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Desde
luego, a partir del 11 de marzo se produce un cambio de Gobierno y
asume la presidencia del país, la doctora Michelle Bachelet, de un signo
político diferente, contrario al actual Gobierno de centroderecha, e
identificada con la centroizquierda de raíz socialdemócrata.
Elegida
por más del 62 % de los votos válidamente emitidos- una cifra récord en
la historia política del país, pero con una abstención también record,
más del 58 %, la presidenta Bachelet enfrentará por lo menos un país
complejo, con muchas tareas pendientes, deudas con una sociedad, que es
además demandante.
La
primera interrogante se refiere a la capacidad y voluntad política del
Gobierno de Bachelet y de la Nueva Mayoría, de responder a las
expectativas generadas por las promesas electorales y el propio triunfo
abrumador, y la derrota de la Derecha, pero sobre todo, de su programa y
de su modelo político.
El
desafío del bloque que gobernará el país desde el 11 de marzo será
convertir la victoria electoral en éxito político gubernamental.
Pasar
del acuerdo en torno a las elecciones a una cohesión de Gobierno, y a
una capacidad de cumplir con lo prometido, en cuanto a reformas, a un
ideario democrático, que privilegia la prosperidad del país, pero
también el logro de una condición social y económica justa para los
sectores hasta ahora sumidos en la pobreza, las carencias, y la
injusticia socioeconómica.
Los
analistas políticos apuntan a la necesidad de que la presidenta
Bachelet ejerza un firme liderazgo y discipline a su sector, una alianza
variopinta, donde están democratacristianos, radicales social
demócratas, socialistas, del partido por la democracia, comunistas, y de
otras inspiraciones y concepciones políticas que profundizan la
democracia institucional, social y económica.
Pero
también debe incluir en las grandes decisiones políticas, a los
movimientos sociales, a medioambientalis tas, ecologistas, las minorías
sexuales, los regionalistas, a los indígenas, los jóvenes y las mujeres,
y otras sensibilidades que le permitirán a Bachelet constituir una
correlación de fuerzas sociales representativas del conjunto progresista
chileno, que apoye, impulse y defienda las reformas propuestas y que
corresponden al “nuevo ciclo”, concepto que Bachelet instaló en el
ideario colectivo.
Desde
luego la presidenta enfrentará una oposición de derecha, que en los
meses de este verano político chileno, en los primeros meses del año,
buscará recomponerse, hacer un control de daños tras la derrota y
fijarse una estrategia para enfrentar al Gobierno, desde una base
política de defensa del modelo neoliberal en lo económico, y una agenda
valórica de defensa de la familia, rechazo del aborto y del matrimonio
homosexual, entre otras cuestiones del ideario conservador.
Obviamente,
además de su presencia en los órganos legislativos, que le permiten
tener presencia en la discusión y decisiones políticas, cuentan con
aliados poderosos en la sociedad chilena: el poder económico, el control
de la mayoría de los medios de comunicación y algunos poderes facticos
religiosos o castrenses que se identifican con sus postulados.
Pero,
en el plano interno, la administración Bachelet y de la Nueva Mayoría,
deberán responder además a dos desafíos pendientes. En primer lugar
deberán tener políticas claras, profundas, y coherentes, frente a un
tema de la agenda histórica chilena: la situación, reivindicaciones y
luchas de los pueblos indígenas locales, en particular del pueblo
mapuche, donde se está transitando por sectores radicalizados y por el
Estado en el riesgoso camino de la confrontación violenta siguiendo las
primeras etapas de un escenario de insurgencia y contra insurgencia.
Y
en segundo término está también en desarrollo un escenario de expresión
de una fuerza anarquista- que también por medios violentos, y
parapetados ahora en el movimiento estudiantil, y en actitudes
antisistémicas, desarrolla un enfrentamiento con el Estado, el sistema
político, la institucionalida d, el modelo y con la democracia.
El
futuro Gobierno de Bachelet tiene la legitimidad que le da la voluntad
del electorado, pero será el ejercicio práctico y concreto de sus
atribuciones y responsabilidade s, el cumplimiento de su programa e
ideario, la voluntad política de su bloque y de cada uno de sus partidos
y legisladores la que hará que su gestión de cuatro años concluyan con
el éxito y la confianza de los ciudadanos.
Esta
es una visión estratégica de los deberes de los estadistas y políticos
responsables ante su sociedad, y marcará el desarrollo de su Gobierno y
las perspectivas para el futuro.
Cuenta
con una Cámara de Diputados y un Senado, que le permite cumplir con
varias de sus reformas, y con legisladores de otros sectores que le
aseguran mayoría para avanzar en las reformas constitucionales y
enfrentar los temas de fondo de la agenda política.
Por
lo mismo son muchos los analistas que consideran que no hay excusas
para incumplir con las promesas hechas, pero eso depende no solo de la
presidenta sino del resto de los protagonistas de este nuevo ciclo que
se presenta ante los chilenos.
Los
chilenos que votaron por el programa de transformaciones de Michelle
Bachelet y la Nueva Mayoría, también tienen una responsabilidad de
compromiso y de participación en su logro. Y este ha sido, por lo demás
el mensaje principal del discurso de Michelle Bachelet.
La
participación de los ciudadanos en la toma de decisiones, el
protagonismo popular, ha sido definido por la futura presidenta de
Chile, como una característica y un factor de movilización social y
política que le permitirá a su Gobierno responder a sus compromisos y
abrir efectivamente un nuevo ciclo en la democracia chilena.
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