Ha pasado más de medio siglo desde que Mao Tsetung declarara a
la periodista estadunidense Anna Louise Strong que el imperialismo
norteamericano era un “tigre de papel”. Corría 1956 y Mao le aclaró a
Strong que hablaba en términos “estratégicos”, pero que en lo “táctico”
había que tomar muy en serio a Estados Unidos, porque poseía “garras y
dientes”. Un par de años después, en el marco de la ruptura
sino-soviética, cuando Mao criticó el “apaciguamiento” de las
autoridades de Moscú frente a Washington, Nikita Khrushchov aseveró que
el tigre de papel tenía “dientes nucleares”.
Al comenzar el segundo decenio del siglo XXI, Washington es la
superpotencia militar mundial y sigue ejerciendo un poder global,
planetario, aunque declinante. Para analistas como Atilio Borón, el
imperio estadunidense ha superado su cenit y debido a factores
estructurales e internacionales ha comenzado a recorrer el camino de su
lento pero irreversible ocaso. Es decir, ha entrado en una fase de
deterioro sin regreso. En la coyuntura, la decadencia imperial podría
abrir paso a una transición geopolítica global que difícilmente podrá
llevarse a cabo de manera pacífica, en un escenario donde existen varios
actores nacionales y privados que disponen de arsenal atómico.
Para intentar conservar su amenazada hegemonía, Estados Unidos sigue
recurriendo a una vasta combinación de métodos militares, políticos,
económicos, culturales y comunicacionales al margen de las normas
internacionales, en el marco de lo que se ha dado en llamar el Poder
Inteligente (Smart Power) y el Poder Blando (Soft Power) de la
administración de Barack Obama.
En particular, Washington y sus aliados subordinados de la
Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) han venido
recurriendo a una amplia gama de acciones injerencistas y subversivas
violentas y/o destructivas, vía sanciones, bloqueos y sabotajes
económicos, intentos de magnicidios y declaraciones hostiles, y
promoviendo invasiones militares, golpes de Estado, movimientos
secesionistas, guerras mediáticas, espionaje cibernético y operaciones
psicológicas encubiertas con apoyo de grupos paramilitares y compañías
privadas de mercenarios.
Como antaño, la reconfiguración geopolítica del orbe por métodos
violentos tiene que ver con afanes de dominio neocoloniales y el acceso a
los mercados y los recursos geoestratégicos. En particular, los
energéticos. Recordemos Irak, Libia, Afganistán, la ex Yugoslavia,
Colombia, Siria, México, Ucrania.
Difuminadas por sucesivas y sostenidas campañas de intoxicación
mediática propaladas por grandes consorcios “comunicacionales” bajo
control privado, para millones de pobladores del planeta pasa
desapercibido, a diario, que las actividades sediciosas, subversivas y
encubiertas de Estados Unidos y sus aliados cuentan, para su ejecución,
con una amplia telaraña de altos funcionarios, personalidades, agencias
gubernamentales, empresas multinacionales, ejércitos, centros
académicos, think tanks, fundaciones, organizaciones no gubernamentales e
intelectuales orgánicos, cuyos miembros, directivos y asesores se
encuentran de manera indistinta en los directorios de corporaciones como
Chevron, Exxon Mobil, el Grupo Carlyle, Halliburton, Blackwater y en
los puestos de mando del Pentágono, la Agencia Central de Inteligencia
(CIA), el Departamento de Estado y el poderoso Consejo de Relaciones
Exteriores (CFR), así como en instituciones supuestamente independientes
como la Rand Corporation, Ford Foundation, Human Rights Watch,
Transparencia Internacional, Freedom House, la Fundación Nacional para
la Democracia y el Instituto de una Sociedad Abierta del multimillonario
George Soros.
Las FOE y el manual para la subversión
Diversos trabajos académicos y reportes periodísticos dan cuenta de
que Estados Unidos mantiene alrededor de 13 mil elementos de sus Fuerzas
de Operaciones Especiales (FOE) desplegados y operando en más de 75
países. Las FOE están integradas por unidades de élite del ejército, la
infantería de marina y la fuerza aérea estadunidenses, que en su mayoría
responden al Comando de Operaciones Especiales Conjuntas del Pentágono,
cuyo cuartel general está en MacDill, estado de Florida.
Entre esas unidades dedicadas a misiones de carácter subversivo
figuran las Fuerzas Delta, la Fuerza de Tarea 714, Rangers y las
llamadas Unidades de Investigación Confidencial, grupos secretos de
agentes élite subordinados a la CIA y a la Agencia Antidrogas DEA. Se
trata de militares y civiles expertos en operaciones de guerra
psicológica, actividades clandestinas o encubiertas, acciones de
desestabilización, sabotaje, espionaje, ataques cibernéticos y
asesinatos selectivos.
En marzo pasado, el almirante William McRaven, jefe del Comando de
Operaciones Especiales, dijo ante el Comité de Servicios Armados de la
Cámara de Representantes, en Washington, que en 2015 las FOE
incrementarán su presencia en todo el mundo en el marco del plan
denominado Visión 2020. En febrero anterior, el secretario asistente de
Defensa, Michael D. Lumpkin, había señalado que las FOE están bajo un
proceso de transición y tendrán un rol cada vez más importante en el
futuro cercano. Lumpkin abogó entonces por la ampliación del alcance y
despliegue de fuerzas y energías en el exterior, “de una manera más
consistente con las realidades económicas y geopolíticas actuales”.
El plan Visión 2020 tiene un enfoque “multiagencias”, no únicamente
militar. Al respecto, la Circular de Entrenamiento TC-18-01 de las
Fuerzas de Operaciones Especiales del Pentágono, publicada en noviembre
de 2010 bajo el título “La Guerra No Convencional (GNC)”, asienta en su
epígrafe 1-49 que “teniendo en cuenta la naturaleza política y militar
de la guerra no convencional, resulta vital la participación
interagencias de Estados Unidos para lograr un enfoque gubernamental y
el éxito a largo plazo. En varios momentos de un conflicto no
convencional resulta necesaria la integración de las comunidades
multinacionales, intergubernamentales e interagencias”.
En ese sentido, el almirante McRaven ratificó el punto ante el Comité
de Servicios Armados, cuando dijo que las FOE cumplirán misiones en
estrecha cooperación con la CIA, la Agencia de Seguridad Nacional (NSA),
el Buró Federal de Investigación (FBI) y la Agencia Antidrogas de
Estados Unidos (DEA). Asimismo, es evidente la participación del
Departamento de Estado, como expresión de la diplomacia de guerra de la
Oficina Oval, a lo que hay que adicionar todo el Sistema del Terreno
Humano −como le llama el Pentágono−, es decir, especialistas civiles en
áreas de ciencias sociales, antropología, sociología, ciencias
políticas, estudios regionales y lingüística, que deben dotar de sus
conocimientos a los efectivos militares antes de los despliegues en
diversas regiones del orbe.
Según la Rand Corporation −uno de los “tanques pensantes” del
Pentágono y el Departamento de Estado−, las FOE son el brazo armado de
las intervenciones militares en gran escala de Washington y de apoyo a
grupos subversivos compuestos por paramilitares y mercenarios. La
Circular de Entrenamiento TC-18-01 confirma la importancia que el
Comando de Operaciones Especiales Conjuntas confiere a dichas unidades
de élite. De acuerdo con la circular, las FOE son un factor clave en las
acciones clandestinas subversivas, ya que están capacitadas para
“explotar las vulnerabilidades psicológicas, económicas y políticas de
un país adversario, desarrollar y sostener las fuerzas de resistencia (o
insurgencia) y cumplir objetivos estratégicos estadunidenses”. Además
de que son las únicas fuerzas específicamente designadas para ese tipo
de guerra irregular o asimétrica, por sus capacidades para “infiltrarse
en terreno enemigo”, posibilitar el “desarrollo” y “entrenamiento” de
grupos subversivos o guerrilleros al servicio de Washington y “coordinar
sus acciones” al interior de países hostiles, así como para
“coaccionar, alterar o derrocar a un gobierno”.
Para desautorizar a un gobierno legítimo considerado enemigo, el
manual del Pentágono sugiere acudir al apoyo de “un socio de coalición o
un tercer país”, con la finalidad de debilitarlo y restarle
credibilidad, segmentar a la población y generar descontento, influir o
crear líderes y unificarlos ideológicamente, utilizar a los emigrados,
provocar actos catalizadores y crear condiciones favorables para la
intervención (de Estados Unidos) con el empleo de propaganda (“que
incremente la insatisfacción de la población y presente a la resistencia
como una alternativa viable”), manifestaciones y sabotajes, aún en
ausencia de hostilidades declaradas.
De acuerdo con el manual TC-18-01, la Guerra No Convencional consta
de siete fases. Durante la primera etapa los promotores externos y la
“resistencia” u “oposición interna” realizan la preparación psicológica
para unir a la población en contra del gobierno considerado enemigo y la
preparan para que acepte el apoyo de Estados Unidos.
Entre la segunda y la sexta fases, los equipos de las FOE penetran en
el área de operaciones, contactan con el movimiento subversivo,
entrenan a sus líderes y les proporcionan la logística necesaria. En
esas etapas se potencian denuncias de corrupción contra el régimen de
turno, que es acusado de totalitario y/o dictatorial; se genera un clima
de malestar permanente mediante manifestaciones y protestas violentas
(que son cubiertas por los conglomerados mediáticos privados como
“acciones pacíficas” o “no violentas”) y se promueven intrigas y rumores
falsos, con eje en temas tales como la defensa de los derechos humanos y
la libertad de prensa.
Lo anterior forma parte de operaciones psicológicas encubiertas y a
través de la desestabilización se busca generar un clima de
ingobernabilidad para forzar la renuncia del Presidente. En la séptima
etapa se produce la intervención militar directa del Pentágono o el
gobierno del país en cuestión cae debido al éxito de la subversión, y
las unidades sediciosas toman el control del territorio nacional y las
instituciones.
Con sus variables y especificidades, la Guerra No Convencional o
asimétrica ha funcionado con éxito, últimamente, en países como
Afganistán, Irak, Egipto, Libia, México y Ucrania, pero no ha podido
cristalizar en otros como Cuba, Venezuela, Bolivia y Siria.
Para manipular a la opinión pública (local e internacional), el
Pentágono se vale de las llamadas Operaciones de Información (OI). La
Publicación Conjunta 3-13 del Departamento de Defensa señala que las
operaciones de información tienen como objetivo influir, desestabilizar,
corromper o usurpar el comportamiento humano, y se realizan para
afectar los sistemas informativos del país enemigo, utilizando rumores y
desinformación que se expanden de forma amplia con la finalidad de
influir en las opiniones de las personas a las que van dirigidas.
A finales de 2013, el diario USA Today señaló en un artículo que las
OI se han realizado bajo un manto de misterio y constituyen una
especialidad reconocida pero cuyas prácticas controversiales se
mantienen en secreto. De acuerdo con el rotativo, que citó un informe
de la Oficina General de Supervisión, que depende del Congreso
estadunidense, las Operaciones de Información son un conjunto de
actividades que “utilizan la información para influir en las audiencias
extranjeras para que se conviertan en actores favorables e
incondicionales a los intereses de Estados Unidos”.
La NED, Soros, Sharp y la USAID
Un estudio publicado en marzo de este año por el Colegio de Guerra de
Estados Unidos, firmado por el experto Steve Tatham, asegura que para
cumplir tales objetivos la Casa Blanca utiliza firmas privadas y
especialistas a través de los preceptos de la mercadotecnia. Asimismo,
la GNC recurre a fundaciones y grupos no gubernamentales como la Open
Society Institute de Georges Soros, Freedom House y la Institución
Albert Einstein de Gene Sharp, que con los auspicios de la USAID y
recursos encubiertos del Pentágono y la CIA, canalizados a través de la
Fundación Nacional para la Democracia (NED) y el Instituto Republicano
Internacional, que responde al Partido Republicano, promovieron, por
ejemplo, las llamadas “revoluciones de colores” o “golpes suaves”
(“blandos”) en Serbia, Ucrania y Georgia.
Como parte de esos esfuerzos subversivos y desestabilizadores,
Estados Unidos, a través de la Agencia Internacional para el Desarrollo
(USAID, por sus siglas en inglés), implementó en 2009 una plataforma
ilegal y secreta, denominada ZunZuneo, para impulsar un Twitter cubano y
manipular a sectores de la población con mensajes políticos con el
objetivo de generar una “primavera cubana”.
Venezuela es un caso paradigmático en América Latina porque es
víctima de una guerra no declarada de Washington, que sigue los cánones
descritos en el manual TC-18-01 de las Fuerzas de Operaciones Especiales
del Pentágono. En alianza con los barones del capital monopólico
privado, la jerarquía católica conservadora y la ultraderecha política
local, Estados Unidos ha venido implementando un plan sedicioso
violento, cuyo objetivo es derrocar al gobierno legítimo de Nicolás
Maduro.
La intentona golpista continuada, que incluye a políticos de la
región como los ex presidentes Álvaro Uribe y Vicente Fox, de Colombia y
México respectivamente, cobró alta visibilidad mediática en febrero y
marzo pasados, cuando partidos y movimientos extremistas de corte
neonazi, como Voluntad Popular, de Leopoldo López, la ONG Súmate de la
ex legisladora opositora María Corina Machado (desaforada), la
organización juvenil FORMA y Gustavo Tovar Arroyo, de la ONG Humano y
Libre y quien participó en la reunión “Fiesta Mexicana” en un hotel del
Distrito Federal −todos fabricados y financiados por la USAID y la NED−,
llamaron a “salir a la calle sin retorno”, hasta lograr la renuncia del
mandatario.
La violencia en las calles se dio a través de medidas típicas de los
“golpes suaves”, combinadas con el uso de francotiradores, asesinatos
selectivos con armas con mirilla láser y acciones francamente
insurreccionales (propias de una guerrilla urbana), que incluyó la
destrucción de más de un centenar de unidades del transporte público y
estaciones del Metro, la quema de centrales eléctricas y de 15
universidades, aunque estuvo acotada a unos pocos municipios de clase
media y alta, y abarcó a un par de estados fronterizos con Colombia,
desde donde podrían actuar grupos paramilitares que sirven de
retaguardia y que eventualmente podrían ser instrumentalizados para
impulsar acciones secesionistas. Incluso, ha surgido un autodenominado
Frente Marabunta, que opera a la manera de un escuadrón paramilitar y
busca desplegar un plan de persecución, acoso y sometimiento en
urbanizaciones de clase media contra los partidarios de la revolución
bolivariana.
La “rebelión de los ricos”, como la llamó el diario The Guardian de
Londres, busca atizar el odio pequeño-burgués entre agrupaciones
protofascistas asentadas en sectores universitarios y juveniles urbanos,
que han venido promoviendo el caos y la desestabilización, con un saldo
violento de más de 40 muertos. El plan busca llevar a Venezuela hacia
un golpe de Estado o a una guerra civil −como se preludia en la Ucrania
actual−, que abra las puertas a una “intervención humanitaria”
occidental y/o a la injerencia militar directa del Pentágono.
Carlos
Fazio es periodista, colaborador del diario La Jornada (México) y el
semanario Brecha (Montevideo), y docente universitario en las áreas de
ciencias políticas y derechos humanos.
* Artículo publicado en la revista América Latina en Movimiento, No.
495 (mayo 2014) con el título “Reordenando el continente”. http://www.alainet.org/publica/495.phtml
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