Mientras Eisenhower tomaba su café hirviente y miraba hacia el sur de la ventana presidencial, ardía La Habana.
Ardía La Habana con su Encanto. Era 13 de abril de 1961. Hacía ya casi
un mes que había firmado, bajo la presión de la Cámara, la orden que
autorizaba a la CIA a organizar un proyecto subversivo para derrocar a
“los Castros y su pandilla de comunistas”.
Mientras Eisenhower tomaba su café hirviente, y miraba hacia el sur
de la ventana presidencial, le ardían también las manos a Carlos
González Vidal. Aquel hombre tenía dos caras: empleado eficiente de la
mayor tienda de Cuba.
Siete pisos, 65 departamentos de venta, casi mil empleados y una bien
ganada fama dentro de los clientes por sus artículos exclusivos: El
Encanto. Volviendo a Carlos. Su otro yo, ya no se mostraba tan solapado,
como unos meses antes cuando sostenía criterios anexionistas con su
pariente Reynold González, jefe de la Estación CIA de Miami.
Ahora denotaba agresividad contra la Revolución Cubana.
No se limitaba en sus críticas, censuras y comentarios adversos a las
medidas populares que el gobierno adoptaba en detrimento de
latifundistas y transnacionales estadounidenses. El cartel de “CERRADO”
se volcó en el cristal de la puerta.
Ya era tarde. La tienda había concluido sus finanzas. Así que Carlos
despachó su última venta en el departamento de discos, en el segundo
piso, y fue hasta el de sastrería, específicamente a la sección de
telas. Manos medio temblorosas le hubiesen delatado.
Era la tarde del 13 de abril de 1961. Diestra y siniestra ocupadas
con dos petacas incendiarias preparadas con explosivo plástico C-4. Las
hizo deslizar entre dos rollos de tela. Repitió la acción en dos
estanterías y… Huida. A unas cuadras del establecimiento subió a un auto
y se marchó. Transcurrió apenas una hora. Eran las siete de la noche.
Comenzó el incendio. El fuego se extendió rápidamente por los conductos
del aire acondicionado propagándose por todo el inmueble. Apenas una
hora más tarde: ocho de la noche y ocurrió el fatal desplome de las
enormes paredes.
Grandes lenguas de fuego se elevaron desafiantes a muchos metros.
Calor abrasador. Bomberos, milicianos, empleados de la tienda, gente de
pueblo, lucharon para que las llamas no se extendieran a locales
aledaños. Vecinos insistían en afirmar haber escuchado más de una
explosión antes del derrumbe del edificio.
Pero Fe no quiso abandonarlo todo. Al empezar el siniestro "Lula",
como le conocían sus allegados, se encontraba de guardia miliciana en el
edificio y hasta pudo ayudar en los intentos de extinción. Pero sabía
ya que era inútil. Dedicó entonces sus esfuerzos a apartar las
mercancías para evitar mayores pérdidas. Retornó fatal: al cuarto piso.
A Fe del Valle, no se volvió a ver. González Vidal manejaba a todo
motor. Había accedido a realizar la acción, con la condición de que lo
sacaran de inmediato del país. Su destino de escape era Playa Baracoa,
localidad costera a unos 30 kilómetros al oeste de La Habana, por donde
trataría de abandonar ilegalmente el territorio cubano. Pero no lo
previó la justicia.
Fueron visualizadas desde el mar señales lumínicas que salían de una
de las casas del litoral baracoense. Sospechoso. Orden inmediata de
requisar la hilera de residencias de dónde se originabas las luces fue a
respuesta.
Fue entonces cuando le vio el miliciano, y le detuvo. González Vidal
ocultó su culpa, como los pávidos. Su alegato aseguraba que se hallaba
allí de visita en casa de una tía. Finalmente confesó. No puede sostener
la cobardía actitud de honor. No hay estoicismo en lo mercenario. Con
el acto terrorista la tienda quedó destruida totalmente.
Resultaron lesionadas además 18 personas, entre ellas Mirta
Navarrete, de 43 años, Hilda Ruiz, de 34, y Josefina Seijoó e Isabel
Tapia, de 20. Las pérdidas materiales se valoraron en 20 millones de
dólares. La principal tienda por departamentos de La Habana, jamás fue
reconstruida, en la manzana donde se encontraba "El Encanto" ahora se
levanta el "parque Fe del Valle", bautizado con el nombre de la mujer
que pereció heroicamente tratando de salvar los bienes del pueblo.
Fue aquel 13 de abril de 1961, mientras Eisenhower tomaba su café
hirviente y miraba hacia el sur de la ventana presidencial, que ardía la
vida de Fe, la conciencia de Carlos, y un capítulo de terror en el
libro de Cuba.
Escrito por Diana M. Lorenzo Santos
Tomado de http://www.perlavision.icrt.cu
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