Desde la casa paramilitar de los Castaño, esta mujer
encarnó durante dos décadas el despojo de tierras y la oposición a la
restitución.
Si Sor Teresa Gómez hablara, temblarían
ganaderos, políticos y muchos personajes de Córdoba, Urabá y otras
regiones de Colombia. Pero quizás nunca lo haga.
La última integrante del clan paramilitar de los hermanos Carlos, Vicente y Fidel Castaño Gil es “una mujer de temple”.
Así la describen los investigadores de la Policía que al mediodía del
pasado martes 8 de octubre, en una finca cerca de Yumbo, Valle, dieron
por fin con la representante más emblemática de dos décadas de terror y
violencia al servicio de la expoliación de tierras y una de las grandes
enemigas de la restitución.
“Ni cuando le pusimos las
esposas le temblaron las manos”, dice uno de ellos. Pese a que sabía que
iba para la cárcel por el resto de su vida, pues tiene 57 años y pesa
sobre ella una condena de 40 por un asesinato premonitorio, cometido en
2007.
Así vivió
Entre los cuatro
hijos adoptivos que el padre de los Castaño decidió sumar a su numerosa
prole en Amalfi, Antioquia, en los años cincuenta, estaba una niña que
creció junto a quienes se convertirían en jefes del proyecto
paramilitar, que se volvió indispensable para sus finanzas escabrosas y
que los sobrevivió a todos, a medida que se mataron entre sí. En
Córdoba, que los Castaño volvieron su cuartel general, todo el mundo la
llamaría la monja, pero el Sor era solo parte de su nombre de pila.
Y
era todo lo contrario de lo que representaba esta mujer, que encarnó
durante casi 25 años hasta dónde han estado dispuestos a llegar algunos
sectores de la sociedad colombiana para acumular tierras e impedir que
vuelvan a manos de sus dueños.
En agosto de 1990, Fidel
Castaño, fundador de las autodefensas de Córdoba y Urabá, anunció su
desmovilización y el reparto de 10.000 hectáreas de varias de las fincas
más valiosas de Córdoba de las que se había apropiado a sangre y fuego.
Creó la Fundación por la Paz de Córdoba (Funpazcor), le donó esa
tierra, y esta la repartió, en parcelas, entre 2.500 familias de barrios
pobres de Montería y del campo.
Las escrituras prohibían
vender o alquilar las propiedades sin permiso de Funpazcor. Salvo los
parceleros más cercanos a los paramilitares, a los demás no se les
permitió instalarse en los predios. Fidel fue asesinado en 1994 por su
hermano Carlos quien, junto a Salvatore Mancuso, se hizo al control de
Córdoba y Urabá y expandió el paramilitarismo al resto del país. La
mayoría de los campesinos fue obligada a vender sus parcelas a Funpazcor
y los que no lo hicieron debieron abandonarlas.
La persona
que manejó esta gigantesca operación de lavado y despojo fue Sor Teresa
Gómez, quien, además, se quedó con varias parcelas.
Dieciséis
años después, en 2006, luego de la desmovilización de los
paramilitares, una de las parceleras, Yolanda Izquierdo, organizó a 800
campesinos para reclamar, en el proceso de Justicia y Paz, las tierras
perdidas e hizo público lo sucedido. El 31 de enero de 2007 fue baleada
en el porche de su casa en Montería. Su asesinato fue premonitorio: era
el primero de una larga racha contra reclamantes de tierras.
Sor
Teresa Gómez se había desmovilizado ocho meses antes, en Urabá, como
parte del bloque Élmer Cárdenas de las autodefensas, y, acto seguido,
desapareció. En 2011, fue condenada a 40 años de prisión como autora
intelectual de ese asesinato.
Desde 1990 y casi hasta 2005,
Sor Teresa Gómez fue una dama prestante de la alta sociedad cordobesa.
Todo el mundo sabía que había llegado de la mano de Fidel Castaño, a
fines de los ochenta. Muchos habían hecho negocios con la primera
oficina legal que montaron, Caheca, que compraba tierras y ganado para
don Jaime, como llamaban a Fidel.
Todos sabían que
Funpazcor era una fachada de los paramilitares y su actividad social y
su distribución de tierras, una operación de lavado y despojo. Pero era
invitada de honor a reuniones con la Iglesia, el Ejército, los políticos
y los gobiernos locales. La oficina de Funpazcor, que presidió varios
años y en la que fue siempre la voz cantante, estaba frente al comando
de la Policía. Por 15 años, vivió en La Castellana y El Recreo, los
barrios de más alto estrato de Montería. Llegó, incluso, a ser postulada
como mujer Cafam, según fuentes en Córdoba.
Cuando murió
Fidel, Carlos la mantuvo a su lado, dedicada a las finanzas y las
tierras. A través de Funpazcor y junto a un exconcejal de Montería hoy
bajo arresto domiciliario, se habrían apoderado de 2.355 hectáreas de
comunidades afro de Curvaradó, en Chocó, para montar proyectos de palma
africana.
Fue Sor Teresa quien organizó algunas de las
‘compras’ de tierra fraudulentas en el Urabá antioqueño por las que
están investigados el gerente y la junta directiva del Fondo Ganadero de
Córdoba, entre ellas 4.000 hectáreas en la zona de Tulapas. El
presidente Santos llegó a decir que solo en Urabá habrían sido
expoliadas 42.000 hectáreas, mediante el desplazamiento forzoso, la
amenaza, el homicidio y las masacres.
Perfil
Sor
Teresa nunca dejó de ser una campesina paisa. Testimonios recogidos por
SEMANA coinciden en que toda la vida se ha levantado a las cuatro de la
mañana y nunca perdió el gusto por recorrer fincas en mulo o a caballo.
Fumadora de dos paquetes de Marlboro rojo al día, jugadora de parqués y
51 con sus empleados, a los que les daba la plata para que se sentaran a
la mesa, sabía echarse sus aguardientes y tenía la astucia de la
montaña paisa para los negocios.
Duró cuatro años casada
con Ramiro, uno de los hermanos Castaño, con el que tuvo a su hija
Érica, que tuvo un breve romance con Monoleche, mano derecha de Vicente
Castaño y otro gran despojador de tierras. A los investigadores les dijo
que su marido fue asesinado por orden de Carlos Castaño, en Amalfi. Se
casó luego con Luis Albeiro Gil, primo de los Castaño, con el que tuvo
dos hijos.
Dijo también que Carlos mandó matar a Fidel y
trató de hacer lo mismo con Vicente en cuatro ocasiones, sin éxito.
Hasta que este, aliado con don Berna, el gran narco de las autodefensas,
hizo asesinar a Carlos Castaño, en plena negociación de los
paramilitares con el gobierno de Uribe.
Luego, él mismo habría sido víctima de sus compañeros, aunque su cadáver nunca ha aparecido.
La
única sobreviviente de estos fratricidios ha sido Sor Teresa. Escondida
en sus fincas de Córdoba y Urabá desde 2006, se dice que estableció
nexos con los Urabeños, uno de los grupos sucesores de los
paramilitares, algunos de cuyos jefes, como don Mario, siempre fueron
fieles a la casa Castaño, y, con ellos, se dedicó a oponerse a sangre y
fuego a la restitución.
Así cayó
Casi
ocho años logró Sor Teresa Gómez esconderse. El asesinato de Yolanda
Izquierdo la puso en la mira de las autoridades y, con el
recrudecimiento de los ataques contra reclamantes de tierras en los
últimos dos años, un grupo especial de inteligencia y Policía judicial
fue creado en la Policía para darle cacería.
Se dedicaron a
indagar dónde se movía y a hacer un perfil. Supieron que seguía entre
Córdoba y Urabá; que pasaba mucho tiempo en Los Venados, una hacienda de
su propiedad en aquel departamento; que viajaba a veces a Chocó; que
fumaba mucho, tenía una prótesis dental y problemas dermatológicos y de
artritis que la obligaban a controles periódicos en Montería. “Sin
embargo, nunca pudimos verla”, dicen los investigadores.
A
mediados de septiembre pasado, mediante interceptaciones telefónicas, se
dieron cuenta de que se había trasladado, con su hija Érica y su
hermana Martha, más joven pero físicamente muy parecida, a una casa en
un condominio de El Poblado, en Medellín. Establecieron vigilancia,
disfrazaron oficiales hasta de trabajadores de un supermercado que
enviaba productos a domicilio a la casa de las mujeres. Pero seguían sin
poder verla ni estar seguros de que era ella, para lanzar un operativo.
A
fines de ese mes, interceptaron una llamada para un servicio
interurbano de taxi con destino a Yumbo, pero no pudieron seguir el
vehículo ni saber a quién llevaba. El 6 de octubre supieron que la hija
de Sor Teresa, Érica, la empleada y dos niños iban a salir de viaje.
Lograron embarcar a un agente en un bus de Expreso Bolivariano que las
mujeres y los niños abordaron en la terminal del sur de Medellín con
destino a Cali. Una vez allí, siguieron al auto que las recogió hasta
una finca en El Chocho, en zona rural de Yumbo.
El martes 8
de octubre, a las 11 de la mañana, salió de la finca un carro con una
mujer parecida a Sor Teresa. Ordenaron detenerlo en un retén de la
Policía. Pero descubrieron que en la finca había otra mujer de rasgos
similares y lanzaron el operativo. En el carro estaba la hermana, con
una cédula a su nombre. En la casa, los recibió una fría y aplomada
mujer, con una cédula igual. Solo cuando le dijeron que la conducirían a
Cali para verificar su identidad aceptó, tranquila, ser Sor Teresa
Gómez.
Era la primera vez que los investigadores, que solo
tenían una foto vieja en la que lucía igual a su hermana Martha, la
veían. Menos de 24 horas después, estaba en la cárcel del Buen Pastor en
Bogotá, empezando a pagar su condena de 40 años por el asesinato de
Yolanda Izquierdo y preparándose para los 25 procesos más que enfrenta
por desplazamiento forzado, homicidio agravado y concierto para
delinquir, entre otros crímenes.
¿Cuántas ‘sores’?
Sor
Teresa Gómez es sin duda una de las personalidades más siniestras del
conflicto colombiano y le cabe una responsabilidad directa, personal, de
autor y ejecutor, en el sufrimiento de miles de campesinos despojados
de sus tierras en el curso del conflicto. No obstante, demonizarla como
la causante del despojo sería solo una verdad parcial.
Era
la ejecutora de una política que se extendió por todo el territorio
colombiano y cuyos grandes autores y beneficiarios aún están en la
sombra. En su caso, los Castaño; pero quiénes eran sus financiadores, su
célebre ‘junta directiva’, está por esclarecerse. Algunos han quedado
expuestos con las investigaciones de la parapolítica. Pero faltan
muchos, que posan de honrados empresarios y propietarios, pero fueron
los que alentaron la expoliación de la tierra en los años duros de la
violencia paramilitar.
No solo en Córdoba, Antioquia y
Urabá, sino en muchas otras zonas del país. Y son los que hoy se alían
con bandas criminales y otros grupos para impedir a punta de amenazas y
homicidios que recuperen sus tierras quienes se han atrevido a hacer
parte del proceso de restitución lanzado por la Ley de Víctimas. No
pocas regiones de Colombia aún están llenas de Sor Teresas Gómez que,
así como expoliaron, van a hacer todo lo imaginable para impedir que les
quiten lo robado.
A donde Fidel y Carlos Castaño, como
dice un ganadero cordobés, llegaba la crema y nata del país y la memoria
de esos visitantes solo la tiene hoy Sor Teresa Gómez. Si ella hablara,
no solo ahorraría a las autoridades mucho tiempo y esfuerzos en
determinar quiénes son los verdaderos autores intelectuales del vasto
despojo de propiedad agraria que ha caracterizado el conflicto
colombiano y haría una inmensa contribución al esclarecimiento de las
verdades históricas de esta guerra, sino que ayudaría a evitar que mucha
sangre corra para devolver esas tierras. Sin embargo, no es probable
que hable la sobreviviente del siniestro clan de los Castaño.
Los
tres hermanos Castaño Gil , jefes de la dinastía paramilitar más
tristemente célebre de Colombia, se mataron entre sí. Sor Teresa Gómez,
adoptada por el padre de los Castaño y criada como una hermana más,
trabajó con cada uno, les manejó tierras, ganado y finanzas y los
sobrevivió a todos.
Yolanda
Izquierdo, una de las pioneras de la restitución de tierras en el país,
fue asesinada por orden de Sor Teresa Gómez en 2007, por reclamar
predios expoliados por el clan de los Castaño. Gómez fue condenada a 40
años de prisión por ese crimen.
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