Existe en Rusia una bonita tradición: agradecerle al año que se acaba todo lo bueno que nos ha traído.
Tampoco estaría mal darle las gracias a 2012 por lo menos por dos cosas malas que no han llegado a ocurrir. Por ejemplo, el fin del mundo que no ha tenido lugar. Pero si en ello pocos creían en serio, la segunda oleada de la crisis económica global parecía más que verosímil.
Sin embargo, a pesar de los numerosos y sombríos pronósticos, tampoco ha llegado a ocurrir.
A la espera de la nueva espiral de la crisis
Los economistas, los políticos y las autoridades de diferentes países
no tenían la menor duda de que volvería a haber una recaída. El
Gobierno ruso no era ninguna excepción: a finales de 2011 en el
presupuesto nacional se habían reservado fondos para superar las
posibles dificultades económicas. Y Vladimir Putin, primero presidente
de Gobierno y más tarde al frente del país, señalaba con sinceridad
“estamos recibiendo señales preocupantes y existen ciertos riesgos, de
modo que hay que esperar lo mejor, pero prepararse para lo peor”.
La situación parecía estar empeorando a ojos vista, Europa se
sumergía cada día más en las profundidades de la deuda pública y no
conseguía parar la recesión. Estados Unidos estaba afrontando un grave
déficit presupuestario y los organismos crediticios en Rusia estaban
intentando acumular la máxima liquidez posible.
Pero lo más temido no ocurrió ni en verano, ni a finales de
septiembre, plazos de la supuesta segunda oleada. Más tarde la hora de
la verdad se desplazó a la segunda mitad de otoño, cuando Grecia -que
aportaba mucha inestabilidad a todo el sistema- debía saldar el tramo de
turno del préstamo que le había sido concedido. Atenas no tenía
recursos, pero todo se arregló. Nos hemos salvado... ¿Cómo ha sido
posible?
Las medidas preventivas suelen ayudar
La razón más evidente de por qué en 2012 no se produjo la segunda
oleada de la crisis consiste en que las medidas preventivas han surtido
su efecto. Unas enormes inyecciones financieras reforzaron las defensas
económicas, permitiendo evitar la recaída.
En gran medida ello es mérito del Banco Central Europeo (BCE) que a
causa de los vaticinios de la bancarrota de Grecia y su consiguiente
hipotética salida de la eurozona, asumió un papel activo y obró con
decisión. Por ejemplo, aprobando el programa de adquisición de
obligaciones de los países más endeudados. Las cantidades no importaban,
se imprimían las cantidades justas para que los países inmersos en el
naufragio fueran capaces de mantenerse a flote. Este paso tan atrevido
nunca se había dado antes por el Banco Europeo, conocido por su postura
sumamente cautelosa.
Las autoridades monetarias de EEUU se unieron a sus compañeros de
oficio europeos. La Reserva Federal, con la característica envergadura,
estaba dispuesta a recibir el 2013 con unas colosales inyecciones
financieras, cerca de 170.000 millones de dólares mensuales destinados a
la compra de valores. El Banco Central Europeo se estaba preparando
para sustentar la economía con entre 8.000 y 12.000 millones de euros.
El Banco Central de Rusia tampoco se mantenía cruzado de brazos. De
acuerdo con los últimos datos, los organismos crediticios rusos le deben
al banco regulador tan sólo en uno de los mecanismos de refinanciación
cerca de dos billones de rublos (unos 67.000 millones de dólares).
¿Durará mucho la tranquilidad?
Las inyecciones financieras en la economía han de acumularse en
alguna parte. Un destino ideal parecen las materias primas que empiezan a
subir de precio en condiciones de rico sustento. Formalmente, para
Rusia es un factor positivo y una posibilidad de acabar 2012 con el
superávit del presupuesto nacional. Lo malo es que los precios no pueden
crecer infinitamente.
En junio, los expertos del Banco Mundial en su informe “Perspectivas
económicas globales” avisaron de que el crecimiento desorbitado de los
precios de petróleo ha llegado a su final: en 2012 nos hemos acercado al
límite de cuando tanto precios altos para materias primas como su
brusca caída resultan nocivos.
Si el precio de petróleo se sigue manteniendo alto, se verán
afectados los países europeos que en condiciones de la continuada
recesión no pueden permitirse hidrocarburos caros. Y los problemas
económicos no harán sino agravarse. En caso de empezar a abaratarse las
materias primas, Rusia saldrá perdiendo.
El presupuesto ruso para 2013 se redactó en base al precio de 91
dólares por un barril de petróleo. Con los actuales 110 - 120 dólares
por barril no hay peligro alguno. Sin embargo, si los problemas europeos
hacen que el precio vaya bajando drásticamente, habrá que volver a
recurrir a los fondos acumulados en los años de bonanza.
Al mismo tiempo, los riesgos de un guión desfavorable son muy altos.
Según ciertas estimaciones, la recesión en Europa podría prolongarse
algunos años, Estados Unidos se encuentra ante el llamado “abismo
financiero”. Es decir, si los senadores no consiguen llegar a una
fórmula de compromiso, a partir del 1 de enero de 2013 de manera
automática serán suprimidos todos los beneficios tributarios aprobados
durante la crisis y se reducirán los gastos del presupuesto,
circunstancias que propiciarían un inminente declive económico.
El problema consiste en que el mecanismo de inyecciones financieras
ha probado su escasa eficacia, lejos de acabar con el problema, sólo
aplaza su solución. La segunda oleada ha sido aplazada, pero no evitada.
Es como las turberas que todos los veranos arden en las afueras de
Moscú, la decisión ha de ser drástica, de lo contrario, nada cambia.
Recientemente, la Reina Isabel II de Inglaterra hizo sonreír a la
comunidad internacional con su explicación de la situación actual,
diciendo algo como “nos hemos relajado demasiado”.
No deberíamos hacerlo. El Gobierno ruso ha vuelto a reservar fondos
para el apoyo al sistema bancario en 2013. Lo dicho, esperamos lo mejor,
pero nos preparamos para lo peor.
Por Anna Kalédina, RIA Novosti
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