Abandonada en Siria por Estados Unidos, ¿se suicidará Arabia
Saudita a falta de lograr llevarse la victoria? Eso es lo que puede
pensarse al ver los siguientes acontecimientos:
- El 30 de septiembre pasado, el príncipe Bandar Ben Sultan viajó a
Rusia, donde no sólo fue recibido por su homólogo, el jefe de los
servicios secretos, sino por el presidente Vladimir Putin. Hay dos
versiones de ese encuentro. Según los sauditas, Bandar se expresó en
nombre del reino y de Estados Unidos. Propuso comprar armamento ruso por
una suma ascendente a 15 000 millones de dólares si Moscú abandonaba
Siria. Según los rusos, Bandar se expresó con arrogancia, amenazando con
el envío de yihadistas que pondrían en crisis la celebración de los
Juegos Olímpicos de invierno en Sochi si Moscú persistía en su respaldo
al régimen laico de Damasco y proponiendo un verdadero soborno. Sea cual
sea la verdad, lo cierto es que el presidente Putin vio las palabras
del príncipe saudita como un insulto a Rusia.
- El pasado 30 de septiembre, el príncipe Saud Al-Faisal estaba
inscrito como orador en el orden del día del debate general de 68ª
Asamblea General de la ONU. Sin embargo, furioso ante el acercamiento
entre Irán y Estados Unidos, este otro príncipe saudita –que funge como
ministro de Relaciones Exteriores– simplemente abandonó la sede de la
ONU, sin excusarse siquiera. Tan grande era su cólera que incluso se
negó a que el discurso que iba a pronunciar, ya preparado e impreso de
antemano, fuese distribuido a las delegaciones de los demás países.
- El 11 de octubre, el secretario general adjunto de la ONU y ex
responsable del Departamento de Estado para el Medio Oriente, Jeffrey
Feltman, recibía a una delegación libanesa. Al hablar, en nombre del
secretario general de la ONU Ban Ki-moon, Feltman no encontró palabras
lo suficientemente duras para criticar la política exterior de Arabia
Saudita, basada en «rencores» e incapaz de adaptarse a un mundo
cambiante.
- El 18 de octubre, la Asamblea General de la ONU elegía –193 votos a
favor y 176 en contra– a Arabia Saudita para ocupar un puesto de
miembro no permanente en el Consejo de Seguridad por un periodo de 2
años, que comenzaría el 1º de enero de 2014. El embajador saudita
Abdallah El-Muallemi se felicitaba entonces por esa victoria que, según
él, era un reflejo de «la eficacia de la política saudita caracterizada
por la moderación» (sic). Sin embargo, unas pocas horas más tarde el
príncipe Saud Al-Faisal publicaba un comunicado –de tono nasserista–
sobre la incapacidad del Consejo de Seguridad y la negativa del reino a
ocupar el puesto en ese órgano. Aunque mencionó el tema de Siria como
motivo principal de esa decisión, el ministro saudita se dio el lujo de
denunciar también la cuestión palestina y el tema de las armas de
destrucción masiva en el Medio Oriente, o sea de designar
simultáneamente como enemigos de la paz a Irán e Israel. Dado el hecho
que la crítica contra la política de la ONU en Siria equivale a una
denuncia directa contra Rusia y China, que recurrieron por 3 veces a su
derecho de veto, el comunicado saudita era un insulto a Pekín, cuando
China es actualmente el principal comprador del petróleo saudita. Ese
viraje, que provocó consternación en las Naciones Unidas, fue sin
embargo ruidosamente saludado por Francia y Turquía, países que dicen
compartir la «frustración» de Arabia Saudita sobre el tema de Siria.
- El 21 de octubre, el Wall Street Journal revelaba que el príncipe
Bandar Ben Sultan había invitado varios diplomáticos europeos
acreditados en Riad a visitarlo en su domicilio, donde les narró el
furor saudita ante el acercamiento entre Irán y Estados Unidos y el
retroceso estadounidense en Siria. Ante sus atónitos interlocutores, el
jefe de los servicios secretos sauditas anunció que el reino piensa
vengarse retirando sus inversiones de Estados Unidos. Retomando el
episodio del asiento en el Consejo de Seguridad, el Wall Street Journal
precisó que –según el príncipe Bandar– el comunicado no estaba dirigido
contra la actitud de Pekín sino contra Washington, precisión que resulta
tanto más interesante cuanto que no corresponde a la situación.
Ante la incredulidad que suscitaron esas declaraciones y los
comentarios conciliadores del Departamento de Estado, el príncipe
saudita Turki Ben Faisal explicó a la agencia Reuters que su enemigo
personal Bandar había hablado en nombre del reino y que esa nueva
política no será objeto de revisión. Lo cual quiere decir que no existen
divergencias al respecto entre las dos ramas rivales de la familia
reinante en Arabia Saudita –los Sudairi y los Shuraim– sino una visión
común que comparten los dos bandos.
En resumen, Arabia Saudita insultó a Rusia en julio pasado, insultó a
China hace 2 semanas. Y ahora insulta a Estados Unidos. El reino
anuncia que va a retirar sus inversiones de este último país,
probablemente para volverse hacia Turquía y Francia, aunque ningún
experto ve cómo pudiera ser eso posible. Ese comportamiento puede tener
dos explicaciones: Riad finge cólera para que Washington pueda continuar
la guerra en Siria sin responsabilizarse con ella o la familia Saud
está cometiendo un suicidio político.
La primera hipótesis parece estar en contradicción con las palabras
de Bandar ante los embajadores europeos. Si estuviese jugando a favor de
Estados Unidos por debajo de la mesa, el jefe de los servicios secretos
sauditas tendría especial cuidado en no ponerse a predicar revoluciones
a sus aliados.
La segunda hipótesis recuerda el comportamiento de los camellos,
animal preferido de los beduinos sauditas. Esos cuadrúpedos tienen la
reputación de alimentar sus rencores durante largos años y de ser
incapaces de vivir en paz mientras no hayan logrado concretar su
venganza, sea cual sea el precio a pagar por ello.
Pero Riad parece haber olvidado que la supervivencia de Arabia
Saudita está en juego desde que John O. Brennan fue nombrado director de
la CIA, en marzo de 2013. Brennan, quien estuvo destacado en Arabia
Saudita, es un resuelto adversario del dispositivo que sus predecesores
montaron en el pasado con Riad: el yihadismo internacional. Brennan
estima que si bien esos elementos hicieron un buen trabajo en su momento
–en Afganistán, Yugoslavia y Chechenia–, hoy se han hecho demasiado
numerosos e incontrolables. Lo que empezó siendo una banda de
extremistas árabes enviados a combatir contra el Ejército Rojo se ha
convertido con el tiempo en una constelación de grupos, presentes desde
Marruecos hasta China, que hoy luchan más con la perspectiva de imponer
el modelo de sociedad saudita que para vencer a los adversarios de
Estados Unidos.
Ya en 2001, Estados Unidos había planeado liquidar al-Qaeda
atribuyéndole los atentados del 11 de septiembre. Pero, con el asesinato
oficial de Osama ben Laden en mayo de 2011, Washington prefirió
rehabilitar esa red y la utilizó profusamente en Libia y en Siria. Sin
al-Qaeda nunca hubiese sido posible el derrocamiento de Muammar
el-Kadhafi, como ha quedado demostrado con la llegada de Abdelhakim
Belhaj –ex número 2 de al-Qaeda en Libia– al cargo de gobernador militar
de Trípoli. Según la visión de Brennan, es necesario reducir el
yihadismo a su mínima expresión y conservarlo únicamente para su uso
como fuerza de apoyo de la CIA en ciertas circunstancias.
El yihadismo no sólo es la única fuerza efectiva de Arabia Saudita,
cuyo ejército se divide en dos unidades que obedecen cada una a uno de
los clanes de la familia Saud, sino que además se ha convertido en la
única razón de ser del reino en la medida en que Washington ya no
necesita a Arabia Saudita para que le garantice el petróleo ni tampoco
para que predique la causa de la paz con Israel. Lo anterior explica el
regreso del Pentágono al viejo plan de los neoconservadores: «Expulsar
de Arabia a los Saud», según el título de un PowerPoint proyectado en
julio de 2002 a los miembros del Consejo Político del Departamento de
Defensa. Ese proyecto prevé el desmantelamiento de Arabia Saudita en 5
zonas, 3 de las cuales estarían llamadas a convertirse en Estados
independientes entre sí mientras que las otras 2 pasarían a formar parte
de otros países.
Al optar por probar fuerza con Estados Unidos, la familia Saud no
deja opción a los estadounidenses. Es poco probable que Washington
permita que unos cuantos beduinos adinerados le digan lo que tiene que
hacer, lo cual hace muy previsible que decida meterlos en cintura. En
1975, Washington no vaciló en ordenar el asesinato del rey Faisal. Esta
vez, es muy probable que actúe de forma aún más radical.
Por
Fuente:http://www.voltairenet.org/article180708.html
Tomado de TeleSur
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