La
primera quincena de junio se me va, ocupado en la presentación de mis más
recientes libros y me detengo ahora a revisar el correo. Como suele ocurrir en
estos tiempos de internet, mi bandeja de entrada abunda en todo tipo de noticias
que no solicito y entre estas se desliza -con destinatario colectivo- un texto
firmado por Yoani Sánchez: “La
intelectualidad cubana: debatir o esconderse”.
Leo con curiosidad; no es frecuente un texto de Yoani en mi ordenador y el
título es atractivo. Sin embargo, ninguna de las dos circunstancias logra
apartar el tedio que me provocan sus escritos y las noticias en torno a su
persona cada vez que rozan mi mundo. No suelo involucrarme en polémicas; las más
de ellas me parecen estériles y poco elegantes. Por tanto no voy ahora a
inaugurar una práctica que no me complace. Con total honestidad escribo que no
es Yoani Sánchez el interés de mi comentario. Lo que motiva mis palabras es ver
-una vez más- como la ignorancia y el intrusismo profesional, respaldados por
una delirante difusión mediática, pretenden fabricar “la verdad” categórica
sobre Cuba, sea cual sea el tema a tratar y en muchas ocasiones -como es el
caso-, con el absurdo añadido de no dejar bien parado al país, al tema tratado
y, menos aún, a la persona que escribe.
Yoani afirma -y demuestra sin mucho esfuerzo- no saber qué es un académico y un
intelectual, sin embargo, le ha sido posible conocer varios eruditos sin título
universitario ni libros publicados, en oposición a un mundo intelectual cubano
que no se estructura sobre la sabiduría, sino en la fidelidad política, usa
barbitas puntiagudas, gafas a media nariz o boinas ladeadas. Y le sobran
ejemplos de “honoris causa” otorgados a la militancia política y no a las
aptitudes profesionales.
Resulta difícil entender las asociaciones que intenta establecer la autora de
“La intelectualidad cubana: debatir o esconderse” pero me parece que, en primer
lugar, no logra distinguir entre una intelectualidad nacional y la colorida
farándula existente en cualquiera de nuestros países modernos. Y de paso, o
desconoce o simplifica de un modo que en nada la favorece, que vive en un país
que ha aportado tres premios Cervantes a la comunidad literaria en lengua
española; un país cuyos escritores, dramaturgos, investigadores y científicos
sociales han recibido, en su conjunto, más de una veintena de Premios Casa de
las Américas y, por citar algunos ejemplos recientes en el ámbito literario, ha
recibido en la obra y la persona de Fina García Marruz el Premio Iberoamericano
de Poesía Pablo Neruda, el Premio de Poesía Federico García Lorca y el Premio
Reina Sofía de Poesía; como recientemente recibió el novelista Leonardo Padura
el Premio Roger Caillois en literatura latinoamericana y el Premio Carbet del
Caribe y el Mundo, a la par que la poetisa Nancy Morejón acaba de ser
galardonada con el Premio LASA que otorga, en los Estados Unidos, la Asociación
de Estudios Latinoamericanos. Una nómina breve, sin duda, pero de un
reconocídisimo y bien ganado prestigio, con una fuerte impronta en la comunidad
intelectual cubana e internacional y a los que, por más que lo intentara, no
imagino recibiendo honoris causa por otra razón que no sea la calidad de su
obra.
En un salto malabar el texto cambia de rumbo y propone como característica
esencial de nuestra intelectualidad la incapacidad para dialogar con personas
que no pertenezcan a las instituciones oficiales y menciona el caso de un
académico que ha viajado recientemente a la reunión de LASA 2012. Parece tener
la autora del texto mucha información sobre esta persona pero, a pesar de que se
sigue mencionando su ejemplo para generalizar una actitud de la intelectualidad
cubana toda, no se dice nunca de quién se trata, ni se ofrecen datos más
concretos. Con lo cual Yoani Sánchez -quizá no se percate- se ubica en la
actitud que ella critica, en la cual no es la honestidad la principal virtud. Y
termina regalándonos una joya del pensamiento al revelar en su “muy subjetiva
lista”, la característica que encabeza su concepto de qué es una persona culta:
“se trata del arte para la polémica y la controversia que tenga cada quien”, y
no se despide sin antes dejar un irritado regaño a la intelectualidad nacional
por, “no usar el verbo y las ideas en el debate, y evadir su compromiso
científico de buscar la verdad teniendo en cuenta todas las
variables”.
Me desconcierta el texto de Yoani Sánchez. No sé cuál pueda ser el alcance de su
ignorancia o la necesidad de falsear la realidad para continuar justificándose
ante quienes la financian. Sospecho que ambas cosas vayan juntas. La nuestra
-como ninguna- no es una sociedad perfecta pero estoy seguro de que tampoco es
ese desierto del pensamiento y la opinión que intenta describir Yoani, como
tampoco nuestra intelectualidad es esa caricatura que ella dibuja. Nuestros
intelectuales han vivido las consecuencias de políticas culturales erradas, es
cierto, pero son temas bien debatidos dentro y fuera de Cuba en los tiempos que
corren; esos intelectuales han protagonizado enjundiosas polémicas públicas que
han movido la dinámica social y, por sobre todas las cosas, crean y fundan.
Desconozco si la autora del mencionado artículo ha leído textos tan diversos y
diferentes entre sí como: “Polémicas culturales de los 60”, -volumen antologado
por la Dra. Graziella Pogolotti-; “Llover sobre mojado, las memorias de Lisandro
Otero o, Canción de amor en tierra extraña”, biografía novelada de Guillermo
Rodríguez Rivera. No sé si lee la revista Temas o está al tanto de las
publicaciones y debates que genera el Centro Cultural Criterios. No sé si
recuerda la llamada “guerra de los emails” ocurrida en 2007, sus pormenores y
consecuencias, o si lee otros blogs cubanos que no sean el suyo, en los cuales
circulan debates, ideas, conocimientos. Y me pregunto, después de leer y releer
este texto suyo, sobre qué se sostienen los numerosos premios que ha recibido.
Desde luego no pueden ser por pensar y escribir bien.
¿Estará destinado “La intelectualidad cubana: debatir o esconderse” a
aleccionarnos con la clarificación de los conceptos de académico, intelectual,
ilustrado y sabio? No lo creo, pues la autora se advierte más confundida que
muchos de sus posibles lectores y nos deja con las ganas de conocer los nombres
de los sabios sin títulos ni libros que ella tiene el privilegio de conocer:
¿Será este texto una invitación (provocación) al académico participante en LASA
a polemizar con Yoani Sánchez? Quizás, pero ella decide esconderse tras su texto
y no llama a su posible contrincante (si existe) por su nombre. ¿Pretende
legarnos un concepto de persona culta y, de paso, dar lecciones de civismo y
cultura de diálogo a los intelectuales cubanos? No lo creo tampoco pues, con la
información que oculta y con la que demuestra ignorar, es tarea casi imposible
convencer a un verdadero intelectual.
En algo sí concuerdo con la articulista. Es cierto que hay personajes que
circulan por nuestro mundo académico, mostrando poses y modas que creen es la
indumentaria de un intelectual y nada tienen que ver con el conocimiento;
personajes que en lugar de ayudar a que nuestros debates públicos se
desenvuelvan dentro de una cultura de diálogo, los entorpecen y sabotean. Es
cierto que esto irrita y decepciona. Quizá Yoani Sánchez recuerde a esta señora,
nada académica, nada intelectual a la cual nada más le faltó llevar en su
indumentaria la barbita puntiaguda.
Fuente Cubano 1er Plano
Imagen agregada
RCBáez
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