El líder de la organización terrorista EIIS (ISIS) lanza a todo el Medio
Oriente a una prolongada guerra religiosa entre chiítas y sunitas,
opina Alexander Kudascheff, redactor en jefe de DW.
Es espantosamente inquietante: 10.000 mil hombres, 10.000 guerreros,
desafían al Medio Oriente. 10.000 combatientes de la banda terrorista
EIIS (Estado Islámico en Irak y Siria), tan fundamentalista islámica
como asesina, avanzan hacia Bagdad, quieren tomarse la capital iraquí,
expulsar al primer ministro y acabar así con el dominio chiíta en Irak.
Quieren desarticular el orden de postguerra en el Medio Oriente,
eliminar los Estados nacionales, refundar la Umma (la comunidad de los
creyentes musulmanes) e instaurar un califato, en el que la Sharía sea
la medida de todas las cosas.
La disposición política y religiosa a la yihad y al martirio, basada en
los orígenes históricos del islam, encuentra amplia adhesión en Siria
tanto como en Irak, donde el EIIS ya domina cruentamente territorios y
regiones enteras. Sin embargo, los yihadistas sunitas que siguen a Abu
Bakr al Baghdadi –su nombre recuerda al primer califa, es decir, al
primer sucesor tras Mohamed- no solo desafían a los chiítas del premier
Nuri al Maliki en Bagdad; prenden fuego a toda la región. Irán está
dispuesto a apoyar a sus hermanos chiítas y –en un vuelco con respecto a
su política de alianzas- busca incluso, por lo menos retóricamente,
cerrar filas con Estados Unidos, donde el presidente Barack Obama
todavía vacila en cuanto a si respaldar al acosado primer ministro
iraquí, y a la forma en que habría de hacerlo.
El eje chiíta
La defensa de los chiítas iraquíes es una obviedad política para Irán,
tal como se apoyó al presidente alauita de Siria, Bachar el Assad, con
la ayuda de las milicias chiítas de Hezbollah en el Líbano. Teherán
tiene un interés geopolítico en que se mantenga el eje chiíta de
Hezbollah, Siria, Irak e Irán, ya que garantiza su influencia. Para el
estado de los mulás y ayatolas, que se autoinscribe en la tradición del
mítico y carismático ayatola Jomeini, resulta inconcebible abandonar a
su suerte a los chiítas acosados en los países vecinos. Eso es motivo
para una yihad, una guerra santa.
Alexander Kudascheff |
En Siria se desarrolla desde hace tiempo una devastadora guerra
civil, en la que Assad se enfrenta a la oposición, pero también los
opositores se combaten entre sí. El EIIS contra el movimiento
democrático secular. Después de casi 200.000 muertos y millones de
refugiados, se presiente que Assad permanecerá en el poder y la guerra
civil continuará. Un derramamiento de sangre imparable.
Además están ahí
los otros actores del Medio Oriente: los kurdos se han establecido en
el norte de Irak y no temen al EIIS. Su fuerza militar y su renovada
confianza política en sí mismos supone un desafío para Turquía, que ya
está agobiada con la candente situación en su frontera con Siria.
Jordania, que desde hace décadas alberga millones de refugiados
palestinos, lleva junto con el frágil Líbano la parte principal de la
carga de los refugiados sirios. Y nadie sabe cuán sólida es de verdad
internamente la monarquía jordana.
Fantasías de poder
Y luego tenemos a Arabia Saudita; el gran contrincante de Irán en el
Golfo Pérsico, su rival en la lucha por la supremacía espiritual en el
Medio Oriente, el guardián de los santos lugares de la Meca y Medina.
Arabia Saudita sigue la doctrina purista de los wahabitas y es por lo
tanto un Estado religioso, con mucho dinero. El país ha respaldado la
causa islámica en todo el mundo y a menudo ha apoyado a grupos y bandas
islamistas. Es un reino con una doble moral: teme al yihadismo, pero al
mismo tiempo lo fomenta, con la esperanza de que no se vuelque contra la
dinastía saudita. La desquiciada visión de un califato del EIIS no solo
abarca a Siria e Irak, sino también a Jordania, el Líbano y Arabia
Saudita, el país de donde proviene el Profeta. El nombre de combate de
Abu Bakr al Baghdadi alimenta las fantasías de omnipotencia de los
terroristas.
Aun cuando fuera vencido en el campo de combate abierto, el yihadismo no
quedará con ello derrotado; en el mejor de los casos, será detenido
momentáneamente. La guerra en Irak, la batalla en torno a Bagdad, es el
inicio de una nueva guerra religiosa entre chiítas y sunitas. La región
está ante una Guerra de los 30 Años del Medio Oriente. Y la existencia
de Israel será más insegura que nunca. Occidente, en todo caso, no puede
permanecer al margen.
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