Garbo |
Portugal fue un enclave estratégico de las redes de
espionaje durante la II Guerra Mundial que dejaron a su paso historias
de grandes agentes secretos como Garbo o Popov, aunque también de otros
que abusaban de su picardía.
La neutralidad de la
dictadura de António Salazar y el uso del país como punto de partida
hacia América atrajeron a Portugal a los mejores espías de la época, que
convivieron con otros que se hacían pasar por agentes secretos o
vendían información falsa a cualquier bando.
El
catalán Joan Pujol, "Garbo" para los británicos y uno de los grandes
nombres del espionaje mundial, pasó dos veces por Portugal y se movía
entre Lisboa y la costa de Estoril, un nido de espías, de grandes
figuras políticas exiliadas y de refugiados de Europa que huían del
desastre bélico.
Durante su estadía en el hotel
Suiza Atlántico en el centro de la capital, el agente urdió parte de su
estratagema para engañar al bando alemán y actuar como doble espía para
los aliados.
"Los británicos escuchaban cómo (Pujol)
engañaba a los alemanes y poco después lo reclutaron", explica a Efe la
historiadora Irene Pimentel, autora del libro "Espías en Portugal
durante al II Guerra Mundial", en el que relata este episodio.
"Garbo"
fingía estar en Londres, que nunca había pisado y que describía con la
ayuda de una guía de viajes comprada en Lisboa para hablar de las
localizaciones y detalles de la ciudad.
Con su
pericia y abnegación, iba enviando informaciones falsas a la dirección
del espionaje de los alemanes en Madrid y su audacia fue pronto
detectada por las escuchas de los británicos, a quienes les había
ofrecido sus servicios pero aún no habían confiado en él.
Poco
después, pasó a formar parte del Comité de la Doble Cruz británico que
funcionó como sistema de contraespionaje durante la contienda y en el
que el espía español fue clave al convencer a Adolf Hitler de que el
desembarco iba a ser en el Paso de Calais (Francia) y no en Normandía,
como finalmente ocurrió.
Con un perfil muy
diferente, se movía por las calles de Lisboa el agente doble Dusko Popov
de los aliados. Los informes del FBI enviados a los servicios ingleses
afirmaban que el yugoslavo andaba con un "aire de play-boy", una vida de
lujo, coches caros, hoteles de primera y amantes que sucumbían a su
carisma.
"Popov fue como Garbo, el otro gran espía
que alejó a los alemanes del desembarco de Normandía. Consiguió mantener
la confianza de los alemanes hasta el final de la guerra", señala
Pimentel.
Otro espía famoso en Portugal fue Ian
Fleming, funcionario de la Inteligencia Naval Británica y director de la
oficina ibérica del servicio de espionaje inglés.
El
escritor de las novelas de James Bond se alojó en el Hotel Palacio de
Estoril y, como la mayoría de espías, controlaba los movimientos
marítimos del bando alemán en el Atlántico sur.
Compartía
copas con agentes alemanes en los bares de la zona, que solían
hospedarse en el vecino Hotel Parque, en el que años después se
encontraron micrófonos ocultos bajo el suelo.
La
genialidad de la inteligencia mundial convivió con la picardía de los
ciudadanos de a pie que supieron aprovechar el ambiente de intriga,
desconfianza y espionaje que gobernó aquella Lisboa cosmopolita.
Los
portugueses se acercaban a los cafés y hoteles donde se hospedaban los
espías y diplomáticos a la caza de informaciones, y funcionarios de
aduanas, policías y estibadores participaban en aquel gran mercado de
intercambio de secretos.
Hasta los alemanes tuvieron
que desconfiar de las prostitutas del barrio de Cais de Sodré, cercano
al puerto, que ayudaban a los aliados con las horas de salida y entrada
de los barcos germanos gracias a sus clientes.
En
general, los portugueses trabajaban como informadores de cualquiera de
los bandos a cambio de dinero, alimentos o ropa, otros se hacían pasar
por espías y los que de verdad lo eran tampoco tenían buena fama.
"No
eran bien vistos. Según los ingleses, los portugueses rápidamente
decían que eran espías y no guardaban bien los secretos. Y los alemanes
decían que se inventaban la información cuando no tenían", explica
Pimentel.
Otros exigían pagos cada vez mayores de
los que los alemanes se quejaban. Un funcionario que vigiló a los duques
de Windsor exigía zapatos para toda la familia porque decía que todos
habían ayudado en el seguimiento.
Aunque unos
mejores que otros, con espías dobles y hasta algunos triples, Portugal
siguió hasta el final de la guerra como punto de paso para el espionaje
que Salazar gestionaba "con pinzas", según Pimentel, y que solo prohibió
a partir de 1943.
EFE
Tomado de http://www.diariosur.es
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