Durante las
últimas semanas, Guatemala y el mundo han sido conmocionados por las
noticias del juicio que se le sigue por genocidio al general Efraín Ríos Montt.
Los reportes diarios que recibo con respecto a los testimonios de las víctimas
de las atrocidades en 1982 del ejército en la región ixil en el Quiché,
son estremecedoras. He aquí algunos fragmentos de los desgarradores
testimonios: “los soldados arrojaron a mi papá, mi mamá, mis hermanos y a otras
personas al río”; “a mis hermanos les quitaron la ropa y los echaron en
el fuego”; “a los adultos les disparaban y los tiraban al río, a los niños solo
los tiraban al río y de plano se ahogaban y morían”; “en el grupo de gente
que mataron había dos señoritas, y que los soldados las llevaron a la iglesia y
después solo se oía que gritaban, me imagino que fueron violadas”; “me llevaron
y me metieron en un salón grande en el que había mucha sangre y había un montón
de caites, zapatos y botas, tal vez de las personas que habían matado”. Los
testimonios también hablan de la otra parte del genocidio, la muerte de los
sobrevivientes fugados de las masacres y que murieron por las privaciones
en la inhóspita montaña: “ante la luz del mundo digo que mucha gente murió de
hambre, de frío, de sed, durante tres meses que vivimos en la montaña cuando
huimos de los soldados”. Soldados y oficiales involucrados en la matanza
también mataron a niños: “Qué culpa tenían los niños de tres meses, ellos decían
que eran guerrilleros”.
Durante el
período de gobierno de facto de Ríos Montt, se observó terror
estatal masivo como lo fueron las masacres de las comunidades indígenas.
También se observó el terror selectivo en la desaparición forzada y ejecución
extrajudicial de activistas sociales y militantes políticos. El terrorismo
estatal en Guatemala siempre existió y a partir de 1963 no cesó de crecer. A
fines de los años setenta, el terror selectivo se combinó de manera cada vez
más creciente con el terror masivo, hasta ser llevado a su máxima expresión
durante los 17 meses de Ríos Montt. Las cifras indican que esta
combinación de terror masivo y selectivo se mantuvo durante el gobierno de
Mejía Víctores. Durante los gobiernos civiles a partir de 1986 la represión
volvió a ser selectiva.
El terror
militar tuvo como objetivo el aniquilar la insurgencia guerrillera. Hoy la
democracia neoliberal ha vuelto a recurrir al terror selectivo necesario para
disciplinar a la población que se resiste a la rapacidad del gran capital. El
Estado guatemalteco, ahora a través del gobierno de Pérez Molina, es actor de
este terror selectivo por comisión (matanza de la cumbre de Alaska) o por
omisión. Sean agentes estatales encubiertos o escuadrones de la muerte amparados
en la impunidad, nuevamente estamos viviendo la eliminación sistemática de
dirigentes sociales: el asesinato del dirigente campesino Tomás Quej (28 de
febrero), del dirigente Ch’ortí Ignacio López Ramos (5 de marzo), del dirigente
popular Carlos Hernández (8 de marzo), del líder Tz’utujil Jerónimo
Sol (12 de marzo), la captura arbitraria del activista de los derechos
humanos Rubén Herrera (15 de marzo), el secuestro de cuatro
dirigentes del pueblo Xinca y el asesinato de uno de ellos (Exaltación Ucelo,
17 de marzo), los asesinatos de la sindicalista salubrista Santa Alvarado (21
de marzo), la sindicalista municipal Kira Enríquez (22 de marzo). A esto hay
que agregar allanamientos, amenazas de muerte, intentos de secuestro. Entre
enero y octubre de 2012 organizaciones de derechos humanos registraron 254
ataques a defensores de derechos humanos y sociales.
Bueno es
recordar y castigar el terror militar. También lo es denunciar la violencia
neoliberal.
"Vosotros los que sobreviváis, no olvidéis"
Julius Fucik, Reportaje al pie de la horca
Carlos Figueroa Ibarra
No hay comentarios:
Publicar un comentario