martes, 26 de marzo de 2013

La Tierra no sabe cómo defenderse de meteoritos

La Tierra no sabe cómo defenderse de meteoritos

Hace un mes, en el cielo sobre la ciudad rusa de Cheliábinsk (los Urales) explotó un meteorito.
Es un acontecimiento difícil de olvidar, dado que las obras de reconstrucción de los edificios no han acabado todavía y que los científicos someten a un minucioso estudio todo el material disponible: los vídeos grabados por los testigos, los restos del meteorito y las aguas del lago Chebarkul.
Mientras tanto, los políticos de Rusia y de Estados Unidos se están planteando la adopción de algún proyecto de ley que ofrezca soluciones a la amenaza de colisión con un asteroide.
Hace un par de meses habría parecido improbable que los congresistas estadounidenses dedicaran su atención a algo ocurrido en Cheliábinsk y a la alerta por asteroide o cometa. Pero así fue y recientemente dos comités especializados de la Cámara de Representantes y del Senado de EEUU citaron a líderes de la comunidad científica para discutir la amenaza de la caída de algún cuerpo celeste.
En el Consejo de la Federación (Cámara Alta del Parlamento ruso) también se ha celebrado una reunión parecida. Y las conclusiones hechas a ambos lados del Atlántico nos son nada prometedoras.
Lo único que queda es rezar
Si el meteorito de Cheliábinsk no hubiera existido, habría que inventarlo, por tanta publicidad que le ha hecho a la ciencia. Porque la trama parece salida de una película de fantasía: un enorme trozo de roca aparece desde la nada, estalla en el cielo bajo la mirada de las cámaras y causa daños locales. Varias horas más tarde, otro meteorito, éste del tamaño “de un edificio de 15 plantas”, pasa por debajo de las órbitas de los satélites geoestacionarios sin apenas rozar la Tierra. Fin de la película.
Al recuperarse del estupor, los políticos y los científicos empezaron a mostrarse muy activos. Los primeros posiblemente contaron con sacar provecho de la atención global o realmente se preocupan sobre la seguridad de los electores y sus propiedades. Y los segundos quitan el polvo de los telescopios y ensayan para pronunciar de una manera convincente pero no muy insolente “ya avisamos de este peligro”.
A la pregunta de uno de los congresistas sobre las medidas que habría que tomar en caso de una hipotética colisión con un gran asteroide en un plazo de tres semanas, el jefe de la NASA Charles Bolden contestó de una forma escueta. “Rezar”, fue la respuesta: “Sería incapaz de hacer nada en tres semanas, porque a lo largo de décadas hemos hecho como si el problema no existiese”.
En realidad, algunos ni siquiera lo intentaban aparentar, porque los científicos rusos lo único que pudieron hacer fue citar ante los senadores los datos obtenidos por sus compañeros estadounidenses y señalar que Rusia no dispone de herramientas propias para detectar cuerpos celestes de potencial peligro.
Bolden, por su parte, apuntó que con el actual nivel de financiación, la NASA podría cumplir únicamente para 2030 el objetivo planteado por el Congreso, detectar el 90% de todos los objetos con un diámetro de entre 140 metros y un kilómetro. Y ésta es la principal diferencia entre dos reuniones con participación de los expertos. En Rusia se habló muy en rasgos generales y se hicieron planes acerca de los programas que precisarían de apoyo estatal. La propuesta más concreta fue la de acabar de instalar en la zona del lago Baikal un telescopio con un campo de visión extra amplio.
Y el argumento de Charles Bolden podría haber sido el siguiente: damas y caballeros, entre 500 y 750 millones de dólares al año permitirían mantener en órbita un telescopio infrarrojo y conseguir el objetivo planteado no en 2030, sino algo antes.
Al día siguiente intervino ante los legisladores estadounidenses Ed Lou, jefe de la entidad sin ánimo de lucro B612 Foundation, que había presentado el proyecto de este tipo de telescopio en verano de 2012. Los parlamentarios estaban encantados, ya que el señor Lou no aspiraba a contar con fondos del presupuesto nacional. También les atrae de idea de la colaboración desinteresada de los aficionados a la astronomía, porque no necesitan ser pagados.
Una ecuación con términos desconocidos
En general, ambas reuniones han sido muy parecidas: el principal tema discutido era el dinero, mientras que el meteorito de Cheliábinsk se aprovechó como una excusa inmejorable.
Los senadores estadounidenses aseguraron que no les habían gustado los datos facilitados por los científicos y que “posiblemente ayudarían a la NASA”. Pero seguramente cada uno pensó mientras lo prometía que sería poco sensato quitar fondos a los médicos o a los militares para destinarlos a la solución de un problema que parece un hallazgo de Hollywood.
Sus dudas son fáciles de entender dado que el espacio cósmico es enorme y el presupuesto de EEUU, no tanto. De modo que es necesario “fijar bien las prioridades”.
Los científicos y los políticos siguen buscando la fórmula correcta para este problema con numerosos términos desconocidos. Sólo queda esperar que no se haga realidad en el cielo sobre alguna parte de nuestro planeta.

Olga Dobrovídova, RIA Novosti

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