Introducción
A
160 años del natalicio de José Martí acercarnos a su ensayo «Nuestra América»,
escrito en circunstancias muy particulares dentro su prolongada estancia en los
Estados Unidos e inmerso en su afán por alcanzar la independencia de Cuba,
representa, sin dudas, la expresión más nítida de un pensamiento que no solo se
construye literalmente con un estilo depurado y propio, sino que es expresión,
también, de dimensiones que sobrepasan a su época y contextos, siempre presentes
en el devenir latinoamericano y en el aliento vital y renovador con que nuestros
pueblos han de luchar para conquistar y hacer realidad, como expresara Cintio
Vitier, «los fantasmas de la redención americana».
Estos
análisis se inscriben dentro de un pensamiento social radical de nuestro
continente, precursor junto con nuestros próceres de la independencia, de
proyecciones que apuntan a defender conceptos y actuaciones que nunca se han
logrado alcanzar, a pesar de una historia común en las que sobresalen páginas
gloriosas de lucha, pero que en incontables ocasiones no han podido sobrepasar
más allá de sus circunstancias. Es un mérito indiscutible de Martí, el que desde
la visión independentista mirara más allá y reflexionara en torno a elementos
claves, para obtener lo que sabía indispensable, la soberanía de nuestras
repúblicas con un sentido diferente y donde primara la fuerza y dignidad del
hombre americano, como el portador de la plena liberación, que en su caso era
definitorio del hombre múltiple y de su identidad: cultura y participación
comprometida en lo político y en lo social, sin dejar de considerar lo económico
dentro de esa sumatoria de factores.
En
este afán por reconocer y reconocerse en el hombre americano, supo advertir no
solo el crisol de sus cualidades por desarrollar, sino sobre todo el compromiso
ético que debía primar en sus acciones para enfrentar el poder --que sentía
omnímodo--, de la nación del norte y sus pretensiones de dominación total en
nuestras repúblicas nacientes. Representa uno de los ejes esenciales de «Nuestra
América», pero no el único, porque su larga estancia en los Estados Unidos
contribuyó a una mirada abarcadora, en los que supo apreciar el impulso interior
de su desarrollo económico y cultural, pero también las limitaciones
particulares que hacían de sus ciudadanos hombres egoístas y desprovistos de
gestos de hermanamiento y solidaridad, por lo que auguraba un futuro prominente
pero a la vez depredador y avasallador con los más débiles de su entorno, los
que en esos tiempos se encontraban delineando su provenir como nación después de
las luchas por alcanzar la independencia.
Para
el vecino del norte, nuestros países eran considerados bárbaros, incultos pero,
para su mal, con enormes recursos materiales codiciados por ellos. Ya se sentían
capaces de ejercer un dominio imperial a escala expansiva y, nada más oportuno,
que en su patio trasero. Este fenómeno de expansión imperialista y sus rasgos
distintivos constituyen en el pensamiento martiano una visión superior de su
época, interpretada como profética por algunos, pero que, si se estudia
analíticamente, resume la expresión de un pensamiento político latinoamericano
que conforma las bases de una modernidad que se entronca con lo más avanzado,
coherente y actual de nuestra intelectualidad en el plano de la teoría
social.
De
esa forma, muy sucinta, se puede resaltar la contemporaneidad intrínseca de
«Nuestra América», al extenderse su presencia en las propuestas de cambio que se
sustentan hoy en la región, donde se incluyen ejes que van desde el compromiso
por recuperar la plena identidad del hombre americano en su diversidad y también
en su unidad, como base primaria para entender las formas y los modos propios de
cómo obtener la plena independencia que fuera cercenada por la nación del norte
y por coyunturas propias. En esos espacios se ubican corrientes y tendencias en
las que se cruzan posiciones más radicales y de izquierda con las más
conservadoras, con la necesidad imperiosa de construir no solo el proyecto de
nación que cada país debe y requiere hacer, sino esencialmente para pensar en el
compromiso de un nuevo siglo y milenio que nos obliga a diseñar espacios
superiores donde los ejes de poder político, la hegemonía, la soberanía y la
plena identidad sean las fuerzas dominantes y contrastantes para enfrentar de
una vez por todas al «gigante de las siete leguas».
En
esa escala superior, la historia reciente de América Latina registra un hecho
sustancial cuyo significado llegó a trascender fronteras, que no es otro que el
triunfo de la Revolución cubana en enero de 1959. Resulta muy propio de este
proceso la unión de tendencias y proyecciones en las que se suman lo más
autóctono de nuestro pensamiento revolucionario, donde, por supuesto, Martí
alcanza un lugar cimero, definido por Fidel Castro, líder de la Revolución, como
el autor intelectual del Movimiento 26 de julio y por consiguiente del proceso
radical y de total transformación que se proponía ejecutar en el proyecto de
nación a reconstruir. Es importante advertir que en el proceso cubano
desarrollado en la segunda mitad del siglo XX no solo estuvieran presentes los
presupuestos conceptuales martianos sino que estuvieran imbricados en ellos el
pensamiento marxista dentro de su ideario, lo que en nuestro caso no significó
una ruptura diacrónica, porque aun cuando Martí y su filosofía no pertenece a
esa línea de pensamiento, sus concepciones políticas y sociales se sitúan en lo
más sobresaliente y actual de las aspiraciones libertarias de Cuba y América y
le dan un verdadero sentido a su contemporaneidad.
Dentro
del pensamiento revolucionario que distingue a la Revolución cubana, el
ejercicio de una praxis política consecuente con el ideal martiano y marxista,
postulado en momentos cumbres como en el preludio de la invasión mercenaria en
abril de 1961, donde se declara el carácter socialista de la Revolución, junto
con Fidel y como parte de nuestra vanguardia revolucionaria, se distingue de
modo particular el pensamiento creador y la acción práctica de Ernesto Che
Guevara, expresión de esa simbiosis, al articular de forma natural el
pensamiento filosófico y revolucionario de Marx y del marxismo latinoamericano
con el pensamiento radical cubano, condensado en el pensamiento
martiano.
El
paralelismo entre Martí y el Che puede establecerse desde diferentes ángulos e
incluso visiones para demostrar la verticalidad de construcciones teóricas y
posiciones prácticas, que aun cuando diverjan en fundamentos filosóficos
aparenciales o no, encuentran propósitos y similitudes que los acercan y unen.
La trascendencia y contemporaneidad, además de probar lo expresado en cuanto a
su quehacer teórico en función de una práctica revolucionaria acorde con su
época y circunstancias, se distinguen por la unidad común en cuanto a proyección
de cambio y de futuro, lo que otorga un sentido de universalidad a posturas y
definiciones que se engarzan, en lo global, con la necesidad de una mirada
transformadora y de compromiso del mundo, y en lo particular, con el
renacimiento de una verdadera América Nuestra.
Pudiera
parecer casual o un mero ejercicio académico, la similitud de propósitos y
líneas conceptuales en trabajos emblemáticos de Martí y Che, como los ensayos
«Nuestra América» y «El socialismo y el hombre en Cuba», aunque no los únicos.
Se identifican procesos de búsqueda, propuestas de tesis y como solución la
lucha revolucionaria para propiciar los cambios que se interrelacionan sobre
bases comunes: el hombre como portador de los cambios y sujeto activo, la ética
como soporte indispensable para construir proyectos emancipatorios y de
expresión popular y la identificación de la existencia de un eje distorsionador
en la región, como lo ha sido y es los Estados Unidos.
1.
El sujeto americano: emancipación y liberación política
El
sujeto, esencia de una filosofía que distingue al hombre como centro de su
accionar y destino, se encuentra presente en muchas corrientes de pensamiento y,
fundamentalmente, en aspiraciones concretas dentro del proceso civilizatorio del
hombre a través de todos los tiempos.
Es
el hombre sujeto portador u objeto subordinado de esos procesos, en dependencia
de su propia evolución, producto de violentos enfrentamientos en aras de
alcanzar poderes superiores, traducidos en pensamientos que se sitúan en pro o
en contra de esas posiciones. En el transcurso de esas fases, la interrelación
entre sujeto y ética conforma un binomio singular, porque muchas veces no se ha
sabido o querido expresar su verdadero sentido y necesidad como elementos
sustanciales en el momento de percibir los cambios y las transformaciones
exigidas. La usurpación del papel sustancial que le corresponde desempeñar al
hombre en la sociedad es limitada por poderes omnímodos, convertidos en sus
representantes absolutos sin advertir que por fuerza bruta o por vías más
dúctiles, sin la acción del hombre no se puede alcanzar propósito
alguno.
En
Martí, hombre de su tiempo y de raigambre americana, que aprehendió de las
fuentes nutricias de la independencia y que vio crecer a ese hombre americano,
sujeto-actor de ese proceso, muchas veces mancillado y olvidado, se encuentra
presente no solo la defensa a ultranza de ese hombre, sino sobre todo el
destacar su estirpe de raza, portador de una cultura autóctona y de una voluntad
puesta a prueba en circunstancias crueles y despiadadas, como lo fue la
conquista y la colonización.
Para
Martí, el camino hacia escalones superiores por parte de nuestros pueblos, debía
centrarse en el crecimiento espiritual y cultural de ese hombre ingenuo e
ignorado, enfatizando que esa obra era y es de todos, porque solo así se podrá
construir y alcanzar una América propia. En esa razón, se erige como una
necesidad imperiosa otorgar a la ética un papel rector para establecer el
verdadero sentido a los pueblos que renacen de la barbarie, para que aprendan
con sentido de equidad a construir naciones emancipadas y de hombres libres y
plenos, defensores de sus intereses ante la depredación de poderes foráneos,
como siempre lo fueron los Estados Unidos, advertido no solo por Martí, sino por
el propio Bolívar y otros próceres de Nuestra América.
A
pesar de esas advertencias, explícitas y preclaras en «Nuestra América», el
poder del norte se impuso con toda su fuerza despiadada, convertido en el yugo
hegemónico de las repúblicas americanas. Así ha sido hasta el presente, aun
cuando se ha avanzado y retrocedido a la vez y que ha habido hombres que, como
Martí, han luchado por construir una América libre y soberana.
En
Cuba hemos contado con un la presencia activa de Fidel y el Che, convertidos,
además, en referente de los pueblos que han abogado por cambios profundos,
portadores, el primero, de un proyecto de liberación total para su pueblo, y el
segundo, no solo parte de ese proyecto, sino también diseñador y actor de un
proyecto de cambio que abarcara la América toda y donde estuvieran presentes
rasgos y signos distintivos del proceso cubano, pero sin calco ni copia como
expusiera Mariátegui en su tiempo, con el objetivo supremo de otorgarle al
hombre americano el verdadero papel que le corresponde en estos tiempos, hechos
a golpe de acción y en la búsqueda de una ética superior que los conduzca por el
camino de la solidaridad y la unidad como los ejes particulares capaces de
nuclear el espíritu latinoamericano que, como Gran Semí, regó por las naciones
del continente y que conforman, a no dudar, los preceptos que distinguen a los
gobiernos más progresistas del continente.
El
Che, hombre de acción y de pensamiento, comprendió plenamente la esencia
humanista del marxismo y que, de forma incipiente, se construye a partir de los
viajes que realizara en su juventud por el continente. La solidaridad y el
espíritu de compromiso con los desposeídos fueron sus primeros componentes,
seguido por su decisión de luchar al comprender que solo mediante esa acción
directa el hombre puede alcanzar su máxima plenitud, basado sustancialmente en
el principio marxista de resaltar el factor subjetivo como el actor principal de
todo proceso revolucionario y dueño de su destino histórico, que para el Che no
era otro que el socialismo. Como advierte ese es un proceso en extremo complejo
y difícil, donde se puede contemplar desde su surgimiento «al hombre nuevo que
va naciendo. Su imagen no está todavía acabada […]. Lo importante es que los
hombres van adquiriendo cada día más conciencia de la necesidad de su
incorporación a la sociedad y, al mismo tiempo, de su importancia como motores
de la misma […]. El camino es largo y desconocido en parte; conocemos nuestras
limitaciones. Haremos el hombre del siglo XXI: nosotros mismos.» [1]
El
punto de partida y su posterior evolución transita con el propio acontecer de la
Revolución cubana. Esa mirada, en la que se vislumbra un futuro alternativo a la
barbarie capitalista desde el pleno ejercicio del poder mismo, refleja una
visión integradora de un nuevo tipo de sociedad a alcanzar en lo intelectual y
moral y que debe pasar por la conquista gradual de la igualdad, la justicia
social, la plena dignidad humana y la defensa de los derechos humanos como
verdadero contenido moral de la política, los que representan indicadores de una
validez incuestionable para los movimientos sociales de mayor o menor
radicalidad.
Tanto
en Martí como en el Che sobresale una ética política que se destaca en lo
teórico y en lo práctico por actuaciones y pensamientos, que colocan al sujeto
como centro rector de una visión y compromiso consigo mismo y a la vez con su
entorno, capaz de concientizar tanto en su accionar individual como en la toma
de conciencia del accionar colectivo, en aras de superarse a sí mismo para
construir una proyección cualitativamente superior que dignifique la solidaridad
y la dignidad plena del hombre y que pudiera centrarse en una tesis sustancial:
La interrelación entre pensamiento y acción representan el centro de sus
acciones, expresadas en un espíritu de compromiso con el sujeto como eje
primordial de todo proceso de cambio que aspire a un mundo mejor y que, en sus
casos, transitó a lo largo de sus vidas, cuyo ciclo culmina con su entrega sin
límites, haciendo cierta el apotegma martiano de que, «nadie tiene el derecho de
dormir tranquilo mientras haya un hombre infeliz…» [2]
2.
Poder político: dependencia y dominación vs independencia y
soberanía
Aunque
parezca alejado en tiempo en cuanto a propósitos a alcanzar, cuando se estudian
en Martí y el Che los temas referidos a la política y el poder, sobre todo los
referidos a la obtención de la independencia y la soberanía como un bloque
compacto de acciones para alcanzarlas, contrastantes con la dominación y la
dependencia impuesta por las políticas hegemónicas de los Estados Unidos hacia
la región, la similitud de intereses y posibles soluciones para alcanzarlas,
determinan las raíces históricas comunes que desde las luchas por la
independencia colonial española percibieron ambos como un hilo perceptible donde
reconocernos todos.
Para
Martí, quien postula como primer elemento que el problema de la independencia no
era un cambio de formas, sino un cambio de espíritu y donde advierte, además,
que «urge decir, porque es la verdad, que ha llegado para la América española la
hora de declarar su segunda independencia»,[3] es lógico entender su concepción
precisa acerca del camino que debía seguir la política y la estrategia a seguir
en nuestras naciones. Cuando define que en la política, lo real es lo que no se
ve y que es el arte de combinar, para el bienestar creciente interior, los
factores diversos u opuestos de un país, y de salvar al país de la enemistad
abierta o la amistad codiciosa de los demás pueblos, están presentes argumentos
pensados y expuestos teniendo en cuenta su vasta experiencia y conocimiento
directo de los Estados Unidos y el significado de su amenaza permanente,
realizando un retrato fiel de su composición y estructura, al haber sido criado
en la esperanza de su dominación continental; en el ansia de mercados de sus
industrias pletóricas y en la ocasión de imponer a naciones lejanas y a vecinos
débiles su protectorado, como característica de su ambición política, rapaz y
atrevida.
En
ello encuentra razones suficientes para mirar, desde la independencia real no
alcanzada aun, el peligro de la dominación de un pueblo que mira con codicia a
los pueblos menores. Con visión íntegra precisó que si dos naciones no tienen
intereses comunes no pueden juntarse, porque «si se juntan chocan». Quedan
pendientes hoy las advertencias martianas cuando llamaba a inquirir sobre cuáles
eran las fuerzas políticas del país que convidaba y los intereses de los
partidos y de sus hombres, además de insistir en la necesidad de indagar e
investigar a qué unión nos convocaban, porque de lo contrario haría mal a
América en seguirlos.
Dentro
de ese contexto, algunos de los postulados expuestos por el Che en sus escritos
y discursos en torno a la forma clara y precisa de abordar el tema de la
soberanía y cuyos ejes esenciales estaban conformados por la obtención de la
soberanía política primero y la independencia económica después, representan
ópticas de significados y propósitos idénticos, más allá de circunstancias y
coyunturas concretas que las particularizan.
La
visión esclarecedora que sostuvo el Che al analizar la expansión del capitalismo
y del imperialismo como su línea central dentro de una relación específica de un
poder político diseñado para ello y, donde lo social y lo político intervienen
en toda su contradicción, por ser expresión intrínseca del imperialismo como
fenómeno histórico, se conjuga con lo advertido por Martí.
La
interrelación de ambas visiones deviene paradigmática, porque forman parte de
dimensiones similares, unidas en análisis complementarios, capaces de demostrar
la validez de un pensamiento y una práctica revolucionarias que partieran de un
análisis crítico del imperialismo combinado con un involucramiento activo en lo
personal, con la presencia muy propia de combinar la práctica política con la
ética en un compromiso que los distinguió en toda su trayectoria.
Con
mirada actual, la expresión martiana de que lo primero en política es aclarar,
prever y alertar a América sobre el vecino rapaz y ambicioso en la batalla que
se preparan a librar con el resto del mundo, se une la centralidad del Che de
destacar la interrelación entre imperialismo y revolución, el papel de la acción
humana para enfrentar el fenómeno imperialista y la profundización de las
desigualdades , que de manera constante mina la capacidad de las naciones para
actuar, porque como dijera Martí «sobre serpientes, ¿quién levanta pueblos?»
[4]
La
batalla advertida por Martí muy a tiempo y de innegable solidez y vigencia, fue
asumida en su momento por el Che dentro de un camino más complejo y violento,
que lo llevan a una lucha directa para enfrentar esa fuerza mayor que definiera
en el «Mensaje a la Tricontinental»: «Toda nuestra acción es un grito de guerra
contra el imperialismo y un clamor por la unidad de los pueblos contra el gran
enemigo del género humano: los Estados Unidos de Norteamérica» [5] y que solo
con la conjunción de fuerzas sociales y políticas unidas se podrá alcanzar un
pleno proceso de liberación humana.
3.
Imperialismo y revolución: presencia en los paradigmas emancipatorios de América
Latina
La
historia reciente de nuestros pueblos se suma a las páginas que
esclarecedoramente fueron advertidas por pensadores y revolucionarios y por
páginas estremecedoras de generaciones que lucharon y luchan por hacer de
nuestro continente un todo indivisible. Todavía está por responder en su total
dimensión la interrogante escrita por Martí en 1889, y que sintetiza nuestra
fatídica historia compartida: «¿Y han de poner sus negocios los pueblos de
América en manos de su único enemigo, o de ganarle tiempo y poblarse, y unirse,
y merecer definitivamente el crédito y respeto de naciones, antes de que ose
demandarles la sumisión el vecino…?» [6]
Es
sabido que las acciones y percepciones acerca de cómo obtener caminos comunes y
dignos obedecen, en ocasiones, a circunstancias y coyunturas muy particulares,
de no poca importancia en cualquier análisis que se necesite hacer para
interpretar o juzgar una etapa o período de la historia, lo que sin dudas
representa una singularidad pero también contribuye a una profundización de
fenómenos que por su relieve e importancia pertenecen al todo imaginario de
nuestras culturas y a los modos de abordar nuestras realidades y posibles
soluciones.
Pasado
los años, hemos transitado por un bicentenario independentista, expresión de
luces y sombras, pero singularmente conformado por caminos similares aunque no
idénticos en sus particularidades. Se observan alternativas diversas no solo en
los modos de repensar nuestra realidad, sino sobre todo en los modos de accionar
con la misma, incluyendo las que por diferentes modos, circunstancias y maneras
no se avienen o no corresponden a los momentos actuales. Aun cuando el binomio
imperialismo-revolución pase por gradaciones y manera de asumirlo, lo real es
que se mantienen como un par indivisible aunque los tiempos obliguen a
replantear su comportamiento, centrado esencialmente en los nuevos paradigmas en
los que intervengan con un sentido más participativo, de igualdad, solidaridad y
pleno cambio con su pleno sentido revolucionario, si en verdad deseamos hacer
realidad el precepto martiano expresado en «Nuestra América» de: «…injértese en
nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras
repúblicas…» [7]
En
la raíz de nuestros paradigmas, y como exigencia mayor, se erige como un
monolito el llamado de Martí en ese prédica permanente por hacer de nuestras
repúblicas un todo indivisible para su propia defensa y desarrollo, la presencia
de Bolívar: «…así está en el cielo de América, vigilante y ceñudo, sentado aún
en la roca de crear, con el inca al lado y el haz de banderas a los pies; así
está él calzadas aún las botas de campaña, porque lo que él no dejó hecho, sin
hacer está hoy; porque Bolívar tiene que hacer en América todavía…»
[8]
Esa
voluntad de hacer está aun por conquistar porque a través de la independencia
real es que se logra «el equilibrio del mundo». Ese equilibrio del mundo
invocado por Martí es una sentencia vital en nuestros tiempos de nuevo siglo y
nuevo milenio, cuando se habla de un mundo global, pero excluible para la
mayoría y que nos conmina a un análisis reflexivo que permita acercarnos, de
modo inobjetable, a lo expuesto por el Che en múltiples análisis, cuando
articuló una visión transformadora revolucionaria, popular y orgánica a la vez,
de lo nacional, incluyendo, además, su carácter internacionalista y
solidario.
Para
el Che su teoría revolucionaria del cambio social y su estrategia política se
sustenta en el principio de alcanzar un proyecto de liberación nacional
socialista, donde se destaca el aspecto activo de la política en su carácter
emancipatorio y liberador de la fuerza hegemónica del poder centrado en el
imperialismo norteamericano. Tanto Martí como el Che pudieron analizar la
esencia de los centros de poder del capitalismo, para el primero, los análisis
que en su tiempo realizara sobre esas proyecciones, expuestas en sus escritos
sobre la Conferencia Monetaria efectuada en Nueva York en 1889, y para el Che
sus tesis tercermundistas, sobresalen por su extraordinaria capacidad analítica
y su extraordinaria visión de futuro, las que mantienen la esencia de sus
fundamentos.
La
dimensión teórica y práctica de esas tesis del Che permiten acentuar, en los
movimientos populares, la búsqueda en la revolución de un proceso de
emancipación de los individuos como una estrategia válida para cualquier
movimiento socialista. Es por ello, que tanto en Martí como en el Che sobresalen
sus orientaciones acerca de la lucha contra las desigualdades y dependencias
entre las naciones, como consecuencia de la hegemonía instrumentada en el mundo
por poderes omnímodos, con predominio de un profundo contenido moral capaz de
rescatar un pasado común y la recuperación histórica entre la cultura y la
política en la obtención de un poder global para todos, con un desarrollo que
trace como objetivo el poder avanzar por un camino propio y crear un modelo
integral de solidaridad y ética para todos.
En
el caso de América la proyección martiana queda como tesis pendiente a alcanzar
y como guía señera para la acción : «¿A dónde va la América, y quien la junta y
la guía? Sola, y como un pueblo, se levanta. Sola pelea. Vencerá sola.»
[9]
Notas:
[1]
Ernesto Che Guevara: “El socialismo y el hombre en Cuba”, en revista Contexto,
no. 5, México, 2007, pp. 89 y 99.
[2]
José Martí: “La verdad sobre los Estados Unidos”, publicado en Patria el 23 de
marzo de 1894, tomado de José Martí. Antología mínima, T. I, Editorial Ciencias
Sociales, ICL, La Habana, p. 450.
[3]
________: “Congreso Internacional de Washington. Su historia, sus elementos y
sus tendencias” I, publicado en La Nación los días 19 y 20 de diciembre de 1889,
tomado de José Martí. Antología mínima, ob. cit., p. 272.
[4]
Ibídem, p. 333.
[5]
Ernesto Che Guevara: “Crear dos, tres … muchos Viet Nam, es la consigna” en
revista Contexto, ob. cit., p. 137.
[6]
José Martí: “Congreso Internacional de Washington”, ob. cit., p. 284.
[7]
________: “Nuestra América”, publicado en El Partido Liberal el 30 de enero de
1891, tomado de José Martí. Antología mínima, ob. cit., p. 311.
[8]
________: “Bolívar”, publicado en Patria el 28 de octubre de 1893, tomado de
José Martí. Antología Mínima, ob. cit., pp. 380-381.
[9]
________: “Madre América”, discurso pronunciado el 19 de diciembre de 1889,
tomado de José Martí. Antología mínima, ob. cit., p. 302
Bibliografía
Consultada:
Ariet
García, Ma. del Carmen: El pensamiento político de Ernesto Che Guevara, Ocean
Sur, México, 2010.
________:
Che Guevara: fases integradoras de su proyecto de cambio social, Ocean Sur,
México, 2008.
________:
“Política y revolución en el Che Guevara”, en revista Contexto, no. 12, México,
2010, pp. 100-107.
Guevara
Ernesto Che: Justicia Global. Liberación y socialismo, Ocean Press, Melbourne,
2002.
Martí
José: José Martí. Antología mínima, T. I, ICL, La Habana, 1972.
Por
María del Carmen Ariet García
Tomado de Rebelión y La Polilla Cubana
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