La madre de desaparecidos Noemí Gianotti de Molfino.
Paciencia, coraje y, sobre todo, una fuerza brutal contra el olvido.
Así podría resumirse la vida de los Molfino, una familia argentina que
lleva más de tres décadas esperando algo tan elemental como humano:
saber quiénes fueron los asesinos de Noemí Gianotti de Molfino, una
madre de desaparecidos que quería encontrar a los suyos en el Buenos
Aires de Videla y acabó hallando la muerte en la España de Adolfo
Suárez. Una muerte extraña e impune, registrada en el mismísimo corazón de un Madrid que seguía apestando a franquismo.
“Queremos saber quiénes la mataron, pero también quiénes encubrieron el crimen”, afirma a Público
Gustavo Molfino. Al igual que otros tantos miles de argentinos, este
hombre proviene de una familia desgarrada por la última dictadura
cívico-militar de ese país (1976-1983). En octubre de 1979, uno de los
siniestros grupos de tareas del régimen secuestró a su hermana Marcela y
su esposo Guillermo Amarilla, un militante peronista que estaba en la
diana del terrorismo de estado. Nadie lo sabía, pero Marcela se
encontraba embarazada de apenas un mes.
Otro de los Molfino, Miguel Ángel, había sido encarcelado algún
tiempo antes, tras soportar todo tipo de torturas. Alejandra, otra de
sus hermanas, había tenido que abandonar el país por su militancia en el
sindicato de maestros. Con estos dolorosos antecedentes, Noemí se
entregó en cuerpo y alma para tratar de salvar a sus hijos. Con ese
objetivo, la “madre coraje” se trasladó a Europa, recorrió despachos y llegó a la propia Comisión Europea,
donde advirtió sobre el genocidio que sufrían sus compatriotas. De allí
marchó a Perú, un país que estaba por retornar a la democracia, para
seguir con sus denuncias. Su voz era la de miles de asesinados. Sin
embargo, ella tampoco escaparía del horror.
Morir en España
12 de junio de 1980, Lima, Perú. Un comando de la dictadura de Videla
desplegado en la capital peruana secuestra a Noemí y a otros dos
ciudadanos argentinos, que pasan a engrosar las largas listas de
desaparecidos. Cinco semanas más tarde, Noemí era trasladada por sus
captores a Madrid. De esa manera, la dictadura pretendía montar una operación propagandística que desacreditase las denuncias sobre la terrible realidad que vivía Argentina, alegando que los desaparecidos, en realidad, habían huido a Europa.
El plan fue trazado casi a la perfección. Noemí llegó al aeropuerto
de Barajas el 18 de julio de 1980, custodiada por dos integrantes del
Batallón 601 de Inteligencia, uno de los cuerpos más temibles del
videlismo. Otros dos agentes que ya se encontraban en Madrid la
trasladaron hasta el apartotel Muralto, situado en la calle Tutor. Allí
la envenenaron mediante pastillas, cubrieron su cadáver con mantas para
acelerar su putrefacción -lo que permitía eliminar cualquier rastro de
la sustancia empleada para su envenenamiento- y huyeron por la puerta
principal. Antes de partir, los asesinos de la habitación 604 colgaron
el cartel de “No molestar”.
El asesinato formó parte de una operación propagandística para desacreditar las denuncias de los argentinos
Tres días después, una de las empleadas de la limpieza decidió entrar
al dormitorio, alarmada por el mal olor. Entonces descubrió una escena
dantesca: el cadáver de Noemí, visiblemente hinchado, yacía sobre la
cama. Junto a ella había algunos pasaportes falsos y un ejemplar del
periódico Cambio16. Según consta en la documentación judicial
de la época, la Policía española comprobó que los asesinos habían
tratado de limpiar hasta la más mínima huella de ese escenario. Sin
embargo, los peritos encontraron restos dactiloscópicos en un vaso y en
unas colillas de tabaco. Todo indicaba que el crimen se aclararía en
cuestión de días… Pero ocurrió exactamente lo contrario.
Pruebas olvidadas
Casi 34 años más tarde, aún se desconoce de quiénes eran aquellas huellas. Tal como ha podido comprobar Público,
el juez que estuvo a cargo de este caso en 1980, Luis Lerga, decretó el
cierre de la causa algunos meses después, sin preocuparse por estas
pruebas. El caso volvió a ser reabierto en 1997 por el juez Baltasar
Garzón, que por entonces investigaba los crímenes de lesa humanidad
cometidos por la dictadura argentina. El magistrado realizó algunas
gestiones ante el CESID -el entonces servicio secreto del ministerio de
Defensa-, pero no sirvió de nada: al igual que había ocurrido en 1980,
las huellas dejadas por los asesinos siguieron sin ser cotejadas.
Fuentes conocedoras de este caso han señalado a Público que
las huellas continuarían guardadas en el Juzgado de Instrucción Número 1
de Madrid. “En principio, alcanzaría con acceder a ellas para realizar
las comprobaciones correspondientes en Argentina y España”, comentaron.
Sin embargo, todos los intentos realizados hasta ahora por encontrarlas
han resultado infructuosos. Gracias a ello, los asesinos continúan -tres
décadas después- en las tinieblas.
Noemí Gianotti de Molfino, madre de desaparecidos de la dictadura argentina. Imagen cedida por su familia
A pesar de tantos años de impunidad, la familia Molfino confía en que
la verdad pueda estar algo más cerca. Actualmente, el asesinato de
Noemí forma parte de una causa judicial conocida como Contraofensiva,
en la que se investigan las desapariciones y asesinatos de más de 100
ciudadanos argentinos entre agosto de 1979 y septiembre de 1980. La
jueza argentina a cargo del expediente, Alicia Vence, se negó a hablar
con este periódico sobre el caso de la madre de desaparecidos asesinada
en España.
Su silencio no es casual. Aún son muchas las preguntas que rodean
este crimen y que la jueza Vence, si así lo decide, podría aclarar. Para
ello, alcanza con sumergirse en los papeles amarillentos que se
escribieron durante aquellos aciagos días, en los que la justicia, tanto
en Argentina como en España, brillaba por su ausencia. En aquellos
viejos folios aparecen varias claves que ayudan a comprender este
asesinato, el único cometido por la dictadura argentina en territorio
europeo.
Entre otros aspectos, Público ha accedido a varios documentos que demuestran que el gobierno de Estados Unidos siguió de cerca las investigaciones realizadas en España
tras el hallazgo del cadáver de Noemí. A través de distintos cables,
las embajadas americanas en Madrid y Buenos Aires intercambiaron
información sobre este caso, comparado por los diplomáticos
estadounidenses con una “buena novela de espionaje”.
El penúltimo capítulo de esta suculenta historia se escribió a
finales de 2009, cuando los Molfino recibieron una noticia impactante:
antes de ser asesinada, Marcela -una de las hijas de Noemí que habían
sido secuestradas por el régimen- había dado a luz un niño.
Al igual que en otros cientos de casos, la criatura fue apropiada por
un agente de la dictadura, que le cambió el apellido y lo crió como
propio.
Gracias a la incesante lucha de Abuelas de Plaza de Mayo, el joven
logró recuperar su verdadera identidad. Su nombre es Guillermo Amarilla
Molfino. Hoy es uno de los miembros de esta familia que sueñan con
conocer, por fin, quiénes mataron a Noemí.
por Danilo Albin (Madrid, España)
*Fuente: Publico.es
Tomado de http://piensachile.com
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