviones y automóviles suministrados por EEUU en la URSS durante la guerra. La generación estadounidense a la que le tocó vivir en aquella época no espera ningún agradecimiento. Son ya muy mayores y viven ayudando a los que les rodean sin pedir nada a cambio. Les llaman la generación ‘Nosotros’, una generación de los vencedores en una guerra cruel, reemplazada luego por la generación ‘Yo’.
Larisa Saenko, RIA Novosti
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