Hace 90 años, el 21 de enero de 1924, falleció Vladimir Ilich Ulianov, conocido como Lenin, víctima de las secuelas de un atentado contra su vida. Fue el arquitecto y líder de la Revolución de Octubre en Rusia, dirigente del Estado Soviético e inspirador para los pueblos que luchan por el Socialismo.
Había sido alcanzado por tres disparos con balas envenenadas al salir
de la fábrica de Michelson, el 30 de agosto de 1918, donde hablaba a
los obreros. Las narraciones de su reacción ante las graves heridas
muestran, en boca de los testigos del hecho, médicos y familiares, la
entereza y fortaleza con la cual se mantuvo firme, sin abandonar sus
labores de dirección durante meses, hasta fallecer a la edad de 54 años.
El atentado no fue un hecho aislado, sino parte de un plan desatado
por la reacción, pues ese mismo día asesinaron a Moisés Uritsky,
comisario del Pueblo del Interior en la región norte, pero Lenin no
aceptó las recomendaciones de abstenerse de asistir a su encuentro con
los trabajadores.
Aún herido, siempre de pie, Lenin exhortó la tranquilidad a los
obreros que lo rodeaban pues sangraba profusamente y al llegar al
edificio del Krenlim subió por las escaleras hasta el tercer piso donde
fue atendido por los médicos, señalan los relatos.
Sobrevivió al atentado, pero su salud se resintió demasiado. El XI
Congreso del Partido comenzó sus labores el 27 de marzo de 1922. El
líder abrió el encuentro y pronunció el informe político del Comité
Central, en el último Congreso del Partido al que asistió. Su estado se
agravó, pero se restableció en breve y volvió al trabajo.
El 5 de noviembre de ese mismo año, inició sus sesiones el IV
Congreso de la Internacional Comunista, en el que Lenin rindió su
informe “Perspectivas de la revolución mundial a los cinco años de la
revolución rusa”.
El 20 de noviembre habló en el Pleno del Soviet de Moscú. El 30 de
diciembre se celebró el I Congreso de los Soviets de la Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas, que creó la URSS. Enfermo nuevamente,
no pudo asistir, pero todo el trabajo del Congreso, la Declaración y el
Tratado sobre la formación de la Unión Soviética, estuvieron inspirados
en sus indicaciones.
A principios de marzo de 1923, la salud de Lenin empeoró bruscamente.
En mayo, volvió a trasladarse a la aldea de Gorki, a 35 kilómetros al
sudeste de Moscú, y a mediados de verano se apreció cierto mejoramiento.
El 19 de octubre, llegó a Moscú, al Kremlin. Los que estuvieron con
él cuentan cómo pasó aquel día. Se fue de su apartamento, estuvo en la
sala de sesiones del Consejo de Comisarios del Pueblo, situada al lado
de su vivienda, y permaneció allí un rato, miró alrededor, entró en su
despacho, tomó unos libros de la biblioteca y bajó al patio del Kremlin.
Subió al automóvil, recorrió las calles céntricas de Moscú y visitó
la Exposición Agrícola de toda Rusia. El recorrido duró dos horas, se
diría que Vladimir Ilich se despedía de Moscú.
A principios de noviembre en 1923, lo visitó en Gorki una delegación
de obreros de la fábrica de Glújovo. Uno de ellos, ya sexagenario,
Kuznetsov, con lágrimas en los ojos, repetía sin cesar: «Soy obrero
forjador, Vladimir Ilich. Forjaremos todo lo que has concebido». ¡Fue
esta la última entrevista de Lenin con los obreros!
Tampoco pudo asistir al XII Congreso del Partido, pero los delegados
tomaron en cuenta, en sus resoluciones, las indicaciones hechas por él
en sus últimos artículos y cartas. Luego de una aparente mejoría, a
fines de 1923 sobreviene un recrudecimiento de su enfermedad.
El 21 de enero de 1924, al anochecer, a las 6:50, falleció de un
derrame cerebral. Por la noche se reunió el Pleno del Comité Central del
Partido, y dirigió un llamamiento al pueblo: «Ha muerto el hombre bajo
cuya dirección combativa nuestro partido, envuelto en el humo de la
pólvora, enarboló con mano recia la bandera roja de octubre en todo el
país, barrió la resistencia de los enemigos y consolidó firmemente el
dominio de los trabajadores en la Rusia zarista. Ha muerto el fundador
de la Internacional Comunista (…) el amor y el orgullo del proletariado
internacional, la bandera del Oriente oprimido, el dirigente de la clase
obrera rusa».
La dolorosa noticia se propagó rápidamente por el país y por el mundo
entero. El 22 de enero M. Kalinin, presidente del Comité Ejecutivo
Central, la anunció a los delegados al XI Congreso de los Soviets de
toda Rusia.
El día 23 de ese mismo mes, fue trasladado de Gorki a Moscú el
féretro con el cadáver de Lenin y colocado en la Sala de las Columnas de
la Casa de los Sindicatos. Por espacio de cuatro días, a pesar de las
rigurosas heladas, centenares de miles de obreros y campesinos, soldados
rojos y empleados, delegaciones de trabajadores de todos los confines
de la Unión Soviética, adultos y niños pasaron, día y noche, por la Sala
de las Columnas para rendir el último homenaje al gran Lenin.
El 26 de enero se celebró en el teatro Bolshoi una sesión del II Congreso de los Soviets de la URSS consagrada a su memoria.
En el Congreso hablaron la esposa de Lenin, N. Kruspskaya, así como
J. Stalin, Clara Zetkin y N. Narimanov. En nombre de la fábrica Krasni
Putílovets habló A. Serguéev; de los campesinos sin partido, A.
Krayushkin; del Ejército Rojo, K. Voroshílov; de la juventud, P.
Smorodin, y de los hombres de ciencia, el académico S. Oldenburg.
El Congreso adoptó el acuerdo de perpetuar el recuerdo de Lenin y
dirigió un mensaje a la humanidad trabajadora. Subrayó que el mejor
monumento a él sería la propagación masiva de sus ideas. En 1965 se
concluyó la publicación de sus Obras Completas en 55 tomos, con cerca de
9.000 documentos suyos y que después se publicaron en 120 países.
A petición de los obreros de Petrogrado, el Congreso aprobó la decisión de dar el nombre de Leningrado a esa ciudad.
El pueblo soviético se despidió de su guía lleno de profundo dolor.
El proletariado internacional suspendió todos los trabajos durante cinco
minutos. Se detuvieron los automóviles y los trenes, se interrumpió el
trabajo en las fábricas y de esa manera solemne los trabajadores del
mundo entero se despedían de Vladimir Ilich.
El 27 de enero, a las cuatro de la tarde, se realizó el entierro de
Lenin. El ataúd fue depositado en el mausoleo construido especialmente
con ese fin en la Plaza Roja.
Vladimir Ilich Ulianov, dejó como legado un cuerpo de ideas
revolucionarias que no pierden vigencia sino que por el contrario se
ratifican hoy a la luz de la profunda crisis del capitalismo
internacional.
Uno de los más grandes Leninistas de nuestros tiempos, el comandante Fidel Castro Ruz, en una ocasión expresó:
“Lenin es de esos casos humanos realmente excepcionales. La simple
lectura de su vida, de su historia y de su obra, el análisis más
objetivo de la forma en que se desenvolvió su pensamiento y su actividad
a lo largo de su vida, lo hacen en realidad ante los ojos de todos los
humanos un hombre verdaderamente, repito, excepcional”.
“Llegará el día en que el homenaje a Lenin sea el homenaje de todos
los pueblos, llegará el día en que el homenaje a Lenin sea el homenaje
de todos los Estados, llegará el día en que el homenaje a Lenin sea el
homenaje de toda la humanidad. De eso nosotros no tenemos la menor
duda”.
En su gran poema a Lenin el poeta Bertolt Brecht, escribió: “Al morir
Lenin, un soldado de la guardia, según se cuenta, dijo a sus camaradas:
Yo no quería creerlo. Fui donde él estaba y le grité al oído: “Ilich,
ahí vienen los explotadores.” No se movió. Ahora estoy seguro que ha
muerto”.
Radio del Sur
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