La
pérdida de reputación de Estados Unidos es una catástrofe irreversible,
porque ha llevado la paranoia del espionaje más allá de todo límite.
Las relaciones con una serie de países se han deteriorado en una medida
tal que difícilmente se van a reconstruir a corto y medio plazo. Son los
casos de Brasil, Francia y Alemania, por ejemplo. Y, situados en
España, es del todo evidente que lo que ha hecho Estados Unidos no se
arregla precisamente con la sonrisa de suficiencia con la que el
embajador de aquel país, James Costos, salía de la sede del Ministerio
de Exteriores después de ser llamado -un gesto habitual para expresar el
malestar de un país-. El señor
Costos ha presentado una imagen de Estados Unidos absolutamente
prepotente. Su sonrisa, la ausencia de declaraciones y el contenido de
la nota posterior manifestaban bien a las claras que les importaba un
bledo lo que pudiera pensar el Gobierno de España. Ciertamente,
Costos no es un diplomático, tiene el cargo por el único mérito de haber
sido un buen recaudador de la campaña electoral de Obama, pero esta
falta de experiencia no justifica un papel tan desafortunado.
Lo mucho e importante que se ha roto no se arregla a base de informar que todo el mundo espía,
porque si bien esta afirmación es cierta, la escala en que lo hace
Estados Unidos no tiene parangón. Implica un salto cualitativo a través
de la cantidad. Entre el 10 de diciembre de 2012 y el 8 de enero de este
año, la NSA, la agencia de espionaje de Estados Unidos, rastreó tres
mil millones de llamadas en aquel país. Si lo dividen por el número de
americanos verán la cantidad de rastreos per cápita
que teóricamente les corresponde. Es una brutalidad. Los primeros
damnificados, aunque no hagan excesivo caso, son los propios
norteamericanos. En España, en 30 días se hicieron 61 millones de
rastreos, 361 millones en Alemania, 70 millones en Francia y 46 millones
en Italia. Nunca se había procedido a tal escala.
El
que ahora se filtre desde la Casa Blanca que el presidente Obama no
conoce con detalle lo que se hace, es decir ni la dimensión ni el
espionaje a líderes internacionales, evidentemente tampoco arregla nada,
porque demuestra simplemente que es un presidente que está en fuera de
juego en aquello que puede tener serias repercusiones, y aún resultaría
más inexplicable después de la huida de Snowden a su refugio en Rusia. A
partir de aquel momento, Obama
tendría que haber tenido sobre la mesa una información detallada de lo
que se había hecho y las consecuencias que podía acarrear si se filtraba.
Mal si lo desconocía, y a peor si ahora intentan intoxicar a la opinión
pública. Y no se arregla, más bien todo lo contrario, a base de que la
NSA pretenda justificar su actuación implicando gravemente a los
servicios de información de España y de Francia. Al actuar de esta
manera, una reacción cuando uno se encuentra contra la pared, lo único
que hace es declarar de una forma estrepitosa que no es un socio fiable,
porque, a las malas, te agarrará del cuello e intentará que te ahogues
tú primero.
Lo
que es ilegal para los estados de Europa también es ilegal para Estados
Unidos y este es un principio elemental que si se rompe por dejadez
tendrá consecuencias nefastas.
Hace bien la justicia española en abrir el camino para conocer qué hay
de delictivo en todo esto, pero este abrir la puerta no es suficiente si
no se cruza el umbral y se llega hasta el fin. Es necesario a escala
europea una mayor reacción y la adopción de medidas que hagan imposible
que esto continúe, y en este sentido debe ser considerada como una buena
iniciativa la de Brasil y Alemania para que la ONU se pronuncie sobre
las garantías a la intimidad de los ciudadanos. No tendrá una
consecuencia práctica, pero sí constituirá un elemento de presión
importante hacia el Gobierno del Estados más poderoso del mundo que, en
un momento determinado, ha pensado que todo él era su patio trasero.
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