En asuntos celestiales, mi
campo es finito. Y en los terrenales, más allá de los desmanes causados
por los milicianos de la “banda de Loyola”, que en el siglo XVI fueron
autorizados por el Papa para luchar contra… (toc-toc-toc)… ¡Joder!…Justo
cuando me estaba cayendo el veinte. ¿Quién será?
–Ah… ¿cómo le va, vecino?–Permítame darle un abrazo.
–Pero mi santo es el 19…
–Pues que sea por anticipado…
–¿Y a cuento de qué?
–¡El nuevo Papa, vecino! ¡El nuevo Papa es argentino!
–Mire usted, yo…
–¿A poco no es usted argentino?
–Y mexicano.
–¡Pero de la tierra del Papa!
–Y de la “mano de Dios”.
–Caray… tiene usted razón.
Toc-toc-toc… (La esposa del vecino y la perrita histérica que ladra cuando asomo por el balcón.)
–Buena tardeeeee… Debe sentirse orgulloso ¿verdá…?
–Gracias, gracias… muy amables, pero yo…
Dirigiéndose a la perrita que no dejaba de husmear y de gruñirme, le dijo:
–Calma, Preciosa… ¡hazte amiga del señor, que el Papa es argentino!
Pletórica de dicha y armonía vecinal, la tertulia fue breve y acabó
cuando la perrita se meó sobre una pila de periódicos. Al despedirse,
frunciendo el entrecejo, el vecino asumió un porte más serio:
–Tenemos que platicar. ¿En qué periódico dijo que trabaja? –Y la
señora, meneando con suavidad su cabeza, me miró con redoblada ternura:
–Un Papa argentino… ¡Que Dios le dé más!
Cerré la puerta, tomé aire, y sacudiéndome el confeti de
congratulaciones me dije: ¿Y ahora? ¿Cómo sigo? En su primer mensaje del
“ángelus”, el papa Francisco pidió a los católicos ser más indulgentes y
que no se apresuren a condenar los errores de los demás. ¿Y los que no
lo son?
Quizá peco de sentimental, pero siempre me costó enfriar la inocencia
y la fe de la gente. ¿Con qué derecho? Sin embargo, y en comparación
con otros siglos, las creencias religiosas y dogmas de toda índole se
hallan en retirada o a la defensiva, Incluyendo los fanatismos que, en
el fondo, son manifestaciones de intrínseca debilidad.
Tampoco me caen los que se erigen en predicadores del aristotélico
“justo medio”, sugiriéndonos condenar la violencia “provenga de donde
provenga” y permaneciendo equidistantes de los “extremos de uno y otro
signo”. Pues ambas expresiones son las favoritas de los hipócritas que
lavan su complicidad con la violencia y el extremismo para salvaguardar
sus miserables cuotas de poder terrenal… o celestial.
La designación de Jorge Mario Bergoglio fue causa de alegría en
cientos de millones de creyentes, y motivo de esperanza en cientos de
millones que no lo son porque se cansaron de esperarla. Por
consiguiente, hay que sopesar. Porque en esta “alegría” participaron
encumbrados “teólogos de la liberación”, y 44 defensores de la
“civilización occidental y cristiana” que están siendo juzgados en la
provincia argentina de Córdoba, acusados por delitos de lesa humanidad
cometidos en el campo clandestino de La Perla.
El día del Ungido, los genocidas entraron en la sala del tribunal
luciendo en sus solapas cintas con los colores amarillo y blanco: la
bandera del Vaticano. Gesto más que simbólico que seguramente también
hizo suyo el ex capellán de la policía Christian von Vernich, a quien la
Iglesia no excomulgó ni le prohibió impartir misa en el penal donde
purga condena.
Ahora bien. Sería injusto igualar a Bergoglio (el “simple” que viaja
en Metro) con los curas que supervisaban la picana de 220 voltios. Pero
el ex asesor espiritual de “Guardia de Hierro” (capítulo argentino de la
fascista y ultracatólica de origen rumano) no acompañó a obispos
comprometidos como Miguel Hesayne, Vicente Zazpe o Jaime Nevares. A más
de guardar silencio luego de los asesinatos de los obispos Carlos Ponce
de León, Enrique Angelelli, y el padre Carlos Mugica, entre cientos de
seminaristas caídos en la lucha.
Recordemos las palabras de Victorio Bonamín, provicario general de
las fuerzas armadas, antes del golpe: “Cuando hay derramamiento de
sangre, hay redención. Nuestra religión es terrible: se nutre de la
sangre de Cristo y se sigue alimentando de nuestra sangre” ( La Nación,
23/9/1975). Y la bendición impartida a las tropas del ejército tres
meses después del golpe por el cardenal Pio Laghi, patrono de la
Soberana Orden Militar de Malta y nuncio apostólico en Buenos Aires:
“El país tiene una ideología tradicional. Y cuando alguien pretende
imponer otro ideario diferente y extraño, la nación reacciona como un
organismo con anticuerpos ante los gérmenes, generándose así la
violencia. Los soldados cumplen con el deber prioritario de amar a Dios y
a la patria que está en peligro…” ( La Nación, 27/6/1976).
Lo importante: El papa “Francisco” no es un hombre de escritorio, y
proviene de la única institución argentina que no pidió perdón ni mostró
arrepentimiento por su complicidad con el terrorismo de Estado. Y como
no hay dos sin tres, hincha de San Lorenzo de Almagro: el equipo
favorito del embajador yanqui James Cheek cuando el país se fue al
descenso, y los argentinos padecieron el infierno del llamado consenso
de Washington.
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