sábado, 23 de marzo de 2013

¿Quién asesora a Dios en el Vaticano?

En asuntos celestiales, mi campo es finito. Y en los terrenales, más allá de los desmanes causados por los milicianos de la “banda de Loyola”, que en el siglo XVI fueron autorizados por el Papa para luchar contra… (toc-toc-toc)… ¡Joder!…Justo cuando me estaba cayendo el veinte. ¿Quién será?
–Ah… ¿cómo le va, vecino?
–Permítame darle un abrazo.
–Pero mi santo es el 19…
–Pues que sea por anticipado…
–¿Y a cuento de qué?
–¡El nuevo Papa, vecino! ¡El nuevo Papa es argentino!
–Mire usted, yo…
–¿A poco no es usted argentino?
–Y mexicano.
–¡Pero de la tierra del Papa!
–Y de la “mano de Dios”.
–Caray… tiene usted razón.
Toc-toc-toc… (La esposa del vecino y la perrita histérica que ladra cuando asomo por el balcón.)
–Buena tardeeeee… Debe sentirse orgulloso ¿verdá…?
–Gracias, gracias… muy amables, pero yo…
Dirigiéndose a la perrita que no dejaba de husmear y de gruñirme, le dijo:
–Calma, Preciosa… ¡hazte amiga del señor, que el Papa es argentino!
Pletórica de dicha y armonía vecinal, la tertulia fue breve y acabó cuando la perrita se meó sobre una pila de periódicos. Al despedirse, frunciendo el entrecejo, el vecino asumió un porte más serio:
–Tenemos que platicar. ¿En qué periódico dijo que trabaja? –Y la señora, meneando con suavidad su cabeza, me miró con redoblada ternura:
–Un Papa argentino… ¡Que Dios le dé más!
Cerré la puerta, tomé aire, y sacudiéndome el confeti de congratulaciones me dije: ¿Y ahora? ¿Cómo sigo? En su primer mensaje del “ángelus”, el papa Francisco pidió a los católicos ser más indulgentes y que no se apresuren a condenar los errores de los demás. ¿Y los que no lo son?
Quizá peco de sentimental, pero siempre me costó enfriar la inocencia y la fe de la gente. ¿Con qué derecho? Sin embargo, y en comparación con otros siglos, las creencias religiosas y dogmas de toda índole se hallan en retirada o a la defensiva, Incluyendo los fanatismos que, en el fondo, son manifestaciones de intrínseca debilidad.
Tampoco me caen los que se erigen en predicadores del aristotélico “justo medio”, sugiriéndonos condenar la violencia “provenga de donde provenga” y permaneciendo equidistantes de los “extremos de uno y otro signo”. Pues ambas expresiones son las favoritas de los hipócritas que lavan su complicidad con la violencia y el extremismo para salvaguardar sus miserables cuotas de poder terrenal… o celestial.
La designación de Jorge Mario Bergoglio fue causa de alegría en cientos de millones de creyentes, y motivo de esperanza en cientos de millones que no lo son porque se cansaron de esperarla. Por consiguiente, hay que sopesar. Porque en esta “alegría” participaron encumbrados “teólogos de la liberación”, y 44 defensores de la “civilización occidental y cristiana” que están siendo juzgados en la provincia argentina de Córdoba, acusados por delitos de lesa humanidad cometidos en el campo clandestino de La Perla.
El día del Ungido, los genocidas entraron en la sala del tribunal luciendo en sus solapas cintas con los colores amarillo y blanco: la bandera del Vaticano. Gesto más que simbólico que seguramente también hizo suyo el ex capellán de la policía Christian von Vernich, a quien la Iglesia no excomulgó ni le prohibió impartir misa en el penal donde purga condena.
Ahora bien. Sería injusto igualar a Bergoglio (el “simple” que viaja en Metro) con los curas que supervisaban la picana de 220 voltios. Pero el ex asesor espiritual de “Guardia de Hierro” (capítulo argentino de la fascista y ultracatólica de origen rumano) no acompañó a obispos comprometidos como Miguel Hesayne, Vicente Zazpe o Jaime Nevares. A más de guardar silencio luego de los asesinatos de los obispos Carlos Ponce de León, Enrique Angelelli, y el padre Carlos Mugica, entre cientos de seminaristas caídos en la lucha.
Recordemos las palabras de Victorio Bonamín, provicario general de las fuerzas armadas, antes del golpe: “Cuando hay derramamiento de sangre, hay redención. Nuestra religión es terrible: se nutre de la sangre de Cristo y se sigue alimentando de nuestra sangre” ( La Nación, 23/9/1975). Y la bendición impartida a las tropas del ejército tres meses después del golpe por el cardenal Pio Laghi, patrono de la Soberana Orden Militar de Malta y nuncio apostólico en Buenos Aires:
“El país tiene una ideología tradicional. Y cuando alguien pretende imponer otro ideario diferente y extraño, la nación reacciona como un organismo con anticuerpos ante los gérmenes, generándose así la violencia. Los soldados cumplen con el deber prioritario de amar a Dios y a la patria que está en peligro…” ( La Nación, 27/6/1976).
Lo importante: El papa “Francisco” no es un hombre de escritorio, y proviene de la única institución argentina que no pidió perdón ni mostró arrepentimiento por su complicidad con el terrorismo de Estado. Y como no hay dos sin tres, hincha de San Lorenzo de Almagro: el equipo favorito del embajador yanqui James Cheek cuando el país se fue al descenso, y los argentinos padecieron el infierno del llamado consenso de Washington.

Autor: José Steinsleger

La Patria Grande


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