Estamos en 2025 y un “cubierta
triple” estadounidense de vigilancia avanzada y aviones no tripulados
armados llenan el cielo desde la endosfera hasta la exosfera. Una
maravilla de la era moderna, que puede descargar sus armas en cualquier
lugar del planeta a una velocidad asombrosa, derribar a un sistema de
satélites de comunicaciones enemigo, o seguir a los individuos
biométricamente a gran distancia. Junto con la capacidad de guerra
cibernética avanzada del país, es también el sistema militarizado de
información más sofisticado jamás creado, y una póliza de seguro para el
dominio global de EE.UU bien entrado ya el siglo XXI. Así es como el
Pentágono imagina el futuro, está en fase de desarrollo, y los
estadounidenses no saben nada al respecto.
Todavía están operando en otra época.
“Nuestra Armada es menor ahora que en cualquier otro momento desde
1917″, se quejó el candidato republicano Mitt Romney durante el último
debate presidencial. Con palabras de burla mordaz, el presidente Obama
replicó: “Bueno, Gobernador, también tenemos menos caballos y bayonetas,
porque la naturaleza de nuestro ejército ha cambiado … ya no estamos
ante una guerra de flotas, donde debemos contar los buques. Lo esencial
son nuestras capacidades “.
Obama ofreció después una pista de lo
que esas funciones podrían ser: “Lo que hice fue reflexionar
conjuntamente con nuestros jefes de estado mayor preguntándonos, ¿qué
vamos a necesitar en el futuro para asegurar nuestra seguridad…? Tenemos
que pensar en la seguridad cibernética. Tenemos que hablar del espacio
“.
En medio de todo el debate posterior
generado en los medios de comunicación, sin embargo, ni un solo
comentarista parecía tener ni idea de cuan profundos son los cambios
estratégicos que se esconden tras palabras dispersas del Presidente. Sin
embargo, durante los últimos cuatro años, trabajando en silencio y el
secreto, la administración Obama ha desarrollado una revolución
tecnológica en la planificación de la defensa, llevando a la nación
mucho más allá de las bayonetas y buques de guerra hacia la guerra
cibernética y la militarización a gran escala del espacio. Ante su
menguante influencia económica, este avance nuevo y audaz en lo que se
llama “guerra de la información” podría ser un factor clave si EE.UU.
logra mantener su dominio global entrado ya el siglo XXI.
Si bien los cambios tecnológicos que
implica no son nada revolucionarios, tienen profundas raíces históricas
en un estilo particular de poder global estadounidense. Ha sido evidente
desde el momento en que esta nación entró por primera vez en el
escenario mundial con la conquista de las Filipinas en 1898. A lo largo
de un siglo, metido en tres infiernos de contrainsurgencia – en las
Filipinas, Vietnam y Afganistán – el ejército de EE.UU. ha sido
repetidamente empujado hacia un punto de ruptura. Ha respondido
repetidamente fusionando las tecnologías más avanzadas del país en
nuevas infraestructuras de información de un poder sin precedentes.
Este ejercito creó por primera vez un
régimen de información manual para la pacificación de Filipinas, luego
un aparato computarizado para combatir a las guerrillas comunistas en
Vietnam. Por último, durante su otra década en Afganistán (y sus años en
Irak), el Pentágono ha comenzado a fusionar la biometría, la guerra
cibernética, y un potencial futuro escudo aeroespacial “triple canopy”,
creando un régimen de información robótico que podría producir una
plataforma de poder sin precedentes para el ejercicio de la dominación
global – o para el desastre militar en el futuro.
LA PRIMERA REVOLUCIÓN DE LA INFORMACIÓN DE AMÉRICA
Este distintivo sistema de los EE.UU. de
recopilación de información imperial (y las prácticas de vigilancia y
de hacer la guerra que van asociados a ella) tiene sus orígenes en
algunas innovaciones americanas brillantes en el manejo de datos
textuales, estadísticos y visuales. Su combinación creó una nueva
infraestructura de información, con una capacidad sin precedentes para
la vigilancia de las masas.
Durante dos décadas extraordinarias, los
inventos americanos como el telégrafo cuádruple de Thomas Alva Edison
(1874), la máquina de escribir comercial de Philo Remington (1874), el
sistema de biblioteca decimal de Melvil Dewey (1876), y la tarjeta
perforada patentada por Herman Hollerith (1889), creó sinergias que
dieron lugar a la militarización de las aplicaciones de la primera
revolución de la información de Estados Unidos. Para pacificar una
resistencia guerrillera determinada que persistió en las Filipinas
durante una década a partir de 1898, el régimen colonial de los EEUU – a
diferencia de los imperios europeos con sus estudios culturales de
“civilizaciones orientales” – utilizaba estas tecnologías de información
avanzadas para acumular datos empíricos detallados sobre la sociedad
filipina. De este modo, se forjó un aparato de seguridad de vigilancia
precisa que jugó un papel importante en el aplastamiento del movimiento
nacionalista filipino. La política colonial resultante y el sistema de
vigilancia también dejarían una huella institucional duradera en el
emergente Estado norteamericano.
Cuando los EE.UU. entraron en la Primera
Guerra Mundial en 1917, el “padre de la inteligencia militar de
EE.UU.”, el coronel Ralph Van Deman, se basó en métodos de seguridad que
había desarrollado años antes en las Filipinas para fundar la División
de Inteligencia Militar del ejército. Reclutó a un personal que
rápidamente creció de una sola persona (él mismo) a 1.700 efectivos,
desplegó a unos 300.000 ciudadanos-agentes que recopilaban más de un
millón de páginas de informes de vigilancia de ciudadanos
estadounidenses, y sentó las bases para un aparato de vigilancia interna
permanente.
Una versión de este sistema alcanzó un
éxito sin precedentes durante la Segunda Guerra Mundial cuando
Washington estableció la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS) que
resultó la primera agencia de espionaje en todo el mundo que tuvo la
Nación. Entre sus nueve ramas, Investigación y Análisis contrató a un
personal de cerca de 2.000 académicos que acumuló 300.000 fotografías,
un millón de mapas, y tres millones de fichas, que se desplegaron en un
sistema de información a través de la “indexación, la indexación
cruzada, y la contra-indexación” para responder a un sinnúmero de
cuestiones tácticas.
Sin embargo, a principios de 1944, el
OSS se encontró, en palabras del historiador Robin Winks, “ahogando bajo
el flujo de la información.” Muchos de los materiales que se habían
recogido con tanto cuidado se dejaron pudrir en el almacén, sin leer y
sin procesar. A pesar de su alcance global ambicioso, este primer
régimen de información de EEUU, sin cambio tecnológico, bien podría
haber colapsado bajo su propia dimensión, disminuyendo el flujo de
inteligencia extranjera que resultaría tan crucial para el ejercicio de
dominio mundial de los Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial.
LA INFORMATIZACIÓN DE VIETNAM
Bajo la presión de una guerra sin fin en
Vietnam, los que dirigen la infraestructura de información de EE.UU.
organizaron la gestión de datos informatizada, el lanzamiento de un
segundo régimen de información estadounidense. Desarrollado por los
grandes ordenadores más avanzados de IBM, los militares de EE.UU.
compilaban tabulaciones mensuales de seguridad sobre cada una de las
12.000 aldeas de Vietnam del Sur y almacenaban los tres millones de
documentos sobre los enemigos que sus soldados capturaban anualmente en
bobinas gigantes de película. Al mismo tiempo, la CIA almacenaba datos
computarizados diversos sobre la infraestructura civil comunista como
parte de su infame Programa Phoenix. Esto, a su vez, se convirtió en la
base para su sistemática tortura y sus 41,000 “ejecuciones
extrajudiciales” (que, sobre la base de la desinformación de pequeñas
rencillas locales y contrainteligencia comunista, mató a muchos, pero no
pudo capturar más que a un puñado de los mejores cuadros comunistas).
Con mayor ambición, la Fuerza Aérea de
EE.UU. gastó 800 millones de dólares al año para atar el sur de Laos con
una red de 20.000 sensores acústicos, sísmicos, térmicos y sensibles al
amoníaco bajo la fronda selvática para localizar los convoyes de
camiones de Hanoi que provenían de la Ruta Ho Chi Minh. La información
proporcionada se reunía entonces en los sistemas informáticos para la
focalización de los incesantes bombardeos. Después de que 100.000
soldados de Vietnam del Norte pasaran a través de la red electrónica con
camiones, tanques y artillería pesada sin ser detectados para lanzar la
ofensiva Nguyen Hue en 1972, la Fuerza Aérea de los EEUU en el Pacífico
juzgó este audaz intento de construir un “campo de batalla electrónico”
como un rotundo fracaso.
En esta olla a presión de lo que pasó a
la historia como la más grande guerra aérea, la Fuerza Aérea también
aceleró la transformación de un nuevo sistema de información que tomaría
protagonismo tres décadas después: el blanco teledirigido Firebee. Al
final de la guerra, se había transformado en una aeronave no tripulada
cada vez más ágil que haría 3.500 misiones de vigilancia altamente
secretas a través de China, Vietnam del Norte y Laos. En 1972, el
aparato no tripulado SC / TV, con una cámara en su parte anterior, era
capaz de volar 2.400 millas mientras tomaba imágenes de televisión de
baja resolución.
En definitiva, todos estos datos
computarizados ayudaron a fomentar la ilusión de que los programas
americanos de “pacificación” en el campo estaban venciendo a los
habitantes de las aldeas de Vietnam, y la ilusión de que la guerra aérea
estaba destruyendo con éxito los suministros del Vietnam del Norte. A
pesar de una sucesión triste de fracasos a corto plazo que ayudaron a
minar la confianza del poder americano, toda esta automatizada
recolección de datos resultó ser un experimento trascendental, aunque
sus avances no se harían evidentes hasta al cabo de 30 años cuando los
EE.UU. comenzaron a crear un tercer Régimen robótico de información.
LA GUERRA GLOBAL CONTRA EL TERROR
Viéndose al borde de la derrota en el
intento de pacificación de dos sociedades complejas, Afganistán e Irak,
Washington respondió, en parte, mediante la adaptación de las nuevas
tecnologías de vigilancia electrónica, la identificación biométrica, y
la guerra de los aviones no tripulados – todo ello fusionándose en lo
que puede convertirse en un régimen de información mucho más poderoso y
destructivo que cualquier cosa que haya existido antes.
Después de seis años fracasando es sus
esfuerzos de contrainsurgencia en Irak, el Pentágono descubrió el poder
de la identificación biométrica y la vigilancia electrónica para
pacificar las extensas ciudades del país. Luego construyó una base de
datos biométrica con más de un millón de huellas de escaneo de iris de
iraquíes a los que las patrullas estadounidenses en las calles de Bagdad
podían acceder instantáneamente por enlace por satélite con un centro
de computación en West Virginia.
Cuando el presidente Obama asumió el
cargo y lanzó su “oleada”, aumentando el esfuerzo de guerra de EE.UU. en
Afganistán, ese país se convirtió en una nueva frontera para probar y
perfeccionar dichas bases de datos biométricos, así como para la guerra
de aviones no tripulados a gran escala, tanto en ese país como en las
fronteras tribales de Pakistán, el última agujero en una guerra
tecnológica ya lanzada por la administración Bush. Esto significó la
aceleración de los avances tecnológicos en la guerra de aviones no
tripulados que había sido en gran parte suspendida durante dos décadas
después de la guerra de Vietnam.
Lanzada como una aeronave experimental
en 1994, la vigilancia sin armas del avión no tripulado Predator fue
desplegado por primera vez en 2000 para la vigilancia de combate bajo la
“Operación Ojos aAfganos” de la CIA. Ya en 2011, el avión no tripulado
avanzado MQ-9 Reaper, con “persistentes capacidades de cazador asesino”,
estaba fuertemente armado con misiles y bombas, así como sensores que
podían reconocer tierra removida a 5.000 pies y seguir las huellas del
enemigo hasta sus instalaciones. Para mostrar el intenso ritmo de
desarrollo de aviones no tripulados, basta señalar que entre 2004 y
2010, el tiempo total de vuelo de todos los vehículos no tripulados
aumentó de tan sólo 71 horas a 250.000 horas.
En 2009, la Fuerza Aérea y la CIA ya
estaban desplegando una flota de aviones no tripulados de al menos 195
Predators y 28 Reapers en Afganistán, Irak y Pakistán – y ese número no
ha hecho más que crecer desde entonces. Estos aparatos recogen y
transmiten 16.000 horas de vídeo cada día, y desde 2006 hasta 2012
queman cientos de misiles Hellfire que ya han matado a unos 2.600
supuestos insurgentes dentro de las áreas tribales de Pakistán. Aunque
los aviones no tripulados Reaper de segunda generación puedan parecer
increíblemente sofisticados, un analista de defensa los ha descrito como
“bastante parecidos a Fords modelo T.” Más allá del campo de batalla,
en la actualidad hay unos 7.000 aviones de la armada de EE.UU. no
tripulados, incluidos los 800 más grandes con capacidad para descargar
misiles. Al financiar su propia flota de 35 aviones y tomando prestados
de la Fuerza Aérea otros tantos, la CIA ha ido más allá de la
recolección pasiva de inteligencia para construir una capacidad robótica
permanente paramilitar.
Durante esos mismos años, otra forma de
guerra de información apareció, literalmente, a través de la red. A
través de las dos últimas administraciones, ha habido continuidad en el
desarrollo de una capacidad de guerra cibernética en el país y en el
extranjero. A partir de 2002, el presidente George W. Bush autorizó
ilegalmente a la Agencia de Seguridad Nacional para analizar incontables
millones de mensajes electrónicos con su altamente secreta base de
datos “Pinwalw”. Del mismo modo, el FBI inició la “Investigative Data
Warehouse” que en 2009 ya poseía mil millones de registros individuales.
Bajo los presidentes Bush y Obama, la
vigilancia digital defensiva se ha convertido en una capacidad ofensiva
de “guerra cibernética”, que ya ha sido desplegada en contra de Irán en
la que es considerada la primera gran guerra cibernética de la historia.
En 2009, el Pentágono formó en EE.UU. al Comando Cibernético
(CYBERCOM), con sede en el Ft. Meade, en Maryland, y un centro de guerra
cibernética en la Base Aérea Lackland en Texas, que cuenta con 7.000
empleados de la Fuerza Aérea. Dos años más tarde, declaró el
ciberespacio un “dominio operacional” igual que el aire, la tierra o el
mar, y empezó a concentrar sus energías en el desarrollo de un grupo de
ciber-guerreros capaces de lanzar operaciones ofensivas, con una serie
de ataques contra las centrifugadoras informatizadas en las
instalaciones nucleares de Irán y contra bancos en Medio Oriente que
manejan dinero iraní.
UN RÉGIMEN ROBÓTICO DE LA INFORMACIÓN
Igual que con la insurrección filipina y
la Guerra de Vietnam, las ocupaciones de Iraq y Afganistán han servido
de catalizador para un nuevo régimen de información, fusionando lo
aeroespacial, lo ciberespacio, la biometría y la robótica en un aparato
de poder potencial sin precedentes. En 2012, tras años de guerra
terrestre en ambos países y la expansión continua del presupuesto del
Pentágono, el gobierno de Obama anunció una futura estrategia de defensa
más austera. Incluía un recorte del 14% de la fuerza de infantería que
iba a ser compensada con un mayor énfasis en las inversiones en los
dominios del espacio exterior y el ciberespacio, en particular en lo que
el gobierno llama “capacidades críticas en el espacio”.
En 2020, esta nueva arquitectura de
defensa debería teóricamente ser capaz de integrar el espacio, el
ciberespacio, y el combate terrestre a través de la robótica para,
aseguran, la entrega de información sin fronteras que permita la acción
letal. Cabe destacar que el espacio y el ciberespacio son nuevos
dominios de conflicto militar sin regular, en gran parte fuera del
derecho internacional. Y Washington espera usar ambos, sin limitación
alguna, como palancas de Arquímedes para ejercer nuevas formas de
dominación global muy entrado ya el siglo XXI, al igual que el Imperio
Británico una vez gobernó los mares y el imperio estadounidense de la
Guerra Fría ejerció su poder global a través del su fuerza aérea .
Mientras Washington trata de vigilar al
mundo desde el espacio, el mundo podría preguntarse: ¿Qué altura tiene
la soberanía nacional? En ausencia de un acuerdo internacional sobre la
extensión vertical del espacio aéreo soberano (desde que fracasó una
conferencia sobre derecho aéreo internacional, celebrada en París en
1910), algún travieso abogado del Pentágono podría contestar: tan alta
como usted la pueda ejercer. Y Washington ha llenado este vacío legal
con una matriz ejecutiva secreta – operada por la CIA y el Comando de
Operaciones Especiales clandestino – que asigna nombres arbitrariamente,
sin ningún tipo de supervisión judicial, para una “Lista de la Muerte”
clasificada que implica la muerte en silencio, de repente y desde el
cielo, para los sospechosos de terrorismo en todo el mundo musulmán.
Aunque los planes de Estados Unidos para
la guerra espacial siguen siendo altamente clasificados, es posible
unir esas piezas de este rompecabezas aeroespacial rastreando las webs
del Pentágono, y encontrando muchos de los componentes clave descritos
técnicamente en la Defense Advanced Research Projects Agency (DARPA). Ya
en 2020, el Pentágono espera patrullar todo el globo sin cesar, sin
descanso, a través de un escudo “tryple canopy” que va desde la exosfera
hasta la estratosfera, impulsado por aviones no tripulados armados con
misiles ágiles, vinculados por un sistema por satélite modular flexible,
controlados a través de un panóptico telescópico, y operado por
controles robóticos.
En el nivel más bajo de este emergente
escudo aeroespacial de EEUU, a corta distancia de la Tierra en la
estratosfera inferior, el Pentágono está construyendo una flota de 99
aviones no tripulados Global Hawk equipados con cámaras de alta
resolución que pueden vigilar todo el terreno dentro de un radio de 100
millas, con sensores electrónicos para interceptar comunicaciones, con
eficientes motores para 24 horas de vuelo continuas y eventualmente con
misiles Triple Terminator para destruir a continuación los objetivos. A
finales de 2011, la Fuerza Aérea y la CIA habían rodeado ya la masa de
tierra de Eurasia, con una red de 60 bases de drones armados con misiles
Hellfire y bombas GBU-30, permitiendo ataques aéreos contra objetivos
en cualquier lugar de Europa, África o Asia.
La sofisticación de la tecnología en
este nivel fue expuesta en diciembre de 2011 cuando uno de los RQ-170
Sentinel de la CIA cayó en Irán. Fue revelado un avión no tripulado
equipado con alas de murciélago con capacidad de evadir el control
radar, con un radar activo de barrido electrónico y óptica avanzada “que
permite a los operadores identificar positivamente a sospechosos de
terrorismo a partir de decenas de miles de metros en el aire.”
Si las cosas salen según lo planeado, en
este mismo nivel inferior a alturas de hasta 12 millas aviones no
tripulados, como el “Vulture”, con paneles solares que cubren su enorme
envergadura de 400 pies, estarán patrullando el mundo sin cesar por
periodos de hasta cinco años todos a la vez con sensores para una
“imperturbable” vigilancia, y posiblemente misiles para ataques letales.
El establecimiento de la viabilidad de esta nueva tecnología, con
energía solar del avión Pathfinder de la NASA, con una envergadura de
100 pies, alcanzó una altitud de 71.500 pies de altitud, en 1997, y su
cuarta generación que la sucedió, el “Helios”, voló a 97.000 pies con
una envergadura de 247 pies en 2001, dos millas más alto que cualquier
otro avión anterior.
Para el siguiente nivel por encima de la
Tierra, en la estratosfera superior, DARPA y la Fuerza Aérea están
colaborando en el desarrollo del Vehículo Crucero Falcon Hypersonic.
Volando a una altitud de 20 kilómetros, espera “soltar 12.000 libras de
carga útil a una distancia de 9.000 millas náuticas desde el territorio
continental de Estados Unidos en menos de dos horas.” Aunque la primera
prueba se inició en abril de 2010 y en agosto de 2011 se estrelló pleno
vuelo , lograron alcanzar la increíble velocidad de 13.000 millas por
hora, 22 veces la velocidad del sonido, y mandando de vuelta “datos
únicos” que permitirán resolver problemas aerodinámicos pendientes.
En el nivel superior de esa cubierta
aeroespacial de tres niveles, la era de la guerra espacial amaneció en
abril de 2010 cuando el Pentágono lanzó en silencio el drone espacial
X-37B, una nave no tripulada de sólo 29 metros de largo, a una órbita de
250 millas sobre la Tierra. Mientras su segundo prototipo aterrizó en
la Base Aérea Vandenberg en junio de 2012 después de un vuelo de 15
meses, esta misión clasificada representó una exitosa prueba de la “nave
espacial robótica controlada reutilizable” y estableció la viabilidad
de drones espaciales tripulados en la exosfera.
En el vértice de la triple cubierta, a
200 kilómetros sobre la Tierra, donde los drones espaciales pronto
vagarán, los satélites orbitales son los principales objetivos, una
vulnerabilidad que se hizo evidente en 2007, cuando China usó un misil
tierra-aire para derribar a uno de sus propios satélites. En respuesta,
el Pentágono está desarrollando el sistema F-6 satelital que “desplegará
desde una gran nave espacial monolítica un grupo de elementos ligados
de forma inalámbrica, o nodos que aumenta la resistencia a … la
disfunción de una de sus partes o al ataque de un adversario”. Y tenga
en cuenta que el X-37B tiene una bodega de carga de gran capacidad para
transportar misiles o armas láser futuro para destruir satélites
enemigos – en otras palabras, la capacidad potencial de paralizar las
comunicaciones de un futuro rival militar, como China, que tendrá su
propio sistema de satélite operacional mundial en 2020.
En última instancia, el impacto de este
tercer régimen de información estará determinado por la capacidad de los
militares de EE.UU. para integrar su arsenal de armamento aeroespacial
global en una estructura de mando robótico que sea capaz de coordinar
las operaciones de combate en todos los dominios: el espacio, el
ciberespacio, cielo, mar y tierra. Para gestionar el torrente creciente
de información dentro de este delicado equilibrio de la triple cubierta,
el sistema, al final, tiene que convertirse en autosuficiente a través
de “tecnologías robóticas de manipulación”, tales como el sistema de
FREND del Pentágono que algún día podría entregar combustible,
proporcionar reparaciones o cambiar la posición de los satélites.
Para una nueva óptica global, DARPA está
construyendo el telescopio espacial de gran angular de Vigilancia
(SST), que podría estar situado en bases rodeando el planeta para dar un
salto cuántico en la “vigilancia del espacio.” El sistema permitiría a
los futuros guerreros espaciales ver la totalidad del cielo que envuelve
todo el planeta mientras se está sentado delante de una pantalla, lo
que permite un seguimiento de cada objeto en la órbita de la Tierra.
El funcionamiento de este complejo
aparato en todo el mundo requerirá, tal y como explicó un oficial del
DARPA en 2007, “una colección integrada de los sistemas de vigilancia
del espacio – una arquitectura – a prueba de fugas”. Así, en 2010, la
National Geospatial-Intelligence Agency tenía 16.000 empleados, un
presupuesto de 5 mil millones de dólares, y una enorme sede de 2 mil
millones de dólares en Fort Belvoir, Virginia, con 8.500 empleados
envueltos en seguridad electrónica – todo ello encaminado a coordinar el
flujo de datos de vigilancia llegando de los Predators, Reapers,
aviones U2 de espionaje, Global Hawks, drones del espacio X-37B , Google
Earth, los telescopios espaciales de vigilancia y satélites en órbita.
Para el año 2020 o después – este sistema tecnológico es poco probable
que cumpla con el calendario previsto – esta tripke cubierta debería ser
capaz de atomizar un solo “terrorista” con un ataque con misiles de
seguimiento después de localizar su retina, su imagen facial, su firma
de calor a cientos de millas a través de cielo y tierra, o incomunicar a
todo un ejército al noquear todas sus comunicaciones terrestres,
aviónicas, y su navegación naval.
¿DOMINIO O DESASTRE TECNOLÓGICO?
Mirando hacia el futuro, un equilibrio
de fuerzas aún inciertas ofrece dos escenarios de competencia para la
continuación del poder global de EE.UU.. Si la totalidad o gran parte va
según lo previsto, en algún momento de la tercera década de este siglo,
el Pentágono completará un sistema integral de vigilancia global de la
tierra, el cielo y el espacio utilizando la robótica para coordinar un
verdadero aluvión de datos desde el control biométricos a nivel de
calle, datos cibernéticos, una red mundial de telescopios espaciales de
vigilancia y patrullas Triple Canopy aeronáuticos. A través de la
gestión ágil de datos de una potencia excepcional, este sistema podría
permitir a los Estados Unidos un veto de letalidad global, un elemento
que equilibraría cualquier pérdida suplementaria de fuerza económica.
Sin embargo, como en Vietnam, la
historia ofrece algunas comparaciones más pesimistas cuando se trata de
que EE.UU. mantenga su hegemonía mundial únicamente a través de la
tecnología militarizada. Incluso si este régimen de información robótico
de alguna manera podría contrarrestar el creciente poderío militar de
China, los EE.UU. todavía podrían tener las mismas oportunidades de
controlar las fuerzas geopolíticas más poderosas con su tecnología
aeroespacial como el Tercer Reich tenía de ganar la Segunda Guerra
Mundial con sus “super armas” – cohetes V2 que llovieron sobre Londres o
los aviones Messerschmitt Me-262 que hacían estallar bombas aliadas en
los cielos europeos. Para complicar aún más el futuro, la ilusión de
omnisciencia de la información podría inclinar a Washington hacia más
desventuras militares como Vietnam o Iraq, aumentando las posibilidades
de crear conflictos aún más caros desde Irán hasta el Mar del Sur de
China.
Si el futuro del poder mundial de
Estados Unidos se está configurando a partir de los acontecimientos
reales en lugar de hacerlo por las tendencias económicas, entonces su
destino podría estar determinado por lo que llegue primero en este ciclo
secular: la debacle militar causada por la ilusión del dominio de la
tecnología, o un nuevo régimen tecnológico lo suficientemente potente
como para perpetuar la dominación global de EE.UU.
Alfred W. McCoy*
*Profesor de historia en la Universidad de Wisconsin-Madison
Traducción de Ernest Urtasun Domènech
Tomado de http://www.elciudadano.cl
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