Hay algo que no termina de convencerme en la columna que Roberto Zurbano publicó en The New York Times,
no por el contenido del artículo, que llega a ser fundamentalista y
exagerado -“tú hablas así porque eres rubia”, diría él-; sino porque me
he quedado esperando qué viene después, como si su frase: “Para los
negros cubanos la Revolución no ha comenzado” fuera una especie de
Maine, la antesala de algún propósito que no atisbo a comprender.
Debe ser que he venido cultivando durante años esta
suspicacia que roza en lo patológico, pero me niego a creer que Roberto
Zurbano, intelectual de renombre en cenáculos capitalinos y medios
nacionales, haya esbozado sus hipótesis pensando que nada pasaría, que
se puede ejercer impúdicamente el derecho a la libertad de expresión
aunque este lacere la imagen de todo un país. Me niego a creer que el
suyo haya sido un acto ingenuo.
Obviando los excesos de extremismo en los que cae, al
punto de cuestionar la credibilidad de los datos que sobre la raza
arrojó el más reciente Censo de Población y Viviendas -de por sí,
bastante cuestionado por la comunidad homosexual-, en algo coincido con
Zurbano: los negros y mestizos en Cuba arrastran, no ya las cadenas de
la esclavitud, sino otras no menos lacerantes: las del prejuicio.
Pero de esa suerte de discriminación no
institucional, velada, que indudablemente existe, a las maquiavélicas
estrategias que Zurbano le imputa al Gobierno con el objetivo de
menospreciar al negro hay, más que un trecho, toda una autopista de
políticas sociales; tal vez han sido insuficientes para garantizar la
igualdad plena, pero al menos han sido. Tan obvias resultan, además, que
no puedo entender que el crítico de arte no las vea.
El ciudadano de a pie, sin Internet y, por ende, sin la más remota idea de esta disputa que ha levantado demasiada hojarasca en el ciberespacio,
no imagina que el paradigma de sociedad sin discriminación racial es,
para Zurbano y compañía -sigo sin creer que anda solo en este empeño-
aquella que consiga agenciarse un presidente negro. Sin embargo, espero
que para el 2018, cuando los cubanos le busquemos sustituto a Raúl
Castro, ya tengamos acceso a Internet como para enterarnos de estas
escaramuzas virtuales y no andemos reparando en el color de la piel de
los candidatos sino en su vocación martiana de servicio a la Patria.
Por el momento eso hago: esperar, porque algo me dice
que esta reemergencia de la polémica sobre el racismo no es el rapto
fortuito de un intelectual neófito que descubrió, por la Divina
Providencia, su capacidad para expresarse. El capítulo “Zurbano en The New York Times” -como las opiniones sobre la eliminación de la libreta de abastecimiento en Granma- tiene un tufillo a conspiración que me resulta, por cierto, demasiado evidente.
Por Gisselle Morales Rodríguez en ¨Cuba Profunda¨
Tomado de http://www.chiringadecuba.com
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