El 19 de junio de 1951 se ejecutó la condena del Tribunal Federal de
Nueva York contra Julius Rosenberg y su esposa Ethel Greenglass
Rosenberg, acusados de espionaje a favor de la Unión Soviética y
sentenciados a la pena de muerte.
Una descarga eléctrica de 2.700 voltios puso fin a uno de los
acontecimientos históricos más impactantes de la época del “macartismo”.
El macartismo y la lucha contra este fenómeno dejaron una profunda
cicatriz en la democracia estadounidense, y a pesar de los más de 50
años transcurridos desde entonces, siguen causando dolores fantasmas. No
en vano la película algo simplona y de bajo presupuesto de George
Clooney ‘Buenas noches y buena suerte’ fue recibida con increíble
entusiasmo por el público y nominada a seis premios Oscar.
La caza de brujas, promovida por el senador Joseph McCarthy entraba
en contradicción con los postulados básicos de la vida en Estados
Unidos. El presidente de la nación, Harry Truman, escribió al respecto
“En un país libre castigamos a uno por los delitos que comete, pero
nunca por sus convicciones”. Difícilmente se podría sospechar a este
estadista de simpatizar con los comunistas, más bien parafraseó la
famosa cita de la obra de Margaret Mitchell ‘Lo que el viento se llevó’,
donde el capitán Butler insistía en que vivían en un país libre y cada
uno tenía derecho de ser un villano, si así se sentía a gusto.
A primera vista, el caso del matrimonio Rosenberg no puede ser
clasificado como caza de brujas, dado que eran figuras muy reales. Ethel
y Julius eran unos comunistas convencidos y espiaban a Estados Unidos a
favor de la URSS, pasando a la parte soviética importante información
científica y técnica.
Sin embargo, hay un ‘pero’. Se les sentenció a la pena capital por
haber revelado secretos nucleares de Estados Unidos, lo que permitió al
régimen de Iosif Stalin crear su propia bomba atómica, poniendo de esta
forma a EEUU, por primera vez en la Historia, bajo la amenaza de una
completa destrucción física. Los historiadores actuales están seguros de
que precisamente estas acusaciones fueron injustas.
Un buen organizador
Ethel Greenglass conoció a su futuro marido en una escuela para niños
judíos, donde Julius era un aplicado estudiante, esforzándose con
especial esmero en el conocimiento del judaísmo. Se casaron en 1939
después de que Julius se graduara como ingeniero eléctrico. De acuerdo
con la versión oficial, fue reclutado por el Servicio de Inteligencia
soviético en plena Segunda Guerra Mundial, en 1942, aunque los
representantes del propio Servicio de Inteligencia aseguran que había
ocurrido cuatro años antes.
“Desde estudiantes eran militantes activos de las Juventudes
Comunistas del Partido Comunista de EEUU”, cuenta el experto en la
historia del Servicio de Inteligencia soviético, Alexander Kolpaquidi.
Alrededor de los Rosenberg se formó un círculo de sus compañeros de
estudios e ingenieros que luego se dispersaron por empresas muy
diferentes. Julius Rosenberg era el líder del grupo, benefició en sumo
grado nuestra industria militar. No se sabe a ciencia cierta si sus
informadores sabían que era un espía o creían que actuaba en interés de
su célula del Partido”.
Julius recibía fondos de la URSS: se pasaba el día viajando y
recopilando información y su mujer lo mecanografiaba todo, preparando la
información para el envío. Para ellos era un empleo pagado, tenían que
sobrevivir y mantener a dos niños pequeños. No obstante, los
informadores no estaban motivados por el dinero, sino por la idea.
Según Kolpaquidi, Rosenberg por sí mismo no tenía ninguna posibilidad
de obtener datos secretos. No presentaba interés como ingeniero y su
única función consistía en reunir información facilitada por otros
ingenieros. No cabe la menor duda de que ningún miembro de su grupo tuvo
acceso a los planos de la bomba atómica. Era claramente otro nivel de
información clasificada.
“Ahora los historiadores conocen muchos nombres de personas que
realmente estaban pasando información sobre proyectos nucleares,
instalaciones estratégicas y demás. No eran los Rosenberg, sino otra
gente, por ejemplo, el eminente físico austríaco Engelbert Broda, el
físico estadounidense Theodore Hall y otros”, explica el experto.
Merecería la pena señalar también al físico teórico alemán Klaus
Fuchs que trabajó en el Reino Unido en el ‘Proyecto Manhattan’ bajo la
dirección del profesor Max Born. Se considera que, debido a sus
convicciones políticas y dándose perfecta cuenta del extremo peligro del
monopolio nuclear al que aspiraba Estados Unidos, el científico alemán
informó desinteresadamente a la Unión Soviética sobre los trabajos de la
creación de la bomba atómica. Más tarde entregó a la parte soviética
algunos datos sobre su composición.
En 1950, en el Reino Unido se le sentenció a 14 años de prisión,
máxima condena por el delito del espionaje a favor de un Estado aliado.
Ocurre que en el momento de la revelación de los secretos británicos, la
URSS y el Reino Unido todavía eran aliados. Precisamente en base a los
testimonios de Fuchs el FBI consiguió desmantelar otra cadena de
informadores y atrapar al matrimonio Rosenberg.
Todo parece indicar que Julius y Ethel Rosenberg consiguieron
informar a la Unión Soviética de un único dato de gran valor: el esquema
del detonador de la bomba que había explotado en la ciudad japonesa de
Nagasaki.
Nunca asumieron del todo su culpa y negaron cualquier dato sobre la
presunta cooperación con el Servicio de Inteligencia soviético, lo que
no hizo sino enfurecer a los representantes del sistema judicial
estadounidense.
Se conocen los secretos de los Rosenberg
Alexander Kolpaquidi está seguro de que los Rosenberg no tuvieron
mucho que ver con el robo de secretos atómicos. “Aquellos agentes que
podrían comunicarles algo sobre el tema no eran del debido nivel. A
nadie se le ejecutaba por este tipo del espionaje”, precisa el experto.
Kolpaquidi lo da por hecho desde que hace dos años, todos los
documentos relacionados con el caso fueron robados del archivo del
Servicio de Inteligencia de Rusia por el ex empleado del organismo,
Alexander Vasíliev, entregados a la biblioteca del Congreso de Estados
Unidos y publicados abiertamente en Internet. Ahora, el que lo desea,
puede enterarse de todas las actividades de los Rosenberg.
Los documentos evidencian que el grupo liderado por Julius Rosenberg
facilitaba a la URSS información de gran valor que, sin embargo, no
tenía nada que ver con el proyecto nuclear de EEUU.
La paradójica situación de un observador
Hasta el día de hoy se sigue debatiendo en Estados Unidos sobre si
Julius y Ethel Rosenberg se merecían la pena de muerte. Para muchos su
historia sigue siendo un ejemplo de la persecución de la gente por sus
convicciones y su procedencia judía, a pesar de que el Fiscal y el Juez
del proceso también eran judíos. A diferencia del aspecto pragmático del
caso, los aspectos morales podrían tener múltiples interpretaciones.
Sin lugar a dudas, eran espías y causaron daño al sistema de defensa
de su país. Pero por otra parte, en los años de mayor intensidad de
cooperación Estados Unidos y el Reino Unido eran aliados de la URSS en
la lucha contra la Alemania nazi. Washington tampoco reparó en su
estatus del aliado, escondiendo de Moscú información de tanta
importancia.
Los estadounidenses partían de los intereses nacionales, teniendo muy
claro que después del triunfo sobre un enemigo común, dos sistemas que
aspiraban a convertirse en un modelo a nivel mundial inevitablemente
acabarían colisionando.
De modo que los miedos del senador McCarthy no eran del todo
infundados: en aquellos tiempos, las ideas del comunismo conquistaban en
Occidente muchas mentes cultivadas y nobles. La gente veía únicamente
la miniatura lacada de la vida en la URSS, servida con mucha maestría
por la propaganda soviética, no sabían nada de la esencia real de un
régimen totalitario o no se fiaba de los medios de comunicación
nacionales.
Y en Rusia los cónyuges Rosenberg siguen siendo unos héroes, a los
que deberíamos, en opinión de Alexander Kolpaquidi, instalar un
monumento. Y es que quien es agente del Servicio de Inteligencia para
Rusia, para Estados Unidos no es más que un espía. Y viceversa.
Ilyá Ber, RIA Novosti
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