Poco antes de morir, el
23 de marzo de 2011, Leonard Weinglass aún luchaba por la libertad de los Cinco
cubanos injustamente encarcelados en Estados Unidos. La última foto que le
tomaron en la sala de cuidados intensivos del Hospital Montefiore lo muestra
revisando documentos de las apelaciones extraordinarias – Habeas Corpus –
último recurso legal de nuestros compatriotas. Unos minutos después Gerardo,
Ramón, Antonio, Fernando y René perdieron a su más lúcido, tenaz y abnegado
defensor.
Han pasado ya dos años y
el tribunal de Miami aún no se ha pronunciado. La Fiscalía, por su parte,
además de maniobrar para hacer interminable este proceso – algo que ha
caracterizado su conducta desde que ellos fueron arrestados en la madrugada del
12 de septiembre de 1998 – trata ahora, en una insólita moción, que sea
eliminada una parte sustancial de la apelación de Gerardo Hernández Nordelo.
Se sabe, desde la
Antigüedad, que “justicia demorada es justicia negada” y no son pocos los
profesionales del Derecho en Estados Unidos – jueces, fiscales, abogados – que
han hecho lucrativas carreras manipulando papeles, retorciendo
interminablemente leyes y procedimientos, dejando el tiempo correr para
engrosar así sus bolsillos mientras aumenta el sufrimiento de las víctimas de
un sistema que no sólo es profundamente injusto sino también deshonesto y
cínico.
Len era completamente
diferente. Fue uno de los más brillantes abogados defensores de la historia
norteamericana. A su sólida formación jurídica y amplia cultura sumaba un
espíritu investigativo acucioso y sagaz y dedicaba todo el tiempo a estudiar
los casos que atendió en una larga trayectoria que inició muy joven
representando a luchadores afroamericanos víctimas del racismo en su New Jersey
natal. Pronto alcanzó notoriedad integrando el equipo de defensa de los Siete
de Chicago en 1970 y desde entonces estuvo en el centro de las batallas legales
más importantes – desde los papeles del Pentágono hasta Mumia – y defendió
también a activistas puertorriqueños y palestinos y a otros perseguidos en la
sociedad norteamericana. Su fama trascendió las fronteras de Norteamérica. Ante
el riesgo de su deportación a Estados Unidos Julian Assange, el creador de
Wikileaks, le pidió que lo representara en un eventual litigio ante los
tribunales y él, por supuesto, accedió.
Cualquier abogado
norteamericano se habría enriquecido con apenas una parte de lo que Weinglass
hizo. Pero Lenny vivió modestamente y se fue a morir a un hospital de negros,
puertorriqueños e inmigrantes. Era exactamente lo contrario al estereotipo
antisemita del judío avaricioso.
Cuando a comienzos del
2002 le pedí que asumiera la defensa de los Cinco su respuesta fue simplemente:
“Gracias, es un honor para mí.” NO hablamos de compensación monetaria.
Me dijo que se concentraría en este caso y no se ocuparía de ningún otro salvo
el de Kathy Boudin – la hija de su admirado maestro – cuya libertad él
finalmente consiguió.
Desde luego que debimos
asumir los gastos en que él incurrió defendiendo a los Cinco ante los
tribunales y en actos públicos dentro y fuera de Estados Unidos. De esos gastos
daba cuenta minuciosamente. Cuidó cada centavo con celosa terquedad. Nuestras
únicas discusiones al respecto surgieron de su irremediable obsesión por buscar
siempre la ruta más barata y el alojamiento más sencillo.
Lo vimos en La Habana
por última vez en febrero de 2011 cuando realizamos acá una reunión del
equipo de defensa. Ya estaba enfermo pero fue el primero en llegar y fue el eje
principal de una intensa reunión que duró toda la jornada. Al atardecer se
sintió mal y tuvimos que llevarlo al hospital donde apreciaron la gravedad de
su estado y quisieron retenerlo para realizarle algunas pruebas necesarias.
Lenny se negó porque debía encontrarse al día siguiente con Adriana, la esposa de
Gerardo. Accedió a regresar para continuar después el examen médico.
Len se hizo las pruebas
pero con una condición inapelable: debía regresar a New York al siguiente día
pues tenía concertada una comunicación telefónica con Gerardo.
Desgraciadamente el
diagnóstico confirmaría lo peor. Despedimos a Weinglass haciéndole prometer que
inmediatamente después de hablar con Gerardo se iría al hospital.
Demoró en hacerlo aún
varios días hasta que finalizó los documentos de su Habeas Corpus. Algunos
amigos habrían preferido que ingresara a una instalación hospitalaria de
mayores recursos. Él dijo sentirse feliz donde estaba pues había encontrado
entre el personal de servicio a antiguos clientes suyos.
Cuando el proceso de
Chicago era frecuente que en los medios se refirieran al joven Lenny como “el
otro abogado”.
En incontables
ocasiones, en actos y declaraciones públicas, en Cuba y fuera de la isla, los
cubanos y muchos que se solidarizan con esta causa, hemos acuñado una expresión
repetida sin cesar: los “Cinco Héroes”. En verdad eran seis. Lenny es el Sexto
Héroe.
Ricardo Alarcón de Quesada
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