Universidad Estatal Técnica del Báltico |
Científicos rusos del sector de Defensa centraron la atención de los medios de información durante la semana pasada.
Se produjeron cambios en relación a varios expedientes penales
abiertos contra los científicos acusados de espionaje. El pasado 20 de
junio, un tribunal municipal de San Petersburgo condenó a largas penas
de prisión a dos profesores de la Universidad Estatal Técnica del
Báltico, Yevgueni Afanásiev y Sviatoslav Bóbishev, por pasar datos
secretos sobre el misil balístico intercontinental R-30 Bulavá a los
agentes del servicio de inteligencia chino.
Un día antes, obtuvo la libertad Igor Reshetin, ex director del
Instituto de Construcción de Maquinaria, también acusado de entregar a
China información con respecto a las tecnologías de misiles.
Además, el físico ruso Valentín Danílov presentó una solicitud de
libertad. Danílov cumple desde 2001 una pena carcelaria de trece años
por mantener contactos con el servicio de inteligencia china para
traspasarle las tecnologías de protección de aparatos espaciales.
Científicos espías
El número de expedientes penales abiertos contra los científicos
acusados de espionaje no disminuye en Rusia desde los noventa. Se
considera que un crecimiento de tales casos coincidió con la llegada al
poder del actual presidente de Rusia, Vladímir Putin, y con un cierto
endurecimiento de la política interna.
Pero en la época del primer presidente de Rusia, Boris Yeltsin
(1991-1999), los científicos también fueron acusados en reiteradas
ocasiones de mantener contactos con los servicios de inteligencia
extranjeros o de divulgación de datos secretos, como fue el caso de Vil
Mirzayanov que en 1992 sacó a la luz pública información sobre el nuevo
programa soviético de desarrollo de armas químicas.
En realidad, en Rusia actúa un gran número de agentes ilegales y
legales de los servicios de inteligencia militar. A partir 1991, varios
proyectos se vendieron por un precio muy bajo que ascendía a 1.000 o
2.000 dólares por un armario de documentos para cuyo desarrollo un
departamento de un instituto de investigación hubiera necesitado muchos
años y mucho dinero. La Unión Soviética se convirtió en un almacén de
tecnologías interesantes que esperaban a investigadores atrevidos y
saqueadores empedernidos.
Los representantes de casi todos los países participaban en la
carrera por obtener acceso a los secretos soviéticos, pero la mayor
parte de estos provenían de los servicios de inteligencia occidental y
corporaciones asiáticas, sobre todo surcoreanas. Posteriormente, los
chinos se adhirieron a este proceso y muy pronto se convirtieron en
líderes por los intentos de exportar de Rusia los documentos o
tecnologías secretos.
Al mismo tiempo, Pekín puso en marcha otro programa al empezar a
firmar contratos con varios institutos rusos de investigación y
desarrollo del sector de Defensa. Esto contratos permitieron a estos
organismos mantener el personal y continuar trabajando. Pero se trataba
de una explotación directa de los especialistas rusos en interés de un
Estado extranjero.
Hay a este respecto varias historias que se caracterizan por su
ambigüedad. Por ejemplo, después de un sonado 'escándalo de espías'
entre Rusia y Estados Unidos, a los presuntos agentes del servicio de
inteligencia de Rusia los canjearon por varios ciudadanos rusos que
cumplían condena en Rusia por espionaje a favor de Occidente, incluido
el experto del Instituto de EEUU y Canadá, Igor Sutiaguin, acusado en
1999 de entregar datos secretos sobre las Fuerzas Armadas de Rusia a los
servicios de inteligencia extranjera.
Durante unos diez años, la defensa de Sutiaguin afirmaba que este
había entregado resúmenes de artículos analíticos publicados en Rusia a
una empresa privada occidental que servía de tapadera del servicio de
inteligencia estadounidense, lo que no se podía calificar como
divulgación de secretos de Estado. Dejemos aparte el tema sobre si un
experto de tan alto nivel debería ser más prudente a la hora de
desarrollar la cooperación con los clientes extranjeros que inspiran
recelo. Pero el expediente penal, de hecho, provocaba dudas y permitía
calificar de injusta la condena de Sutiaguin.
Es posible que Occidente en realidad haya decidido simplemente
liberar a Sutiaguin de la cárcel rusa, al canjearle por varias personas
que espiaban a favor de Moscú. Pero al hacerlo, los servicios de
inteligencia estadounidenses confirmaron de hecho que Sutiaguin era su
agente. En cualquier caso, esta historia dejó un sabor amargo.
Mezcla explosiva
Es fácil explicar la estrecha cooperación de los científicos rusos
con los “clientes extranjeros” en los años noventa, cuando después de la
desintegración de la URSS los institutos de investigación vivieron
tiempos difíciles.
Todos los intelectuales, incluidos los del sector de Defensa, que
tenían la voluntad y espíritu de iniciativa intentaron vender su
experiencia y talento. El Estado se consideró libre de cualquier
obligación respecto a ellos y no se podía esperar algo más en respuesta
por parte de los ingenieros soviéticos.
¿Pero qué pasa ahora? Por ejemplo, el misil Bulavá es un proyecto
desarrollado recientemente. Es la avaricia del cliente que no entiende
las posibles consecuencias de maltrato en el campo científico. Es una
política cínica y razonable de ahorrar de todo recurriendo a la
siguiente fórmula: “Tomad lo que os damos o no recibiréis nada”. Es un
trauma psicológico de los ejecutores, a los que asusta la posibilidad de
quedarse de nuevo sin pedidos estatales.
Todo esto en conjunto forma una mezcla detonante que explotará si se
acerca un fósforo o un sobre lleno de ‘sucios dólares’ de la CIA
(Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos). Por eso no hay nada
sorprendente en los respectivos escándalos, que continúan suscitándose
uno tras otro.
En general, los salarios de ingenieros rusos dejan mucho que desear,
incluidos los de aquellos que trabajan en el sector de aviación táctica,
que no está tan arruinada en comparación con otros sectores.
Cada uno tiene el derecho a elegir
Es evidente que sería más honesto abandonar a Rusia y trabajar
legalmente para nuevos clientes que continuar actuando en dos frentes,
especialmente en un ámbito peligroso próximo a las tecnologías nucleares
que representan el secreto de Estado. En los noventa, muchos
especialistas soviéticos aprovecharon de esta oportunidad y aceleraron
el desarrollo de varias tecnologías en Occidente e Israel.
En todo caso, no vamos a moralizar acerca de la conducta económica de
los sujetos de un mercado que, a juzgar por todo, es razonable en la
coyuntura actual, a pesar de que parezca poco patriótica.
En general, quizá no sea fácil entender los motivos de los
científicos soviéticos que cooperaban con los servicios de inteligencia
extranjeros, porque muchos de ellos gozaban de un respeto en la URSS,
tenían buenas perspectivas laborales y ciertos privilegios.
Pero en cuanto a los especialistas abandonados a su propia suerte
tras 1991, que hacen constar un creciente abismo en el nivel de vida de
los funcionarios y empresarios rusos, por un lado, y ciudadanos comunes y
corrientes, por otro, se puede exigir que sean patriotas en esta
situación, pero es cada vez más difícil.
Queda claro que un buen especialista es capaz de ganarse la vida sin
vender datos secretos sino su propia experiencia (aunque los numerosos
expedientes penales abiertos contra varios científicos acusados de
espionaje muestran que ambos casos se castigan del mismo modo). Pero
esto no mejora el estado moral de la comunidad científica rusa, y los
casos de espionaje lo ponen en evidencia.
Se pueden entender los motivos del Estado, que busca proteger sus
tecnologías avanzadas en el ámbito de Defensa del acceso de los
analistas de los países desarrollados y los ingenieros de países en vías
de desarrollo. Por eso el rumbo hacia un endurecimiento del régimen de
cooperación de los científicos rusos con los extranjeros parece
justificado. Muchos especialistas rusos destacan que se ha hecho más
complicado cooperar con los extranjeros en comparación con la década de
los noventa, incluso en los casos cuando se trate de los proyectos
absolutamente inofensivos.
Sin embargo, aunque el aumento de la presión sobre los científicos
que participan en tales proyectos sea capaz de impedir la filtración de
secretos de Estado, al mismo tiempo esto puede conllevar un mayor
aislamiento de la comunidad científica y un atraso de la ciencia rusa
respecto a las escuelas de EEUU, Europa, Japón y China.
La política innovadora de Rusia, que hasta hoy en día no ha
contribuido a un rápido desarrollo de la “economía intelectual”, la
creación de nuevos puestos de trabajo en el ámbito de investigación y
desarrollo y una ‘lluvia’ de nuevos descubrimientos, provocarán
inevitablemente una mayor fuga de cerebros de Rusia.
La economía global busca emplear especialistas de alta calidad y
obligarles a trabajar para sus objetivos. En este ámbito, los deseos del
‘cliente’ y la ‘mercancía’ coinciden.
Deberíamos reconocer que no es la ciencia mundial la que debe
orientarse a la ciencia rusa, a excepción de varios sectores
importantes, sino el sector ruso de investigación y desarrollo el que
está interesado en intensificar la cooperación transfronteriza.
Es la condición principal para mantener el nivel del personal y de
las escuelas, así como de la vigencia de los proyectos científicos.
Según muestra la experiencia de la ciencia fundamental y aplicada de la
URSS de los años veinte y treinta del siglo pasado, esto bien puede
realizarse junto con la tarea de fortalecer la capacidad defensiva del
país y la elaboración de un sistema nacional de las investigaciones
avanzadas.
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