viernes, 4 de octubre de 2013

El complot del siglo XX


El presente año 2013 marca el 45 aniversario del asesinato de Robert Kennedy (5 de junio de 1968) y el cincuentenario del crimen contra su hermano John en Dallas (22 de noviembre de 1963). Los vasos comunicantes entre esos crímenes, sus revelaciones y repercusiones globales, conforman el más trascendental complot del siglo XX y se proyectan cada día más hacia nuestros días.

Momentos después de esta imagen, en Dallas, JFK era asesinado.
Una reciente obra sobre el tema, JFK y el incalificable. Por qué murió y por qué es importante, de James W. Douglass, expone que el asesinato del Presidente fue una conspiración "por haber hecho la paz".1 En realidad debía decir por haber tratado de hacer la paz. Oliver Stone, director de la impresionante película JFK, basada en el libro homónimo del fiscal Jim Garrison, lo califica como "el mejor recuento que he leído sobre esta tragedia y su significación". 

Douglass admite que hasta 30 años después no comenzó a ver conexión alguna entre ese crimen y la paz: "Al pasar por alto los grandes cambios en la vida de Kennedy y en las fuerzas detrás de su muerte, yo contribuía al clima nacional de negación, nuestra negación colectiva de lo obvio en el escamoteo de Oswald por Ruby y su transparente silenciamiento. El éxito de esa cobertura era indispensable fundamento de las sucesivas muertes de Malcom X, Martin Luther King y Robert Kennedy por las fuerzas que operan en nuestro gobierno y en no-sotros mismos".

En gran modo el primero en denunciar esa conspiración fue Fidel Castro. El propio día del crimen, tan pronto lo conoció dijo a Jean Daniel que Kennedy —quien esperaba impaciente la reacción de Fidel ante sus mensajes por intermedio del periodista francés—, podría haber sido el único líder en "entender que puede haber coexistencia entre capitalistas y socialistas, incluso en las Américas". Cinco días después, el 27 de noviembre en la Universidad de La Habana, explicó cómo los hechos iban desenmascarando toda la maniobra que se urdió contra la paz. Los cambios experimentados en Kennedy lo convertían en una gran amenaza para el complejo militar industrial.

Douglass se refiere en el libro al proceso judicial iniciado por la familia de Luther King como: "el sofisticado complot del gobierno que envolvía al FBI, la CIA, la policía de Memphis, la Mafia y un equipo especial de tiradores del ejército". El poco conocido fallo del jurado fue que hubo una conspiración que incluyó a las agencias del propio gobierno de Estados Unidos. El autor comprendió así los paralelos en las muertes de John y Robert Kennedy, Luther King y Malcom X: "cuatro versiones de la misma historia, cuatro proponentes de cambio que fueron asesinados por sombrías agencias de inteligencia, usando intermediarios y chivos ex-piatorios bajo la cobertura de la negación plausible".3

La más relevante investigación, por su categoría, es la del Comité Selecto sobre los asesinatos de la Cámara, House Select Committee on Assassi-nations (HSCA). Al terminar su mandato el 1ro. de enero de 1979 el HSCA declaró como conclusión que el Presidente y Luther King probablemente fueron asesinados, como resultado de una conspiración y que la pesquisa debía ser continuada por el Departamento de Justicia. Louis Stokes, presidente del Comité, lo hizo saber y Walter Fauntroy, presidente del subcomité sobre Luther King, dijo que no solo el Departamento de Justicia sino también el FBI debían continuar la investigación. Por su parte Richardson Preyer, presidente del subcomité sobre Kennedy, manifestó que el gobierno debe concentrarse en la posibilidad de que determinados miembros del crimen organizado y cubanos enemigos de Fidel Castro —los cuales inopinadamente estaban el 22 de noviembre en Dallas—, también estuvieron envueltos en el asesinato, de modo individual, aunque no como un todo. En el mismo sentido se pronunció el Comité sobre las varias agencias del gobierno, como la CIA, por encontrar sospechosos a algunos de sus miembros, no así la institución como un todo. La HSCA ni siquiera rozó a la dirección de esas agencias, pero han surgido nuevas evidencias que cuestionan esta consideración. 

Una de las más importantes se refiere a George Joannides, el oficial designado por Richard Helms para representar a la CIA en la investigación del Comité, quien supervisó en 1963 los contactos con Oswald de Carlos Bringuier y Sergio Arcacha Smith. Ambos cubanos miembros de un grupo de coterráneos basado en Nueva Orleans, estuvieron presentes en esa ciudad de Texas el día del asesinato de Kennedy. La CIA no reveló al comité HSCA cómo Joannides ayudó a ocultar cómo la agencia utilizaba y financiaba ese grupo y sus contactos con Oswald. Esa evidencia, unida a su denunciada presencia en el local donde fue asesinado Robert Kennedy, lo convirtieron en también sospechoso del magnicidio. 

Robert Blakey, jefe de los investigadores del HSCA montó en cólera al enterarse cuando se desclasificaron en 1998 algunos documentos, después de la muerte de Joannides en 1990, que este era el oficial de caso y aportaba fondos regularmente al grupo. El jefe de los investigadores había depositado toda su confianza en la colaboración que dicho oficial supuestamente prestaba al Comité, al cual en realidad desinformaba. 

La investigación se centraba en los meses que Oswald pasó en Nueva Orleans, repartiendo folletos su-pues-tamente editados por el Fair Play with Cuba. En ellos Oswald daba como dirección el 544 de la calle Camp, en el edificio Newman. El fiscal de Nueva a Orleans Jim Garrison descubrió al-gún tiempo después pa-quetes de esos folletos en una oficina en esa dirección, con la inscripción Guy Ba-nister Associates, Inc. Inves-ti-gators. 

Banister y David Ferrie, alternativamente vinculados con el FBI y la CIA, se entrevistaban allí con Oswald y los cubanos vinculados a la agencia, sospechosos para la HSCA por el asesinato de JFK. Ferrie cumplió condena años después como "plomero" en la operación ordenada por Nixon en el edificio Watergate, también relacionada con el magnicidio. 

Que la CIA no le hubiese informado sobre las funciones de Joannides fue considerada por Blakey como un delito, una obstrucción a la justicia, como se había quejado su joven investigador Eddie López. "Ahora creo que el caso carecía de integridad, a causa de Joannides... Ahora no creo nada de todo lo que agencia dijo al Comité. Muchos me han dicho que la cultura de la agencia es de prevaricación y disimulo y que uno no puede confiar ellos. Estoy ahora en el campo de los que así piensan".4

El Comité Selecto estableció también en 1979 que las evidencias acústicas y fílmicas, así como algunos testimonios, permiten dudar de que hubo un solo tirador en el atentado, pues revelaron heridas producidas por otro tirador desde la parte frontal, lo cual supone un complot que justifica continuar las investigaciones. 

Pero Benjamin R. Civiletti, ministro adjunto de Justicia, enseguida dejó saber que su departamento no reabriría ambos casos. Ese mismo año fue electo presidente Ronald Reagan y también eludió el mandato del HSCA sobre continuar las investigaciones. Por tanto, todo quedó igual desde el punto de vista de la justicia, o mejor de la falta de ella. Medio siglo después, aunque la JFK Records Act de 1992 ordena desclasificar los archivos relativos al asesinato, la CIA se sigue negando por razones de seguridad de Estados Unidos. La teoría de la conspiración se ha quedado en el limbo, como si el asesinato de un presidente de esa nación no fuese un tremendo problema de seguridad, no solo para Estados Unidos, también para el mundo todo. El sucesor de JFK, Lyndon B. Johnson, enseguida deshizo los pasos contra la guerra que comenzó Kennedy en los últimos meses de su vida; la orden para comenzar a retirar las tropas norteamericanas de Vietnam, quedó sin efecto, todo lo contrario, se intensificó con pretextos como el del Golfo de Tonkin. Cualquier relación con la explosión de El Maine en el siglo XIX, con Irak en el siglo XX y Siria en el XXI, son "simples coincidencias". 

 Gabriel Molina

Periódico Granma


James W. Douglass: JFK and the unespeakale. Simon & Schuster, New York, 2010, p. IX.
2 Ibid, p. XVII.
3 Ibid. p. XVII.

4 David Talbot: Brothers, Simon & Shuster, New York 2007, p. 388.

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