El presente año 2013 marca el 45 aniversario del asesinato de
Robert Kennedy (5 de junio de 1968) y el cincuentenario del crimen
contra su hermano John en Dallas (22 de noviembre de 1963). Los
vasos comunicantes entre esos crímenes, sus revelaciones y
repercusiones globales, conforman el más trascendental complot del
siglo XX y se proyectan cada día más hacia nuestros días.
Momentos después de esta imagen, en Dallas, JFK era asesinado.
Una reciente obra sobre el tema, JFK y el incalificable. Por
qué murió y por qué es importante, de James W. Douglass, expone
que el asesinato del Presidente fue una conspiración "por haber
hecho la paz".1 En realidad debía decir por haber tratado de
hacer la paz. Oliver Stone, director de la impresionante película
JFK, basada en el libro homónimo del fiscal Jim Garrison, lo
califica como "el mejor recuento que he leído sobre esta tragedia y
su significación".
Douglass admite que hasta 30 años después no comenzó a ver
conexión alguna entre ese crimen y la paz: "Al pasar por alto los
grandes cambios en la vida de Kennedy y en las fuerzas detrás de su
muerte, yo contribuía al clima nacional de negación, nuestra
negación colectiva de lo obvio en el escamoteo de Oswald por Ruby y
su transparente silenciamiento. El éxito de esa cobertura era
indispensable fundamento de las sucesivas muertes de Malcom X,
Martin Luther King y Robert Kennedy por las fuerzas que operan en
nuestro gobierno y en no-sotros mismos".2
En gran modo el primero en denunciar esa conspiración fue Fidel
Castro. El propio día del crimen, tan pronto lo conoció dijo a Jean
Daniel que Kennedy —quien esperaba impaciente la reacción de Fidel
ante sus mensajes por intermedio del periodista francés—, podría
haber sido el único líder en "entender que puede haber coexistencia
entre capitalistas y socialistas, incluso en las Américas". Cinco
días después, el 27 de noviembre en la Universidad de La Habana,
explicó cómo los hechos iban desenmascarando toda la maniobra que se
urdió contra la paz. Los cambios experimentados en Kennedy lo
convertían en una gran amenaza para el complejo militar industrial.
Douglass se refiere en el libro al proceso judicial iniciado por
la familia de Luther King como: "el sofisticado complot del gobierno
que envolvía al FBI, la CIA, la policía de Memphis, la Mafia y un
equipo especial de tiradores del ejército". El poco conocido fallo
del jurado fue que hubo una conspiración que incluyó a las agencias
del propio gobierno de Estados Unidos. El autor comprendió así los
paralelos en las muertes de John y Robert Kennedy, Luther King y
Malcom X: "cuatro versiones de la misma historia, cuatro proponentes
de cambio que fueron asesinados por sombrías agencias de
inteligencia, usando intermediarios y chivos ex-piatorios bajo la
cobertura de la negación plausible".3
La más relevante investigación, por su categoría, es la del
Comité Selecto sobre los asesinatos de la Cámara, House Select
Committee on Assassi-nations (HSCA). Al terminar su mandato el 1ro.
de enero de 1979 el HSCA declaró como conclusión que el Presidente y
Luther King probablemente fueron asesinados, como resultado de una
conspiración y que la pesquisa debía ser continuada por el
Departamento de Justicia. Louis Stokes, presidente del Comité, lo
hizo saber y Walter Fauntroy, presidente del subcomité sobre Luther
King, dijo que no solo el Departamento de Justicia sino también el
FBI debían continuar la investigación. Por su parte Richardson
Preyer, presidente del subcomité sobre Kennedy, manifestó que el
gobierno debe concentrarse en la posibilidad de que determinados
miembros del crimen organizado y cubanos enemigos de Fidel Castro
—los cuales inopinadamente estaban el 22 de noviembre en Dallas—,
también estuvieron envueltos en el asesinato, de modo individual,
aunque no como un todo. En el mismo sentido se pronunció el Comité
sobre las varias agencias del gobierno, como la CIA, por encontrar
sospechosos a algunos de sus miembros, no así la institución como un
todo. La HSCA ni siquiera rozó a la dirección de esas agencias, pero
han surgido nuevas evidencias que cuestionan esta consideración.
Una de las más importantes se refiere a George Joannides, el
oficial designado por Richard Helms para representar a la CIA en la
investigación del Comité, quien supervisó en 1963 los contactos con
Oswald de Carlos Bringuier y Sergio Arcacha Smith. Ambos cubanos
miembros de un grupo de coterráneos basado en Nueva Orleans,
estuvieron presentes en esa ciudad de Texas el día del asesinato de
Kennedy. La CIA no reveló al comité HSCA cómo Joannides ayudó a
ocultar cómo la agencia utilizaba y financiaba ese grupo y sus
contactos con Oswald. Esa evidencia, unida a su denunciada presencia
en el local donde fue asesinado Robert Kennedy, lo convirtieron en
también sospechoso del magnicidio.
Robert Blakey, jefe de los investigadores del HSCA montó en
cólera al enterarse cuando se desclasificaron en 1998 algunos
documentos, después de la muerte de Joannides en 1990, que este era
el oficial de caso y aportaba fondos regularmente al grupo. El jefe
de los investigadores había depositado toda su confianza en la
colaboración que dicho oficial supuestamente prestaba al Comité, al
cual en realidad desinformaba.
La investigación se centraba en los meses que Oswald pasó en
Nueva Orleans, repartiendo folletos su-pues-tamente editados por el
Fair Play with Cuba. En ellos Oswald daba como dirección el 544 de
la calle Camp, en el edificio Newman. El fiscal de Nueva a Orleans
Jim Garrison descubrió al-gún tiempo después pa-quetes de esos
folletos en una oficina en esa dirección, con la inscripción Guy Ba-nister
Associates, Inc. Inves-ti-gators.
Banister y David Ferrie, alternativamente vinculados con el FBI y
la CIA, se entrevistaban allí con Oswald y los cubanos vinculados a
la agencia, sospechosos para la HSCA por el asesinato de JFK. Ferrie
cumplió condena años después como "plomero" en la operación ordenada
por Nixon en el edificio Watergate, también relacionada con el
magnicidio.
Que la CIA no le hubiese informado sobre las funciones de
Joannides fue considerada por Blakey como un delito, una obstrucción
a la justicia, como se había quejado su joven investigador Eddie
López. "Ahora creo que el caso carecía de integridad, a causa de
Joannides... Ahora no creo nada de todo lo que agencia dijo al
Comité. Muchos me han dicho que la cultura de la agencia es de
prevaricación y disimulo y que uno no puede confiar ellos. Estoy
ahora en el campo de los que así piensan".4
El Comité Selecto estableció también en 1979 que las evidencias
acústicas y fílmicas, así como algunos testimonios, permiten dudar
de que hubo un solo tirador en el atentado, pues revelaron heridas
producidas por otro tirador desde la parte frontal, lo cual supone
un complot que justifica continuar las investigaciones.
Pero Benjamin R. Civiletti, ministro adjunto de Justicia,
enseguida dejó saber que su departamento no reabriría ambos casos.
Ese mismo año fue electo presidente Ronald Reagan y también eludió
el mandato del HSCA sobre continuar las investigaciones. Por tanto,
todo quedó igual desde el punto de vista de la justicia, o mejor de
la falta de ella. Medio siglo después, aunque la JFK Records Act de
1992 ordena desclasificar los archivos relativos al asesinato, la
CIA se sigue negando por razones de seguridad de Estados Unidos. La
teoría de la conspiración se ha quedado en el limbo, como si el
asesinato de un presidente de esa nación no fuese un tremendo
problema de seguridad, no solo para Estados Unidos, también para el
mundo todo. El sucesor de JFK, Lyndon B. Johnson, enseguida deshizo
los pasos contra la guerra que comenzó Kennedy en los últimos meses
de su vida; la orden para comenzar a retirar las tropas
norteamericanas de Vietnam, quedó sin efecto, todo lo contrario, se
intensificó con pretextos como el del Golfo de Tonkin. Cualquier
relación con la explosión de El Maine en el siglo XIX, con Irak en
el siglo XX y Siria en el XXI, son "simples coincidencias".
Gabriel Molina
Periódico Granma
James W. Douglass: JFK and the unespeakale. Simon & Schuster, New York, 2010, p. IX.
2 Ibid, p. XVII.
3 Ibid. p. XVII.
4 David Talbot: Brothers, Simon & Shuster, New York 2007, p. 388.
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