miércoles, 27 de junio de 2012

Los científicos espías son traidores pero también son víctimas

Universidad Estatal Técnica del Báltico
Científicos rusos del sector de Defensa centraron la atención de los medios de información durante la semana pasada.
Se produjeron cambios en relación a varios expedientes penales abiertos contra los científicos acusados de espionaje. El pasado 20 de junio, un tribunal municipal de San Petersburgo condenó a largas penas de prisión a dos profesores de la Universidad Estatal Técnica del Báltico, Yevgueni Afanásiev y Sviatoslav Bóbishev, por pasar datos secretos sobre el misil balístico intercontinental R-30 Bulavá a los agentes del servicio de inteligencia chino.
Un día antes, obtuvo la libertad Igor Reshetin, ex director del Instituto de Construcción de Maquinaria, también acusado de entregar a China información con respecto a las tecnologías de misiles.
Además, el físico ruso Valentín Danílov presentó una solicitud de libertad. Danílov cumple desde 2001 una pena carcelaria de trece años por mantener contactos con el servicio de inteligencia china para traspasarle las tecnologías de protección de aparatos espaciales.
Científicos espías
El número de expedientes penales abiertos contra los científicos acusados de espionaje no disminuye en Rusia desde los noventa. Se considera que un crecimiento de tales casos coincidió con la llegada al poder del actual presidente de Rusia, Vladímir Putin, y con un cierto endurecimiento de la política interna.
Pero en la época del primer presidente de Rusia, Boris Yeltsin (1991-1999), los científicos también fueron acusados en reiteradas ocasiones de mantener contactos con los servicios de inteligencia extranjeros o de divulgación de datos secretos, como fue el caso de Vil Mirzayanov que en 1992 sacó a la luz pública información sobre el nuevo programa soviético de desarrollo de armas químicas.
En realidad, en Rusia actúa un gran número de agentes ilegales y legales de los servicios de inteligencia militar. A partir 1991, varios proyectos se vendieron por un precio muy bajo que ascendía a 1.000 o 2.000 dólares por un armario de documentos para cuyo desarrollo un departamento de un instituto de investigación hubiera necesitado muchos años y mucho dinero. La Unión Soviética se convirtió en un almacén de tecnologías interesantes que esperaban a  investigadores atrevidos y saqueadores empedernidos.
Los representantes de casi todos los países participaban en la carrera por obtener acceso a los secretos soviéticos, pero la mayor parte de estos provenían de los servicios de inteligencia occidental y corporaciones asiáticas, sobre todo surcoreanas. Posteriormente, los chinos se adhirieron a este proceso y muy pronto se convirtieron en líderes por los intentos de exportar de Rusia los documentos o tecnologías secretos.
Al mismo tiempo, Pekín puso en marcha otro programa al empezar a firmar contratos con varios institutos rusos de investigación y desarrollo del sector de Defensa. Esto contratos permitieron a estos organismos mantener el personal y continuar trabajando. Pero se trataba de una explotación directa de los especialistas rusos en interés de un Estado extranjero.
Hay a este respecto varias historias que se caracterizan por su ambigüedad. Por ejemplo, después de un sonado 'escándalo de espías' entre Rusia y Estados Unidos, a los presuntos agentes del servicio de inteligencia de Rusia los canjearon por varios ciudadanos rusos que cumplían condena en Rusia por espionaje a favor de Occidente, incluido el experto del Instituto de EEUU y Canadá, Igor Sutiaguin, acusado en 1999 de entregar datos secretos sobre las Fuerzas Armadas de Rusia a los servicios de inteligencia extranjera.
Durante unos diez años, la defensa de Sutiaguin afirmaba que este había entregado resúmenes de artículos analíticos publicados en Rusia a una empresa privada occidental que servía de tapadera del servicio de inteligencia estadounidense, lo que no se podía calificar como divulgación de secretos de Estado. Dejemos aparte el tema sobre si un experto de tan alto nivel debería ser más prudente a la hora de desarrollar la cooperación con los clientes extranjeros que inspiran recelo. Pero el expediente penal, de hecho, provocaba dudas y permitía calificar de injusta la condena de Sutiaguin.
Es posible que Occidente en realidad haya decidido simplemente liberar a Sutiaguin de la cárcel rusa, al canjearle por varias personas que espiaban a favor de Moscú. Pero al hacerlo, los servicios de inteligencia estadounidenses confirmaron de hecho que Sutiaguin era su agente. En cualquier caso, esta historia dejó un sabor amargo.
Mezcla explosiva
Es fácil explicar la estrecha cooperación de los científicos rusos con los “clientes extranjeros” en los años noventa, cuando después de la desintegración de la URSS los institutos de investigación vivieron tiempos difíciles.
Todos los intelectuales, incluidos los del sector de Defensa, que tenían la voluntad y espíritu de iniciativa intentaron vender su experiencia y talento. El Estado se consideró libre de cualquier obligación respecto a ellos y no se podía esperar algo más en respuesta por parte de los ingenieros soviéticos.
¿Pero qué pasa ahora? Por ejemplo, el misil Bulavá es un proyecto desarrollado recientemente. Es la avaricia del cliente que no entiende las posibles consecuencias de maltrato en el campo científico. Es una política cínica y razonable de ahorrar de todo recurriendo a la siguiente fórmula: “Tomad lo que os damos o no recibiréis nada”. Es un trauma psicológico de los ejecutores, a los que asusta la posibilidad de quedarse de nuevo sin pedidos estatales.
Todo esto en conjunto forma una mezcla detonante que explotará si se acerca un fósforo o un sobre lleno de ‘sucios dólares’ de la CIA (Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos). Por eso no hay nada sorprendente en los respectivos escándalos, que continúan suscitándose uno tras otro.
En general, los salarios de ingenieros rusos dejan mucho que desear, incluidos los de aquellos que trabajan en el sector de aviación táctica, que no está tan arruinada en comparación con otros sectores.
Cada uno tiene el derecho a elegir
Es evidente que sería más honesto abandonar a Rusia y trabajar legalmente para nuevos clientes que continuar actuando en dos frentes, especialmente en un ámbito peligroso próximo a las tecnologías nucleares que representan el secreto de Estado. En los noventa, muchos especialistas soviéticos aprovecharon de esta oportunidad y aceleraron el desarrollo de varias tecnologías en Occidente e Israel.
En todo caso, no vamos a moralizar acerca de la conducta económica de los sujetos de un mercado que, a juzgar por todo, es razonable en la coyuntura actual, a pesar de que parezca poco patriótica.
En general, quizá no sea fácil entender los motivos de los científicos soviéticos que cooperaban con los servicios de inteligencia extranjeros, porque muchos de ellos gozaban de un respeto en la URSS, tenían buenas perspectivas laborales y ciertos privilegios.
Pero en cuanto a los especialistas abandonados a su propia suerte tras 1991, que hacen constar un creciente abismo en el nivel de vida de los funcionarios y empresarios rusos, por un lado, y ciudadanos comunes y corrientes, por otro, se puede exigir que sean patriotas en esta situación, pero es cada vez más difícil.
Queda claro que un buen especialista es capaz de ganarse la vida sin vender datos secretos sino su propia experiencia (aunque los numerosos expedientes penales abiertos contra varios científicos acusados de espionaje muestran que ambos casos se castigan del mismo modo). Pero esto no mejora el estado moral de la comunidad científica rusa, y los casos de espionaje lo ponen en evidencia.
Se pueden entender los motivos del Estado, que busca proteger sus tecnologías avanzadas en el ámbito de Defensa del acceso de los analistas de los países desarrollados y los ingenieros de países en vías de desarrollo. Por eso el rumbo hacia un endurecimiento del régimen de cooperación de los científicos rusos con los extranjeros parece justificado. Muchos especialistas rusos destacan que se ha hecho más complicado cooperar con los extranjeros en comparación con la década de los noventa, incluso en los casos cuando se trate de los proyectos absolutamente inofensivos.
Sin embargo, aunque el aumento de la presión sobre los científicos que participan en tales proyectos sea capaz de impedir la filtración de secretos de Estado, al mismo tiempo esto puede conllevar un mayor aislamiento de la comunidad científica y un atraso de la ciencia rusa respecto a las escuelas de EEUU, Europa, Japón y China.
La política innovadora de Rusia, que hasta hoy en día no ha contribuido a un rápido desarrollo de la “economía intelectual”, la creación de nuevos puestos de trabajo en el ámbito de investigación y desarrollo y una ‘lluvia’ de nuevos descubrimientos, provocarán inevitablemente una mayor fuga de cerebros de Rusia.
La economía global busca emplear especialistas de alta calidad y obligarles a trabajar para sus objetivos. En este ámbito, los deseos del ‘cliente’ y la ‘mercancía’ coinciden.
Deberíamos reconocer que no es la ciencia mundial la que debe orientarse a la ciencia rusa, a excepción de varios sectores importantes, sino el sector ruso de investigación y desarrollo el que está interesado en intensificar la cooperación transfronteriza.
Es la condición principal para mantener el nivel del personal y de las escuelas, así como de la vigencia de los proyectos científicos. Según muestra la experiencia de la ciencia fundamental y aplicada de la URSS de los años veinte y treinta del siglo pasado, esto bien puede realizarse junto con la tarea de fortalecer la capacidad defensiva del país y la elaboración de un sistema nacional de las investigaciones avanzadas.
Konstantín Bogdánov, RIA Novosti

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